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DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
DE INDONESIA, EL GENERAL SUHARTO,
A SU SANTIDAD PABLO VI*

Sábado 25 de noviembre de 1972

 

Santidad:

Doy gracias al Dios único y supremo, que hoy me ha concedido la oportunidad de encontrarme con Su Santidad.

En nombre del pueblo de Indonesia, de mi, esposa, de mi séquito y en el mío personal, permítame expresarle mi profunda consideración y agradecimiento por el honor y el cálido recibimiento que veo se me reserva en esta devolución de visita.

Su histórica visita a Indonesia, en el mes de diciembre de hace dos años está todavía viva en mi recuerdo. Aquella visita no solamente estrechó las relaciones entre la Santa Sede e Indonesia, sino que fortaleció la fidelidad de todos los católicos indonesios, impulsándoles a colaborar en el desarrollo de su país. Esta impresión ha dejado una profunda huella en el corazón del pueblo de Indonesia.

Su Santidad reforzó nuestra convicción de que el mejor modo para conseguir que la vida alcance y conserve un profundo significado es esforzarse continuamente por mantener una básica armonía: entre el hombre y sus semejantes, entre el hombre y la sociedad, entre el hombre y la naturaleza, entre el progreso material y la paz interior, entre los intereses nacionales y los internacionales.

Síntesis de todo ello es nuestra concepción del mundo, plasmada en las formas y contenidos de la sociedad que queremos construir y aceptada oficialmente como filosofía base del Estado de la República de Indonesia: el Panca Sila, es decir, la total unión de los cinco principios: fe en el Dios único y supremo, humanidad justa y civilizada, nacionalismo, democracia, justicia social.

Esta visión de la vida es principio de tolerancia y de unidad en nuestra misma sociedad, que es pluralista: con diversidad de grupos étnicos, de culturas regionales y de confesiones religiosas. Esta visión de la vida ha creado también una actitud positiva de tolerancia, que se traduce en el deseo de colaborar con otras naciones para fines constructivos.

Nuestra conciencia del alto valor de estos principios ha sido la fuerza que nos ha impulsado a hacer frente a las provocaciones que desde dentro y desde fuera se nos han hecho. Y estamos convencidos de que estos principios nos protegerán de los efectos secundarios que lleva consigo el progreso de la sociedad moderna, efectos que deben ser prevenidos: los síntomas del declive de la dignidad y de los valores humanos, a causa de la crisis del espíritu.

Estamos convencidos de que la base espiritual que hemos puesto para la formación de la sociedad de Indonesia es suficientemente fuerte, porque la hemos sacado de nuestra histórica y tradicional herencia cultural. Nuestros fines son bien claros, pero también sabemos que nuestro camino es aún muy largo y, quizás, difícil.

Condición previa de todo ello es el desarrollo económico, que comporta simultáneamente progreso, prosperidad y justicia.

Debemos buscar nuestros recursos dentro de nuestra nación: especialmente el capital tecnológico y las diversas especializaciones. Escaseando aún estos factores en Indonesia, aceptamos gustosos la ayuda que nos ofrecen los países amigos y otras sociedades más desarrolladas. Más allá de nuestras fronteras, la tierra entera tiene necesidad de paz. Sin ella los hombres no pueden alcanzar la paz interior; sin ella no se puede construir la sociedad. Consiguientemente saludamos con alegría el acercamiento entre las naciones, que en los últimos tiempos ha experimentado un notable desarrollo, conscientes de que es el primer paso hacia una paz total para toda la humanidad.

A este propósito, nos parece que no caminamos solos, sentimos que marchamos acompañados de cientos de millones de hombres que luchan por la paz y la prosperidad común.

Esta lucha se ha intensificado en el último decenio gracias a la tenacidad de los llamamientos de la Santa Sede. La Iglesia católica concentra su atención en los pueblos pobres y en la unidad de la humanidad como una gran familia; por ello, considera un error .la discriminación, ya se trate de discriminación entre naciones o entre comunidades religiosas. La Iglesia católica, según mi opinión, resalta el hecho de que hoy, los hombres, viven más profundamente su interdependencia; los hombres deberían, pues, buscar conjuntamente todo aquello que les une, sin agudizar lo que les diferencia; deben descubrir las bases que conducen a la fraternidad.

La humanidad es verdaderamente una gran familia y tiene un único y mismo origen: Dios, Creador de toda la humanidad, en su diversidad de razas y naciones, sobre la misma superficie terrestre.

Esta conciencia, creadora de una renovación en el proceso espiritual, debe ser incesantemente desarrollada hasta llegar a plasmarse en acciones concretas, para construir todos juntos un mundo nuevo más desarrollado, con más prosperidad, justicia y paz.

Al menos, se deberían dar los pasos que hagan el mundo mejor de lo que es hoy.

Constatamos la intensa influencia personal de Su Santidad y la gran atención que se le presta cuando señala esta dirección y los esfuerzos por realizar. Al principio de cada año leemos detenidamente sus exhortaciones y llamamientos en favor de la paz. Sus incansables esfuerzos, como Pastor supremo de la Iglesia católica, no sólo son apreciados por los católicos, sino que dejan también profunda huella en todos los hombres que aman la paz y el progreso en la justicia. Admiro los esfuerzos de Su Santidad y me asocio a la oración que se eleva al Dios único y supremo, para que el auxilio divino le proteja y guíe abundantemente en el cumplimiento de su noble, elevada y humanitaria misión.

Concluyendo, permítame expresarle mi profunda gratitud por su oración y sus votos en favor de la prosperidad y felicidad del pueblo de Indonesia; ello me infunde confianza para continuar llevando adelante la construcción de nuestra sociedad.

Gracias.


*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n°49 p.9, 11.

 

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