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Lo necio de Dios es más sabio que los hombres 

"Cristo eligió padres pobres, pero perfectos en la virtud; llevó una vida pobre, para que nadie se gloríe solamente de la nobleza del linaje o de las riquezas de la familia; llevó una vida pobre, para enseñarnos a despreciar las riquezas; vivió privado de dignidades, para apartar al hombre de un apetito desordenado de honores; soportó trabajos, hambre, sed y sufrimientos corporales de forma que los hombres no se retrajeran del bien de la virtud por dedicarse a los placeres y delicias a causa de la dureza de esta vida. 

Soportó, finalmente, la muerte para que nadie abandonara la verdad por miedo a la muerte; eligió la forma de muerte más reprobable, la muerte de cruz, para que nadie temiera como digna de vituperio la muerte por la verdad. Fue, por tanto, conveniente que el Hijo de Dios hecho hombre sufriera la muerte para que así su ejemplo animara a los hombres a la virtud, para que se realice lo que dice Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. (1 P 2, 21) 

Si Cristo hubiese vivido en el mundo como rico, poderoso y revestido de alguna gran dignidad, se podría haber pensado que su doctrina y sus milagros fuesen aceptados por la fuerza del favor de los hombres y por un poder humano; por lo tanto, para que constase con evidencia que eran obra de la fuerza de Dios, escogió todo lo ínfimo y despreciado del mundo: madre pobre, vida indigente, discípulos y mensajeros incultos y el ser rechazado y condenado, incluso a muerte, por los magnates del mundo, para que así manifiestamente constase que la aceptación de su doctrina y milagros no fue debida a un poder humano, sino divino. 

Hay aún otro aspecto que considerar en este punto y es que por la misma razón de la providencia por la que el Hijo de Dios hecho hombre quiso sufrir en si mismo la debilidad, por la misma razón también quiso que sus discípulos, a los que constituyó ministros de la salvación de los hombres, fueran despreciados en el mundo y para ello no los escogió cultos y nobles, sino iletrados y de sencilla condición social, es decir, sencillos pescadores. Y cuando los envía a buscar la salvación de los hombres, les manda guardar la pobreza, sufrir persecuciones y oprobios y soportar también la muerte por la verdad, de modo que su predicación no pareciera ordenada a alguna comodidad terrena y para que la salvación del mundo no fuera atribuida a sabiduría o fuerza humanas, sino únicamente a la fuerza y sabiduría de Dios. Por tanto tampoco en los apóstoles estuvo ausente la fuerza divina, que por ellos hacía cosas maravillosas, si bien a la vista del mundo aparecieran como despreciables. 

Este modo de actuar era necesario para la salvación del hombre a fin que los hombres aprendieran a no confiar soberbiamente en si mismos sino en Dios. Es también necesario para la perfecta santificación del hombre que éste se someta totalmente a Dios, que de él espere recibir todos los dones y que reconozca luego haberlos recibido de Dios mismo." 

De los Opúsculos teológicos de santo Tomás de Aquino, presbítero (De rationibus fidei, Ed. Leonina, t. 40, Romae 1969, pp. 56 ss.). 

Oración: 

Padre, que en la persona de tu Hijo derramaste tu sabiduría en el corazón de los hombres, danos la fuerza de amarte sobre todas las cosas y de seguir siempre las huellas de Cristo. Que vive y reina contigo y el Espíritu santo por los siglos de los siglos. Amén. 

Preparado por la Pontificia Universidad Urbaniana,
con la colaboración de los Institutos Misioneros

  

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