X Asamblea Ordinaria, 1998: Lineamenta
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SINODO DE LOS OBISPOS

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X ASAMBLEA ORDINARIA

EL OBISPO

SERVIDOR DEL EVANGELIO DE JESUCRISTO

PARA LA ESPERANZA DEL MUNDO

L I N E A M E N T A

Ciudad del Vaticano

1998


El presente texto de los Lineamenta se encuentra regularmente insertado

en el sito.Internet vaticano :

http: // www.vatican.va

© Copyright 1998 - Secretería General del Sínodo de los Obispos y Libreria Editrice Vaticana.

Este texto puede ser reproducido por las Conferencias Episcopales o bajo su autorización siempre que su contenido no sea alterado de ningún modo y que dos copias del mismo sean mandadas a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, 00120 Ciudad del Vaticano.


PRESENTACIÓN

El argumento asignado por el Santo Padre Juan Pablo II a la Décima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos "Episcopus minister Evangelii Iesu Christi propter spem mundi", que ha de celebrarse en el tiempo del Jubileo del Año 2000, implica un doble significado: el de la conclusión de un itinerario y el de una celebración de la comunión.

Cuando en el 1987 tuvo lugar el sínodo sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo comenzó un camino que podría ser comprendido bajo el título "la vida de los cuerpos eclesiales después del Concilio Vaticano II".

El Sínodo, que nació en el Concilio, se transformó en una fiel "Traditio Concilii", asumiendo del mismo Concilio, en cierto modo, la estructura, el método, el espíritu, y sobre todo, transmitiendo, meditando y elaborando argumentos y proposiciones conciliares.

Fue así que, por ese mismo motivo, el "corpus laicorum", "christifideles scilicet qui, utpote baptismate Christo concorporati" (Lumen gentium, 31), resultó ampliamente ilustrado en la Septima Asamblea sinodal del 1987. A dicho cuerpo de los laicos acceden, come primer paso, todos los hijos de la Iglesia, que con el bautismo son constituidos en pueblo santo de Dios.

En el 1990 el sínodo se ocupó, en la Octava Asamblea, de la formación de los presbíteros, es decir de aquel "corpus presbyterorum", en el cual "los presbíteros ... se unen todos sí por íntima fraternidad sacramental", formando un "solo presbiterio" (Presbyterorum ordinis, 8).

La Novena Asamblea pasó, luego, a tratar el tema de la vida consagrada, es decir de aquellas personas que, como "corpus vitae consecratae", por medio de la práctica de los consejos evangélicos siguen a Cristo con mayor libertad, imitándolo mas de cerca (cf. Perfectae caritatis, 1).

Finalmente, a la Décima Asamblea ha sido reservado el tema del Obispo en su prerrogativa de siervo anunciador del Evangelio, junto a todos los otros obispos, con los cuales forma un "collegium seu corpus episcoporum" (Lumen gentium, 22).

El itinerario sinodal, iniciado con la meditación sobre la vocación y misión de los laicos, pasando luego a través de otros estados de vida, es decir, de los presbíteros y de las personas consagradas, llega así a una meta final con la Décima Asamblea dedicada al Obispo, en calidad de apóstol del Evangelio de Jesucristo (cf. Rom 1,1.9).

Mas, porque el Cuerpo Místico de Cristo es uno, no puede existir sustancialmente la variedad de sus miembros si no en una unidad superior que confiere compacteza y vitalidad al cuerpo entero, que es la Iglesia. en efecto, "los sagrados Pastores ...saben ... que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo (Lumen gentium, 30).

Es por este motivo que los laicos, los presbíteros, las personas consagradas y los obispos tienden hacia el único fin y coindicen en el único objetivo: hacer crecer el único Cuerpo del Señor hasta la plena madurez (cf. Ef 4,13), en la comunión, pues "una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes a la voz del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria" (Lumen gentium, 41).

El camino sinodal, que es "comunión en el caminar" (Juan Pablo II a los Presidentes de las Conferencias Episcopales de Europa, L'Osservatore Romano, 2 de diciembre de 1992, p. 5), comienza en la comunión, se desarrolla en la comunión y encuentra su conclusión en la comunión.

Este documento de los Lineamenta está destinado a alimentar y estimular la reflexión de todos aquellos que, poniéndose ya en camino en las iglesias locales, se preparan para recorrer este sendero de comunión que es el Sínodo, mientras buscan con la oración y la meditación expresar las instancias y las intenciones de la propia comunidad.

Propuestas, indicaciones y espectativas deberán ser estudiadas y elaboradas por los Obispos en las Conferencias Episcopales o en los organismos análogos, para luego ser enviadas a la Secretaría General del Sínodo. El Cuestionario será últil para concentrar la atención sobre algunos puntos particulares de la doctrina y de la praxis de la Iglesia. Si en casos concretos se advierte la necesidad de exponer argumentos no comprendidos en el Cuestionario, existe la posibilidad de proceder en ese sentido, más aún, es bien recibida cualquier iniciativa de profundización y enriquecimiento en el estudio del tema sinodal.

Las respuestas al Cuestionario deberán ser enviadas a la Secretaría General del Sínodo antes del 30 de septiembre de 1999 para consentir la redacción del Instrumentum laboris, el cual será el texto de referencia para los Padres de la Asamblea "jubilar" del Sínodo de los Obispos, evento que será un punto culminante de coronología cristiana y de comunión eclesial.

Jan P. Card. SCHOTTE, C.I.C.M.

Secretario General del Sínodo de los Obispos


INTRODUCCIÓN

1. La infinita riqueza del misterio de Cristo revive en el misterio de la Iglesia y se manifiesta a través de la variedad de las vocaciones y de la diversidad de los estados de vida en los que se articula la comunión eclesial. En la concreción de sus múltiples actuaciones, éstos corresponden al conjunto de dones que el Espíritu Santo ha infundido en los bautizados (cfr. I Cor 12, 4-6). Provenientes del único y común origen trinitario, los diversos estados de vida están íntimamente relacionados entre sí, de manera que están ordenados los unos a los otros y se edifican recíprocamente cuando son vividos en la conciencia de su respectiva identidad y complementariedad. Además, cada uno y todos a la vez están ordenados al bien y el crecimiento de la Iglesia, así como también contribuyen al cumplimento de su misión en el mundo mediante su despliegue orgánico.(1)

Después de haber puesto en evidencia el Concilio Vaticano II la gran realidad de la comunión eclesial, la cual no es uniformidad sino don del Espíritu que pasa a través de los distintos carismas y estados de vida, se ha advertido la necesidad de explicitar mejor la identidad, la vocación y la misión específica en la Iglesia.(2) Por eso en ellos han centrado su atención la tres últimas asambleas ordinarias del Sinodo de los obispos, a las quales han seguido tres exhortaciones apostólicas de Juan Pablo II: Christifideles laici sobre la vocación y misión de los laicos, Pastores dabo vobis sobre el sacerdocio ministerial y Vita consecrata sobre el estado de aquellos hombres y mujeres que siguen a Cristo más de cerca en la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. De todo ello ha derivado una mayor conciencia de la importancia de cada uno y del valor de su presencia constitutiva en la vida de la Iglesia, por voluntad del Señor.(3) Por tanto, como ha recordado el Concilio Vaticano II, tanto el elemento jerárquico como el carismático son co-esenciales en la Iglesia y contribuyen ambos a su renovación, en modo diferente pero siempre con un recíproco intercambio. (4)

2. La experiencia del Post-Concilio ha demostrado además cuánto ha dependido y depende de los Obispos la renovación querida por el Concilio. No podía ser de otro modo, a causa de su ministerio de constructores, garantes y custodios de la comunidad cristiana, de la que han sido constituidos pastores en nombre de Cristo. Cada uno de ellos es, en la propia Iglesia particular, el promotor eficaz de la vida de los fieles laicos y el custodio atento de la vida consagrada; los presbíteros son sus "colaboradores y consejeros necesarios en el ministerio y oficio de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios".(5)

Se ve por tanto la urgencia de que, así como en el pasado, también hoy, cuando la Iglesia ha llegado al umbral del Tercer Milenio, los obispos, en su ministerio, se empeñen con determinación y valentía en su renovación según las directrices del Concilio Vaticano II, de modo que a través de su labor el mundo "se transforme según el proósito divino y llegue a su consumación". (6)

3. Por este motivo el tema elegido por Juan Pablo II para la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos es: "El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo". Con él se quiere subrayar en primer lugar que Jesucristo es la esperanza del hombre, de cada hombre y de todo el hombre .(7)

Además, el mismo tema propone que todo el servicio de cada obispo es para la esperanza, es servicio de anuncio y de testimonio de la esperanza, en cuanto que es anuncio de Cristo. Cada obispo debe poder hacer suyas las palabras de S. Agustín: "Pero sea como sea el obispo, vuestra esperanza no ha de apoyarse en él. Dejo de lado mi persona; os hablo como obispo: quiero que seais para mi causa de alegría, no de hinchazón. A nadie que encuentre poniendo la esperanza en mi puedo felicitarle; necesita corrección, no confirmación; ha de cambiar, no quedarse donde está... vuestra esperanza no esté en nosotros, no esté en los hombres. Si somos buenos, somos siervos, si somos malos, somos siervos; pero si somos buenos, somos servidores fieles, servidores de la verdad". (8)

La preparación de la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos y sus trabajos no podrán desarrollarse si no es a la luz de la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre los obispos, sucesores de los Apóstoles, "los cuales, junto con el Sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa del Dios vivo". (9)

4. Cada obispo, en cuanto participa de la plenitud del sacramento del orden, es principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesia que le ha sido confiada a su servicio pastoral, trabajando para que ésta crezca como familia del Padre, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu, mediante la triple función que está llamado a desarrollar, que es la de enseñar, de santificar y de gobernar. Él es presencia viva y actual de Cristo "pastor y obispo" de nuestras almas (I Pt 2, 25), vicario en la Iglesia particular no solamente de su palabra, sino de su misma persona.(10) Y porque la Iglesia es la comunión de todas las Iglesias, edificando su Iglesia particular el obispo contribuye a la edificación de toda la Iglesia, que es "en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano".(11) Por tanto, con el crecimiento de la Iglesia crece también "el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo".(12)

El mismo Concilio Vaticano II ha vuelto a poner también en un puesto de honor la realidad del colegio episcopal que sucede al Colegio de los Apóstoles y es la expresión privilegiada del servicio pastoral desarrollado por los obispos en comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro. Como miembros de este Colegio, todos los obispos "han sido consagrados no sólo para una diócesis determinada, sino para la salvación de todo el mundo"(13) y, por institución y voluntad de Cristo "están obligados a tener por la iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal".(14)

Este magisterio está presente, como uno de los principios animadores, en todos los documentos del Concilio Vaticano II y tiene en el decreto Christus Dominus una determinación más específica acerca de la misión pastoral de los obispos. Después, el Código de Derecho Canónico, promulgado en el 1983, retomó su figura delineando su estatuto jurídico. Pero ya diez años antes, y con el fin de ilustrar el tipo ideal de obispo adapto a nuestro tiempo y para describir en modo más claro su figura moral-ascético-mística, la Congregación para los Obispos había publicado el Directorio Ecclesiae imago (22 de febrero del 1973), que mantine aún hoy su validez.(15)

5. La primera Asamblea del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre del 1969, tratando el tema de la colegialidad de los Obispos en la Iglesia, tuvo la posibilidad de reflexionar en profundidad sobre la doctrina conciliar acerca de la comunión sacramental entre los obispos. Además, la misma realidad del Sínodo de los Obispos es un instrumento muy útil de comunión. Reunidos en el Sínodo cum Petro et sub Petro, los obispos aportan sus propias experiencias de pastores de las iglesias y "hacen manifiesta y operativa esa coniunctio, que constituye la base teológica y la justificación eclesial y pastoral del hecho de reunirse sinodalmente".(16)

La X Asamblea del Sínodo de los Obispos sin duda será la ocasión de verificar que cuanto más sólida es la comunión de los Obispos entre sí, tanto más se enriquece la comunión de la Iglesia. Además, su mismo ministerio se reforzará y confortará con el intercambio recíproco de experiencias. Inserta en el contexto del grande Jubileo del 2000 y teniendo como centro de atención la misma figura del obispo como ministro del Evangelio para la esperanza del mundo, la próxima Asamblea sinodal ordinaria prevé entre sus objetivos el poner en relieve que a los obispos "incumbe la noble tarea de ser los primeros en proclamar las 'razones de la esperanza' (cf. I Pt 3, 15): esa esperanza que se apoya en las promesas de Dios, en la fidelidad a su palabra y que tiene como certeza inquebrantable la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre el mal y el pecado".(17) Por otro lado, el adviento del Tercer Milenio, llama a todos los cristianos, y en modo particular a los obispos, a valorizar y profundizar, en el campo eclesial y civil, "los signos de la esperanza presentes en este último fin de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos".(18)

La esperanza cristiana está íntimamente ligada al anuncio valiente e integral del Evangelio, de especial importancia entre las funciones de los obispos. Y en consecuencia, por encima de sus muchas obligaciones y ocupaciones, "más allá de todas las preocupaciones y las dificultades inevitablemente asociadas con el fiel trabajo cotidiano en la viña del Señor, debe prevalecer sobre todo la esperanza". (19)


Capítulo I

CONTEXTO ACTUAL DE LA MISIÓN DEL OBISPO

6. Los padres conciliares, cuando una vez concluido el Concilio Vaticano II regresaron a las propias iglesias particulares, llevaron a los sacerdotes, sus principales colaboradores, y a todos los otros miembros del pueblo de Dios, junto a los textos doctrinales y pastorales también la propuesta de una nueva figura de obispo, conforme al rostro de comunión de la Iglesia, que el mismo Concilio había puesto a la luz apelando al misterio de la comunión trinitaria como su origen último y modelo trascendente.(20) Al mismo tiempo llevaron no solamente la doctrina acerca del carácter y la naturaleza colegial del orden episcopal, sino también la riqueza de una valiosa experiencia vivida en la colegialidad. En todo esto estaba implícito que la figura del obispo ya no sería la misma.

Una Nueva Valoración de la Figura del Obispo

7. De hecho, emergía la necesidad de una nueva valoración de la función y de la autoridad del obispo. Y esto no ya únicamente en su aspecto exterior, sobre el cual también la Santa Sede se comenzó a ocupar, como por ejemplo con la Carta m. p. Pontificalia Insignia de Pablo VI (21 de junio del 1968) o también con la Instrucción Ut sive sollicite (31 de marzo del 1969), que devolvían a las insignias y a los hábitos episcopales una mayor sencillez y conformidad con el espíritu humilde y pobre, que debe brillar siempre en los que tienen una responsabilidad especial en el servicio de los hermanos.

Sin embargo, la nueva valoración de la figura del obispo se refería a su significado espiritual y moral, puesto que tiene el carisma primario de la apostolicidad. Él es el ecónomo de la gracia del supremo sacerdocio; es el maestro auténtico que proclama con autoridad la Palabra de Dios en lo que se refiere a la fe y las costumbres.

8. En la carta apostólica para la preparación del Jubileo del 2000, Juan Pablo II recuerda que es justo y bueno para la Iglesia el invitar a sus hijos a pasar el umbral de la Puerta Santa purificándose, en el arrepentimiento de los errores, infidelidades e incertidumbres. Es más, la misma Iglesia se propone cargar con los pecados de sus hijos. (21)

Por tanto, es oportuno que la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, al final del segundo milenio, reconozca con un gesto humilde de arrepentimiento que también el ministerio episcopal, en su manifestación histórica, en algunos momentos ha sido entendido más como una forma de poder y prestigio que como una expresión de servicio.

9. En su magisterio, el Concilio Vaticano II ha hecho uso en varias circunstancias de la doctrina de San Cipriano, obispo de Cartago, del cual ha retomado la idea de la mutua inclusión de la Iglesia en el obispo y del obispo en la Iglesia: la Iglesia es el pueblo unido a su sacerdocio, la grey reunida entorno a su pastor.(22) La misma idea ha servido de guía al decreto Christus Dominus en el describir la Iglesia particular como una porción del pueblo de Dios que se confía a su obispo, el cual, ayudado por el presbiterio, lo reúne en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía.(23)

Son hechos ciertamente positivos el vivo deseo y la creciente solicitud de muchos fieles de vivir la comunión con el propio obispo, el interés por un encuentro personal con él, por un diálogo, por confrontar las ideas en el análisis y en las revisión de las situaciones locales, por el proyecto pastoral. De hecho, en la insistente petición de cuantos tienen un vivo sentido de Iglesia está presente la necesidad de que el obispo sea un signo siempre más luminoso de aquella comunión de caridad,(24) de la cual la Iglesia es sacramento en el mundo.

Nuevas Instancias y Dificultades para el Ministerio Episcopal

10. Este dato, que encuentra su respuesta institucional en la creación de lugares específicos de participación en la vida de la Iglesia particular, como los Consejos presbiterales y pastorales y la celebración de Sínodos diocesanos, comporta ulteriores dificultades, además de las ya normales, para el ejercicio del ministerio episcopal. El riesgo es que una serie de ocupaciones de diverso tipo y en estrecha sucesión entre sí -derivadas frecuentemente de circunstancias particulares relacionadas con la función pública que en la sociedad civil de diferentes paises le viene reconocido - llenen la jornada de un obispo y puedan distraerlo de sus ocupaciones principales. Sucede entonces que se encuentra totalmente absorbido por tantas peticiones que hacen prevalecer el aspecto administrativo o burocrático, en detrimento de su relación personal-espiritual del pastor con su grey. También la función pública de un obispo necesita un cuidadoso discernimiento.

A esto hay que añadir otras dificultades derivadas, por ejemplo, de la extensión del territorio diocesano o de la cantidad de fieles o también de la concepción, que todavía existe en algunos lugares, de que el obispo es la persona importante e influyente al cual uno se puede dirigir para obtener favores o facilidades de distintos tipos.

11. Se trata, por tanto, de la dificultad de hacerse "todo para todos". En cualquier caso, cada obispo está obligado a buscar y a realizar, en sus ocupaciones cotidianas, el justo equilibrio entre la guía interna de una comunidad y el deber misionero de anunciar el Evangelio a los hombres. No menos necesaria es la búsqueda de un equilibrio entre la contemplación y la acción.

Además, ya que el honor episcopal es efectivamente una carga gravosa y fuente de fatiga, se ve más claramente la importancia de la cooperación de los presbíteros. No se trata, en este caso, de una simple oportunidad práctica, pues la necesaria cooperación del presbítero está enraizada en el mismo evento sacramental.(25) Por otra parte, todos los cristianos tienen el derecho y el deber de cooperar, sea en forma personal que asociativa, a la misión de la Iglesia, según la propia vocación y según los dones del Espíritu. Por tanto, corresponde al obispo reconocer y respetar este sano pluralismo de las responsabilidades, acogerlo, valorarlo y coordinarlo con sabiduría pastoral, con el fin de evitar una dispersión inútil y perjudicial de las energías.(26) Actuando en este modo, él estará presente en la Iglesia particular no solamente con la fuerza de su personalidad sino, más todavía, con la figura de una persona ministerial, que actúa una presencia de comunión.

Emergencias en la Comunidad Cristiana

12. El Concilio Vaticano II ha sido para la Iglesia una auténtica gracia de Dios y un gran don del Espíritu Santo. De este acontecimiento eclesial han derivado muchos frutos espirituales para la Iglesia universal y para las particulares, como también para los hombres de nuestro tiempo. En particular, el Concilio fue un gran acto de amor a Dios, a la humanidad y a la Iglesia. De esta última, los textos conciliares explican la naturaleza y estructura fundamental querida por el Señor, su vocación ecuménica y su actividad apostólica y misionera.

La II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos del 1985 constató, con satisfacción y con esperanza, que una gran parte de los fieles, respondiendo a los impulsos del Espíritu Santo, habían acogido el magisterio del Vaticano II con tal impulso y adhesión de ánimo que se veía acrecentado el sensus Ecclesiae. A partir de éste, que comporta un conocimiento más profundo de la Iglesia, un mayor amor a ella y un vivo sentire cum Ecclesia, han cobrado fuerzas también el dinamismo misionero y el empeño en el diálogo ecuménico con el fin de restablecer la unión visible entre los cristianos.

En el laicado, sobre todo, han conocido un auténtico impulso el sentido de la corresponsabilidad y la voluntad de participación en la vida y en la misión de la Iglesia. Después del Concilio han surgido y se han desarrollado, junto al asociacionismo tradicional, formas nuevas de agregación que, con fisionomías y finalidades específicas y diferentes, participan en la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio como fuente de esperanza y de renovación para la sociedad.(27) También se siente cada vez más en la comunidad de los fieles la exigencia a valorar el "genio" de la mujer. Además, está la vida consagrada, difundida universalmente y floreciente con sorprendente vigor en algunas Iglesias. Sobre ella ha reflexionado mucho la última Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, a la que siguió la Exhortación Apostólica Vita consecrata. Se trata en todos estos casos de fenómenos confortantes porque a ellos está estrechamente unido un vigor renovado en la adhesión a Cristo, luz de las gentes y esperanza del hombre.

Disminución del fervor y subjetivización de la fe

13. Sin embargo, el crecimiento no siempre ha podido contener, especialmente en los pueblos de tradición cristiana antigua, el impulso de la secularización, que desde hace tiempo insidia las raíces religiosas del corazón humano. No faltan en el ámbito eclesial otros fenómenos preocupantes y negativos, como la ignorancia religiosa, que por desgracia persiste y crece en muchos creyentes; la escasa incidencia de la catequesis, que es sofocada por persuasivos mensajes difundidos a través de los medios de comunicación de masas; el mal entendido pluralismo teológico, cultural y pastoral; la persistencia de un sentido de desconfianza y casi de intolerancia hacia el magisterio jerárquico; las presentaciones unilaterales y reduccionistas de la riqueza del mensaje evangélico.(28)

Entre los efectos se deben incluir el surgimiento de una "falta de fervor, tanto más grave cuanto que viene de dentro", una falta de fervor que "...se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo, en la falta de alegría y esperanza".(29) A esto se añaden también la ruptura entre la fe y la vida, entre la acogida del Evangelio y su traducción concreta en los comportamientos y las opciones de cada día y el surgir de un subjetivismo entre los fieles, a veces exasperado, que se manifiesta sobre todo en el campo ético y moral, pero también en los contenidos de la fe.

Por desgracia, el fenómeno de la subjetivización de la fe, que va acompañado del crecimiento del individualismo, está presente en un gran número de cristianos, con el resultado de una sensibilidad disminuida hacia el conjunto total y objetivo de la doctrina de la fe. Por el contrario, crece la adhesión subjetiva a lo que gusta y va de acuerdo con la propia "experiencia". Este tipo de dificultades exige que, sobre todo los obispos junto con su presbiterio, acrecienten los esfuerzos con el fin de que la palabra de Dios llegue íntegra a los fieles y les vengan mostrados sin adulteraciones el esplendor y la intensidad de amor "de la verdad que salva" (2 Tes 2, 10).

La necesidad de presentar la luz del Evangelio y la enseñanza autorizada de la Iglesia acerca de los principios que se encuentran en la base de la vida moral y la sostienen, está presente en la Veritatis Splendor (25 de marzo del 1995), en la cual Juan Pablo II ha vuelto a proponer los fundamentos del actuar cristiano y la relación esencial que existe entre la verdad y la libertad.

14. En verdad hay que reconocer que el ejercicio del magisterio episcopal era relativamente fácil cuando la vida de la Iglesia se desarrollaba en condiciones diferentes y podía inspirar las culturas fácilmente, participando a sus formas de expresión. En la crisis actual, que ataca el lenguaje y el pensamiento, todo esto resulta más arduo y difícil; es más, precisamente en el anuncio de la verdad es donde los obispos muchas veces ven puesta a prueba su fe y su valentía.

Sin embargo, corresponde a ellos, en primera persona, el inalienable deber de ser custodios de la Verdad, y esto sin ignorar los muchos problemas que hoy encuentra un creyente justamente deseoso de progresar en la inteligencia de la fe. A cada obispo, el Apóstol dirige la exhortación a sacar siempre fuerza de la gracia que está en Cristo Jesús (cfr. 2 Tim. 2, 1) y anunciar la Palabra en toda ocasión, a tiempo y a destiempo, a vigilar soportando los sufrimientos, a cumplir la obra de anunciador del Evangelio (cfr. 2 Tim. 4, 1-5).

Con este fin es muy importante conservar viva y visible la comunión jerárquica con el obispo de Roma e incrementar el afecto colegial con los otros obispos, especialmente en las diferentes asambleas episcopales.(30)

La vida matrimonial y familiar

15. Entre los "caminos" más importantes de la Iglesia en los umbrales del Tercer Milenio, como ha escrito Juan Pablo II en su Carta del 2 de febrero de 1994, está la familia. Una mirada a la vida de la Iglesia en nuestros días hace notar que entre los cristianos ha crecido la convicción de que la pareja y la familia cristianas son fuentes de santificación. En particular, en los esposos ha aumentado la conciencia de la propia vocación a la santidad y del significado positivo y cristiano de la sexualidad. En este campo, un apoyo esencial ha sido, en estos últimos años, el magisterio del Vaticano II, expuesto en la constitución pastoral Gaudium et Spes, al cual se han añadido muchas otras intervenciones de la Sede Apostólica, desde la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI a la exhortación Familiaris consortio de Juan Pablo II.

Sin embargo, también la familia es atacada hoy por numerosas amenazas, que van desde la mentalidad consumista al hedonismo difundido, desde el permisivismo moral a la dañosa propaganda de formas desviadas de sexualidad. Por otro lado, no raras veces los medios de comunicación social elevan a esquemas de vida social lo que son comportamientos que degradan la dignidad de la persona, y por tanto se oponen a la vida moral que viene indicada en el Evangelio y que enseña la Iglesia. A esto hay que añadir el mito de una "explosión demográfica" y los temores de una superpoblación, que impediría a la humanidad proveer a sus necesidades vitales. Estos fenómenos y estos miedos abren el camino a la plaga del aborto y a la eutanasia, sobre todo porque están alimentados de una "cultura de muerte", invadente y engañosa, en contra de la cual Juan Pablo II ha elevado su voz en la encíclica Evangelium vitae (25 de marzo del 1995).

Por fin, en el campo de la vida humana, la biología y la ingeniería biológica han dirigido su mirada hacia las fuerzas escondidas de la naturaleza y, apoderándose de las metodologías más atrevidas para dominarlas y utilizarlas, han realizado progresos enormes. Sin embargo, son conocidos los riesgos graves de la extralimitación y del abuso, además de los profundos interrogantes antropológicos y morales que derivan de operaciones que son formas inaceptables de manipulación y de alteración porque, atentan contra la vida y la dignidad del hombre.

Todo esto no deja de alarmar y preocupar, en primer lugar, a los obispos, bien conscientes de que la familia se fortificará solamente si se responde a la vocación del Padre celeste, que llama a sus hijos a vivir en fidelidad la unión conyugal, a ejercitar responsablemente la procreación y a empeñarse con amor en la educación de la prole.

En un momento en el que parece que muchos han perdido el vínculo entre verdad, bien y libertad, los obispos advierten como urgente el deber de recordar, con la voz del santo obispo Ireneo de Lyon, que "la gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios".(31) De aquí viene la necesidad de que el hombre viva según las exigencias de su dignidad de criatura de Dios y de hijo en el Hijo, redentor del hombre. Una forma eminente de caridad para con los hombres consiste en no disminuir en nada la doctrina salvadora de Cristo, acompañando la proclamación de la verdad con la paciencia y la bondad de que el Señor Jesús dio ejemplo.

Las vocaciones al ministerio presbiteral y a la vida consagrada

16. La atención de los obispos a la formación de los futuros presbíteros y su preocupación por la escasez de clero, han estado siempre presentes en las discusiones de las diferentes asambleas del Sínodo de los Obispos, y en modo particular en la del 1990. Entonces, se pudo constatar cómo en muchas Iglesias particulares hay un confortante despertar y aumento de las vocaciones al ministerio presbiteral, por el cual todos deben alabar al Señor. Sin embargo, en otras Iglesias, sobre todo de Europa occidental y de América del Norte, persiste una sensible disminución, agravada por el elevarse de la edad media de los sacerdotes ocupados en la cura pastoral. Por otra parte, allí donde el aumento de las vocaciones es sensible, queda siempre la divergencia entre el crecimiento numérico y las exigencias de los fieles.

Esto comporta una dificultad evidente para el ministerio episcopal y es fuente de preocupaciones notables para muchos obispos. De hecho, cada comunidad cristiana tiene su fuente incesante en el sacramento de la Eucaristía, del que el sacerdote es el ministro. La presencia de vocaciones sacerdotales, además, es una premisa necesaria para el crecimiento de la Iglesia, y una prueba de su vitalidad espiritual.

También el incremento de las vocaciones a la vida consagrada se presenta como una necesidad grave para la Iglesia, que siempre tiene necesidad de testigos del "siglo venidero". Su presencia es condición indispensable para la obra de la nueva evangelización. Por esta razón la promoción de las vocaciones al ministerio sagrado y a la vida consagrada, como su adecuada formación, deben ser un esfuerzo de todo el pueblo de Dio. Tal preocupación debe ser prioritaria para todos los obispos, para que se asegure el camino de esperanza para la difusión del Evangelio y la constante edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

El desafío de las sectas y de los nuevos movimientos religiosos

17. El subjetivismo de la fe y el permisivismo moral, y también la formación religiosa carente y una escasa experiencia de vida litúrgica y eclesial, exponen a los fieles de no pocas comunidades cristianas en Europa, en América y en África, a la atracción ejercitada por el proliferar de sectas o "nuevas formas de religiosidad", como hoy se las suele denominar. A ellas le dedicó su atención la II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos en el 1985. En aquella ocasión se preguntó si, aún en ámbito católico, había sido manifestado suficientemente el sentido de lo sagrado.(32) Después intervino la Santa Sede acerca de este tema con un articulado documento preparado a propósito por algunos Dicasterios romanos.(33) También las Conferencias episcopales, y sobre todo las Conferencias generales del Episcopado latinoamericano, han reflexionado sobre el tema. Juan Pablo II hace referencia al argumento frecuentemente, sea cuando recibe a los obispos en visita ad limina, sea en el curso de sus múltiples peregrinaciones apostólicas.

Está claro que estos "nuevos movimientos religiosos" tienen poquísimo en común con una auténtica búsqueda de Dios y por ello, sea en sus doctrinas que en sus métodos, se proponen como alternativa, no sólo a la Iglesia católica, sino también a las otras Iglesias y comunidades eclesiales.

Ante la difusión de estos nuevos movimientos religiosos es necesario reaccionar con una labor pastoral que ponga en el centro la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una auténtica relación personal con Dios. En cualquier caso, su presencia sugiere la necesidad de revitalizar la catequesis a todos los niveles, adecuándola a la mentalidad del pueblo y a su lenguaje, poniendo siempre en el centro la riqueza insondable de Cristo, único Salvador del hombre. Corresponde en primer lugar a los obispos en cuyas Iglesias particulares se nota este fenómeno, el dirigir la pastoral hacia estos ámbitos, así como tutelar los valores de la piedad popular. De este modo será posible contener el proselitismo de las sectas, no con ataques personales y posiciones contrarias al espíritu del Evangelio, sino con un espíritu caritativo dispuesto a recibir a cada persona para evangelizarla.

El Contexto de la Sociedad de los Hombres

18. Las emergencias hoy presentes en la vida de la Iglesia, de las cuales sólo aquellas más emblemáticas han sido brevemente insinuadas, están unidas, es más, reflejan la historia de los hombres, en la que la misma Iglesia vive. De hecho, ésta es el pueblo de Dios que peregrina en búsqueda de la ciudad futura y permanente (cfr. Heb 13, 14). Aunque por vocación trascienda los tiempos y los confines de las naciones, teniéndose que extender por toda la tierra, la Iglesia - como ha enseñado el Concilio Vaticano II - entra en la historia de los hombres,(34) partícipe de sus peripecias y solidaria con las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres, sobre todo de los pobres y de todos los que sufren.(35)

Es verdad, sin embargo, que, respecto al momento de la celebración del Concilio, los escenarios mundiales han cambiado profundamente. Por otra parte, muchos de los cambios actuales no eran del todo previsibles para los Padres del Vaticano II, al menos en la forma en que hoy se han producido.

El diferente escenario mundial

19. De hecho, son diferentes el orden de las naciones y los equilibrios internacionales; el progreso de la ciencia y de la técnica en cada campo ha suscitado nuevos problemas; en el ámbito de la ingeniería biológica y en el de las comunicaciones se han dado auténticas revoluciones tecnológicas que han abierto posibilidades nuevas al control de la naturaleza, de los procesos sociales y de la misma vida humana. También el ateísmo actual es distinto, pues no asume ya la forma principal del ateísmo científico o humanístico, sino la del ateísmo práctico y de la indiferencia religiosa. Bajo esta forma estaba ya presente en la historia, pero hoy ha asumido una realización más atrevida y casi anónima, especialmente en los lugares del mundo con antigua tradición cristiana.

Por todo esto, junto con las enormes posibilidades se han abierto también camino nuevas amenazas para la vida de los hombres. Los desafíos hechos a la Iglesia por los cambios profundos del actuar humano son múltiples y sería imposible recordarlos todos: éstos tienen que ver con la persona humana y su vida, desde su primer inicio hasta su conclusión con la muerte, el ambiente amenazado en sus equilibrios fundamentales, la convivencia civil y el desarrollo de los pueblos, la fuerza inédita que tienen los nuevos medios de comunicación de poder crear o modificar una cultura y de influir en los procesos económicos y políticos. En esta situación, la carta encíclica Centesimus annus proponía la triple instancia de una ecología ambiental, una ecología humana y una ecología social.(36)

20. También el gran tema de la paz en el mundo, en esta segunda mitad de siglo que está por terminar, se presenta de distintos modos; se coloca en el nuevo cuadro de la "globalización". Sobre todo con la aportación del mundo de las comunicaciones, el mundo se está convirtiendo cada vez más en una "aldea global". Sin embargo por contraposición se desarrolla también una orientación hacia la fragmentación, señalada por la afirmación, exasperada y a veces ficticia, de identidades culturales, políticas, sociales y religiosas.

De este modo ocurre que, al mismo tiempo que se ven derrumbar los viejos muros, se han levantado otras barreras. Y, si bien hoy no se verifican conflictos generalizados, sin embargo persisten los locales e internos, que interpelan la conciencia de poblaciones enteras en cada parte del mundo. La pérdida de tantas vidas humanas y el número enorme de prófugos, de refugiados y de supervivientes, heridos en el cuerpo y en el espíritu, son un resultado demasiado negativo que detiene el desarrollo de los derechos humanos, pone en crisis permanente los procesos de paz y obstaculiza la consecución del bien común de la sociedad.

Es aberrante, como ocurre no raramente, pretender justificar las luchas y conflictos con motivos de orden religioso. Sin duda se debe condenar el fenómeno del fundamentalismo o fanatismo religioso, si bien debe ser estudiado atentamente en sus motivaciones, pues casi nunca es solamente religioso, sino que en algunos casos el sentimiento religioso es instrumentalizado con otros fines, políticos o económicos.

21. Igualmente grave es el peso de la pobreza y de la miseria que grava sobre poblaciones enteras, mientras en los paises más desarrollados disminuye el sentido de la solidaridad. Las fronteras de la riqueza y de la pobreza no delimitan solamente las naciones ricas con respecto a las pobres, todavía en vías de desarrollo, sino que dividen también las mismas sociedades en su interior.

Hoy la cuestión social se ha hecho más difícil por las diferencias de cultura y de los sistemas de valores entre los diferentes grupos de la población, que no siempre coinciden con el grado de desarrollo y, sin embargo, contribuyen a crear mayores distancias. A esto se añaden las plagas del analfabetismo, la presencia de distintas formas de explotación y de opresión económica, social, política y también religiosa de la persona humana y de sus derechos, las discriminaciones de cualquier tipo, especialmente las fundadas en la diferencia racial, que son las más odiosas. Otras formas de pobreza son la dificultad o imposibilidad de acceder a los niveles superiores de instrucción, la incapacidad de participar en la constitución de la propia nación, la negación o la limitación de los derechos humanos, y entre ellos el derecho a la libertad religiosa.

Sin duda, la enumeración se podrá ampliar, añadiendo otros factores que siembran cansancio en los corazones y en las mentes, y amenazan seriamente las esperanzas de un futuro mejor. Estos son, por ejemplo, la corrupción de la vida pública que se registra en distintos paises; el mercado de la droga y de la pornografía, que erosiona ulteriormente la fibra moral, la resistencia y las esperanzas de los pueblos; las sumas enormes gastadas en armamento, no solamente con fin defensivo sino también para procurar la muerte; un comportamiento no correcto en las relaciones internacionales y en los intercambios comerciales, en detrimento de los paises en vías de desarrollo; las restricciones que todavía existen en algunas naciones a la libre profesión de la fe.

Algunas direcciones de las esperanzas humanas

22. Enumerando y examinando estas emergencias, la Iglesia que se dispone a entrar en el tercer milenio cristiano, aunque sin evadirse de la seriedad y gravedad de los problemas, sigue haciendo propio el optimismo fundado en la esperanza cristiana, que aparece en la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II. De hecho, a quien mira de cerca la historia de los hombres en los umbrales del nuevo milenio, no dejan de llegarle signos de esperanza; es más, ésta aparece atravesada por una calurosa corriente de libertad, que mueve a los hombres y mujeres de todas las partes de la tierra.

Juan Pablo II, fijando su atención en la historia humana, en el discurso dirigido el 5 de octubre del 1995 a la Organización de las Naciones Unidas, ilustró su significado a la luz de las exigencias imprescindibles de la ley moral universal. Invitó también a las Naciones a asumir el riesgo de la libertad reafirmando los derechos humanos fundamentales y la dignidad y el valor de la persona humana, en los nuevos contextos de una sociedad multiétnica y multiracial y de la mundialización de la economía, y buscando un equilibrio justo entre los dos polos de la particularidad y la universalidad. De hecho, los derechos de las naciones, no son más que los derechos humanos entendidos en el nivel específico de la vida comunitaria. De aquí se deriva también el respeto de las "diferencias" como fuente de una comprensión más profunda del misterio del hombre.(37)

En el paso del segundo al tercer milenio cristiano, la vida de los hombres se muestra invadida también por un sensible y prometedor interés - aunque frágil en relación con las ansias y las preocupaciones - en relación a los valores del espíritu, a la necesidad siempre más difundida de la interioridad, a una mayor atención a la responsabilidad del hombre con respecto a la naturaleza y a una conciencia creciente de las oportunidades presentes. A través de todo ello se persigue como finalidad implícita construir una civilización mejor y un mundo que vea a todos comprometidos en una colaboración solidaria y valiente para alcanzar los objetivos de la paz y la justicia, con el fin de un despertar moral en favor del respeto de la dignidad y los derechos humanos en todo el mundo.

Los Obispos, Testigos y Servidores de la Esperanza

23. La Iglesia siente en el vivo de su cuerpo las tensiones y las contraposiciones que afligen a los hombres contemporáneos, y en todos sus miembros quiere hacerse presente en la defensa de la dignidad y la promoción integral del hombre. Jesús mismo ha advertido que él se identifica con todos los pobres de este mondo y que según esta identificación juzgará al final de los tiempos (cfr. Mt 25, 31-46).

En los umbrales del Tercer Milenio, la Iglesia es consciente de "que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y su lógica interna. De esta conciencia deriva también su amor preferencial por los pobres, la cual nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos".(38) A imagen de Jesús que "viendo las multitudes sintió compasión porque estaban cansadas y extenuadas como ovejas sin pastor" (Mt 9, 36), los obispos deben asumir esta tarea en primera persona.

24. La historia de la Iglesia está poblada de figuras de obispos que, por la fuerza del imperativo que deriva de su misión episcopal, se han empeñado profundamente en la promoción y en la defensa valiente de la dignidad humana. De hecho, ésta representa un valor evangélico que nunca puede ser despreciado sin ofender gravemente al Creador. Tales figuras no pertenecen solamente a épocas pasadas, sino también a nuestros días. Además, el testimonio de sangre de algunos de ellos está depositado en el corazón de sus Iglesias particulares y de la Iglesia universal. A tantos obispos que, junto con sus sacerdotes, con religiosos y laicos, han sufrido la cárcel y la marginación bajo los regímenes totalitarios del Este y del Oeste en los últimos decenios, se añaden hoy otros que, como el Buen pastor, han dado la vida por su grey.

Su sacrificio, unido al de muchos fieles, a la vez que actualiza y alarga el martirologio de una Iglesia que, al final del segundo milenio "se ha convertido nuevamente en Iglesia de los mártires",(39) muestra eficazmente que el mensaje social del Evangelio no es una teoría abstracta sino una vida que se entrega.

25. Ser sembrador de esperanza quiere decir cumplir una misión ineludible de la Iglesia. El entero servicio episcopal está orientado a la esperanza, ministerio para el renacimiento "a una esperanza viva" (1 Pt 1, 3) del pueblo de Dios y de cada hombre. Por tanto, es necesario que el obispo oriente todo su servicio de evangelización al servicio de la esperanza, sobre todo de los jóvenes, amenazados por mitos ilusorios y por el pesimismo de sueños que se desvanecen, y también de cuantos, afligidos por las múltiples formas de pobreza, miran a la Iglesia como su única defensa, gracias a su esperanza sobrenatural.

Servidor de la esperanza, cada obispo debe también mantenerla firme en sí mismo, pues es el don pascual del Señor resucitado y se funda en el hecho que el Evangelio, a cuyo servicio el obispo es constituido principalmente, es un bien total, el punto crucial en el que se centra el ministerio episcopal. Sin la esperanza toda su acción pastoral quedaría estéril. Por el contrario, el secreto de su misión está en su esperanza inquebrantable.


Capítulo II

RASGOS DE IDENTIFICACIÓN DEL MINISTERIO DEL OBISPO

26. La II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos indicó la Koinonia-Communio como el concepto central de la eclesiología del Vaticano II. Esta eclesiología, presente en la tradición viva de la Iglesia y patrimonio común en el Oriente y en el Occidente durante casi todo el primer milenio de la era cristiana, constituye la senda de la renovación de la vida eclesial y es también el fundamento de todo el ministerio pastoral en el peregrinaje de la Iglesia a través de la historia humana.(40)

Que la Iglesia sea un misterio de comunión es una afirmación que no se refiere solamente a sus estructuras externas, sino más bien a su naturaleza íntima y a su realidad más profunda, que toca el corazón del misterio de la Trinidad Santa. De hecho, la Iglesia, como ha recordado el Concilio, es el pueblo reunido a semejanza de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,(41) tiene su origen en la Trinidad, subsiste en ella y hacia ella se encamina. Esta naturaleza y esta misión de la Iglesia "de acuerdo con la voluntad de quien es su Fundador y Fundamento, determinan también la naturaleza y la misión del episcopado".(42)

El Ministerio del Obispo en Relación a la Trinidad Santa

27. Toda identidad cristiana se revela al interior del misterio de la Iglesia como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera. También el sentido y el fin del ministerio episcopal se debe entender en la Ecclesia de Trinitate, enviada a amaestrar a todas las gentes y a bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28, 18-20).

Por ello, en las relaciones entre cada uno de los obispos y los fieles de la Iglesia particular que han sido confiados a su cuidado, se deben reflejar las relaciones entre las personas divinas de la Trinidad en la unidad: en el Padre está la fuente de la autoridad, en el Hijo está la fuente del servicio y en el Espíritu está la fuente de la comunión. Así, "la palabra comunión nos lleva hasta el manantial mismo de la vida trinitaria (cf. Jn 1,3), que converge en la gracia y en el ministerio del episcopado. El obispo es imagen del Padre, hace presente a Cristo como Buen Pastor, recibe la plenitud del Espíritu Santo de la que brotan enseñanzas e iniciativas ministeriales para que pueda edificar, a imagen de la Trinidad y a través de la palabra y los sacramentos, esa Iglesia, lugar de donación de Dios a los fieles que le han sido confiados".(43)

El Ministerio Episcopal en Relación a Cristo y los Apostoles

28. El ministerio episcopal se configura en la Iglesia como ministerio en la sucesión apostólica. El testimonio ininterrumpido de la Tradición reconoce en los obispos aquellos que poseen el "sarmiento de la semilla apostólica"(44) y suceden a los apóstoles como pastores de la Iglesia.

Ciertamente los Doce son únicos como testigos del misterio del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. Pero en el tiempo que transcurre entre la Pascua del Señor y su venida gloriosa, después de haber desaparecido los Apóstoles, son los obispos los que heredan la misión. Enraizados, por la fuerza del sacramento del Orden, en el eph'apax apostólico, son revestidos de una exousia que, vivida en comunión con el Sucesor de Pedro, "tiene como finalidad dar continuidad en el tiempo a la imagen del Señor, formada por toda la Iglesia, pero cuidando específicamente que no se alteren sus rasgos esenciales y sus facciones específicas, que hacen que sea única entre todas las de la tierra".(45)

29. Ministros de la apostolicidad de toda la Iglesia por voluntad del Señor y revestidos de la potencia del Espíritu del Padre que rige y guía (Spiritus principalis), los obispos son sucesores de los Apóstoles no solamente en la autoridad y en la sacra potestas, sino también en la forma de vida apostólica, en los sufrimientos apostólicos por el anuncio y la difusión del Evangelio, en el cuidado tierno y misericordioso de los fieles que les han sido confiados, en la defensa de los débiles y en la constante atención al pueblo de Dios.

Configurados en modo particular a Cristo mediante la plenitud del sacramento del Orden y hechos partícipes de su misión, los obispos lo hacen sacramentalmente presente y por esto son llamados "vicarios y legados de Cristo" en las Iglesias particulares que presiden en su nombre.(46) De hecho, por medio de su ministerio el Señor Jesús sigue anunciando el Evangelio, difundiendo en los hombres la santidad y la gracia mediante los sacramentos de la fe y guiando al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hasta la felicidad eterna.

El Ministerio Episcopal en Relación a la Iglesia

30. Don del Espíritu hecho a la Iglesia, el obispo es antes que nada, como todo cristiano, hijo y miembro de la Iglesia. De esta Santa Madre él ha recibido en el sacramento del Bautismo el don de la vida divina y la primera instrucción en la fe. Con todos los demás fieles él comparte la dignidad insuperable de hijo de Dios para vivirla en la comunión y en espíritu de grata fraternidad. Por otra parte, permaneciendo fiel de Cristo entre los demás, él es también el que, por la fuerza de la plenitud del sacramento del Orden, es ante los fieles maestro, santificador y pastor, que actúa en nombre y en persona de Cristo. Evidentemente no se trata de dos relaciones simplemente unidas entre sí, sino en relación recíproca e íntima, ordenadas la una a la otra porque ambas participan de la riqueza de Cristo, sumo y único sacerdote.(47) Sin embargo, un obispo se convierte en "padre" precisamente porque es plenamente "hijo" de la Iglesia.

Por esto, como ya recordaba el Directorio Ecclesiae imago, el obispo "debe armonizar en su propia persona los aspectos de hermano y padre, de discípulo de Cristo y de maestro de la fe, de hijo de la Iglesia y, en un cierto sentido, de padre de la misma, por ser ministro de la regeneración sobrenatural de los cristianos (cf. 1 Cor 4,15)".(48)

El vínculo que une al obispo con la Iglesia ha sido también descrito con frecuencia como un místico vínculo esponsal. En verdad, es Cristo el único esposo de la Iglesia. En cuanto que signo sacramental de Cristo Cabeza, el obispo lo es también de Cristo Esposo. El obispo, reflejando en forma visible y especial la imagen del Esposo, debe ser también el testigo creible en la comunidad. Revestido de la caridad esponsal del Redentor, él se empeña en hacer florecer en la Iglesia "la amplitud, la largura, la altura y la profundad del amor de Cristo", hasta hacerla aparecer "llena de toda la riqueza de Dios" (Ef 3, 18ss).

Es así como el obispo explica su tarea de pastorear la grey del Señor, esto es, como respuesta al amor y como amoris officium.(49) En tal modo él acrecienta también la esperanza en su Iglesia particular, ya que a través de su servicio, ésta conserva la certeza de que no le faltará nunca la caridad pastoral de Jesucristo, de la que cada obispo participa.

El Obispo en Relación con su Presbiterio

31. El ministerio del obispo se determina en relación a las diferentes vocaciones de los miembros del pueblo de Dios y, antes que nada, en relación a los sacerdotes, incluso religiosos, y al presbiterio constituido por ellos en la Iglesia particular.(50) Los documentos del Vaticano II (51) han arrojado nueva luz sobre la antigua realidad del colegio presbiteral como cuerpo orgánico, constituido por todos los presbíteros incardinados en una Iglesia particular o a su servicio, reunido en torno al obispo en el gobierno de cada Iglesia. Este profundo vínculo se basa en la participación, aunque en grado diverso, al mismo y único sacerdocio de Cristo y a la misma misión apostólica que tal sacerdocio confiere. Por su naturaleza y misión, el sacerdocio ministerial se presenta, en la estructura de la Iglesia, como un don del Espíritu, como un carisma "signo de la prioridad absoluta y gratuidad de la gracia que Cristo resucitado ha dado a su Iglesia".(52)

El Concilio Vaticano II ha descrito las relaciones recíprocas entre el obispo y los presbíteros con imágenes y terminología diferentes. Ha indicado en el obispo el "padre" de los presbíteros, (53) pero también ha unido a la llamada a la paternidad espiritual la de la fraternidad, la amistad, la necesaria colaboración y el consejo. Es verdad, sin embargo, que la gracia sacramental llega al presbítero a través del ministerio del obispo y la misma le viene dada con vistas a la cooperación subordinada con el obispo para la misión apostólica. Esta misma gracia une a los presbíteros a las distintas funciones del ministerio episcopal. En virtud de este vínculo sacramental y jerárquico, los sacerdotes, sus necesarios colaboradores y consejeros, su ayuda e instrumento, asumen, según su grado, los oficios y la solicitud del obispo y lo hacen presente en cada comunidad.(54)

32. La relación sacramental-jerárquica se traduce en la búsqueda, cultivada constantemente, de una comunión afectiva y efectiva del obispo con los miembros de su presbiterio, y da consistencia y significado a la actitud interior y exterior del obispo hacia sus presbíteros. Forma factus gregis ex animo (cfr. 1 Pt 5, 3), el obispo debe serlo antes que nada para su clero, al cual viene propuesto come ejemplo de oración, de sensus Ecclesiae, de celo apostólico, de dedicación a la pastoral de conjunto y de colaboración con todos los otros fieles.

Además, al obispo incumbe en primer lugar la responsabilidad de la santificación de sus presbíteros y de su formación permanente. A la luz de estas instancias espirituales y de las aptitudes de cada uno, como también en respuesta a las exigencias provenientes de la organicidad de la acción pastoral y el bien de los fieles, el obispo actúa en modo de obtener el mayor provecho del ministerio de los presbíteros de la manera más adecuada posible.

33. A la actitud del obispo con cada sacerdote individualmente se une la conciencia de tener en torno a sí un presbiterio diocesano. Por esto no puede descuidar el alimentar en ellos la fraternidad que sacramentalmente los une, y el promover entre todos el espíritu de colaboración en una eficaz acción pastoral de conjunto.

Es más, el obispo debe empeñarse cada día para que todos los presbíteros sepan y se den cuenta en forma concreta que no están separados o abandonados, sino que son miembros y parte de "solo presbiterio, dedicado a diversas ocupaciones".(55) En este sentido el obispo valoriza el Consejo presbiteral y todos los otros órganos formales e informales de diálogo y cooperación con sus sacerdotes, consciente de que el testimonio de comunión afectiva y efectiva entre el obispo y los presbíteros es portadora de estímulos eficaces para la comunión en la Iglesia particular a todos los otros niveles.

34. En la comunión ministerial y jerárquica de la Iglesia están, junto a los presbíteros, también los diáconos, ordenados no para el sacerdocio sino para el ministerio. Sirviendo los misterios de Dios y de la Iglesia en la diaconía de la palabra, de la liturgia y de la caridad, por su grado en el Orden sagrado, los diáconos están unidos estrechamente al obispo y a su presbiterio.(56) Por tanto es consecuente afirmar que el obispo es el primer responsable del discernimiento de la vocación de los candidatos,(57) de su formación espiritual, teológica y pastoral. Es siempre el obispo el que, teniendo en cuenta las necesidades pastorales y la condición familiar y profesional, les confía las tareas ministeriales, haciendo que su presencia esté orgánicamente insertada en la vida de la Iglesia particular y que no se descuide su formación permanente.

El Ministerio del Obispo en Relación a los Consagrados

35. Expresión privilegiada de la Iglesia Esposa del Verbo es la vida consagrada y, aún más, parte suya integrante, como se recuerda desde el principio en la exhortación apostólica Vita consecrata, situada "en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión".(58) Mediante ella, en la variedad de sus formas, adquiriendo una visibilidad típica y permanente, en cierto modo se hacen presentes en el mundo y son señalados los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente. La Iglesia entera está agradecida a la Trinidad Santa por el don de la vida consagrada. Con su presencia se ve cómo la vida de la Iglesia no se agota en la estructura jerárquica, como si fuese compuesta solamente de ministros sagrados y de fieles laicos, sino que hace referencia a una estructura fundamental más amplia, rica y articulada, que es carismatico-institucional, querida por Cristo mismo e inclusiva de la vida consagrada.(59)

Por tanto, la vida consagrada es un don del Espíritu irrenunciable y constitutivo para la vida y la santidad de la Iglesia. Necesariamente está en una relación jerárquica con el ministerio sagrado, especialmente con el del Romano Pontífice y los obispos. En la mencionada exhortación apostólica postsinodal, Juan Pablo II ha recordado el vínculo peculiar de comunión que tienen las diferentes formas de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica con el Sucesor de Pedro, en el cual está enraizado su carácter de universalidad y su connotación supradiocesana.

36. En cuanto que la vida consagrada está íntimamente ligada al misterio de la Iglesia y al ministerio del Episcopado, colegialmente unido en comunión jerárquica con el sucesor de Pedro, existe una responsabilidad de todo el Colegio episcopal hacia ella. A los obispos en unión con el Romano Pontífice, como ya se enunciaba en las notas directivas de Mutuae relationes, Cristo-cabeza confía el cuidado "de los carismas religiosos; tanto más al ser, en virtud de su indivisible ministerio pastoral, perfeccionadores de toda su grey. Y por lo mismo, al promover la vida religiosa y protegerla según sus propias notas características, los Obispos cumplen su propia misión pastoral".(60)

En el cuadro de las indicaciones contenidas en este documento, de cuanto ha aflorado en la IX Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos y del magisterio pontificio contenido en la exhortación postsinodal Vita consecrata, aparece siempre presente la instancia de incrementar las relaciones mutuas entre las Conferencias episcopales, los Superiores mayores y sus mismas Conferencias, con el fin de favorecer la riqueza de los carismas y de trabajar para el bien de la Iglesia universal y particular. Esto, evidentemente, en el respeto de sus respectivas responsabilidades y en la común conciencia de que la comunión en la Iglesia universal se realiza mediante la comunión en la Iglesias particulares.

Por el hecho de que, come ha enseñado el Concilio, las Iglesias particulares están "formadas a imagen de la Iglesia universal", y en ellas y por ellas "se constituye la Iglesia católica una y única",(61) las personas consagradas, allí donde se encuentren, viven su vocación para la Iglesia universal en el seno de una determinada Iglesia particular, donde realizan su presencia eclesial y ejercen papeles significativos. En particular, a causa del carácter profético inherente a la vida consagrada, en cada Iglesia particular las personas consagradas son anuncio vivido del Evangelio de la esperanza, testigos elocuentes del primado de Dios en la vida cristiana y de la potencia de su amor en la fragilidad de la condición humana.(62) De aquí la importancia, para el desarrollo armonioso de la pastoral diocesana, de la colaboración entre cada obispo y las personas consagradas.(63)

37. La Iglesia está agradecida a tantos obispos que, en el curso de su historia hasta hoy, han estimado hasta tal punto la vida consagrada como don peculiar del Espíritu para el pueblo de Dios, que ellos mismos han fundado familias religiosas, muchas de las cuales todavía hoy contiúan sirviendo a la Iglesia universal y a las Iglesias particulares. Además, el hecho de que el obispo se dedique a la tutela de la fidelidad de los institutos a su carisma es un motivo de esperanza para los mismos institutos, especialmente para los que se encuentran en dificultad.

El Ministerio del Obispo en Relación a los Fieles Laicos

38. El Concilio Vaticano II, la Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos del 1987 y la sucesiva exhortación apostólica Christifideles Laici de Juan Pablo II han ilustrado ampliamente la vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo.(64) La dignidad bautismal, que los hace partícipes del sacerdocio de Cristo, y un don particular del Espíritu, les confieren un puesto propio en el Cuerpo de la Iglesia y les llaman a participar, según una modalidad propia, en la misión redentora que ésta realiza, por mandato de Cristo, hasta el final de los siglos. A propósito de ellos, en particular, la Iglesia reconoce y subraya el valor redentor de la nota secular de gran parte de sus actividades. De hecho, los laicos realizan su característica responsabilidad cristiana en muchos campos, entre los que están los ámbitos de la vida y de la familia, de la política, del mundo profesional y social, de la economía, de la cultura, de la ciencia, de las artes, de la vida internacional y de los mass-media.

En todas sus múltiples actividades los fieles laicos son llamados a unir su talento personal y la competencia adquirida al testimonio límpido de la propia fe en Jesucristo. Comprometidos en las realidades temporales, los laicos son llamados como cualquier otro cristiano a dar razón de la esperanza teologal y a ser solícitos en el trabajo relativo a la tierra presente, precisamente porque están estimulados por la espera de una "nueva tierra".(65)

Por su posición en el mundo, los laicos son capaces de ejercitar una gran influencia sobre la cultura, ensanchando las perspectivas y los horizontes de esperanza. Haciéndolo así, contribuyen especialmente a evangelizarla, cosa que es tanto más necesaria cuanto que en nuestro tiempo persiste todavía el drama de la separación entre el Evangelio y la cultura. Por otro lado, en el ámbito de las comunicaciones, que tanto influyen en la mentalidad de las personas, a los fieles laicos corresponde una responsabilidad particular sobre todo en vistas a una correcta divulgación de los valores éticos.

39. Si bien, por su vocación, los laicos tienen sobre todo ocupaciones seculares, no se debe olvidar que pertenecen a la única comunidad eclesial, de la que numéricamente constituyen la mayor parte. Después del Concilio se han desarrollado felizmente nuevas formas de participación responsable de los laicos, hombres y mujeres, en la vida de las comunidades diocesanas y parroquiales. Y así, los laicos están presentes en los distintos consejos pastorales, realizan un papel creciente en diferentes servicios, como la animación de la liturgia o de la catequesis, se ocupan de la enseñanza de la religión católica en las escuelas, etc.

Un cierto número de laicos acepta también de dedicarse a estas tareas con compromisos permanentes y a veces perpetuos. Esta colaboración de los fieles laicos es ciertamente preciosa por las exigencias de la "nueva evangelización", en especial allí donde se registra un número insuficiente de ministros sagrados.

40. También el desarrollo del fenómeno asociativo constituye una gran riqueza de la Iglesia post-conciliar. Con la diversidad de sus inspiraciones, estas nuevas realidades de agregación ofrecen a los fieles, junto a las otras más antiguas, un apoyo insustituible para el progreso de su vida cristiana y hacen crecer el conjunto de la Iglesia. La exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici ha recordado que todas estas asociaciones, movimientos y grupos, si bien dentro de una diversidad legítima, deben converger en la finalidad que los anima, o sea en el participar responsablemente en la misión de la Iglesia de llevar la luz del Evangelio.(66)

Corresponde a la misión pastoral del obispo el acoger y favorecer la complementariedad entre las realidades de agregación de distinta inspiración, velar por su acompañamiento, por la formación teológica y espiritual de sus animadores y por la buena inserción de todos en la comunidad diocesana.

41. Signo de Dios que llama a la esperanza (cfr. Ef 4, 4), los obispos deben serlo sobre todo para los fieles laicos que, sumergidos en el vivo de muchos problemas del mundo y en las dificultades de la vida cotidiana, están particularmente expuestos a la turbación y a los sufrimientos. También sucede que, a causa de sus opciones especificamente cristianas, ellos a veces se sienten aislados de los demás. En estas circunstancias la presencia pastoral del obispo con su presbiterio debe sostenerlos para que sean cristianos de esperanza fuerte, y ayudarlos a vivir en la certeza de que el Señor está siempre junto a sus hijos.

Todavía, no raramente las distintas dificultades inducen a los fieles laicos a una especie de "fuga del mundo" y a la privatización de las propias convicciones religiosas. También por estos motivos es importante que encuentren en el obispo y en su presbiterio un fuerte apoyo para la unidad de su vida y para la firmeza de su fe. Por último, en su servicio pastoral los obispos deben reservar un interés especial hacia los católicos que se equivocan o que están "lejos", buscándolos también con la ayuda de otros fieles laicos y esforzándose por ayudarlos a asumir de nuevo una participación activa en la vida de la Iglesia.

42. La reflexión sobre los fieles laicos debe incluir también otra consideración sobre la necesidad de su adecuada formación. Es obvio, por otra parte, que el obispo debe estar atento a sostener, particularmente en el plano espiritual, cuantos colaboran más de cerca en la misión eclesial. Por eso es siempre urgente llevar la Palabra de Dios - expresada en las Escrituras e interpretada auténticamente por el Magisterio de la Iglesia - a los fieles laicos a través de una catequesis sistemática.

Hay que dar un puesto especial en la formación de los fieles laicos a la doctrina social de la Iglesia, para que ésta los ilumine y los estimule en su trabajo, según las urgentes exigencias de la justicia y el bien común, en relación a las cuales el laicado debe ofrecer una contribución decisiva en las obras y servicios apremiantes que la sociedad reclama. Igualmente importante es la formación de los jóvenes para la vida matrimonial y familiar, reforzando sus esperanzas y expectativas con vistas a un amor profundo y auténtico a la luz del designio de Dios acerca del matrimonio y la familia. En la medida en que sus obras están motivadas por la caridad y expresan la verdad de su estado laical, los fieles laicos preparan la llegada del Reino de Dio.

El Obispo en Relación al Colegio Episcopal y a su Cabeza

43. Enviado en el nombre de Cristo como pastor de una Iglesia particular, el obispo tiene a su cargo el cuidado de la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada y la hace crecer como comunión en el Espíritu por medio del Evangelio y la Eucaristía. Por esto su ministerio es el de ser, individualmente, el principio y fundamento de unidad en la Iglesia particular que le ha sido confiada - unidad de la fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico - y por lo tanto, su ministerio es también representar y gobernar a su Iglesia particular con la potestad recibida.(67)

Sin embargo cada obispo es pastor de una Iglesia particular en cuanto miembro del Colegio de los obispos. En este mismo Colegio cada obispo está insertado en virtud de la consagración episcopal y mediante la comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio y con los miembros.(68) De esto derivan para el ministerio del obispo algunas consecuencias muy importantes que, aunque en modo sintético, conviene considerar.

44. La primera es que un obispo nunca está solo. Esto es verdad no solamente con respecto a su colocación en la propia Iglesia particular, como se ha dicho, sino también en la Iglesia universal, pues está relacionado - por la misma naturaleza del episcopado uno e indiviso - (69) con todo el Colegio episcopal, el cual sucede al Colegio apostólico.

Por esta razón cada obispo está en relación simultáneamente con la Iglesia particular y con la Iglesia universal. Como principio visible y fundamento de la unidad en la propia Iglesia particular, cada obispo es también el ligamen visible de la comunión eclesiástica entre su Iglesia y la Iglesia universal. De ahí que, todos los obispos, si bien residentes en las distintas partes del mundo pero custodiando siempre la comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio episcopal y con los miembros de éste, dan consistencia y figura a la catolicidad de la Iglesia;(70) al mismo tiempo confieren a la Iglesia particular, a cuya cabeza están puestos, la misma nota de la catolicidad.

Por tanto, cada obispo es como un punto de unión de su Iglesia particular con la Iglesia universal, y un punto visible de la presencia de la única Iglesia de Cristo en su Iglesia particular. Así pues, en la comunión de las Iglesias, el obispo representa a su Iglesia particular y, en ésta, él representa la comunión de las Iglesias. En efecto, mediante el ministerio episcopal las portiones Ecclesiae viven la totalidad de la Una-Santa y se hace presente en ellas la totalidad de la Católica-Apostólica.(71)

45. La segunda consecuencia, en la cual es justo detenerse, es que precisamente esta unión colegial, o comunión fraterna de caridad, o afecto colegial -como se expresa en el Concilio- es la fuente de la solicitud que cada obispo, por institución y mandato de Cristo, debe tener para con toda la Iglesia y para con las otras Iglesias particulares, como también para con "aquellas partes del mundo donde la palabra de Dios no ha sido anunciada o donde , especialmente a causa del escaso número de sacerdotes, se hallan los fieles en peligro de apartarse de los mandamientos de la vida cristiana y aún de perder la fe misma".(72)

Por otra parte, los dones divinos, mediante los cuales cada obispo construye su Iglesia particular, o sea el Evangelio y la Eucaristía, son los mismos que, no solamente constituyen a cada Iglesia particular como reunión en el Espíritu, sino que también abren cada una de ellas a la comunión con las demás Iglesias. En efecto, el anuncio del Evangelio es universal, y por voluntad del Señor está destinado a todos los hombres y es inmutable en todos los tiempos. Además, la celebración Eucarística, por su propia naturaleza y como todas las otras acciones litúrgicas, es acción de toda la Iglesia, pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta y lo implica.(73) También de aquí deriva el deber de cada obispo, como legítimo sucesor de los apóstoles y miembro del colegio episcopal, de ser en un cierto modo responsable de toda la Iglesia (sponsor Ecclesiae).(74)

Teniendo en cuenta esto, parece evidente que en el Colegio episcopal cada obispo se encuentra y está, en el ejercicio de su misión episcopal, en comunión viva y dinámica con el obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio, y con todos los otros hermanos obispos dispersos por el mundo.

46. Los obispos, sea singularmente sea unidos a los otros hermanos obispos, encuentran junto con toda la Iglesia en la Cátedra de Pedro el principio y fundamento visible de la unidad en la fe y en la comunión. La comunión jerárquica con el obispo de Roma requiere también que los obispos, en su magisterio en la propia diócesis, expresen un fiel compromiso de adhesión al magisterio del Papa, incluso el ordinario, lo difundan en las formas más apropiadas, contribuyan a él en distintos modos, personalmente o mediante la Conferencia Episcopal, y cuando sea el caso, lo defiendan.

Una forma específica de esta colaboración con el Romano Pontífice es el Sínodo de los Obispos, en el que se da un fructuoso intercambio de noticias y de sugerencias, y, a la luz del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia, vienen delineadas las orientaciones comunes que, una vez aprobadas por el Sucesor de Pedro, son de provecho para las mismas Iglesias locales. De tal modo la Iglesia entera es sostenida válidamente para mantener la comunión en la pluralidad de culturas y situaciones. Análoga finalidad se verifica en la visita ad limina.

47. Para todo lo concerniente a la colaboración de los obispos, el Concilio Vaticano II ha aconsejado vivamente el restablecimiento, con nuevo vigor, de la venerable institución de los Concilios provinciales y plenarios,(75) así como también ha subrayado la unidad de las más recientes Conferencias Episcopales.(76) Éstas recogen particularmente el patrimonio común que la Iglesia ha recibido del Señor a través de la revelación y, sin perder nunca de vista su universalidad, garantizada por la Sede de Pedro, se preocupan para que sea adaptado al rostro de los pueblos donde la Iglesia vive.

Punto de referencia de la actividad de cada conferencia episcopal son, tanto la identidad y responsabilidad personales de cada obispo participante, como la comunión que lleva a ayudarse recíprocamente en la obra de evangelización y a responder eficazmente a las dificultades pastorales comunes. Del testimonio común de los propios obispos dependen la credibilidad en la predicación, la eficacia del ministerio pastoral y la comunión a la que el obispo está llamado a servir entre los propios fieles.

48. Sin embargo, las relaciones de intercambio entre los obispos van más allá de los encuentros institucionalizados. La conciencia viva de la colegialidad episcopal debe estimularlos a llevar a cabo entre ellos, sobre todo en el ámbito de la misma provincia y región eclesiástica, las múltiples expresiones de fraternidad sacramental que van desde la acogida y estima mutuas hasta las múltiples atenciones de caridad. El directorio Ecclesiae imago señala también otras formas de colaboración, como son la ayuda recíproca con el intercambio de sacerdotes que estén dispuestos a ello, la unificación de los Seminarios y otros servicios de apostolado, cuando sea útil.(77)

La comunión entre los obispos debe expresarse, además, en aquellos casos en los que, por particulares necesidades de la Iglesia particular, sea útil la presencia de un obispo coadjutor o un obispo auxiliar. Con relación a estos obispos, dados en determinadas circunstancias como ayuda del obispo diocesano para el servicio de la Iglesia particular, el Concilio exhorta a que ellos, como sus primeros colaboradores, rodeen siempre al obispo diocesano de obediencia y de respeto, y que éste los ame como hermanos y los llene de estima.(78)

En fin, una particular atención y una singular solicitud deben ser reservadas por parte de los obispos a sus hermanos obispos más necesitados, sobre todo a aquéllos que sufren por el aislamiento, por la incomprensión y también por la soledad, así como a aquellos obispos enfermos o ancianos que han presentado al Romano Pontífice, por el bien de la iglesia particular y en conformidad con la disciplina eclesiástica vigente, la renuncia a su cargo y han dejado el gobierno de la diócesis. Estos obispos, además de seguir formando parte del Colegio Episcopal, siguen dando mucho a la Iglesia, en oración, experiencia y consejo.

Por tanto, en la realidad del Colegio episcopal cada obispo, sostenido por el Papa y por sus hermanos en el episcopado, encuentra, junto con las ayudas necesarias para cumplir su misión, también un eficaz alimento para su esperanza, con la cual es posible afrontar con ánimo los diferentes problemas que pueden surgir en la vida de la Iglesia, y para sostener la esperanza de los fieles confiados a sus cuidados de pastor.

Siervos de la Comunión para la Esperanza

49. En el vivo de estas múltiples relaciones, que provenientes del misterio de la comunión trinitaria llegan a la comunión de los fieles en la Iglesia particular - considerados éstos en los distintos órdenes, según los distintos carismas y ministerios que derivan de ellos, y se extienden a la comunión de los obispos y de las Iglesias - la figura del obispo aparece en la riqueza de su ser hombre de comunión, en torno al cual se edifica la unidad de los fieles. Este ministerio de comunión está sostenido por la esperanza, que debe alimentar cotidianamente el compromiso de cada obispo por construir la Iglesia, la cual ha sido instituida por el Espíritu como comunidad de fe y de amor entre los hombres. La esperanza teologal del obispo está fundada en Cristo y se comunica a la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada, sostenida por la comunión con el Romano Pontífice y con los demás obispos.

La comunión, por su parte, abre la vía a la esperanza porque la palabra que llega a cada hombre a través del testimonio de comunión es mensaje de esperanza y porque, como ha escrito el Apóstol, la caridad es la virtud que "todo lo espera" (1 Cor 13, 7). Contra los fermentos disgregadores que insidian la vida de la Iglesia y del mundo, el obispo es servidor, constructor, promotor, garante, defensor y custodio de la Iglesia-comunión que, precisamente en esto, es germen, principio y fermento de comunión en la humanidad.


Capítulo III

EL MINISTERIO PASTORAL DEL OBISPO EN LA DIOCESIS

50. El Señor Jesús, cuando llamó a sus Apóstoles, los envió primero a los hijos de Israel, como recuerda el Concilio resumiendo los datos evangélicos, y después a todas las gentes, para que "participando de su potestad, hiciesen discípulos de El a todos los pueblos y los santificasen y gobernasen".(79) También a aquellos fieles que Él llama para que sean en la Iglesia los Sucesores de los Apóstoles, o sea a los obispos, les confiere el triple ministerio (triplex munus) de enseñar, santificar y gobernar.

Los obispos ejercitan en persona y en nombre de Cristo estas tres funciones recibidas en la ordenación episcopal, llevando a cabo en forma eminente y visible las funciones del mismo Cristo Maestro, Pontífice y Pastor.(80) Por lo tanto, por medio de su excelso ministerio, Cristo mismo se hace presente en medio de los creyentes y, a través de los obispos, Él mismo predica la Palabra de Dios, administra los sacramentos de la fe, dirige y ordena el pueblo del Nuevo Testamento en su camino hacia la eterna bienaventuranza.(81)

51. Estas tres funciones, que dan forma a la misión del obispo y constituyen la trama de su vida cotidiana, así como en Cristo son sólo tres aspectos distintos de la única función de Mediador y tres aspectos de una única actividad salvífica, así también en el ministerio del obispo deben ser consideradas unitariamente, de modo que mientras enseña, también santifica y guía la porción del pueblo de Dios confiada a su cura pastoral; aún más, mientras santifica, el obispo enseña y guía, y cuando desarrolla su gobierno pastoral enseña y santifica. Además, el fundamento de esta triple función de enseñar, santificar y gobernar y "de toda esta altísima labor, en la cual se da todo él y cuanto tiene (cfr. 2 Cor 12, 15), es el ánimo de pastor, mientras su regla suprema son el ejemplo y la enseñanza del buen Pastor Jesús, que es el Camino al Padre porque él mismo es Verdad y Vida."(82)

Sin embargo, aunque se deba considerar en unidad, es necesario también captar la intención del Concilio, el cual, cuando en su magisterio enuncia estos tria munera referidos al obispo y a los presbíteros, prefiere anteponer a los otros dos éste de enseñar. En esto el Vaticano II retoma idealmente la sucesión presente en las palabras que el Resucitado dirige a sus discípulos: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas... enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt. 28, 19-20). En esta prioridad dada a la tarea episcopal del anuncio del Evangelio, que es una característica de la eclesiología conciliar, cada obispo puede encontrar el sentido de aquella paternidad espiritual, que hacía escribir al apóstol San Pablo; "pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús" (1 Cor 4, 15).

El Obispo Enviado para Enseñar

52. De todas las funciones, la que más identifica al obispo y que en cierto modo resume todo su ministerio es, como enseña el Concilio, la de vicario y embajador de Cristo en la Iglesia particular que se le ha confiada.(83) Ahora bien, el obispo desarrolla su función sacramental en cuanto expresión viviente de Cristo, precisamente ejercitando el ministerio de la Palabra. Como ministro de la Palabra de Dios, que actúa en la fuerza del Espíritu y mediante el carisma del servicio episcopal, él manifiesta a Cristo al mundo, hace presente a Cristo en la comunidad y lo comunica eficazmente a aquellos que le hacen un espacio en la propia vida.

La predicación del Evangelio sobresale entre los principales deberes de los obispos, que son "los pregoneros de la fe... los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y se ha de ser aplicada a la vida".(84) De aquí deriva el hecho que todas las actividades del obispo deben ser ordenadas a la proclamación del Evangelio, "fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rom. 1, 16), orientadas a ayudar al pueblo de Dios a rendir la obediencia de la fe (cf. Rom. 1, 15) a la Palabra de Dios y abrazar íntegramente las enseñanzas de Cristo.

Por otro lado, que el obispo sea magister fidei e doctor veritatis no quiere decir que él sea el dueño de la verdad. Como se evidencia en el signo del Evangelio abierto sobre su cabeza durante la plegaria de ordenación, el obispo es servidor de la verdad. Por ello, lejos de manipularla y anunciarla a su capricho, la proclama con rigurosa fidelidad y la propone a todos, a tiempo y a destiempo, sin prepotencia sino con humildad, valentía y perseverancia, siempre esperando en la Palabra del Señor (cf. Sal. 119, 114).

53. Cuál sea el objeto del magisterio del obispo lo ha expresado felizmente el Concilio Vaticano II cuando unitariamente lo indica en la fe que se debe creer y practicar en la vida.(85) Ya que el centro vivo del mensaje es Cristo, propiamente Cristo, crucificado y resucitado. Él es Aquel que debe anunciar el Obispo: Cristo, único salvador del hombre; el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Heb. 13, 8), centro de la historia y de toda la vida de los fieles.

Desde este punto central, que es el misterio de Cristo Hijo eterno del Padre, que por obra del Espíritu se ha hecho hombre en el seno virginal de María, y ha muerto y resucitado para nuestra salvación, se irradian todas las otras verdades de la fe y también la esperanza para cada hombre. Cristo es la luz que ilumina a cada hombre y todo el que es regenerado en Él recibe las primicias del Espíritu que lo capacitan para cumplir la ley nueva el amor.(86)

54. El deber de la predicación vital, de la custodia fiel del depósito de la fe, ejercitado por el obispo en comunión con el Papa y con todos los otros hermanos obispos, implica el deber de defender, usando los medios más aptos, la Palabra de Dio de todo aquello que podría comprometer su pureza y su integridad, incluso reconociendo la justa libertad en la ulterior profundización de la fe.(87)

A tal deber ningún obispo puede sustraerse, aunque esto pueda costarle sacrificio o incomprensiones. Como el apóstol S. Pablo, el obispo es consciente de haber sido mandado a anunciar el Evangelio "non con palabras sabias, para no desvirtuar la Cruz de Cristo" (1 Cor. 1, 17), como él, también el obispo anuncia la "palabra de la cruz"(1 Cor. 1, 18), non por un consenso humano sino como una revelación divina. Para el obispo deben ser importantes tanto la unidad en la caridad, como la unidad en la verdad. El Evangelio del cual se ha convertido en ministro, en efecto, es palabra de verdad.

Este deber de defender la Palabra de Dios debe ser ejercitado con sereno sentido de realismo, sin exagerar o minimizar la existencia del error y de la falsedad, que la responsabilidad pastoral del obispo obliga a identificar, sin sorprenderse de encontrar en la nueva generación de la Iglesia, como en el pasado, no sólo el pecado, sino, en alguna medida, también el error y la falsedad. Es siempre verdad que, sea el estudio y la escucha asidua de la Palabra de Dios, sea el ministerio de custodia del depósito revelado y de vigilancia de la integridad y pureza de la fe, son sinónimos de caridad pastoral.(88)

55. Maestro de la fe, el obispo es también educador de la fe, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia. El compromiso de educar en la fe está estrictamente unido al de alimentar la fe del pueblo de Dios con una verdadera catequesis. Se trata de un momento fundamental de la entera obra de evangelización, que merece la plena atención de los obispos en cuanto pastores y maestros, en cuanto "catequistas por excelencia". Los obispos, en efecto, cooperan con el Espíritu Santo en la formación de un pueblo evangelizador y catequizante, dotado del entusiasmo y del dinamismo que proceden de la fe proclamada fielmente y vivida con alegría.

Múltiples y diferentes son las formas a través de las cuales el obispo realiza su servicio a la Palabra de Dios. El Directorio Ecclesiae imago recordaba a propósito aquella particular forma de predicar a la comunidad ya evangelizada que es la Homilía. Ella sobresale entre todas las otras formas por su contexto litúrgico y por su unión con la proclamación de la Palabra mediante las lecturas de la Sagrada Escritura. Otra forma de anuncio es la que un obispo realiza mediante sus Cartas Pastorales.(89) Cada obispo debe interrogarse sobre los actos en los cuales traduce su deber de enseñar.

56. En su predicación el obispo debe sentirse y mostrarse comprometido en primera persona en el gran camino del diálogo ecuménico ya comenzado por el Vaticano II, para que tal diálogo progrese ulteriormente en vistas a alcanzar la recomposición de la unidad visible entre los cristianos.

En primer lugar, el obispo predica el Evangelio preocupándose de mostrar el misterio de la unidad de la Iglesia, conforme a los principios católicos del ecumenismo indicados en el decreto conciliar Unitatis redintegratio y confirmados por Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint.

57. El carisma magisterial de los obispos es único en su responsabilidad y no puede ser en algún modo delegado. Sin embargo, no está aislado en la Iglesia. Cada obispo cumple el propio servicio pastoral en una Iglesia particular en la que, íntimamente unidos a su ministerio y bajo su autoridad, los presbíteros son sus primeros colaboradores, a quienes se agregan los diáconos. Una ayuda valiosísima viene también de las religiosas y los religiosos, y de un número creciente de fieles laicos que colaboran, según la constitución de la Iglesia, en proclamar y en vivir la Palabra de Dios.

Gracias a los obispos, la auténtica fe católica se transmite a los padres para que ellos a su vez la transmitan a los hijos. También los profesores y los educadores, a todos los niveles, pueden recibir la garantía de su fe a través de los obispos. Todo el laicado rinde testimonio a aquella pureza de fe que los obispos se empeñan valientemente por mantener. Es importante que cada obispo no falte a sostener a los laicos y procurarles, con las correspondientes escuelas, los medios para una conveniente formación de base y permanente.

58. Es también particularmente útil, para los fines del mensaje, la colaboración con los teólogos, los cuales se esfuerzan en profundizar con su propio método la insondable riqueza del misterio de Cristo. El magisterio de los pastores y el trabajo teológico, aunque tengan funciones diferentes, dependen ambos de la única Palabra de Dios y tienen el mismo fin de custodiar el pueblo en la verdad que libera. También de aquí nace la relación entre el magisterio y la teología y, para los obispos, el deber de dar a los teólogos el ánimo y el apoyo que les ayuden a llevar a cabo su trabajo en la fidelidad a la Tradición y en la atención a las emergencias de la historia.(90)

En diálogo con todos sus fieles, el obispo sabrá reconocer y apreciar su fe, acoger sus intuiciones, reforzarla, liberarla de añadiduras superfluas y darles un apropiado contenido doctrinal. Por esto, con el fin también de elaborar catecismos locales que tengan en cuenta las distintas situaciones y culturas, el Catecismo de la Iglesia Católica será punto de referencia para mantener cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica.(91)

59. Llamado a proclamar la salvación en Jesucristo, con su predicación, el obispo debe ser, en medio al pueblo de Dios, señal de la certeza de la fe. Como la Iglesia, él no tiene soluciones preparadas de antemano para los problemas del hombre, sin embargo él es ministro del esplendor de una verdad capaz de iluminar los caminos.(92) Aunque no posea conocimientos específicos en orden a la promoción del orden temporal, sin embargo el obispo, ejerciendo su magisterio y educando en la fe a las personas y a las comunidades a él confiadas, prepara a los fieles laicos que, renovados interiormente, transformarán a su vez el mundo a través de las soluciones que corresponde a ellos ofrecer conforme a sus respectivas competencias.

Hacer de nuevo presente en el mundo la fuerza de la Palabra que salva es el gran acto de caridad pastoral que un obispo ofrece a los hombres. Recordando la figura del Buen Pastor, del que debe reproducir su imagen, él se preocupa para que la Palabra de Dios llegue a todos los fieles, también a aquellos que en teoría o en la práctica han abandonado la fe cristiana. Esta es la primera razón por la cual él ha sido llamado al episcopado y ha sido enviado a una porción del pueblo de Dios, siendo la fuerza de la palabra capaz de hacerle redescubir la mayor razón de esperanza.

El Obispo, Enviado para Santificar

60. La proclamación de la Palabra de Dios está en el origen de la reunión del pueblo de Dios en Ekklesia, o sea en la convocación santa. Ella, sin embargo, alcanza y encuentra su plenitud en el sacramento. Palabra y sacramento forman, de hecho, como un todo uno; son inseparables entre ellos y deben ser considerados como dos aspectos o momentos de una única obra de salvación. Ambos hacen actual y operativa, en toda su eficacia la salvación obrada por Cristo. Él mismo, Verbo eterno encarnado, es la raíz del íntimo vínculo que une Palabra y sacramento, el cual, por otra parte, está en singular consonancia con la complementariedad que, en la vida humana, existe entre el hablar y el actuar. Esto sirve para todos los sacramentos pero, en modo particular y excelente, para la Santa Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la evangelización.(93)

Por esta unidad de la Palabra y del Sacramento, así como los Apóstoles fueron enviados por el Resucitado para enseñar y bautizar a todas las naciones (cfr. Mt 28, 19), así también cada obispo, sucesor de los Apóstoles, en virtud de la plenitud del Sacramento del Orden del cual ha sido revestido, recibe junto con la misión de heraldo del Evangelio la de "administrador de la gracia del supremo sacerdocio".(94) El servicio del anuncio del Evangelio, de hecho, está ordenado "al servicio de la gracia de los santos sacramentos de la Iglesia. Como ministro de la gracia, el obispo actúa en los sacramentos el munus santificandi, al que se orienta el munus docendi, que realiza en medio al pueblo de Dios que se le ha confiado".(95)

61. La función de santifciar es inherente a la misión del obispo. Precisamente en relación con los Sacramentos, los cuales se ordenan algunos a la perfección del individuo y otros a la perfección de la colectividad, santo Tomás de Aquino llamaba al obispo perfector.(96) De hecho él es el principal administrador de los misterios de Dios en su Iglesia particular: antes que nada de la Eucaristía, que está en el centro del servicio sacramental del obispo, en cuya presidencia él aparece a los ojos de su pueblo sobre todo como el hombre del nuevo y eterno culto a Dios, instituido por Jesucristo con el sacrificio de la cruz. Él regula también la administración del bautismo, por medio del cual se concede la participación en el sacerdocio regio de Cristo; es ministro originario de la Confirmación, dispensador de las sagradas Ordenes y moderador de la disciplina penitencial.(97)

El Concilio Vaticano II repite también el concepto de los obispos como perfectores, pero no limita esta función al ministerio sacramental; la extiende a todo el ejercicio de su misión porque por medio de su caridad pastoral los obispos se convierten personalmente en signo vivo de santidad que predispone a la acogida del Evangelio. Por esto, los exhorta a hacer avanzar a todos los fieles, según la particular vocación de cada uno, por la vía de la santidad, siendo ellos los primeros en dar ejemplo de santidad en la caridad, en la humildad y en la sencillez de vida, y guiando de tal manera "las Iglesias que les han sido confiadas, que en ellas resplandezca plenamente el sentir de la Iglesia universal de Cristo".(98)

62. El obispo es liturgo de la Iglesia particular principalmente en la presidencia de la Sinaxis Eucarística.(99) Es aquí donde tiene lugar el momento más alto de la vida de la Iglesia, donde se realiza también el momento más alto del munus santificandi que el obispo ejerce en la persona de Cristo, sumo y eterno Sacerdote. Por esto el obispo, teniendo la Eucaristía como centro de su servicio sacramental y mostrándose precisamente en la presidencia de la celebración Eucarística como ministro primero del culto nuevo y eterno, ama celebrar los divinos misterios lo más frecuentemente posible junto con sus fieles y, si bien no omite el hacerlo con frecuencia en otros lugares de su Diócesis, prefiere hacerlo en la Iglesia Catedral.

Ésta, en efecto, en la que está colocada la Cátedra, es donde el obispo educa a su pueblo con la auténtica enseñanza de la Palabra de Dios, es la Iglesia madre y el centro de la Diócesis. En la Iglesia Catedral, con la presidencia del obispo, las Iglesias particulares tienen un signo de su unidad, de su vitalidad sobrenatural y, especialmente en la celebración de la Eucaristía, de su participación en la única Iglesia católica.

63. Una de las tareas preeminentes del obispo es la de proveer para que en la comunidad de la Iglesia particular los fieles tengan la posibilidad de acercarse a la mesa del Señor, sobre todo el Domingo, que es el día en el que la Iglesia celebra el misterio pascual y los fieles, en la alegría y en el descanso, dan gracias a Dios que, "mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos", los ha "reengendrado a una esperanza viva" (1 Pt 1, 3).(100)

En muchas partes, no sólo en las Iglesias nuevas y más jóvenes, sino también en los territorios de más antigua tradición cristiana, por la carestía de presbíteros o por otras razones graves, es siempre más difícil proveer a la celebración eucarística. Esto acrecienta el deber del obispo de ser el administrador de la gracia, siempre atento a discernir la presencia de necesidades efectivas y la gravedad de las situaciones, procediendo a una sabia distribución de los miembros de su presbiterio y a hacer lo posible para que también en tales emergencias, las comunidades de los fieles no queden privadas por mucho tiempo de la Eucaristía. Esto también con respecto a aquellos fieles que por enfermedad o ancianidad o por otros motivos razonables solamente pueden recibir la Eucaristía en sus casas o en el lugar donde viven.

64. La liturgia es la forma excelente de la alabanza a la Trinidad Santa. En ella, sobre todo con la celebración de los Sacramentos, el pueblo de Dios, reunido localmente, expresa y actúa su índole sagrada y orgánica de comunidad sacerdotal.(101) Ejercitando el munus santificandi, el obispo obra a fin de que toda la Iglesia particular se convierta en una comunidad de orantes, comunidad de fieles perseverantes y concordes en la oración (cf. Act 1, 14)

Penetrado él en primer lugar, junto con su presbiterio, del espíritu y la fuerza de la Liturgia, el obispo tiene cuidado de favorecer y desarrollar en su propia Diócesis una educación intensiva a fin de que se descubran las riquezas contenidas en la Liturgia, celebrada según los textos aprobados y vivida ante todo come un hecho de orden espiritual. Él, como responsable del culto divino en la Iglesia particular, mientras dirige y protege la vida litúrgica de la Diócesis, actuando junto con los obispos de la misma Conferencia Episcopal y en la fidelidad a la fe común, sostiene también el esfuerzo para que la liturgia, en correspondencia a las exigencias de los tiempos o de los lugares, se enraíce en las culturas, teniendo en cuenta lo que en ella es inmutable - porque es de institución divina - y lo que en cambio es susceptible de mutación.(102)

65. En tal contexto el obispo dirige su atención también a las distintas formas de la piedad popular cristiana y a su relación con la vida litúrgica. En cuanto expresa el comportamiento religioso del hombre, esta piedad popular no puede ser ni ignorada ni tratada con indiferencia o desprecio, porque, como escribía Pablo VI, es rica de valores.(103) Sin embargo, ésta necesita ser evangelizada a fin de que la fe que expresa se convierta en una acto siempre más maduro. Una auténtica pastoral litúrgica, biblícamente formada, sabrá apoyarse en las riquezas de la piedad popular, purificarlas y orientarlas hacia la liturgia como ofrenda de los pueblos.(104)

66. La misma oración, en sus distintas formas, es el lugar en el que se expresa la esperanza de la Iglesia. Cada oración de la Esposa de Cristo, deseosa de la perfecta unión con el Esposo, se resume en aquella invocación que el Espíritu le sugiere: "¡Ven!" (Ap 22,17).(105) El Espíritu pronuncia esta oración con la Iglesia y en la Iglesia. Es la esperanza escatológica, la esperanza del definitivo cumplimiento en Dios, la esperanza del Reino eterno, que se actualiza en la participación a la vida trinitaria. El Espíritu Santo, dado a los Apóstoles como consolador, es el guardián y el animador de esta esperanza en el corazón de la Iglesia. En la perspectiva del Tercer Milenio después de Cristo, mientras el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: "¡Ven ! " (idem), esta oración está cargada, come siempre, de sentido escatológico, destinado a dar plenitud de sentido también a la celebración del gran Jubileo. Es una oración dirigida en el sentido de los destinos salvíficos, hacia los cuales el Espíritu Santo abre los corazones con su acción a través de toda la historia del hombre sobre la tierra.(106)

Consciente de esto, el obispo se dedica cada día a comunicar a los fieles, con su testimonio personal, con la palabra, con la oración y con os sacramentos, la plenitud de la vida en Cristo.

El Obispo Enviado para Regir y Guiar el Pueblo de Dios

67. La función ministerial del obispo se completa con el oficio de ser guía de la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada. La Tradición de la Iglesia ha asimilado siempre esta tarea a dos figuras que, según el testimonio de los Evangelios, Jesús aplica a sí mimo, esto es, la figura del Pastor y la del Siervo. El Concilio describe así el oficio propio de los obispos de gobernar a sus fieles: "Rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (cf. Lc 22, 26-27)".(107)

Juan Pablo II explica que "se debe insistir en el concepto de 'servicio', que se puede aplicar a todo ministerio eclesiástico, comenzando por el de los obispos. Sí, el episcopado es más un servicio que un honor. Y, si es también un honor, lo es cuando el obispo, sucesor de los Apóstoles, sirve con espíritu de humildad evangélica, a ejemplo del Hijo del hombre,... A la luz del servicio como 'buenos pastores' se debe entender la autoridad que el obispo posee como propia, aunque esté siempre sometida a la del Sumo Pontífice".(108) Por ello, con razón el Código de Derecho Canónico indica este oficio como munus pastoris y le une la característica de la solicitud.(109)

68. Por otro lado, ésta no es otra cosa que la caritas pastoralis. Se trata de aquella virtud mediante la cual se imita a Cristo, que es el "buen" Pastor, por haber dado la propia vida. Así, pues, la caridad pastoral se realiza no sólo con el ejercicio de las acciones ministeriales, sino todavía más, con el don de sí mismo, que muestra el amor de Cristo por su rebaño.

Una de las formas con las que se expresa la caridad pastoral es la compasión, a imitación de Cristo, Sumo Sacerdote, que es capaz de compartir la debilidad humana, habiendo sido Él mismo probado en cada cosa, como todos los hombres, excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15). Sin embargo, tal compasión, que el obispo indica y vive como signo de la compasión de Cristo, no puede separarse del signo de la verdad de Cristo. De hecho, otra expresión de la caridad pastoral es la responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia.

En el gobierno de la Diócesis el obispo se preocupa para que sea reconocido el valor de la ley canónica de la Iglesia, cuyo objetivo es el bien de las personas y de la comunidad eclesial.(110)

69. La caridad pastoral hace al obispo ansioso de servir en favor del bien común de la propia Diócesis que, subordinado al de toda la Iglesia, es aquel punto hacia el cual converge el bien de las comunidades particulares de la Diócesis. El Directorio Ecclesiae imago indicaba al respecto los principios fundamentales de la unidad, de la colaboración responsable y de la coordinación.(111)

Gracias a la caridad pastoral, que es principio interior unificante de toda la actividad ministerial, "puede encontrar respuesta la exigencia esencial y permanente de unidad entre la vida interior y tantas tareas y responsabilidades del ministerio, exigencia todavía más urgente en un contexto sociocultural y eclesial fuertemente marcado por la complejidad, la fragmentación y de la dispersión".(112) Por tanto, la caritas pastoralis debe determinar los modos de pensar y actuar del obispo y su modo de relacionarse con cuantos encuentra.

En consecuencia, la caridad pastoral exige estilos y formas de vida que, realizados como imitación de Cristo pobre y humilde, consientan estar cerca de todos los miembros del rebaño, desde el más grande al más pequeño, estar dispuesto a compartir sus alegrías y sus dolores, no solamente con el pensamiento y con las oraciones, sino también junto con ellos. Así, a través de la presencia y el ministerio del obispo, el cual a todos se acerca sin ruborizarse ni hacer ruborizar, todos podrán experimentar el amor de Dios por el hombre.(113)

70. La tradición eclesiástica indica algunas formas específicas a través de las cuales el obispo ejerce en su Iglesia particular el ministerio del pastor. Se recuerdan dos en particular, la primera de las cuales tiene la forma, por así decir, del compromiso personal. La segunda, por el contrario, tiene una forma sinodal.

La visita pastoral no es una simple institución jurídica, prescrita al obispo por la disciplina eclesiástica, ni tampoco una especie de instrumento de investigación.(114) Mediante la visita pastoral el obispo se presenta concretamente como principio visible y fundamento de la unidad de la Iglesia particular y ella "refleja de alguna manera la imagen de aquella singularísima y totalmente maravillosa visita, por medio de la cual el "sumo Pastor" (1 Pt 5, 4), el Obispo de nuestras almas (cf. 1 Pt 2, 25), Jesucristo, ha visitado y redimido a su pueblo (cf. Lc 1 68)".(115) Además, ya que la Diócesis antes de ser un territorio es una porción del pueblo de Dios confiada a los cuidados pastorales de un obispo, oportunamente el Directorio Ecclesiae imago escribe que el primer puesto en la visita pastoral lo ocupan las personas. Para mejor dedicarse a ellas, por lo tanto, es oportuno que el obispo delegue a otros el examen de las cuestiones de carácter más administrativo.

La celebración del Sínodo Diocesano, cuyo perfil jurídico se encuentra delineado en el Código de Derecho Canónico,(116) tiene sin duda puesto preferencial entre los deberes pastorales del obispo. El sínodo, de hecho, es el primero de los organismos indicados por la disciplina eclesiástica a través de los cuales se desarrolla la vida de una Iglesia particular. Su estructura, como aquella de otros organismos llamados "de participación", responde a exigencias eclesiológicas fundamentales y es expresión institucional de realidades teológicas, como son, por ejemplo, la necesaria cooperación del presbiterio con el ministerio del obispo, la participación de todos los bautizados en la función profética de Cristo, el deber de los pastores de reconocer y promover la dignidad de los fieles laicos sirviéndose con gusto de su prudente consejo.(117) En su realidad el Sínodo diocesano se coloca en el contexto de la corresponsabilidad de todos los diocesanos en torno al propio obispo en orden al bien de la Diócesis. La composición de este tipo de sínodos, así como es querida por la disciplina canónica vigente, es expresión privilegiada de la comunión en la Iglesia particular. En definitiva en el sínodo diocesano se trata de escuchar lo que el Espíritu dice a la Iglesia particular, permaneciendo firmes en la fe, fieles en la comunión, abiertos a la misionariedad, disponibles a las necesidades espirituales del mundo y llenos de esperanza ante sus desafíos.

71. Por su oficio pastoral el obispo es el presidente y el ministro de la caridad en su Iglesia particular. Edificándola mediante la Palabra y la Eucaristía, él le abre también los caminos privilegiados y absolutamente irrenunciables para vivir y testimoniar el Evangelio de la caridad. Ya en la Iglesia apostólica los Doce instituyeron "siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría" a los cuales confiaron el "servicio de las mesas" (cf. Hech 6, 2-3). El mismo san Pablo tenía como punto fuerte de su apostolado el recordarse de los pobres, indicándonos de este modo un signo fundamental de la comunión entre los cristianos Así el obispo es también llamado hoy a realizar personalmente y a organizar la caridad en la propia Diócesis, mediante estructuras apropiadas.

De este modo el obispo testimonia que las tristezas y las angustias de los hombres, sobre todo de los pobres y de todos aquellos que sufren, son también las ansias de los discípulos de Cristo.(118) Indudablemente son distintas las pobrezas, y a aquellas antiguas se han añadido otras nuevas. En tales situaciones, el obispo debe estar en primera linea en el solicitar nuevas formas de apostolado y de caridad allá donde la indigencia se presenta bajo nuevos aspectos. Servir, animar, educar a estos compromisos de solidaridad y de cercanía en favor del hombre, renovando cada día la antigua historia del samaritano, es, también esto, ya de por sí una señal de esperanza para el mundo.


Capítulo IV

EL OBISPO, MINISTRO DEL EVANGELIO PARA TODOS LOS HOMBRES

72. La vida y el ministerio pastoral del obispo deben estar siempre penetrados de la esperanza que está contenida en el anuncio de la Buena Nueva, del cual es el primer responsable en la Iglesia particular. Su servicio, sin embargo, no está restringido exclusivamente a la atención pastoral de los fieles de su Iglesia particular, así como tampoco implica unicamente su solicitud pastoral por toda la Iglesia universal. Por el contrario, la misma posición del obispo en la Iglesia y la misión que está llamado a desarrollar hacen de él el primer responsable de su permanente misión de llevar el Evangelio a cuantos todavía no conocen a Cristo, redentor del hombre.

En este capítulo se considera la misión del obispo en relación profética a la realidad en la cual la comunidad, que él preside en nombre de Cristo Pastor, procede en su peregrinaje terrestre hacia Ciudad celeste. La atención se dirige, por tanto, al mandato misionero que el Señor ha dado a su Iglesia y a algunos otros ámbitos de la evangelización, como son por ejemplo, el diálogo con las religiones no cristianas, la responsabilidad del obispo en las preocupaciones del mundo sobre los temas de la vida política, social, económica y de la paz. De hecho, también en estos ámbitos él es llamado a suscitar la esperanza de las realidades trascendentes y de las realidades escatológicas.

El Deber Misionero del Obispo

73. El mandato confiado por el Señor Resucitado a sus Apóstoles atañe a todas las gentes. Es más, en los Apóstoles mismos 'la Iglesia recibió una misión universal, que no conoce confines y concierne a la salvación en toda su integridad, de conformidad con la plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf. Io 10, 10)".(119)

También para los sucesores de los Apóstoles la tarea de anunciar el Evangelio no se reduce al ámbito eclesial. El Evangelio es siempre para todos los hombres. La Iglesia misma es sacramento de salvación para todos los hombres y su acción no se reduce a aquellos que aceptan su mensaje. Mas bien, ella es "fuerza dinámica en el camino de la humanidad hacia el Reino escatológico; es signo y a la vez promotora de los valores evangélicos entre los hombres".(120) Por esto, compete siempre a los sucesores de los Apóstoles la responsabilidad de difundirlo por toda la tierra.

Así pues, los obispos, que en sus Iglesias particulares son signos personales de Cristo, son también llamados a ser en el mundo signos de la Iglesia presente en la historia de todos los hombres. Consagrados no solamente para una Diócesis sino para la salvación del mundo entero,(121) sea como miembros del colegio episcopal sea como simples pastores de la Iglesia particular. Los obispos son directamente responsables, junto con el obispo de Roma, de la evangelización de cuantos todavía no reconocen en Cristo el único salvador y todavía no ponen en Él la propia esperanza.

En tal contexto no se pueden olvidar tantos obispos misioneros que, como en el pasado, todavía hoy ilustran la vida de la Iglesia con la generosidad y con la santidad. Algunos de ellos han sido también fundadores de Institutos misioneros.

74. Como pastor de una Iglesia particular, corresponde al obispo orientar los caminos misioneros, dirigirlos y coordinarlos. Él cumple su deber de comprometer a fondo el impulso evangelizador de la propia Iglesia particular cuando suscita, promueve y guía la obra misionera en su Diócesis. Haciéndolo así, "hace presente y como visible el espíritu y el ardor misionero del Pueblo de Dios, de forma que toda la diócesis se haga misionera".(122)

En su celo por la actividad misionera, el obispo se muestra, también aquí, siervo y testigo de la esperanza. En efecto, la misión está sin duda motivada por la fe y es "el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros".(123) Pero, ya que la buena nueva para el hombre de todos los tiempos es la novedad de la vida, a la que cada hombre es llamado y destinado, la misión está animada también por la esperanza y es, ella misma, fruto de la esperanza cristiana.

Anunciando a Cristo resucitado, los cristianos anuncian a Aquel que inaugura una nueva era de la historia y proclaman al mundo la buena noticia de una salvación integral y universal, que contiene en sí la garantía de un mundo nuevo, en el cual el dolor y la injusticia darán paso a la alegría y a la belleza. Por eso rezan como Jesús les ha enseñado: "Venga tu Reino" (Mt 6, 10). En fin, la actividad misionera, en su última intención de poner a disposición de cada hombre la salvación donada por Cristo de una vez para siempre, tiende de por sí a la plenitud escatológica. Gracias a ella se agranda el Pueblo de Dios, se dilata el Cuerpo de Cristo y se amplía el Templo del Espíritu hasta la consumación de los siglos.(124)

El Dialogo Interreligioso

75. Como maestros de la fe, los obispos también deben de tener una justa atención hacia el diálogo interreligioso. En efecto, es evidente a todos que en las actuales circunstancias históricas esto ha asumido una nueva e inmediata urgencia. Para muchas comunidades cristianas, como por ejemplo en África y en Asia, el diálogo interreligioso hace casi parte integrante de la vida cotidiana de las familias, de las comunidades locales, del ambiente de trabajo y de los servicios públicos. Por el contrario, en otras, como por ejemplo en Europa occidental y, en general, en los paises cristianos más antiguos, se trata de un fenómeno nuevo. También aquí sucede con más frecuencia que creyentes de distintas religiones y cultos se encuentren fácilmente y en muchas ocasiones vivan juntos, con motivo de las migraciones de los pueblos, de los viajes, de las comunicaciones sociales y de las elecciones personales.

Es, pues, necesario poner en práctica una pastoral que promueva la acogida y el testimonio de acuerdo a los principios expuestos por el Concilio en el decreto Nostra aetate. Se trata de promover el respeto por las creencias no cristianas y, por cuanto ellas tienen de positivo, la posibilidad de defender con sus fieles algunos valores esenciales de la existencia, así como también el compromiso de salir al encuentro de estos hombres y mujeres con vistas a una búsqueda común de la verdad.

76. El diálogo interreligioso, como ha recordado Juan Pablo II, es parte de la misión evangelizadora de la Iglesia y entra en las perspectivas del Jubileo del 2000.(125) Entre las principales razones el decreto Nostra aetate presenta aquellas dictadas por la profesión de la esperanza cristiana. En efecto, todos los hombres tienen un común origen en Dios, en cuanto criaturas amadas y queridas por Él, y tienen un destino común en su amor eterno. El fin último de cada hombre está en Dios.

En este diálogo los cristianos deben siempre testimoniar la propia esperanza en Cristo, único Salvador del hombre, pero también tienen muchas cosas que aprender. Sin embargo, este hecho no debe disminuir el deber y la determinación de los cristianos en proclamar, sin titubeos, la unicidad y el absoluto de Cristo redentor. En ningún otro, en efecto, el cristiano pone su esperanza, porque Cristo mismo es el cumplimiento de todas las esperanzas. Él es la "expectativa de cuantos en cada pueblo esperan la manifestación de la bondad divina".(126) Igualmente el diálogo también debe ser conducido y realizado por los fieles católicos con la convicción de que la única religión verdadera existe "en la Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los hombres".(127)

77. Todos los fieles y comunidades cristianas están llamados a practicar el diálogo interreligioso, pero no siempre con la misma intensidad y al mismo nivel. Allá donde las situaciones lo requieran o lo permitan, es deber de cada obispo en su Iglesia particular ayudar, con su enseñanza y con la acción pastoral, a todos los fieles para que respeten y estimen los valores, las tradiciones, las convicciones de los otros creyentes, como también promover una sólida y apropiada formación religiosa de los mismos cristianos, para que sepan dar un testimonio convincente del gran don de la fe cristiana.

El obispo también debe vigilar sobre la dimensión teológica del diálogo interrre-ligioso, en caso de que sea realizado en la propia Iglesia particular, de manera que nunca quede velada o no afirmada la universalidad y la unicidad de la redención realizada por Cristo, único Salvador del hombre y revelador del misterio de Dios.(128) En efecto, sólo en la coherencia con la propia fe es posible también compartir, confrontar y enriquecer las experiencias espirituales y las formas de oración, como vías de encuentro con Dios.

El diálogo interreligioso, sin embargo, no hace referencia sólo al campo doctrinal, sino que se extiende a una pluralidad de relaciones cotidianas entre los creyentes, que están llamados al respeto recíproco y al conocimiento mutuo. Se trata del así llamado "diálogo de vida", allí donde los creyentes de las distintas religiones testimonian recíprocamente los propios valores humanos y espirituales con el fin de favorecer la coexistencia pacífica y la colaboración para una sociedad más justa y fraterna. En el favorecer y en el seguir atentamente tal diálogo, el obispo recordará siempre a los fieles que este compromiso nace de las virtudes teologales de la fe, caridad y esperanza, y con ellas crece.

Responsabilidades hacia el Mundo

78. Los cristianos llevan a cabo la misión profética recibida de Cristo operando en el mundo una presencia portadora de esperanza. Por esto el Concilio recuerda que la Iglesia "avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad humana, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.(129)

La asunción de responsabilidades en relación con el mundo entero y sus problemas, sus preguntas y sus expectativas, también es parte del compromiso de evangelización, al que la Iglesia está llamada por el Señor. Esto implica en primera persona a cada obispo, haciéndolo atento a la lectura de los "signos de los tiempos", en modo de despertar en los hombre una nueva esperanza. En esto él actúa como ministro del Espíritu, que también hoy, a los umbrales del Tercer milenio, no cesa de obrar grandes cosas para renovar la faz de la tierra. Siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, él indica al hombre la vía que debe seguir y, como el Samaritano, se inclina sobre él para curarle las heridas.

79. El hombre es también esencialmente un "ser de esperanza". Aunque es cierto que no son pocos los acontecimientos en distintas partes de la tierra, que inducirían al escepticismo y a la falta de confianza: tales y tantos son los desafíos que hoy cuestionan la esperanza. Sin embargo, la Iglesia encuentra en el misterio de la cruz y la resurrección de su Señor el fundamento de la "feliz esperanza". De aquí saca la fuerza para ponerse y permanecer al servicio del hombre y de cada hombre.

El Evangelio, del que la Iglesia es servidora, es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación que, mientras pone al descubierto y juzga las esperanzas ilusorias y falaces, lleva también a cumplimiento las aspiraciones más auténticas del hombre. El núcleo central de esta buena nueva lo constituye el hecho que Cristo, mediante su cruz y su resurrección y mediante el don del Espíritu Santo, ha abierto nuevas vías de libertad y de liberación para la humanidad.

Entre los ámbitos, en los que el obispo está llamado a guiar la propia comunidad - delineando compromisos y realizando comportamientos que sean lugares a los cuales llegue la fuerza renovadora del Evangelio y los signos efectivos de la esperanza - se indican algunos de particular relevancia, que tienen como objetivo la doctrina social de la Iglesia. En efecto, ésta no sólo no es extraña, sino que es parte esencial del mensaje cristiano, pues propone las directas consecuencias del Evangelio para la vida de la sociedad. Por otro lado, sobre ella se ha detenido muchas veces el Magisterio, ilustrándola a la luz del misterio pascual, del que la Iglesia extrae la verdad sobre la historia y sobre el hombre. Es oportuno recordar también que corresponde a las Iglesias particulares, en comunión con la Sede de Pedro y con las demás, traducir la Doctrina Social de la Iglesia en actuaciones concretas.

80. Un primer ámbito se refiere a la relación con la sociedad civil y política. Es evidente, a este propósito, que la misión de la Iglesia es una misión religiosa y que el fin privilegiado de su actuación en el mundo es el anuncio a todos los hombres de Jesucristo, del único Nombre "dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12). De aquí deriva, entre otras cosas, la distinción confirmada por el Concilio, entre comunidad política e Iglesia. Independientes y autónomas en el propio campo, sin embargo ambas tienen en común el servicio a la vocación personal y social de las mismas personas humanas.(130)

Por ello, la Iglesia, que por mandato del Señor está abierta a los hombres de buena voluntad, no puede ser, ni nunca puede hacer, competencia a la vida política, pero tampoco puede ser ajena a los problemas de la vida social. Así, permaneciendo dentro de su ámbito de promoción integral del hombre, la Iglesia puede buscar soluciones también para los problemas de odren temporal, sobre todo allá donde está comprometida la dignidad del hombre y son pisoteados sus derechos más elementales.

81. En tal cuadro se coloca también la acción del obispo, el cual reconoce la autonomía del Estado y evita así la confusión entre fe y política, sirviendo en cambio a la libertad de todos. Ajeno a las formas que lleven a identificar la fe con una determinada forma política, él busca sobre todo el Reino de Dios. De este modo, asumiendo el mejor y más puro amor para ayudar e sus hermanos y para realizar, con la inspiración de la caridad las obras de la justicia, él se presenta como custodio del carácter trascendente de la persona humana y signo de esperanza.(131) La contribución específica que un obispo ofrece en este ámbito es la misma que la Iglesia, esto es "el concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado".(132)

De hecho, la autonomía de la comunidad política no incluye su independencia de los principios morales; al contrario, una política privada de referencias morales lleva inevitablemente a la degradación de la vida social, a la violación de la dignidad y de los derechos de la persona humana. Por eso la Iglesia tiene un grán interés para que en la política se conserve o se restituya la imagen del servicio al hombre y a la sociedad. Además, ya que es tarea propia de los fieles laicos el comprometerse directamente en la política, la preocupación del obispo debe ser ayudar a sus fieles a debatir sus cuestiones y tomar las propias decisiones a la luz de la Palabra de Verdad; favorecer y cuidar su formación en manera que en las decisiones sean motivados por una sincera solicitud por el bien común de todos los hombres y de todo el hombre; e insistir para que exista coherencia entre la moral pública y la privada.

82. Un puesto particualer en el proceso de evangelización y un lugar privilegiado donde anunciar la esperanza es la solicitud por los pobres. Se abre así el ámbito relativo a la vida económica y sociale de la que, como ha recordado el Concilio, el hombre es el autor, el centro y el fin.(133) De aquí la preocupación de la Iglesia para que también el desarrollo no sea entendido en sentido exclusivamente económico, sino más bien en sentido integralmente humano.

La esperanza cristiana está ciertamente orientada hacia el Reino de los cielos y hacia la vida eterna. Sin embargo, este destino escatológico no atenúa el compromiso por el progreso de la ciudad terrema. Al contrario, le da sentido y fuerza. Mejor dicho, "el impulso de la esperanza preserva del egoismo y conduce a la dicha de la caridad".(134) En efecto, la distinción entre progreso terreno y crecimiento del Reino no es una separación, ya que la vocación del hombre a la vida eterna, más que abolir, anima el deber del hombre de poner en acto las energías recibidas del Creador para el dessarrollo de su vida temporal.

83. No es deber específico de la Iglesia ofrecer soluciones a las cuestiones económicas y sociales, pero su doctrina social contiene un conjunto de principios indispensables para la construcción de un sistema social y económico justo. También sobre esto la Iglesia tiene un "evangelio" que anunciar, del cual cada obispo, en su Iglesia particular, debe hacerse portador, poniendo el acento en las Bienaventuranzas evangélicas".(135)

Por último, ya que el mandamiento del amor al prójimo es muy concreto, es necesario que le obispo promueva en su Diócesis iniciativas apropiadas y exhorte a superar los eventuales comportamientos de apatía, pasividad y egoismo individual y de grupo. Igualmente es importante que con su predicación el obispo despierte la conciencia cristiana de cada ciudadano, exhortándolo a obrar con una solidaridad activa y con los medios a su disposición, en defensa de su hermano ante qualquier abuso que atente contra la dignidad humana. En este sentido, el obispo debe siempre recordar a los fieles que en cada pobre y en cada necesitado está presente Cristo (cf. Mt 25, 31-46). La misma figura del Señor como juez escatológico es la promesa de una justicia finalmente perfecta para los vivos y para los muertos, para los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares".(136)

84. Los temas de la justicia y del amor del prójimo evocan de modo espontaneo el de la paz: "Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz" (St 3, 18). Lo que la Iglesia anuncia es la paz de Cristo, "el príncipe de la paz" que ha proclamado la bienaventuranza de los "que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt. 5, 9). Tales son no solamente aquellos que renuncian al uso de la violencia como método habitual, sino también todos aquellos que tienen la valentía de trabajar para cancelar todo lo que impide la paz. Estos trabajadores de la paz saben bien que ésta comienza en el corazón del hombre. Por eso actúan contra el egoismo que impide ver a los otros como hermanos y hermanas en una única familia humana, sostenidos en esto por la esperanza en Jesucristo, el Redentor inocente cuyo sufrimiento es un signo indefectible de esperanza para la humanidad. Cristo es la paz (cf. Ef 2, 14) y el hombre no encotrará la paz si no encuentra a Cristo.

La paz es una reponsabilidad universal, que pasa a través de los miles de pequeñas acciones de la vida de cada día. Según su modo cotidiano de vivir con los otros, los hombres eligen en favor de la paz o en contra de ella. La paz espera a sus profetas y sus artífices.(137) Estos arquitectos de la paz deben estar sobre todo en las comunidades eclesiales de las que el obispo es pastor.

Por tanto, es preciso que él no deje pasar ninguna ocasión para promover en las conciencias las aspiraciones a la concordia y para favorecer el entendimiento entre las personas en la dedicación a la causa de la justicia y de la paz. Se trata de una tarea ardua, que requiere dedicación, esfuerzos continuos y una insistente acción educativa sobre todo en las nuevas generaciones. Ellas deben comprometerse, con alegría y esperanza cristiana renovadas, en la construcción de un mundo más pacífico y fraterno. El trabajo por la paz está incluido en la tarea prioritaria de la evangelización, por ello la promoción de una auténtica cultura del diálogo y de la paz es también un compromiso fundamental de la acción pastoral de un obispo.

85. Voz de la Iglesia que, evangelizando, llama y convoca a todos los hombres, el obispo no deja de trabajar concretamente y de hacer oir su palabra sabia y equilibrada para que los responsables de la vida política, social y económica busquen las soluciones más justas posibles para resolver los problemas de convivencia civil.

Las condiciones en las que los pastores son llamados a realizar su misión en estos ámbitos son con frecuencia muy difíciles, sea para la evangelización, sea para la promoción humana. Es sobre todo aquí donde se muestra cómo y cuánto se debe incluir en el ministerio episcopal la disponibilidad al sufrimiento. Sin ella no es posible que los obispos se dediquen a su misión. Por eso, debe ser grande la confianza en el Espíritu del Señor resucitado, y el corazón del obispo debe estar siempre colmado de aquella "esperanza que no falla" (Rom 5, 5).


Capítulo V

EL CAMINO ESPIRITUAL DEL OBISPO

86. Los capítulos precedentes han descrito los rasgos generales del contexto en el que un obispo está llamado a desarrollar en la Iglesia su misión de maestro auténtico de la fe que anuncia, enseña y defiende la verdad sin concesiones ni compromisos; de santificador y administrador fiel de los dones divinos; de padre cercano a cuantos ha confiado a su cuidado la misericordia del Padre celestial en todas sus necesidades pero sobre todo en la necesidad de Dios. En medio de su pueblo el obispo es la imagen viva de Jesús, el Buen Pastor, que camina junto a su rebaño.

Se ha recordado también que el obispo vive su misión de pastor cuando está unido al obispo de Roma y a los otros obispos hermanos con los vínculos del Colegio Epsicopal, recurriendo a todas las instancias eclesiásticas que lo ayudan en el servicio que le han confiado el Señor y la Iglesia. Por fin, se ha puesto de relieve que la misión del obispo es tan amplia como la misma misión de la Iglesia en el mundo.

Exigencia de Santidad en la Vida del Obispo

87. Por tanto, se trata de un ministerio altísimo y exigente, de un ideal ante el cual el que ha sido llamado, sintiendo vivas la debilidad y la inadecuación de las propias fuerzas, se llena de comprensible temor. Por eso el obispo debe ser animado por aquella misma esperanza de la que ha sido constituido servidor en la Iglesia y en el mundo. Como el apóstol S. Pablo, él repite: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4, 13) y, como él, está seguro de que "la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5).

Además, para estar a la altura de un ministerio de tanta responsabilidad, el obispo debe individuar en la caridad pastoral el vínculo de la perfección episcopal y también el fruto de la gracia y del carácter sacramental recibido. Por eso siempre se debe conformar de manera muy especial a Cristo Buen Pastor, sea en su vida personal sea en el ejercicio del ministerio apostólico, de modo que el pensamiento de Cristo (cf. 1 Cor 2, 16) le invada en todo y por todo en las ideas, los sentimientos, las opciones y en el obrar.(138)

A veinte años de la clausura del Concilio, la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos del 1985 constataba que "en circunstancias dificilísimas a lo largo de toda la historia de la Iglesia, los santos y las santas fueron siempre fuente y origen de renovación".(139) No hay duda de que la Iglesia tiene siempre necesidad también de pastores luminosos por su santidad, además de por sus cualidades humanas. Éstos son los pastores que consiguen despertar un proyecto de vida sacerdotal en los jóvenes de hoy.

Así pues, en este capítulo se quieren indicar algunas líneas para el camino espiritual del obispo, como camino de evangelización y santificación del pueblo de Dios, haciendo patente el vínculo estrecho que existe entre la santidad personal del obispo y el ejercicio de su minsterio. Por otra parte, el ministerio mismo, cumplido con fidelidad, con fortaleza y con docilidad al Espíritu Santo, es fuente de santidad para el obispo, y de santificación para los fieles confiados a su cura pastoral, en la valorización de las distinas vias de santidad según los propios carismas.

Dimensiones de la Espiritualidad del Obispo

88. Este camino espiritual del obispo tiene, ciertamente, su raiz en la gracia del sacramento del Bautismo y de la Confirmación, donde, como cada fiel, ha sido capacitado para creer en Dios, esperar en él y amarlo por medio de las virtudes teologales, y de vivir y actuar bajo la acción del Espíritu Santo per medio de sus santos dones. Desde este punto de vista, el obispo tiene que vivir una espiritualidad que no es diferente, en cuanto a la modalidad, con respecto a aquella espiritualidad de todos los demás discípulos del Señor, que han sido convertidos e incorporados al templo del Espíritu. También el obispo, por tanto, vive una espiritualidad como bautizado y confirmado, alimentado por la Santa Eucaristía y necesitado del perdón del Padre, a causa de la fragilidad humana. Así mismo, junto con los sacerdotes de su presbiterio, él tiene que recorrer los caminos específicos de espiritualidad en cuanto llamado a la santidad por el nuevo título derivado del Orden sagrado.(140)

Por consiguiente el obispo debe vivir su "específica" espiritualidad, a causa del don específico de la plenitud del Espíritu de santidad, que ha recibido como padre y pastor en la Iglesia.

89. Se trata de una espiritualidad "propia", orientada a hacer vivir en la fe, en la esperanza y en la caridad de acuerdo al ministerio de evangelizador, de liturgo y de guía en la comunidad; de una espiritualidad que considera al obispo en relación con el Padre, del que es imagen, con el Hijo, a cuya misión de Pastor está configurado, y con el Espíritu Santo, que dirige la Iglesia con distintos dones jeráquicos y carismáticos.

Se trata, además, de una espiritualidad eclesial, porque cada obispo es configurado con Cristo Pastor para amar a la Iglesia con el amor de Cristo esposo, para servirla y ser, en la Iglesia, maestro, santificador y guía. Así, él se convierte, en la Iglesia, en modelo y promotor de una espiritualiad de comunión a todos los niveles.

No es posible amar a Cristo y vivir en la intimidad con él sin amar a la Iglesia, a la cual Cristo ama: en efecto, tanto se posee el Espíritu de Dios, cuanto se ama a la Iglesia "una en todos y toda en cada uno; simple en la pluralidad para la unidad de la fe, múltiple en cada uno para la construcción de la caridad y la variedad de los carismas".(141) Sólo del amor por la Iglesia - en cuanto ella es sacramento universal de salvación y es amada por Cristo hasta darse a sí mismo por ella (cf. Hb 5, 25) - nacen una espiritualidad y un celo misioneros, así como el testimonio de la dimensión total con la cual el Señor Jesús ha amado a los hombres hasta la cruz.

Ministro del Evangelio de la Esperanza

90. Con estos títulos el obispo se presenta a la Iglesia, repitiendo las palabras del Apóstol: "(Cristo) os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irrepresnibles delante de Él ; con tal que permanezcáis sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio ... del que yo ... he llegado a ser ministro" (Col 1, 22-23; cf. 1,5).

Ya el directorio pastoral Ecclesiae imago había dedicado un entero y detallado capítulo a las virtudes necesarias para el obispo.(142) En aquel contexto, además de las referencias a las virtudes sobrenaturales de la obediencia, la continencia perfecta por amor al Reino, la pobreza, la prudencia pastoral y la fortaleza, se encuentra también un llamado a la virtud teologal de la esperanza. Apoyándose en ella, el obispo espera de Dios con firme certeza todo bien y pone en la divina Providencia la máxima confianza, "recordando a los santos apóstoles y a los antiguos obispos que, también experimentando grandes dificultades y obstáculos de todo tipo, sin embargo predicaban el evangelio de Dios con toda franqueza".(143)

Pero en la perspectiva de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos es oportuno detenerse ulteriormente en la esperanza inherente al ministerio episcopal, estimuladora y portadora de aquel sano optimismo que el obispo debe vivir personalmente y comunicar con alegría a los demás.

91. La esperanza cristiana inicia con Cristo y se alimenta de Cristo, es participación en el misterio de su Pascua y anticipo de una suerte análoga a la de Cristo, ya que el Padre con Él "nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos" (Ef 2,6).

De esta esperanza el obispo ha sido hecho signo y ministro. Cada obispo puede aplicarse a sí estas palabras de Juan Pablo II: "Sin ella (la esperanza) seríamos hombres desgraciados y dignos de lástima; y además, todo nuestro empeño pastoral se volvería estéril, no seríamos capaces de emprender nada. En la inviolabilidad de nuestra esperanza reside el secreto de nuestra misión. Ella es más poderosa que las repetidas desilusiones y que la duda agotadora, porque recibe su fuerza de una fuente que ni nuestra despreocupación ni nuestra dejadez consiguen agotar. La fuente de nuestra esperanza es Dios mismo, quien por medio de Cristo y en favor nuestro ha vencido al mundo de una vez por todas y prolonga hoy por nosotros su misión salvífica entre los hombres".(144)

La Esperanza en el Camino Espiritual del Obispo

92. El obispo es ministro de la Verdad que salva no solamente para enseñar e instruir, sino también para conducir a los hombres a la esperanza, y por consiguiente al crecimiento en el camino de la esperanza. Por tanto, si un obispo quiere de verdad mostrarse a su pueblo como signo, testigo y ministro de la esperanza, no puede sino alimentarse, en total adhesión y plena disponibilidad, con la Palabra de la Verdad, según el modelo de la Madre de Dios, María, que "ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1, 45).

Además, ya que esta Palabra divina está contenida en la Sagrada Escritura, a ella debe recurrir constantemente un obispo, con la lectura asidua y estudio atento. Y esto no sólo porque sería un predicador vano de la Palabra de Dios si la predicara externamente sin haberla escuchado previmente en su corazón,(145) sino también porque vaciaría y haría imposible su ministerio para la esperanza.

En la Sagrada Escritura el obispo toma el alimento para su espiritualidad de esperanza, en modo de realizar con veracidad su ministerio de evangelizador. Sólo así, como S. Pablo, él podrá dirigirse a sus fieles diciendo: "con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza" (Rm 15,4).

93. Momento privilegiado de la escucha de la Palabra de Dios es la oración. Consciente de que sólo es posible ser maestro de oración para los demás a través de la misma oración personal, el obispo se dirigirá a Dios para repetirle, junto con el salmista: "Yo espero en tu palabra" (Sal 119, 114). La oración, en fin, es el lugar privilegiado de la esperanza o, como se lee en S. Tomás, ella es la intérprete de la esperanza".(146)

Pero si nadie puede rezar sólo para sí mismo, mucho menos puede hacerlo un obispo, el cual también en su oración debe llevar consigo toda la Iglesia, rezando de manera especial por el pueblo que le ha sido confiado. Imitando a Jesús en la elección de sus Apóstoles (cf. Lc 6, 12-13), también él someterá al Padre todas sus iniciativas pastorales y le presentará, mediante Cristo en el Espíritu, sus esperanzas para el presbiterio diocesano, sus ansias por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, al compromiso misionero y a los distintos ministerios, sus atenciones por los consagrados y las consagradas que trabajan apostólicamente en la Iglesia particular, y sus esperanzas para los fieles laicos: para que, correspondiendo todos y cada uno a la propia vocación y ejercitando los respectivos ministerios y carismas, converjan, bajo su guía, en la edificación del Cuerpo de Cristo. Y el Dios de la esperanza lo colmará de gran alegría y paz para que abunde en esperanza por la virtud del Espíritu Santo (cf. Rm 15, 13).

94. El obispo debe buscar también las ocasiones en que pueda vivir su escucha de la Palabra de Dios y su oración con el presbiterio, con los diáconos permanentes allá donde existan, con los seminaristas y los consagrados y consagradas presentes en la Iglesia particular y, donde sea posible, también con los laicos, en particular los que viven en forma asociada su apostolado.

De esta forma favorece el espíritu de comunión y sostiene su vida espiritual, mostrándose come "maestro de perfección" en su Iglesia particular, comprometido en el "fomentar la santidad de sus clérigos, de los religiosos y laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada uno".(147) Al mismo tiempo, el obispo refuerza también en sí mismo los vínculos de las relaciones eclesiales, en la que ha sido introducido como centro visible de unidad.

Tampoco descuidará las ocasiones de vivir junto con los hermanos obispos, sobre todo los más cercanos porque están en la misma provincia y región eclesiástica, análogos momentos de encuentro espiritual. En tales encuentros se puede experimentar la alegría que viene del vivir juntos entre hermanos (cf. Sal 133, 1), manifestando e incrementando el afecto colegial.

95. También el obispo, junto con todo el pueblo de Dios, saca de la celebración de la santa Liturgia alimento para la esperanza. En efecto, la Iglesia, cuando celebra su Liturgia sobre la tierra, pregusta en la esperanza la Liturgia de la Jerusalén celeste, hacia la que va como peregrina y donde Cristo está sentado a la derecha del Padre "al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre" (Hb 8, 2).(148)

Todos los sacramentos de la Iglesia, y el primero de todos la Eucaristía, son memorial de los acta et passa del Señor, representación de la salvación obrada por Cristo una vez para siempre y anticipación de la plena posesión, que será el don del tiempo final.(149) (149). Hasta entonces la Iglesia los celebra como signos eficaces de su expectativa, de la invocación y de la esperanza.

96. Entre las acciones litúrgicas hay algunas en las que la presencia del obispo tien un significado particular. En primer lugar, la Misa crismal, durante la cual se bendicen el Oleo de los Catecúmenos y el de los Enfermos y es consagrado el Santo Crisma. Éste es el momento de la manifestación más grande de la Iglesia local, que celebra al Señor Jesús, Sacerdote sumo y eterno de su mismo Sacrificio. Para un obispo es un momento de grande esperanza, ya que se encuentra con el presbiterio diocesano para mirar juntos, en el horizonte gozoso de la Pascua, al Gran Sacerdote y para reavivar así la gracia sacramental del Orden mediante la renovación de las promesas que desde el día de la Ordenación fundan el carácter especial de su minsterio en la Iglesia. En esta circunstancia, única en el año litúrgico, los reforzados vínculos de la comunión eclesial se convierten para el pueblo de Dios - que también se ve amenazado por innumerables ansiedades - en un vibrante grito de esperanza.

A esta liturgia se agrega la solemne ordenación de nuevos presbíteros y nuevos diáconos. Aquí, recibiendo de Dios los nuevos cooperdores del orden episcopal y los nuevos colaboradores en su ministerio, el obispo ve acogidas por el Espíritu, Donum Dei y dator munerum, su oración por la abundancia de las vocaciones y sus esperanzas de una Iglesia todavía más esplendente por su rostro sacerdotal.

Algo análogo se puede decir en referencia a la administración del sacramento de la Confirmación, del que el obispo es ministro originario y - en el rito latino - minstro ordinario. En este sentido, "la administración de este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación tiene como efecto unir a los que la reciben más estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de Cristo".(150)

97. La eficacia de la guía pastoral de un obispo y de su testimonio de Cristo, esperanza del mundo, depende en gran parte de la autenticidad del seguimiento del Señor y del vivir in amicitia Iesu Christi. Sólo la santidad es anuncio profético de la renovación. Por ello un obispo no puede sustraerse a la función profética de la santidad, mediante la cual anticipa en la propia vida el acercamiento a aquella meta hacia la que conduce a sus fieles.

Sin embargo, en su camino espiritual él también experiementa, como cada cristiano, la necesidad de la conversión a causa del conociemiento de las propias debilidades, de los propios desalientos y del propio pecado. Pero ya que, como predicaba S. Agustín, no puede impedirse la esperanza del perdón a aquél a quien no se ha impedido el pecado,(151) el obispo recurre la sacramento de la penitencia y de la reconciliación en el cual confiesa con toda sinceridad "Señor, Dios mío, en ti he esperado, ¡sálvame!" (cf. Sal 7, 2; 31, 2; 38, 16). Quienquiera que tenga la esperanza de ser hijo de Dios y de poderlo ver así como él es, se purifica a sí mismo como es puro el Padre celeste (cf. 1 Jn 3, 3).

98. Es indudablemente signo de esperanza para el pueblo de Dios el ver al propio obispo acercarse a este sacramento de la curación, por ejemplo cuando en particulares circunstancias éste se celebra en foma comunitaria en su presencia; como también el ver que a él se le administra el sacramento de la Unción de enfermos cuando está gravemente enfermo y le llevan el consuelo del santo viático, con solmenidad y acompañado del clero y del pueblo.(152)

En éste último testimonio de su vida terrena él tiene la ocasión de enseñar a sus fieles que nunca se debe traicionar la propia esperanza y que cada dolor del momento presente es aliviado con la esperanza de las realidades futuras.(153) En el último acto de su éxodo de este mundo al Padre, el obispo puede resumir y proponer el fin de su ministerio: señalar, como hizo Moises con la tierra prometida a los hijos de Israel, le meta escatológica a los hijos de la Iglesia.

Alegres en la Esperanza, como la Virgen Maria

99. Así, el obispo se regocija "en la esperanza de la gloria de Dios", como escribe el Apóstol, el cual prosigue: "Más aún ; nos gloriamos hasta hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada ; la virtud probada esperanza" (Rm 5, 2-4). De la esperanza deriva también la alegría. En efecto, la alegría cristiana, que es alegría en la esperanza (cfr. Rm 12, 12), es también objeto de la esperanza. El cristiano debe no sólo hablar de la alegría, sino también "esperar en el gozo".(154)

De esta unión espiritual entre la alegría y la esperanza María es la primera testigo y el modelo para toda la Iglesia. En su canto del Magnificat está la alegría de todos los pobres del Señor, que esperan en su Palabra. A ella no le fueron ahorrados los sufrimientos pero, así como fue asociada en modo eminente al sacrificio de su Hijo convirtiéndose bajo la Cruz en "la madre de los dolores", así también fue abierta sin ningún límite al gozo de la resurrección.

Ahora, al lado de su Hijo que está sentado glorioso a la derecha del Padre, asunta al cielo en la integridad de su persona, en cuerpo y alma, recapitula en sí todas las alegrías y vive el gozo prometido a la Iglesia. A ella, que para cuantos son todavía peregrinos en la tierra brilla "como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor",(155) la Iglesia dirige su oración invocándola como mater spei, mater plena sanctae laetitiae y causa nostrae laetitiae.

100. Cada obispo, como cada cristiano, se confía filialmente a María, imitando al discípulo amado que, acogiendo en el Calvario a la Madre del Señor, la introdujo en todo el espacio de la propia vida inerior.(156)

La Iglesia invoca frecuentemente a Maria como Regina Apostolorum. "Que la Virgen Santísima interceda por todos los pastores de la Iglesia, para que en su difícil ministerio se conformen cada vez más con la imagen del buen Pastor".(157)


CUESTIONARIO

Preguntas sobre el capítulo primero

1. ¿Qué importancia le concede el obispo a su compromiso de anunciador del Evangelio? ¿Considera tal compromiso como prioritario? ¿Le apartan los demás compromisos de éste? ¿Qué aspectos de la vida diocesana crean dificultad a la misión evangelizadora del obispo? ¿Cuáles por el contrario contribuyen a ella?

2. ¿Qué imagen predomiante de la misión del obispo tiene la gente? ¿ La imagen que tiene la gente de la misión del obispo, coincide con la imagen que el mismo obispo tiene de ella?

3. ¿Cómo reacciona le gente a las enseñanzas del obispo acerca de cuestioes de fe o de moral? ¿Se hacen ditinciones entre las enseñanzas del obispo y las del Papa?

4. ¿Cuáles son las relaciones entre el obispo y los teólogos: de estima recíproca? ¿de colaboración? ¿de contestación? ¿En qué areas?

5. ¿Cuáles son los desafíos socio-culturales que se presentan ante el ministerio del obispo, especialmente a propósito del anuncio del Evangelio? ¿Cómo responde el obispo a estos desafíos? ¿Qué circunstacias favorecen este anuncio? ¿Y cuáles lo ostaculizan?

Preguntas sobre el segundo capítulo

6. ¿Cómo vive el obispo su relación con el presbiterio y con cada sacerdote, especialmente en la proclamación de la fe? ¿Cuáles deberían ser sus preocupaciones principales en este campo ?

7. ¿Cómo vive el obispo su relación con los insitutos de vida consagrada, particularmente en la proclamación de la fe: catequesis, doctrina del Magisterio, ecc?

8. ¿Sostiene en obispo a los laicos en su anuncio del Evangelio en el ámbito temporal? ¿Cómo entiende el obispo la contribución prestada a la evangelización por los laicos, por las asociaciones de fieles, por los movimientos eclesiales?

9. ¿Cómo expresa el obispo su comunión con el Romano Pontífice? ¿Se siente sostenido el obispo por la Santa Sede? ¿Cómo adhiere el obispo al ministerio del Sucesor de Pedro, apoyándolo en el sostenimiento de la fe, de la disciplina de la Iglesia y de nueva evangelización?

10. ¿Cómo vive el obispo su relación con los otros obispos en la Iglesia universal? ¿Y en la Conferencia Episcopal? ¿Con los obispos vecinos? ¿Se siente sostenido el obispo por los hermanos en el episcopado?

Preguntas sobre el tercer y cuarto capítulos

11. ¿Con qué atención, espíritu de fe y amor anuncia el obispo la Palabra de Dios en el contexto socio-cultural contemporáneo?

12. ¿En qué modo el obispo recurre y utiliza los medios de comuicación social para que ellos sean verdaderos instrumentos de la difusión de la Palabra de Dios?

13. ¿Cómo es considerada la función sacramental del obispo un anuncio del Evangelio de la esperanza? ¿con qué prioridades?

14. ¿Cómo la función de gobierno del obispo se considera un anuncio del Evangelio de la esperanza? ¿Cúales son las dificultades concretas?

15. ¿Se siente responsable el obispo de la missio ad gentes en todo el mundo? ¿Cómo implica en esta tarea a su diócesis?

16. ¿Cómo se compromete el obispo concretamente en el diálogo ecuménico, interreligioso y con la sociedad civil, en orden al anuncio del Evangelio?

17. ¿Siente el obispo la promoción del hombre en su dignidad y en sus derechos como un anuncio de la esperanza evangélica? ¿Cómo?

18. ¿Pone el obispo el anuncio de la persona de Cristo al centro de todo el ministerio?

Preguntas sobre el quinto capítulo

19. ¿Cuál es el centro unificador de la espiritualidad del obispo, cómo es su forma concreta de estar en relación con Dios y con la realidad que lo rodea?

20. ¿Qué iniciativas concretas favorecen la unión espiritual del obispo, sobre todo con los presbíteros y diáconos, con los consagrados y las consagradas y con los laicos, especialmente si están reunidos en asociaciones y fundaciones eclesiales?

21. ¿Qué sugerencias se pueden dar para ayudar al obispo a crecer en su camino espiritual? ¿Al inicio de su mandato? ¿Con el pasar de los años?

22. ¿Qué santos obispos se toman o se pueden tomar como modelos por parte del obispo para alimentar una espiritualidad propia?

En general

23. ¿Qué otros puntos importantes en relación al tema establecido merecen ser propuestos para la reflexión del Sínodo?


I N D I C E

Presentación

Intoducción

Capítulo I: Contexto Actual de la Mision del Obispo

Una nueva valoración de la figura del Obispo

Nuevas instacias y dificultades para el miniserio episcopal

Emergencias en la comunidad cristiana

Disminución del fervor y subjetivización de la fe

La vida matrimonial y familiar

Las vocaciones al ministerio presbiteral y a la vida consagrada

El desafío de las sectas y de los nuevos movimientos religiosos

El contexto de la sociedad de los hombres

El diferente escenario mundial

Algunas direcciones de las esperanzas humanas

Los Obispos, testigos y servidores de la esperanza

Capítulo II: Rasgos de Identificación del Ministerio del Obispo

El ministerio del Obispo en relación a la Trinidad Santa

El ministerio episcopal en relación a Cristo y los Apóstoles

El ministerio episcopal en relación a la Iglesia

El obispo en relación con su presbiterio

El ministerio del Obispo en relación a los consagrados

El ministerio del Obispo en relación a los fieles laicos

El Obispo en relación al Colegio Episcopal y a su Cabeza

Siervos de la comunión para la esperanza

Capítulo III: El Ministerio Pastoral del Obispo en la Diocesis

El Obispo enviado para enseñar

El Obispo enviado para santificar

El Obispo enviado para regir y guiar el pueblo de Dios

Capítulo IV: El Obispo, Ministro del Evangelio para todos los Hombres

El deber misionero del Obispo

El diálogo interreligioso

Responsabilidades hacia el mundo

Capítulo V: El Camino Espiritual del Obispo

Exigencia de santidad en la vida del Obispo

Dimensiones de la espiritualidad del Obispo

Ministro del Evangelio de la esperanza

La esperanza en el camino espiritual del Obispo

Alegres en la esperanza, como la Virgen María

Cuestionario

Indice


NOTAS

(1) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Christifideles Laici (30.XII.1988), 55 : AAS 81 (1989) 503 : Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996), 31 : AAS 88 (1996) 404-405.

(2) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996), 4: AAS 88 (1996) 380.

(3) Cf. ibidem, 29: AAS 88 (1996) 402.

(4) Cf. Concilium Oecumenicum Vaticanum II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 12.

(5) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita Presbyterorum ordinis, 7.

(6) Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 2.

(7) Cf. ibidem, 45.

(8) S. Augustinus, Serm. 340 / A, 9: PLS 2, 644.

(9) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 18.

(10) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27.

(11) Ibidem, 1.

(12) Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 39.

(13) Conc. Oecum. Vat. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 38.

(14) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23.

(15) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago de pastorali ministerio episcoporum (22.II.1973), Typis Polyglottis Vaticanis 1973.

(16) Ioannes Paulus II, Allocutio ad Patres Cardinales, Familiam domni Papae Romanamque Curiam, imminente Nativitate Domini Iesu Christi habita(20.XII. 1990), 6: AAS 83 (1991) 744 ; L'Osservatore Romano, ed. española (28.XII.1990), p. 6.

(17) Ioannes Paulus II, Discurso a la Conferenza Episcopal Colombiana (2.VII.1986), n. 8 : suplemento de L'Osservatore Romano (4.VII.1986), p. XI.

(18) Ioannes Paulus II, Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), 46: AAS 87 (1995) 34.

(19) Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de Austria en ocasión de la visita "ad Limina", 2: AAS 74 (1982) 1123 ; L'Osservatore Romano, ed. española (29.8.1982),p.2

(20) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 4 ; Decretum de oecumenismo Unitatis redintegratio, 2

(21) Cf. Ioannes Paulus II, Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), 33 : AAS 87 (1995) 25-26.

(22) Cf. S. Cyprianus, Epist. 69, 8: PL 4, 419.

(23) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 11.

(24) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23.

(25) Cf. ibidem, 28 ; Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 7.

(26) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 95-98.

(27) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Christifideles laici (30.XII.1988), 29: AAS 81 (1989) 443-445.

(28) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992), 7: AAS 84 (1992) 666-668.

(29) Paulus VI, Adhort. Ap. Evangelii nuntiandi (8.XII.1975), 80: AAS 68 (1976) 73.

(30) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 37.

(31) S. Irenaeus, Adv. Haer. IV, 20, 7 : SC 100 / 2, p. 648, lin. 180-181.

(32) Cf. Synodi Episcoporum II Coetus Generalis Extraordinarius 1985, Relat. finalis Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi (7.XII.1985), II, A. 1.

(33) Cf. Secretariatus ad Christianorum unitatem fovendam - Secretariatus pro non Christianis - Secretariatus pro non credentibus - Pontificium Consilium pro Cultura, Rel. prov. El fenómeno de las sectas o nuevos movimientos religiosos (7.V.1986).

(34) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 9.

(35) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 1.

(36) Cf. Ioannes Paulus II, Litt. encycl. Centesimus annus (1.V.1991), 38: AAS 83 (1991) 841.

(37) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso a la ONU, n. 2-10, "L'Osservatore Romano" 6.X.1995, p. 6.

(38) Ioannes Paulus II, Litt. encycl. Centesimus annus (1.V.1991), 57: AAS 83 (1991) 862 .

(39) Ioannes Paulus II, Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), 37 : AAS 87 (1995) 29.

(40) Cf. Syn. Extr. Episc. 1985, Relat. finalis Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, III.C.1.

(41) Cf. S. Cyprianus, De orat. Dom. 23 : PL 4, 553 ; cf. Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 4.

(42) Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 1.

(43) Ioannes Paulus II, Discurso a la Conferencia Episcopal Colombiana (2.VII.1986), 2 : suplemento del L'Osservatore Romano (4.VII.1986), p. X.

(44) Tertullianus, Praescr. Haeret. 32: PL 2, 53 ; cf. Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 20.

(45) Ioannes Paulus II, Discurso a los obispos brasileños de la región norte-2 (28.X.1995), 2 : "L'Osservatore Romano", edición española del 29 de octubre de 1995, p. 9.

(46) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27.

(47) Cf. ibidem, 10.

(48) Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago,14.

(49) Cf. S. Augustinus, In Io. tr. 123, 5: PL 35, 1967.

(50) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago n. 107-117.

(51) Cf. Conc. Oecum. Vat. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 28; Decret. de presbyterorum ministerio et vita Presbyterorum ordinis, 8. Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992) n. 17 : AAS 84 (1992) 683.

(52) Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992), 16 : AAS 84 (1992) 682.

(53) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 28.

(54) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 28.

(55) Idem, 28.

(56) Cf. ibidem, 29. 41.

(57) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992), 65 : AAS 84 (1992) 771.

(58) Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996), 3: AAS 88 (1996) 379.

(59) Cf. ibidem, 29: AAS 88 (1996) 402; Conc. Oecum. Vat. II, , Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 44.

(60) Sacra Congregatio pro religiosis et institutis Saecularibus et sacra Congregatio pro Episcopis, Notae directivae Mutuae relationes (14.V.1978), 9c : AAS 70 (1978) 479.

(61) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23.

(62) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996), 84.88: AAS 88 (1996) 461. 464.

(63) Cf. ibidem, 48: AAS 88 (1996) 421-422; Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 207.

(64) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, cap. IV ; Decretum de apostol. laicor. Apostolicam actuositatem ; Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Christifideles laici (30.XII.1988); cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 153-161, 208.

(65) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 39.

(66) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Christifideles laici (30.XII.1988), 30: AAS 81 (1989) 446-448.

(67) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23; CIC can. 381§1.

(68) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 22; Nota explicativa praevia, 1-2 ; CIC can. 336.

(69) Cf. S. Cyprianus, De cath. eccl. unit. 5: PL 4, 516; cf. Conc. Oecum. Vat. I., Const.dogm. I Pastor aeternus, Prologus: DS 3051; Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 18.

(70) Cf. Paulus VI, Allocutio tertia Concilii periodo ineunte (14.IX.1964) : AAS 56 (1964), 813.

(71) Cf. Congregatio pro Doctrina Fidei, Litterae Communionis notio (28.V.1992), 9. 11-14.

(72) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 6; cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23; Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 3. 5.

(73) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 26.

(74) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 6.

(75) Cf. ibidem, 36; CIC 439-446; Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 213.

(76) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 38 ; CIC can. 447 ; Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 210-212.

(77) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 53.

(78) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 5 ; CIC can. 403-411.

(79) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 19.

(80) Cf. ibidem, 23.

(81) Cf. ibidem, 21.

(82) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, concl.

(83) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27.

(84) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 25 ; cf. Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 12-14; Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 55-65.

(85) Cf. CIC can. 386.

(86) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 22.

(87) Cf. CIC can. 386 §2.

(88) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos de América en visita "ad Limina" (22.X.1983), 4.-5 : AAS 76 (1984) 380.

(89) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago,59-60.

(90) Cf. Congregatio de Doctrina Fidei, Instructio Donum veritatis de ecclesiali theologi vocatione (24.V.1990), 21 : AAS 82 (1990) 1559.

(91) Cf. Ioannes Paulus II, Const. apost. Fidei depositum (11.X.1992), 4 : AAS 86 (1994) 113-118.

(92) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 33.

(93) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita Presbyterorum ordinis, 5.

(94) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26.

(95) Ioannes Paulus II, Catequesis del miércoles 11 de noviembre de 1992, 1 : L'Osservatore Romano, edición española (13.XI.1992), p. 3.

(96) Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theologica III, q. 65, a. 2 ; II-II, q. 185, a. 1.

(97) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26.

(98) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 15; cf. CIC can. 387.

(99) Cf. S. Ignatius Antioch., Ad magn 7 : Funk F., Opera Patrum apostolicorum, vol. I., Tubingae 1897, p. 194-196; Conc. Oecum. Vat. II, Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 41 ; Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26 ; Decretum de oecumenismo Unitatis redintegratio, 15.

(100) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 106.

(101) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 11.

(102) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. de sacra Liturgica Sacrosanctum concilium, 21.

(103) Cf. Paulus VI, Adhort. Ap. postsynod. Evangelii nuntiandi (8.XII.1975), 48 : AAS 58 (1976) 37-38.

(104) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal Abruzzese-Molisana en visita "ad Limina" (24.IV.1986), 3-7: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IX/1 (1986) p. 1123 ss.

(105) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 4.

(106) Ioannes Paulus II, Litt. encycl. Dominum et vivificantem (18.V.1986), 66 : AAS 78 (1986) 897.

(107) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium,27 ; cf. Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 16.

(108) Ioannes Paulus II, Catequesis del miércoles 18 de noviembre de 1992, 2.4. L'Osservatore Romano, edición española (20.XI.1992), p. 3.

(109) Cf. CIC can. 383 §1 ; 384.

(110) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal de Brasil de la Región Norte en visita "ad Limina" (28.X.1995), 5: "L'Osservatore Romano", edición española (17.XI.1995), p. 10.

(111) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 93-98.

(112) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992), 23 : AAS 84 (1992) 694.

(113) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita Presbyterorum ordinis, 17.

(114) Cf. CIC can. 396 §1 ; can. 398.

(115) Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 166 ; cf. ibidem, 166-170.

(116) Cf. CIC can. 460-468. Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 163-165.

(117) Cf. CIC can 212 § 2 - 3.

(118) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 1.

(119) Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 31 : AAS 83 (1991) 276.

(120) Ibidem, 20 : AAS 83 (1991) 267.

(121) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 38.

(122) Conc. Oecum. Vat. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 38; cf. Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 63 : AAS 83 (1991), 311.

(123) Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 11 : AAS 83 (1991) 259.

(124) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 9.

(125) Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 55 : AAS 83 (1991) 302; cf. Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), 53 : AAS 87 (1995) 37.

(126) S. Iustinus, Dialogus cum Tryphone 11: PG 6, 499.

(127) Conc. Oecum. Vat. II., Declar. de libert. religiosa Dignitatis humanae, 1.

(128) Cf. Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 5 : AAS 83 (1991) 254.

(129) Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 40.

(130) Ibidem, 76.

(131) Cf. ibidem, 72. 76.

(132) Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Centesimus annus (1.V.1991), 47 : AAS 83 (1991) 852.

(133) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 63.

(134) Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1818.

(135) Cf. Congregatio pro Doctrina Fidei, Instructio de libertate christiana et liberatione (22.III.1986), 62 : AAS 79 (1987) 580-581.

(136) Cf. ibidem, 60 : AAS 79 (1987) 579.

(137) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso en Asis (27.X.1986), 7 : Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IX / 2, p. 1263.

(138) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago (22.II.1973), 21.

(139) Syn. Extr. Episc. 1985, Relatio finalis Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, II, A, 4.

(140) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Presbyterorum ordinis cap. III; Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992) cap. III.

(141) S. Petrus Damianus, Opusc. XI (Liber qui appellatur Dominus vobiscum) 5: PL 145, 235 ; cf. S. Augustinus, In Jo. tr. 32, 8 : 35, 1645.

(142) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, pars I, cap. IV (n. 21-31).

(143) Ibidem, 25.

(144) Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de Austria en ocasión de la visita "ad Limina" (6.VII.1982), 2: AAS 74 (1982) 1123 ; L'Osservatore Romano, ed. española (29.VIII.1982), p. 2.

(145) Cf. S. Augustinus, Sermones 179, 1 : PL 38, 966.

(146) Cf. S. Thoma Aq., Summa Theologica II-II, q. 17, a. 2.

(147) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 15.

(148) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. de sacra Liturgica Sacrosanctum concilium, 8.

(149) Cf. S. Thoma Aq., Summa Theologica III, q. 60, a. 3.

(150) Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1313.

(151) Cf. S. Augustinus, En. in Ps. 50, 5 : PL 36, 588.

(152) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 89.

(153) Cf. S. Basilius, Homilia de gratiarum actione, 7: PG 31, 236.

(154) Paulus VI, Adhort. Ap. Gaudete in Domino (9.V.1975), p. I: AAS 67 (1975) 293.

(155) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 68.

(156) Cf. Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris Mater (25.III.1987), 45 : AAS 79 (1987) 423.

(157) Ioannes Paulus II, Angelus del 19 de noviembre de 1995, 3 : "L'Osservatore Romano" , edición española del 24.XI.1995, p. 4.

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