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No se puede ver a Dios con los ojos de la carne

"No es posible ver a Dios con los ojos de la carne: pues lo que es incorpóreo no puede entrar con estos ojos. Esto lo testificó también el mismo Hijo unigénito de Dios al decir: «A Dios nadie lo ha visto jamás». Pues aunque alguien interpretase lo que está escrito en Ezequiel como si éste tuviese una visión directa, escuche lo que dice la Escritura: «Vio la semejanza de la gloria del Señor» (Ez 1,28), no al mismo Señor, sino a «la semejanza de la gloria», como tampoco directamente a la gloria como ella realmente es. Pero, habiendo contemplado sólo una semejanza de la gloria, pero no la gloria misma, cayó a tierra por el miedo (ibid.). Pero la contemplación de la semejanza de la gloria despertaba en los profetas el temor y la inquietud de que Dios les arrebataría la vida si alguien intentaba contemplarlo directamente, según aquello de que «no puede verme el hombre y seguir viviendo» (Ex 33,20). Por este motivo Dios, por su grandísima bondad, ha extendido los cielos como velo de su grandísima bondad para que no perezcamos. Esta palabra no es mía sino del profeta, que dice: «Ah, si rompieses los cielos y descendieses, ante tu faz los montes se derretirían» (Is 63,19). Y, ¿por qué te admiras si Ezequiel cayó al suelo tras haber contemplado la semejanza de la gloria?

En cierta ocasión vio Daniel a Gabriel, siervo de Dios, e inmediatamente se turbó en su ánimo y cayó sobre su rostro. No se abrevió el profeta a responder hasta que el ángel adoptó figura de hombre (cf. Dan 8,17 y 10,15-16). Y si la visión de Gabriel suscitaba temor en los profetas, ¿acaso no hubiesen perecido todos si el mismo Dios se hubiese dejado ver como es?

No se nos ha dado conocer la naturaleza divina con ojos corporales; pero por las obras de Dios podemos alcanzar una idea de su poder, según lo que dice Salomón: «Pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sab 13,5)4. No dice simplemente que por las criaturas se deduzca al creador, sino que añadió: por analogías. Pues Dios parece tanto mayor a cada uno cuanto mayor sea la contemplación de las criaturas adquirida por el hombre. Y cuanto más ha sometido a su propio ánimo a la contemplación, mayores son el conocimiento y la imagen que tiene del mismo Dios.

¿Quieres conocer que no es posible llegar a abarcar toda la naturaleza de Dios? Aquellos tres jóvenes que iban camino del fuego exclamaban celebrando a Dios con alabanzas: «Bendito tú, que sondeas los abismos, que te sientas sobre querubines» (Dan 3,55). Y ahora te pregunto: «Dime cuál es la naturaleza de los querubines y piensa entonces cómo es aquel que se sienta sobre ellos». Por su parte, el profeta Ezequiel, en cuanto era posible, hizo una descripción de los mismos diciendo: «Tenían cada uno cuatro caras» (Ez 1,6): el primero, de hombre; el segundo, de león; el tercero, de águila; el último, de toro (cf. Ez 1,10). También «cada uno tenía seis alas» (Is 6,2) y ojos por todas partes, y avanzaban como sobre una rueda en cuatro direcciones (cf. Ez 10, 11-12). Sin embargo, incluso tras esta descripción del profeta, no podemos llegar por la lectura a comprenderlo todo. Pues si no podemos comprender siquiera el trono que ha descrito, ¿cómo podremos abarcar al Dios invisible e inefable que en él se sienta? Es ciertamente imposible escrutar de modo íntimo la naturaleza de Dios, pero sí se puede tributar gloria y honor al que conocemos por sus obras."

Cirilo de Jerusalén, Catequesis bautismal, 9,1-3

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