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Homilía sobre el día de la Epifanía

"Para designar este día se usa el término griego epifanía. Aquello que nosotros, latinos, indicamos con los vocablos aparición o manifestación, los griegos lo llaman epifanía. A este día se le ha dado este nombre propio porque nuestro Señor y Salvador se ha manifestado al público. Había nacido de María, hace tanto tiempo, es verdad, y ahora tenía ya la edad de treinta años, y no obstante, el mundo no lo conocía. Lo conoció sólo en el momento en el que fue a Juan Bautista para hacerse bautizar en el Jordán, y cuando se oyó la voz del Padre desde el cielo que decía: Este es mi Hijo amado en el que he puesto mi complacencia (Mt. 3,17). Si el Padre lo había señalado con la voz desde el cielo, el Espíritu Santo, bajo forma de paloma, se posó sobre su cabeza con la intención de señalarlo también con un contacto físico, de manera de excluir que un otro fuese tomado como Hijo de Dios. Una humildad más sublime que esta no existe. No existe nobleza más grande que esta humildad: viene bautizado por un siervo suyo, y Dios lo declara su Hijo; viene a sumergirse entre publicanos, prostitutas y pecadores, pero es más santo él que quien lo bautiza; Juan le lava el cuerpo, pero él purifica a Juan en el espíritu; el agua, que se utiliza habitualmente para lavar todas las cosas, ha estado ella misma purificada por la inmersión de Nuestro Señor. El Jordán, que se quedó sin agua durante el tiempo en que el caudillo Josué condujo al pueblo de Israel en la tierra prometida, en esta ocasión habría deseado, si hubiera podido, amasar todas sus olas en este punto preciso para tocar el cuerpo del Señor."

S. Jerónimo, Homilía sobre el día de la Epifanía
 

Oración

¡Oh Dios!, haz que mi alma, levantándose de su debilidad y apoyándose en tus criaturas, llegue hasta ti, su admirable creador, y allí tenga descanso y verdadero vigor – Cfr. Conf. 5,1

De Ateneo Pontificio "Augustiniamum"

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