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SÍNODO DE LOS OBISPOS

MENSAJE DE LA ASAMBLEA ESPECIAL PARA OCEANÍA

XIII Congregación general

Jueves 10 de diciembre de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas en Cristo:

Los obispos católicos de la Iglesia latina y de las Iglesias orientales, los delegados fraternos y otros participantes, fuimos invitados por el Santo Padre a venir a Roma a la Asamblea especial para Oceanía del Sínodo de los obispos. Hemos orado, estudiado y reflexionado juntos sobre cuestiones que atañen a la Iglesia católica en nuestros países y en el mundo. El Papa Juan Pablo II ha asistido, escuchando con atención, a todas las sesiones; y, habiéndole encomendado los frutos principales de nuestros trabajos, ahora esperamos, a su debido tiempo, su meditada respuesta. Mientras nos disponemos a partir de Roma, deseamos enviaros este mensaje.

Hemos ido literalmente desde «los confines de la tierra» al lugar donde los apóstoles san Pedro y san Pablo derramaron su sangre para dar testimonio de su fe en Jesucristo.

Muchos de vosotros nos habéis ayudado a preparar este Sínodo, centrado en el tema: «Jesucristo y los pueblos de Oceanía: seguir su camino, proclamar su verdad y vivir su vida». Este tema compromete a la Iglesia que está en Oceanía, en comunión con la Iglesia universal, a recibir y a proclamar el Evangelio a la luz de su desarrollo histórico y de los diversos aspectos culturales, sociales, políticos y económicos de nuestra vasta y dispersa región.

Inauguración oficial

El Santo Padre inauguró el Sínodo presidiendo la santa misa que celebramos junto a la tumba del apóstol san Pedro, el 22 de noviembre, solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

Los obispos de Oceanía, juntamente con los peregrinos y los miembros de la Iglesia de Roma, nos hemos unido al Papa en oración al Espíritu Santo para que ayude a la Iglesia que está en Oceanía a intensificar su misión evangelizadora con vistas a la preparación del gran jubileo del año 2000.

Durante la misa, el Santo Padre os saludó a todos vosotros en la persona de vuestro obispo y os invitó a reflexionar en vuestra vida y a renovar vuestra fe.

Los diversos lugares de Oceanía se vieron representados, con sus ricas manifestaciones culturales, en la liturgia de la celebración con danzas, cantos y oraciones llenos de alegría y entusiasmo.

La importancia de la palabra de Dios quedó espléndidamente ilustrada por una procesión, en la que el libro de los evangelios fue llevado en un trono decorado al estilo de Samoa, escoltado por cuatro jefes indígenas como guardia de honor. La proclamación del Evangelio se anunció con el sonido de las caracolas.

El efecto global confirmó que el Espíritu «aleteaba sobre las aguas» de Oceanía.

Saludos

Los participantes en el Sínodo os saludamos a todos con gran alegría y esperanza, con espíritu de colegialidad y amor fraterno, y os exhortamos a confiar en Jesucristo, que, con la fuerza del Espíritu Santo, nos guía a todos hacia el tercer milenio.

Vosotros sabéis, tan bien como nosotros, que este Espíritu formó, durante miles de años, las tierras de Oceanía, que reflejan la belleza y el carácter sagrado de la creación de Dios, y preparó el corazón de sus habitantes para la venida de Jesús, el Verbo de Dios.

Este Verbo irrumpió en la historia cuando «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14), para que pudiéramos «participar de la naturaleza divina» (2 P 1, 4) y compartir el amor y la compasión de Dios.

El cristianismo llegó a Oceanía de múltiples formas a través de los misioneros, que tomaron en serio el mandato de Cristo: «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28, 19), y nos legaron la preciosa herencia de nuestra fe. Tenemos una deuda enorme con los que nos llevaron y enseñaron el camino de Jesucristo: misioneros laicos, sacerdotes, religiosos y catequistas.

Los recordamos. Y también recordamos a nuestros antepasados, que con prontitud y entusiasmo acogieron la buena nueva de Jesucristo. Vuestros corazones y los de vuestros antepasados han sido la tierra fértil donde el sembrador plantó la semilla del Evangelio (cf. Mt 13, 14 ss).

La mies maduró gracias a la sangre de los mártires y a las oraciones de los santos. Alabamos a Dios por los que sacrificaron todo por la venida del reino de Dios: san Pedro Chanel y los beatos Luis de San Vitores, Giovanni Mazzucconi, Peter To Rot y la madre Mary MacKillop. Damos gracias también por el heroico testimonio de los santos y santas de otras tradiciones cristianas.

Sentimos una profunda gratitud hacia vosotros, sacerdotes, religiosos y laicos, que seguís proclamando el mensaje liberador de la palabra de Dios. Los obispos han alabado mucho vuestra entrega, vuestro empeño y vuestro amor a la Iglesia. Somos plenamente conscientes de la responsabilidad que asumís como colaboradores nuestros en el cuidado pastoral del pueblo de Dios.

A vosotros, padres y madres de familia, custodios de los valores de la vida y colaboradores de Dios, a los que ha confiado el futuro de la vida en Oceanía, ofrecemos nuestro afecto, nuestro respeto, nuestra gratitud y nuestro aliento. Seguid haciendo que el amor conyugal constituya el centro de vuestra vida, para que a través de vosotros y de vuestros hijos la vida pueda florecer.

Os saludamos con admiración a vosotros, catequistas, educadores en la fe, agentes de pastoral y misioneros laicos, que sembráis y alimentáis la palabra de Dios en los corazones de todos. Vuestra labor es una obra de amor muy semejante a la de María, que, al principio, dio vida al Verbo.

Saludamos con especial afecto a los que sufren, a los pobres y a los que se han alejado de la Iglesia. Os tenemos muy presentes.

Hemos orado por todos los que, en Papúa Nueva Guinea, habéis sufrido a causa de la reciente catástrofe natural, y por el pueblo de Bougainville, que ha sido víctima de una guerra que ha durado muchos años. Conocemos la valiente intervención de la Iglesia para tratar de encontrar una solución aceptable, pero recordamos a la vez con tristeza a todos los que han perdido la vida en ese conflicto. Estáis muy cerca de nuestro corazón.

Durante el Sínodo nunca hemos olvidado a las minorías indígenas de nuestros países. Ocupáis un lugar único en la vida de la Iglesia en Oceanía y os acompañamos en la lucha por vuestros derechos.

A los jóvenes de Oceanía dirigimos un saludo lleno de alegría. Sois ya una parte vital de nuestra Iglesia y nuestra esperanza para el futuro. Caminad siempre con Cristo, escuchad su verdad y vivid su vida.

Hoy nos alegramos por la presencia de Dios en Oceanía. Hemos recibido una herencia inestimable de fe. El Sínodo para Oceanía nos impulsa a construir sobre esa herencia.

Las sesiones del Sínodo

Los días que hemos pasado juntos en Roma nos han brindado la oportunidad de discutir muchas cuestiones importantes, incluyendo las ideas y las sugerencias que habéis dado a vuestros obispos, antes de venir. Los debates del Sínodo se han caracterizado por la exposición sincera y honrada de diversos puntos de vista. Cada uno de nosotros ha escuchado al otro con atención, tratando de entender su opinión con el fin de alcanzar un acuerdo. Así, hemos buscado las maneras más eficaces para seguir el camino de Jesucristo, difundir su palabra y extender su Reino.

Durante nuestras discusiones hemos escuchado la llamada que Cristo hace a sus discípulos: «Ven y sígueme», en las diversas vocaciones específicas: el sacerdocio, la vida consagrada, el matrimonio o la soltería; la invitación a la misión y a la evangelización, el ministerio en las escuelas y universidades católicas. Cristo nos ha pedido también que promovamos la llegada de la palabra de Dios a nuestra historia y a nuestra región, y que leamos los «signos de los tiempos», reconociendo y acogiendo las nuevas expresiones de espiritualidad y los movimientos eclesiales.

Durante nuestras sesiones se han citado muchas veces las palabras del mandato de Jesús de predicar el Evangelio a todas las naciones, y se ha centrado nuestra atención en la función del obispo como maestro de la fe. Sabemos que no estamos solos en esta misión y reconocemos el papel fundamental de los catequistas, las comunidades parroquiales, las escuelas católicas, los seminarios, las universidades, los programas de formación de seglares y los medios de comunicación social. A menudo hemos tratado de los problemas de justicia social y los hemos relacionado directamente con el establecimiento del reino de Dios. Entre los temas principales que hemos estudiado se encuentran los problemas de los prófugos y los emigrantes, el medio ambiente, el desempleo, la financiación del desarrollo, la asistencia sanitaria, los abusos sexuales y la economía. Han constituido parte integrante de todas nuestras reflexiones el carácter sagrado de la vida, la dignidad de la persona humana y el bien común de todos los pueblos.

Sobre todo se ha destacado la necesidad de que los pastores y los fieles sean santos. Si la Iglesia debe ser maestra, es preciso ante todo que sea testigo.

El Sínodo ha comprendido claramente que caminar con la Palabra y proclamarla servirá de poco si no la vivimos. Estamos llamados a presentar al mundo el rostro compasivo de Cristo y a llevar a todos los hombres y mujeres a la comunión con el Cuerpo de Cristo. Debemos buscar la unidad en la diversidad y prestar atención particular a los marginados y a los alejados.

A la luz de la perspectiva ecuménica de la encíclica Ut unum sint, hemos querido renovar nuestro compromiso en la oración, en el diálogo y en la acción común; arrepentirnos de los pecados del pasado contra la unidad cristiana y, además, esforzarnos por alcanzar los objetivos del ecumenismo como pide esa encíclica.

La Eucaristía debe ocupar el centro de nuestra vida sacramental y de nuestra fe. Por esta razón, se ha manifestado la preocupación ante el hecho de que en muchas zonas no se puede celebrar. Dado el carácter central de la Eucaristía, el sacerdocio ordenado resulta cada vez más importante, y esta consideración ha llevado a reflexionar en otras cuestiones que atañen al problema del celibato sacerdotal, a las vocaciones, y a la formación y al apoyo constante a los sacerdotes.

Vosotros, los jóvenes, constituís una parte vital de nuestra Iglesia y admiramos vuestra generosidad, vuestro entusiasmo y vuestra solicitud por los demás. Nos comprometemos a acompañaros en vuestro camino mientras afrontáis las muchas presiones de la vida.

Conclusión

Esperamos, queridos hermanos y hermanas, que este mensaje os transmita algunas de las alegrías y preocupaciones que hemos vivido durante el Sínodo. Nos alegramos de haber sido llamados por Jesucristo para proclamar su palabra y para trabajar junto con vosotros por extender el reino de Dios.

A la vez que reflexionamos en la generosidad de Dios hacia nuestras regiones y su compasión y su amor a los pueblos de Oceanía, le damos gracias por su bondad.

Después de alegrarnos y de gozar por la generosidad del Padre, sentimos la obligación de compartir los dones que hemos recibido, sobre todo el inestimable tesoro de nuestra fe. Todos estamos llamados a esta misión privilegiada en las circunstancias de la sociedad en la que vivimos.

El Sínodo de Oceanía ha hecho muchas sugerencias que debemos desarrollar para compartir aún más la palabra de Dios, y deseamos ardientemente hacerlo junto con vosotros, para que los habitantes de Oceanía podamos seguir mejor el camino de Cristo, proclamar su verdad y vivir su vida.

Hemos concluido nuestro Sínodo con la celebración del sacrificio eucarístico, unidos, con el corazón y con la mente, a Cristo. Juntamente con el Santo Padre, hemos orado para que el Espíritu de Cristo nos inspire a fin de poder llevar su palabra a las tierras y los mares de Oceanía, hasta los más remotos confines.

Por último, hemos invocado a la Madre de Dios para que interceda por nosotros a fin de que podamos conservar como un tesoro lo que el Padre todopoderoso ha hecho por nosotros y alabar su nombre.

Hagamos nuestra la oración de este histórico Sínodo:

Dios eterno,
míranos con benevolencia
mientras nos hallamos reunidos
con ocasión
de la Asamblea especial
para Oceanía
del Sínodo de los obispos,
en vísperas del nuevo milenio
en Jesucristo.

Él es tu Verbo hecho carne
que nos invita
a seguir su camino,
a proclamar su verdad
y a vivir su vida.

Nosotros,
los pueblos de Oceanía,
que vivimos en un territorio
tan vasto
y tenemos tradiciones
tan diversas,
nos comprometemos
a anunciar
al mundo su amor,
a buscar a los extraviados
y a llevarlos a ti.

María, Reina de la paz,
intercede por nosotros,
tus hijos,
que hacemos esta oración
en nombre de Jesús.

Amén.

 

 

 

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