The Holy See
back up
Search
riga

El mal temporal, ocasión de la misericordia divina 

“Abramos nuevamente el alma al amor de Jesucristo, a su misericordia, a su sabiduría, a aquel intento, a aquel deseo, a aquel propósito que tuvo a nuestro respecto cuando quiso que San Juan escribiera el episodio que ahora vamos a considerar: el del ciego de nacimiento (9,1- 41) […]

"Pasando vió Jesús un hombre ciego de nacímiento y le preguntaron sus discípulos diciendo: Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciese ciego? Respondió Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino que se habían de manifestar en él las obras de Dios.”

De entrada no más nos encontramos con la pequeñez, con la miopía no del cieguito sino de estos otros que aparentemente ven: son sus discípulos, son la gente buena, lo van acompañando a Jesucristo. Tal vez ya han visto varios, quizá numerosos episodios de milagro. En todo caso han oído con qué criterio, Jesucristo Nuestro Señor, interpreta los bienes y los males que aparentemente se presentan.

Sin embargo ellos, […] en este momento [no] se habían liberado de la creencia popular del pueblo judío de que los males físicos eran, siempre o generalmente, resultado de un castigo de Dios por algún pecado: ¿Quién pecó, éste o sus padres, para que él nazca ciego? 

Puede ser que nosotros [tampoco] estemos demasiado convencidos cuando nos ocurre algún mal. Y nos preguntamos: ¿qué mal habré hecho, qué pecado habré cometido para que esto me ocurra? Suele ser una fórmula de seudo humildad.

Pero sí es cierto que si no consideramos el mal temporal como un castigo, con frecuencia no lo entendemos, nos quedamos quizá desconcertados, tal vez hablamos o pensamos que se trata de algo absurdo. No se nos ocurre muy fácilmente pensar, como algunos santos, en los males físicos o temporales como misericordias de Dios que nos asemejan a Jesucristo. Ni se nos ocurre encontrar en ellos, en todo caso, en esas dificultades, ciertamente la ocasión buscada por Dios para realizar alguna obra grande en nosotros o en los demás.

Y Jesús en este caso se lo dice a sus apóstoles y nos lo dice a nosotros: no hay que buscar pecado, porque esto no es necesariamente ni principalmente un mal: esta ceguera es nada menos que la ocasión y la materia sobre la cual se va a dar una gran obra de Díos.

Deberíamos inculcarnos definitivamente en el alma esto. Porque si no, la historia del mundo, y sobre todo la historia del bien en el mundo y la historia de la Iglesia, de las obras de Dios en el mundo, nos resultan incomprensibles. Más aún, nuestra propia historia, en la cual de ninguna manera el progreso de la acción de Dios en nuestra alma y, por lo tanto, nuestra perfección y nuestra definitiva felicidad son proporcionales a los éxitos o a los bienes temporales que tengamos. Muchas veces ocurre todo lo contrario: el progreso de lo uno es paralelo al decrecimiento de lo otro. Todo es instrumento para la obra de Dios y equivale a aquello de san Pablo: Para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para el bien." 

(L. M. Etcheverry Boneo, Ejercicios Espirituales, enero de 1965. Pro-manuscrito. Archivo de las “Servidoras”, F. Lacroze 2100, Buenos Aires Argentina)

 

Oración

“Cuando me haya unido a Ti con todo mi ser, nada será para mi dolor ni pena. Será verdadera vida mi vida, llena de Ti” (S. Agustín, Confesiones 10, 28, 39)

Preparado por la Universidad Pontificia Lateranense

          

top