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  DISCURSO DEL DECANO
DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE LA SANTA SEDE,
S.E. LUIS VALLADARES Y AYCINENA,
EMBAJADOR DE GUATEMALA
*  

Lunes 14 de enero de 1980

 

Santo Padre:

Desbordantes de júbilo y entusiasmo nos hallamos en vuestra augusta presencia, para ofreceros respetuoso saludo en nombre de nuestros pueblos y Gobiernos. Naturalmente, nuestro personal saludo, también.

Así expresándome soy fiel intérprete del sentir del entero Cuerpo Diplomático, como entidad colegial – como un todo–, y del sentir individual de cada uno de cuantos componemos aquél.

En ejercicio del decanato correspóndeme nuevamente – segunda vez en el 1apso de vuestro pontificado universal –, dirigiros la tradicional alocución de principios de año, de año nuevo; año éste de 1980 que en sus albores, —aflictiva herencia de inmediatos arios precedentes—, muéstrase tétrico, sombrío. Guerras y guerrillas por doquiera. Interferencias e intervenciones de Gobiernos prepotentes en asuntos internes de pueblos débiles. Invasiones territoriales. Irrespeto a los derechos humanos, en países bárbaros y en países que se dicen cultos. Incendies dolosos y dolosas inundaciones. Secuestros de personas. Homicidios. Asesinatos. Violencia individual, violencia organizada. ¡Abortos! Cuerpos desnudos y desnutridos. Hambre de tantísimos hogares y también a la intemperie. En la redondez del mundo, millares, millones de seres humanos sin abrigo, sin techo, sin pan. El pavoroso comercio y el generalizado uso de los estupefacientes. El no infundado pánico por el inminente posible uso de la bomba atómica e infernales armas nucleares.

Mas hete aquí, Beatísimo Padre, que sin darme cuenta cabal —excediéndome del cometido—, quizás me he entrometido en lo que no debiera. Mejor será que vuelva sobre mis pasos.

Vuestra Santidad: Os deseamos — son nuestros votes mejores, vivos, férvidos, cordiales, sinceros, nacidos de la profundidad del alma —, que Dios os conceda larga vida con buena salud, para satisfacci6n propia vuestra y de la Santa Sede, en bien de la humanidad, a cuyo servicie os habéis entregado, como Pastor universal, en cuerpo y alma — somos testigos— ejemplarmente imitando a Aquél que dijo: "He venido a servir y no a ser servido".

Así pensando, así sintiendo, as1 comportándoos, habéis fructuosamente visitado y visitáis clínicas, hospitales, hospicios, escuelas, asiles, seminarios, iglesias parroquiales de vuestra diócesis como Obispo de Roma; como Pontífice Máximo, tierras cercanas, tierras lejanas. Algunas allende los mares. Díganlo la Republica Dominicana, México, Irlanda, Estados Unidos, la Sede de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), Turquía y la siempre en vuestro corazón presente, vuestra nativa Polonia. ¡Cadi enormes multitudes de auditorio!

En todas partes los mensajes que llevabais escritos y los que, en ocasiones, improvisasteis, impresionaron favorablemente y han dado el consecuente fruto. De esos peregrinajes —porque peregrinaciones han sido que no viajes de turismo—, como también de la visita al santuario de Loreto y al de Pompeya, y a los lugares que fueron de Albino Luciani — Forno di Canale, su cuna, y Belluno— su diócesis de origen, razón habéis, Santo Padre, de sentiros satisfecho, porque a la vista esta el provecho espiritual que produjeron. Gracias a los adelantos de la ciencia y de la técnica, con los modernos sistemas de comunicaciones, testigos hemos podido ser, a cientos y hasta millares de kilómetros de distancia, de las incidencias de esos viajes, visitas y peregrinaciones. Fiemos podido apreciar cómo se os recibe. Con respeto, simpatía y entusiasmo. Especialmente por los niños, los jóvenes y los enfermos. Es que al veros, al escucharos, de inmediato se dan cabal cuenta de in sinceridad de vuestras palabras y propósitos. Todos sienten el amor que hacia ellos irradia de Vos.

Ciertamente, Padre Santo, es admirable, impresionante la atracción que ejercéis sobre niños, jóvenes, adultos, ancianos, do buena o mala salud. Aquellos de nosotros. que configuramos el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y tenemos la fortuna de residir en Roma y fácilmente podemos desplazarnos a Castelgandolfo, somos testigos presenciales del enorme interés de millares de romanos, de italianos o de otras regiones y de extranjeros provenientes de los cinco continentes, en veros, en escucharos, los miércoles, cuando ocurren las audiencias generales e insuficiente resulta la inmensa capacidad del "Auditorium" para ellas primordialmente construido – hoy llamado merecidamente "Sala Pablo VI – , y hácese necesario recurrir también a la amplia capacidad de la Basílica Vaticana; y los domingos, a la hora del "Angelus", infinidad de veces, igualmente, la vasta plaza de San Pedro resulta insuficiente y la multitud desbórdase sobre la "Via della Conciliazione". Lo mismo en Castelgandolfo... Y, en ocasiones, sin que importe ni mucho ni poco, la inclemencia del tiempo.

Hemos dicho admirable, impresionante. Sin embargo, nada más natural. Ejercerse esa magnifica atracción personal porque quienes os ven, os escuchan u os leen, dance inmediata cuenta de vuestra sinceridad, de vuestra lealtad, de la firmeza y de la rectitud existentes en vuestras ideas, palabras y acciones.

Admirables, Padre Santo, vuestra merecidamente famosa Encíclica del mes de marzo del año retropróximo, Redemptor hominis, vuestro vigoroso discurso en la ONU, y últimamente vuestro Mensaje para la celebración de la Jornada de la Paz, que ha merecido de pueblos y Gobiernos, aprobación total.

En análogos términos podríamos expresarnos tocante a vuestras homilías, conversaciones y discursos. Enseñáis que debe haber armonía en las familias, respeto reciproco entre sus miembros; respeto en todo y en todos los niveles, a la dignidad humana; amor en el seno del hogar, factor fundamental en la educación de los hijos; constante preocupación en favor de la paz; angustiosa amargura por los preparativos bélicos; ansiosa preocupación por el hambre en tantas partes del mundo. Aquí conviene recordar vuestra oportuna y espléndida intervención en la sesión memorable habida en la FAO, y el llamamiento público que lanzasteis desde vuestro balcón, denunciando el terrible drama de Camboya, demandando el necesario remedio. Llamamiento público que, gracias a. Dios, ha comenzado a dar fruto. Igualmente conviene señalar lo que habéis hecho en favor de los exiliados vietnamitas e igualmente vuestra laudable mediación en la disputa territorial entre dos repúblicas sudamericanas.

Bastante más, mucho más podríamos decir, Beatísimo Padre, pero comprendemos haber abusado de vuestro tiempo. Además, a todos los presentes interesa escucharos. Así pues, aquí termino, reiterando nuestros votos y agradeciéndoos cuanto hacéis en favor de la paz, en favor de la humanidad.


*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°3 p.2, 11.

 

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