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DISCURSO DEL SR. D. HAMANI DIORI,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE NÍGER
AL SANTO PADRE PABLO VI*

Jueves 14 de enero de 1971

 

Santo Padre:

El mensaje que traemos a Vuestra Santidad. en nombre de la República del Níger queremos que sea un mensaje de alegría y esperanza. Añadimos nuestras sinceras gracias por las solemnes ceremonias oficiales con que habéis acogido nuestra visita y que tanto honran a nuestro País.

Nuestra joven Nación, desde que alcanzó la plena personalidad internacional, se ha propuesto como tarea, ciertamente difícil pero maravillosa, progresar en la unión y en la paz. El ardor de nuestro pueblo, la solidaridad activa de nuestros vecinos inmediatos, agrupados en el seno del «Consejo de la Entente», la ayuda también de los países amigos más industrializados, han sido y siguen siendo para nosotros una preciosa ayuda. Pero nos hemos dado cuenta enseguida de que nuestros esfuerzos serían vanos si el mundo que nos rodea continuase dejándose dominar por el frenesí de un materialismo inhumano, si el egoísmo ocupase el puesto del sentimiento de ayuda mutua, si la prosperidad se convirtiese en un instrumento de dominio, de humillación y, en definitiva, de eliminación de los más débiles.

El mérito de Vuestra Santidad desde su subida al trono pontificio consiste en haber llamado la atención solemnemente a la conciencia universal sobre este estado de cosas que perpetuándose consagraría la destrucción de la humanidad.

Rompiendo con una tradición de inmovilidad y sin tener en cuenta los límites que le imponía su salud, Vuestra Santidad ha recorrido incansablemente « la ciudad y el mundo », llevando su palabra viva a las dos Américas, a la India, a la Asamblea General de las Naciones Unidas, a África, y recientemente a la Sede de la FAO, al Pakistán, a Filipinas, y a las mismas puertas de China, para recordar a todos la enseñanza divina del amor y de la fraternidad humana.

La resonancia ha sido profunda. La toma de conciencia de la supremacía de los valores espirituales sobre las irrisorias y efímeras conquistas de las voluntades de dominio, se impone poco a poco a los espíritus; la escalada de las revoluciones y de las represiones ciegas deja sitio por todas partes a decisiones de justicia elemental; los países dominados por la guerra, poniendo en duda la legitimidad de sus conflictos, se interrogan seriamente para encontrar una salida mediante negociaciones; las grandes potencias se ponen de acuerdo y se preocupan de encontrar mejores caminos para llegar a un equilibrio social más justo.

Nos sentimos felices de poder expresar nuestra admiración y agradecimiento a Vuestra Santidad y de deciros lo mucho que nos reconforta su actividad. Y al aplaudir la invitación que hacéis a los Estados altamente industrializados recordándoles sus deberes de equidad hacia los demás, manifestamos igualmente nuestra ambición – dada la seriedad de nuestro trabajo, la rigurosa gestión de nuestros recursos, nuestra liberal acogida a toda empresa extranjera sincera, nuestra voluntad constante de una amplia y confiada cooperación con todos los hombres de buena voluntad, nuestra repulsa permanente a abordar los problemas basándonos sólo en términos de relaciones de fuerza –, manifestamos la ambición, decíamos, de crear entre nosotros y de convertirlas en ejemplo, las condiciones de la paz entre los hombres y de la paz entre las naciones.

Suscribimos plenamente a las repetidas invitaciones de Vuestra Santidad para que se busque y preserve en todas partes ese beneficio supremo de Dios que es la paz. Las suscribimos porque en el Níger, donde la belleza desnuda de nuestros amplios horizontes llena nuestra almas y nos impulsa a frecuentes meditaciones, solitarias, somos profundamente creyentes. Nuestro contacto con el Todopoderoso se basa particularmente' en el camino de la religión musulmana, pero nuestra convicción de que Dios es amor y misericordia nos lleva a pensar, junto con aquellos compatriotas nuestros que son cristianos, que el camino de la felicidad pasa por el corazón amante de nuestro prójimo.

Esperando que la humanidad alcance cada vez más esta dicha, terminamos ofreciendo a Vuestra Santidad nuestros mejores deseos para que el Altísimo le conceda todavía durante mucho tiempo que continúe iluminando los espíritus y abriendo los corazones por medio de su enseñanza.

 


*Insegnamenti di Paolo VI, vol. IX, p.40-41.

L’Attività della Santa Sede 1971, p.29-30.

L’Osservatore Romano, 15.1.1971, p.1.

 

 

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