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DISCURSO DEL SR. D. RENÉ SCHICK GUTIÉRREZ,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE NICARAGUA,
AL SANTO PADRE PABLO VI
*

Martes 24 de mayo de 1966

 

Santísimo Padre:

Con fervoroso recogimiento e íntima complacencia hemos escuchado vuestras nobles palabras de bienvenida, que traducen toda la generosidad de vuestros paternales sentimientos para el pueblo nicaragüense, cuya honrosa representación ostento, para los miembros de mi Comitiva, que comparten conmigo la honda emoción de este momento, y para mí, humilde hijo de la Iglesia de Cristo y discípulo fiel de la Cátedra de San Pedro.

Venimos de una Nación católica, conocida por su devoción mariana, que hoy se siente estimulada y enaltecida por vuestras bondadosas expresiones, llenas de elocuencia y de amor, al par que se regocija al saberse exaltada a un lugar preferente en vuestro corazón de Padre y Pastor Universal.

Nuestro paso por esta entrañable e intemporal Ciudad de Roma, cuna de la civilización cristiana y asiento de Vuestra Beatísima Autoridad, está señalado ya, merced a vuestro excepcional recibimiento, con el signo de la Gracia. Siempre consideraremos como nuestra mayor fortuna el haber estado con Su Santidad, en reverente actitud que confirma la tradicional religiosidad del pueblo nicaragüense y las felices y armoniosas relaciones que han existido a lo largo de nuestra historia, entre la Santa Sede y Nicaragua, para mayor gloria y esplendor de la fe que heredamos de nuestros antepasados y que ha dado sentido y orientación a nuestro destino nacional.

En el incierto y contradictorio mundo de nuestros días, en que algunos hombres parecen olvidar las sagradas enseñanzas de Cristo, la Iglesia es una permanente y poderosa luz que conduce a la Humanidad por los senderos del bien común, de la fraternidad y de la justicia. Este espíritu que encontró genuina expresión y ordenamiento en la Rerum Novarum, de Léon XIII, cuyo Septuagésimo Quinto aniversario acabáis de celebrar jubilosamente, es el mismo que ha alentado esa profunda revolución de la Iglesia, que, iniciada por Pío XII y continuada por Juan XXIII y por Vos, con el Concilio Ecuménico Vaticano II, ofrece un ejemplo de sabia renovación de principios y costumbres, encaminada a lograr la unidad de las Iglesias y a robustecer las creencias de los pueblos cristianos.

Puedo aseguraros, Santísimo Padre, que la doctrina social de la Iglesia y su constante evolución, que define el carácter universal y eterno del Cristianismo, ha sido fuente de inspiración para los Gobernantes de mi Patria, preocupados por mejorar las condiciones de vida de los nicaragüenses y por acrecentar sus conquistas materiales y espirituales. Para mí, especialmente, que he proclamado siempre, sin ningún respeto humano los sólidos fundamentos de mi fe católica, estos lineamientos filosóficos y políticos han servido de base a la obra que he venido impulsando desde la Presidencia de la República, para satisfacer las urgentes demandas de mi pueblo en lo económico, social y cultural.

Por ello, vuestras sentidas y hermosas palabras de salutación me llenan de entusiasmo y me invitan a proseguir trabajando, hoy como Presidente y mañana como ciudadano, por una sociedad cada vez más justa, más libre y más feliz; por una comunidad estructurada en los valores morales, en la tolerancia y en la suprema dignidad del hombre. Sólo así podremos enfrentar exitosamente los complejos problemas y los dramáticos desafíos de nuestro tiempo, propiciando el advenimiento de un sistema en que impere la comprensión sobre los odios infecundos, la igualdad sobre todo género de discriminación o privilegios, la paz y el orden sobre la intranquilidad o la violencia.

Sabemos cuán hondamente están arraigados estos ideales en vuestro corazón y cuánto os debe ya la Humanidad, en tan pocos años de glorioso reinado pontificio, por vuestra infatigable dedicación a la causa de la paz, por vuestros anhelos en favor de la justicia social, por vuestra notable contribución a una Iglesia vitalizada y alerta, fortalecida en el diálogo con el mundo moderno, en que la ciencia y la técnica, en toda su sorprendente dimensión creadora, necesitan orientarse por normas superiores.

Vuestra sublime misión apostólica, Beatísimo Padre, os ha llevado a diferentes lugares, en peregrinaje sin precedentes y en el ejercicio de vuestro alto ministerio, alentado por divinos designios. Por doquiera habéis despertado un profundo sentimiento de adhesión a las fundamentales virtudes cristianas. Y vuestra piadosa apelación en favor de la India, no es menos importante para la salud, la felicidad y la preservación misma del género humano, que vuestra histórica comparecencia en las Naciones Unidas, cuyo significado y trascendencia recogí en mi reciente Mensaje al Congreso Nacional de mi país, que Vos habéis querido evocar gentilmente en esta ocasión memorable.

Permitidme ahora, que entre los muchos motivos de gratitud que guardaré como recuerdo inolvidable de mi Visita Oficial al Vaticano, ponga en primer lugar la señaladísima distinción que me concedisteis el mismo día de mi llegada a Roma, al conferirme el Gran Collar de la « Orden Piana », de nobilísima e ilustre prosapia, que ostentaré con orgullo de católico y con honor de caballero. Sé que el brillo y el símbolo de estas joyas serán muy apreciados por mi pueblo, y en su nombre las he recibido de manos de su Excelencia Monseñor Angelo Dell’Acqua, para justificar el mérito y la honra que en mi persona le habéis otorgado con paternal afecto.

En nombre de los miembros de mi Comitiva y en mi propio nombre, agradezco igualmente a Su Santidad la extraordinaria atención de dedicarnos parte de su precioso tiempo, consagrado al gobierno y servicio de la Iglesia, lo que nos impulsa a procurar el fortalecimiento de nuestra fe católica, apostólica y romana, a través de medidas que como la educación religiosa en las escuelas del Estado, contribuyan a « afirmar los valores y normas universales de la moral cristiana », como Su Santidad lo ha proclamando en forma luminosa y magistral.

Con devoción filial, recibimos la Bendición Apostólica que habéis impartido tanto a nosotros como a Vuestro amantísimo pueblo de Nicaragua, empeñado hoy en la consecución de un mejor porvenir, guiado por la luz redentora del Cristianismo y protegido por la misericordia infinita de Dios.


*Insegnamenti di Paolo VI, vol. IV, p.260-262.

L’Attività della Santa Sede 1966, p.344-346.

L’Osservatore Romano, 25.5.1966.

 

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