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  DISCURSO DEL DECANO
DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE LA SANTA SEDE,
SR.
LUIS AMADO BLANCO, EMBAJADOR DE CUBA*

Lunes 12 de enero de 1972

 

Santidad:

Durante la larga historia del pensamiento humano, se ha discutido intensamente la prioridad operante entre la acción y la palabra, intentando valorar una y otra competitivamente, como si fueran antagónicas y no complementarias. Un gesto, una actitud, un despliegue pueden cambiar el curso de la historia, pero también puede transformar su cauce la voz de un hombre alzado en una tribuna o inclinado angustiosamente sobre una cuartilla. Es así y no podemos soslayarlo. Y para darnos cuenta de la real sinergia de estos dos modos de influir sobre el género humano, nada mejor que recordar ahora las dos distintas evaluaciones que alimentaban el meollo de nuestros discursos precedentes y el que nutre el que estamos ahora iniciando con estas palabras.

Elogiamos en los pasados años las consecuencias transcendentes de los viajes emprendidos por Su Santidad hacia los confines más distantes de la tierra, y no tan sólo por la enseñanza de sus discursos, sino por la augusta presencia que se conjugaba en favor de un pasmo de inusitada protección histórica. La presencia y la palabra se unían en este caso de un modo extraordinario. La presencia como testimonio de acción y la palabra como testimonio de lección ante los pueblos expectantes. Elogiamos este año, en que Su Santidad se ha quedado en la majestuosa serenidad de la Roma Pontificia, la realidad de una comunicación auténtica con los hombres de buena voluntad, gracias a la publicación de su notable Carta Apostólica al señor cardenal Maurice Roy, Presidente del Consejo para los Seglares. Por su propia naturaleza, todos y cada uno de los venerables actos de un Pontífice están cargados de una insólita transcendencia, pero durante el año del que aún guardamos el regusto de su agitada problemática, la publicación de este documento ha precisado las más elocuentes proyecciones de vuestro reinado, muestra bien patente no sólo del calado y las preocupaciones de Su Santidad en favor de un mundo mejor, sino el meticuloso y clarificante estudio que lo preside: desde un llamamiento universal a una mayor justicia ciudadana, hasta la elocuente y detallada precisión sobre el necesario compromiso que todos los hombres deben ratificar honestamente, adhiriéndose a la acción necesaria para levantar la vida por encima de sus oscuros compromisos. Desde un meticuloso estudio sobre las enormes perspectivas sociales de una correcta urbanística, ya que la vivienda representa el hogar, y el hogar, el verdadero núcleo vital de la familia, hasta la penetrante y equilibrada valoración de las ideologías que se plantean en nuestra época. Desde una clara advertencia sobre los ingentes peligros de una descuidada ecología, hasta las dañosas perspectivas de esta actual sociedad del consumo que todo lo invade con su carga multicolor y despreocupada. Uno se queda en verdad asombrado dándose cuenta de la exquisita percepción del mecanismo de las cosas de este mundo que Su Santidad logra desde la ingente altura de su jerarquía. De la jugosa riqueza meditativa con que desde luego vivifica y adorna su aparente y distante soledad.

La «Rerum Novarum» de S.S. León XIII, publicada en el año 1891, marca sin duda alguna el comienzo de la atención pública de la. Iglesia por los problemas sociales del mundo de la técnica, que entonces se iniciaba. La «Pacem in terris» de S.S. Juan XXIII, dada a conocer en 1963, el «aggiornamento» humanístico de aquellas doctrinas. La «Populorum progressio», de Vuestra Santidad, promulgada en el año 1967, la vivificación de aquellas pontificales preocupaciones, mientras la Carta Apostólica al Presidente de la Comisión Pontificia «Justicia y Paz», establece una continuidad procesal de los precedentes documentos. Se ve en ella al Pastor, al Peregrino, al Insomne y alerta centinela frente a los peligros de nuestra época, desde su alta ventana desde la cual observa la lucha. Se sienten a la vez los deslumbrantes relámpagos de una inteligencia poderosa y las trementes angustias de un corazón que espera pero que sufre, se lee lo que es este mundo nuestro, tan contradictorio tan compulsivo, y lo que debiera ser si la justicia, la razón y la verdad hicieran de pronto su aparición en el complejo escenario de nuestros días.

De este mundo nuestro en que sufrimos y amamos a la vez, ya que nos conturba pero al mismo tiempo nos sostiene. De este inundo nuestro sobre cuya tierra, propicia siempre a la esperanza, Su Santidad ha dejado caer la sagrada semilla de sus aleccionadoras palabras, como un mana de vivificante confianza en el inmediato futuro que nos espera. Que así sea.


*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°3 p.2.

 

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