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DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA
GIOVANNI LEONE
A SU SANTI
DAD PABLO VI*

Viernes 22 de septiembre de 1972

 

Santidad:

Le estoy muy agradecido por la paternal benevolencia con que ha saludado a mi persona y por los deseos que ha expresado respecto a mi misión, sobre la cual – me es grato recordarlo – invoqué, en el momento de asumirla, la bendición de Dios. Pero todavía le agradezco más a Vuestra Santidad el saludo y el pensamiento que ha dirigido a la nación italiana, recordando con qué grande, constante, cotidiana y apasionada atención la sigue Vuestra Santidad en el laborioso y difícil desarrollo de una línea de progreso civil y moral, dentro de la democracia y de la libertad.

Y digo progreso civil y moral porque son indisolubles. No existe progreso cultural, económico y social estable si no va acompañado de la defensa de los principios morales que deben dirigir e inspirar el ordenamiento de todas las instituciones humanas, comenzando por la familia, célula originaria e insustituible de la sociedad.

Italia siente, no sólo y no tanto, el orgullo, sino también, y sobre todo, la responsabilidad de su milenaria tradición cristiana. Italia, reconoce que ésta es tradición de libertad, de justicia social, de exaltación de la dignidad de la persona humana, de paz.

Como justamente observa Vuestra Santidad, desde hace muchísimos años las relaciones entre Italia y la Santa Sede se han acomodado a una justa armonía que, estoy convencido, será cada vez más firme.

Este es el espíritu deseado por Vuestra Santidad y compartido por nosotros, en el que encuadramos la revisión bilateral del Concordato, la cual deberá reforzar el clima de una paz religiosa que haga imposible – como afirmé en el mensaje pronunciado ante el Parlamento en el acto de mi juramento – cualquier anacrónica valla divisoria.

Los italianos tienen el privilegio de ser los testigos más inmediatos de los angustiosos llamamientos de Vuestra Santidad a la paz, a la fraternidad – condenando severamente la guerra – y a la justicia entre las clases y entre las naciones.

El pueblo italiano se adhiere profundamente a estas orientaciones morales, en sintonía con su Constitución, que ha rechazado la guerra como medio de solución de las controversias internacionales, en nombre de nuestra constante voluntad de acción por la paz en el mundo y de las abiertas y audaces líneas directrices de justicia social que perseguimos.

Aquí se encuentran no sólo los católicos, sino también aquellos italianos que, fuera de la Iglesia, reconocen en la Suya la más alta cátedra de enseñanzas morales.

Con este espíritu, Santidad, creo poder expresar el deseo más entrañable para su corazón: que sus llamamientos a la paz, a la justicia social y a la solidaridad humana encuentren un terreno fértil en el corazón y en la voluntad de los pueblos y de los gobernantes.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 40, p.9.

 

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