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Gratitud, gozo y delicadeza en la misión

“Que vuestro corazón se abra a las tiernas emociones de la más profunda gratitud y que vuestra vida sea un continuo agradecimiento, por la gracia que Dios os ha hecho: la voluntad de consagrarse a El”[1] .

“Que vuestra gratitud no se quede sólo en palabras, sino háganla notar con vuestro celo de consagrarse todos los días a vuestro Dios, dedicándose a cuanto El os pide”.

“Recuerden que las almas ya convertidas como las que se convertirán deben aprender de las religiosas a amar cada vez más Jesucristo. Se esfuercen a ayudar a los infieles al conocimiento de Cristo y de su Iglesia con la predicación elocuente del buen ejemplo”.

“Cuíden, por la mayor gloria de Dios, de hacer resplandecer a fuera lo que tienen en su corazón, el Crucificado, de tal modo que las personas, que las traten, queden edificadas, puedan decirles verdaderas hijas del Crucificado Padre nuestro, y sentirse inspiradas  a la virtud”.

“Recuerden bien: que vuestra alegría sea una alegría de fidelidad a las gracias que ustedes reciben y sobre todo al gozo ardiente de celo por vuestra salvación y la de los otros”.

“(La religiosa) tenga la mirada dulce , la cara alegre, abierta, tranquila sin verguenza, sin esfuerzo, una actitud bondadosa, de dulzura y de piedad capaz de ganar los corazones. Está en la modestia de una religiosa de evitar una conducta altanera, que acentùa la superficialidad o la poca mortificación”.

Es necesario comprender de cual importancia  sea para una religiosa, llamada en especial a reproducir la santidad, tener una cara modesta, una conducta sobria, un andar sencillo. La Regla de San Francisco es la más rígida, y también favorable porque los rigores están prescritos para el tiempo de salud y no para el tiempo de enfermedad”.

“Aumente en nosotras el celo para la salud de las almas preocupándonos de hacer conocer, amar  y servir a Dios”.

Lo que constituye el mérito frente a Dios no es la magnitud de la acción, sino el fervor del alma y la grandeza del motivo: es la pureza de intención”.

“La bondad de vuestras acciones no depende del brillo a los ojos de los hombres, sino de la voluntad que las produce”.

Siervo de Dios, P. Gregorio Fioravanti, OFM 

 

Oración

¡Señor! haz brillar tu luz
y glorifica a tu humilde Siervo, el Padre Gregorio.
Su alimento fue tu voluntad,
su sostén tu Cruz,
su guía tu dulce Madre.
Hazme capaz de ser como él,
testigo del Evangelio,
y dame por su intercesión,
la gracia... que imploro por tu misericordia.

Amén

 

 

Biografía

El siervo de Dios, Padre Gregorio (Lodovico) Fioravanti, fundador de las Hermanas Franciscanas Misioneras del Sagrado Corazón,  nació el 24 de abril del 1822, a Grotte de Castro (Viterbo), un pueblito cerca del lago Bolsena. Ultimo de nueve hermanos, pertenecía a una familia sencilla y modesta, en la cual, a pesar de quedar huérfano de madre a los seis años, creció en el temor de Dios, en la oración frecuente y en la laboriosidad.

En su adolescencia, manifestó una personalidad caracterizada por la prudencia y por las determinaciones, inteligencia clara y reflexiva. A los 16 años, en el 1838, entró entre los Frailes Menores de Orvieto donde, vestido el hábito de San Fancisco asumió el nombre de Fray Gregorio, el año siguiente emitió la profesión solemne. A Viterbo, en el 1845, fue consagrado sacertote. Enseñó primero filosofía a Roma, después lo enviaron a Venecia como profesor del Estudio teológico en San Francisco de la Viña.

Se distinguió por su humildad y por su serenidad, hizo de la “cátedra” el altar de su continuo ofrecimiento, fue por doce años el sabio y respectuoso profesor de la vida de tantos jóvenes. En el 1856, a 34 años, fue llamado al gobierno de la vasta Provincia veneta “San Antonio” de los Frailes Menores Observantes.

Al término del trienio como Ministro provincial, la Providencia, por caminos e instrumentos considerados sólo por su plan amoroso, dispuso para él  un encuentro que dió otra dirección a su vida.

Una joven mujer, francesa, la señora Laura Leroux, esposa del duque de Bauffremont, deseosa de fundar un manasterio femenino, se diriguió a él para iniciar un nuevo Instituto de religiosas franciscanas que, por su consejo fue orientado para las misiones apostólicas. En radical obediencia al plano de Dios, con gran sacrificio y humildad, empujado por el ardor apostólico, aceptó la onerosa misión de guiar la obra de las Terciarias Franciscanas para las Misiones, que  a Gemona del Friuli, siguiendo el deseo de la duquesa, el 21 de abril del 1861 venía erigida canónicamente.

Del Instituto, si bien iniciado en las más róseas esperanzas, el siervo de Dios pronto se encontró como único responsable, con dificultades y penas inenarables por la partida de la duquesa (1863). La dolorosa y heroica historia de las origenes del Instituto, señalada fuertemente por la cruz, celebra la invencible fortaleza, la heroica paciencia, la sabiduría y la laboriosidad de este humilde franciscano, que sólo para la gloria de Dios asumió la misión más desagradable, fue al encuentro de mortificantes protestas y amenazas, en la fidelidad a la voluntad de Dios para tantas jóvenes vidas consagradas con el fin de llevar su Palabra de salvación a los hermanos más lejanos y necesitados.

Para el “neo-Istituto” escribió y más de una vez modificó las Reglas, haciéndose ejemplar protector y sabia guía para que todas las hermanas las observaran en la comunión de vida de testimonio y de ardor apostólico. En el 1865 pudo enviar el primer grupo de misioneras en América del Norte, a servicio de los emigrantes, de los huérfanos, de los pobres. En el 1872 empezó otra misión en el Medio Oriente donde las hermanas se dedicaron a la educación de la juventud más pobre y abandonada. Por este motivo el siervo de Dios , sin salir de Italia, fue reconocido Misionero apostólico. Más tarde, en el 1885, abrió una misión también en Italia, para colaborar a la obra de la Iglesia, herida gravemente del anticlericalismo y de la difundida ignorancia.

Continuó a permanecer cerca de su Instituto con asiduo amor también cuando fue reelegido por dos veces Superior provincial de los frailes venetos, en tiempos muy difíciles para los religiosos, afligidos por la supresión itálica del 1866. Atento a edificar y guíar sobre todo con el ejemplo, sirvió a Dios en silencio, sin reivindicaciones sin defensas personales, también cuando fue conducido a través de la prueba de la soledad y del abandono. Pasó los últimos años en plena ocultación, pasando su tiempo en oración y en el ofrecimiento, por el Instituto que ya veía florecer y extenderse. Sorprendido por un dolor improviso al término de la celebración eucarística, murió el 23 de enero del 1894, a Gemona, en el manasterio de Santa María de los Angeles de sus hijas, sostenidas y dirigidas por 34 años.

Su última y conmovedora bendición para todas las hermanas presentes y futuras, mantiene todavía toda la eficia de su solicitud de Padre.Hoy sus Franciscanas Misioneras del Sagrado Corazón prestan  servicio apostólico en 20 Países de “misión” del Europa, de las Américas, del Asia y del Africa.

La causa de canonización, fue introducida a Udine en el 1990, en el 1995 llegó a Roma a la Congregación para las Causas de los Santos, donde continuó felizmente “l’iter” pedido; en enero del 1997, obtuvo éxito positivo del examen de la consulta histórica.

Preparado por la Pontificia Universidad Urbaniana, 
con la colaboración de los Institutos Misioneros  



[1]Son algunos de los pensamientos recogidos de su Epistolario o de los pocos escritos que han quedado, según un órden nuestro

 

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