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DISCURSO DEL DECANO
DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE LA SANTA SEDE,
S.E. LUIS VALLADARES Y AYCINENA,
EMBAJADOR DE GUATEMALA
*  
 
Lunes 12 de nero de 1976

 

Santísimo Padre:

Séame permitido dedicar un afectuoso recuerdo a la memoria de mi ilustre predecesor, el que fue decano del Cuerpo Diplomático durante muchos años, Su Excelencia el Embajador Luis Amado-Blanco, que falleció inesperadamente en las primeras horas del domingo 9 de marzo de 1975.

Hoy me corresponde a mí, sólo por motivos de ancianidad, ser el que, en nombre de las representaciones diplomáticas, os exprese, Santo Padre, los votos por un feliz año 1976 que mejore aún lo que de bien y de bueno hubo en 1975; votos que nosotros le hacemos personalmente, interpretando al mismo tiempo, con toda seguridad, los sentimientos de nuestros Gobiernos y de nuestro pueblos.

A estos deseos añadimos también una calurosa congratulación por los titánicos y clarividentes esfuerzos orientados a la consecución de la paz, objetivo que un día conseguiremos plenamente gracias a la voluntad individual y a la colectiva; paz real, verdadera, duradera; no simple paréntesis entre una guerra y otra.

Es igualmente justo, Santísimo Padre, expresaros una agradecida y bien merecida felicitación por los frutos recogidos a lo largo del Año Jubilar que acaba de finalizar; renovación y reconciliación, fin y objetivos quizás no enteramente alcanzados, pera conseguidos ciertamente en gran medida.

Hemos podido darnos perfecta cuenta de la enorme multitud de peregrinos que día tras día afluía a San Pedro y a las otras basílicas mayores, procedentes de todas las partes del mundo, gente de todas las razas, de todas las lenguas y de todas las clases sociales.

Hemos podido igualmente apreciar bien el gran fervor que les animaba; la atención con la que todos participaban en los diferentes ritos, en las diversas ceremonias, alegría en el alma y resplandor en los ojos iluminados por el gozo.

Algunos de entre nosotros, diplomáticos reunidos en esta espléndida Sala del Consistorio, han podido estar presentes en las dos espléndidas ocasiones de la apertura y clausura del Año Jubilar: dos acontecimientos fuente de inolvidable emoción, palpitar en nuestros corazones...

Evoquemos las palabras pronunciadas por el Santo Padre durante la Misa del Gallo: «Hemos inclinado nuestras frentes locas de orgullo, suficiencia e ignorancia y hemos regenerado en la humildad sincera y clarividente nuestra conciencia frente a las exigencias del mensaje del reino de Dios». El Año Santo ha facilitado la recuperación de la oración, del «lenguaje inocente de los hijos de Dios». Ha ayudado al «redescubrimiento» de ese amor fraternal que es el único que puede anular el odio, las luchas, la avaricia. La era del amor triunfará sobre la ansiedad de las implacables luchas sociales y dará al mundo la tan deseada transfiguración de la humanidad finalmente cristiana».

Santísimo Padre, este pasaje del discurso que acabo de citar trae a nuestro corazón, al corazón de todos los que le conocen, un gran consuelo y un optimismo justificado, que ayudará a elevar los espíritus y a abordar el presente y el futuro de una forma positiva y con una confianza bien fundada. La prudencia sugiere, con todo, estar siempre alerta.

Antes de concluir, ¿cómo no recordar en estos momentos las palabras del último Mensaje de Su Santidad para la celebración de la Jornada de la Paz, el de «Las verdaderas armas de la paz», que ha dado la vuelta al mundo y ha merecido la aprobación en todos los continentes? «Las distintas armas de la paz, las que aseguran a la convivencia civil su serena estabilidad debido a que hacen penetrar cada vez más en lo hondo de la conciencia, el sentido de la fraternidad universal».

Santísimo Padre, por último, deseo expresar cuán llenos de orgullo nos sentimos nosotros, diplomáticos aquí presentes en la reunión – orgullo que podríamos llamar noble y casi santo – por el hecho de representar a nuestros países ante una potencia espiritual que sólo busca hacer el bien, “que lucha desinteresadamente para que desaparezcan del mundo los cuatro caballos del Apocalipsis”.

¡Dígnese Su Santidad aceptar la expresión de nuestro más deferente y profundo respeto!


*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°3 p.2

 

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