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BEATIFICACIÓN DE SOR MARÍA DE LA PASIÓN,
DE LAS RELIGIOSAS CRUCIFICADAS ADORATRICES DE LA EUCARISTÍA

HOMILÍA DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS 

Catedral de Nápoles, Italia
Domingo 14 de mayo de 2006

 

Eminencias reverendísimas cardenal Michele Giordano, arzobispo de Nápoles,
y cardenal Agostino Vallini;
excelencias reverendísimas;
distinguidas autoridades;
hermanas y hermanos todos en Cristo: 

Nos  alegramos  en  el Señor en este V domingo de Pascua, en el que contemplamos un sarmiento especial de la vid de Cristo:  María de la Pasión, que acaba de ser inscrita en el catálogo de los beatos. Se alegra la venerada y querida Iglesia de Nápoles por el destino de esta hija suya que enriquece el número de los santos y beatos partenopeos, ya singularmente rico.

1. Toda la liturgia de la Palabra de este domingo es una reflexión sobre la santidad, sobre nuestro estar unidos a Cristo, en comunión permanente con Cristo, para permanecer en Cristo. En particular, el pasaje evangélico, recién proclamado, nos presenta el inicio del segundo  discurso  de despedida de Jesús  después de la última Cena. Como telón de  fondo  de  este  discurso  está el famoso cántico de la viña de Isaías (cf. Is 5, 1-7), donde se dice que el Señor "tenía una viña en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. (...) Y esperó que diese uvas, pero dio agraces".

La imagen de la viña asume, por tanto, una doble dimensión:  por una parte, es signo del amor; por otra, de la infidelidad. Con todo, Jesús no recoge simplemente la imagen profética de la viña. Hay mucho más. Si consideramos que en el evangelio de san Juan la vid no se presenta por el vino que se obtiene de ella, sino como una planta retorcida con sus múltiples ramas, las cuales reciben de ella la capacidad de dar fruto, mientras que, por el contrario, si quedan separadas de ella se secan, debemos decir que Cristo, sí, es la realización del antiguo símbolo, pero sobre todo que no es él solo la vid verdadera, pues asocia a sí a otros para que vivan su misma vida, es decir, a los que el evangelio llama precisamente los sarmientos.

Todo cristiano, para dar abundante fruto, debe crecer injertado en la vitalidad inagotable de la única cepa.

En otras palabras, la auténtica clave de lectura de este pasaje nos la proporciona no tanto el tema de la viña y de las aplicaciones que se encuentran en el Antiguo Testamento, cuanto un verbo que se repite muchas veces:  el verbo "permanecer". El evangelista san Juan lo usa sesenta y seis veces, mientras que todos los demás autores del Nuevo Testamento, juntos, sólo lo utilizan cuarenta y seis veces.

2. Aunque la Biblia, en su conjunto, atribuya la permanencia sólo a Dios y la presente como una característica divina, en contraposición a la mutabilidad, la incertidumbre y la caducidad de las realidades terrenas y humanas, san Juan aplica este concepto a Cristo para afirmar apologéticamente el carácter eterno de su dignidad contra las objeciones de los judíos, los cuales, recordando la caducidad de su vida, le negaban el carácter de Mesías y de Hijo de Dios.

Es muy urgente, también hoy, reflexionar bien sobre este importante mensaje doctrinal cristiano, especialmente frente a las interpretaciones de cierta gnosis o literatura a la moda, que al final destruyen el cristianismo en sus cimientos.

Cristo permanece y no pasa, porque sobre él está el Espíritu de Dios, que se le ha dado en plenitud, y sobre él permanecerá para siempre.

Conviene observar que la innovación de este evangelio es que el verbo "permanecer" se aplica también a los creyentes, en el sentido de que se fundan en  la estabilidad de Dios, es decir, creen y perseveran en la fe, pero sobre todo porque hay una comunión íntima entre los creyentes y Cristo, así como hay una comunión íntima entre Cristo y el Padre.

Los cristianos, en cuanto bautizados, estamos unidos a Jesús con un vínculo tan profundo y vital como el que une el sarmiento a la vid. El sarmiento es una emanación, una parte de la vid; entre ambos circula la misma savia. No se podría pensar en una unidad más íntima. En el campo espiritual esta savia es la vida divina que se nos ha dado en el bautismo, el Espíritu Santo.

3. Si recordamos que en el capítulo 6 de su evangelio san Juan había hablado del "pan de vida" y había empleado también allí el verbo "permanecer", entonces debemos decir que en esta parábola de la vid y los sarmientos tenemos una imagen de la "vid de vida", paralela a la del "pan de vida"; y todo el discurso de despedida, pronunciado después de la última Cena, al que pertenece esta sección, asume un sentido claramente eucarístico.

Así pues, no sólo a través del amor fraterno, sino también a través de la Eucaristía, entramos en contacto vital con Cristo, nos convertimos en sus sarmientos y permanecemos en él. A mi parecer, este es el rasgo característico de la fisonomía espiritual de la beata María de la Pasión. Hizo de sí un don al mundo, ofreciéndose con Cristo, por Cristo, como víctima de reparación por los pecadores y, además, viendo en la necesidad de la santidad de los sacerdotes la posibilidad de un mundo nuevo.

La vida de esta beata se consumó permaneciendo en Cristo, vivo y realmente presente en el sacramento de la Eucaristía. Sus largas horas de adoración, de día y de noche, manifiestan su sabia opción de estar siempre con Jesús. Había comprendido el secreto que expresó con estas palabras:  "Quiero llegar a ser santa, amando a Cristo en la Eucaristía, sufriendo con Cristo crucificado, viendo a Cristo en los demás". Por eso, su carisma es el asombro contemplativo de la Eucaristía, de la que sacaba la fuerza para superar las dificultades, hasta el punto de que los últimos días de su vida sólo se alimentaba de la Eucaristía.

4. El mensaje de la nueva beata, siempre original y actual, lo podemos resumir con las últimas palabras que dirigió a las hermanas de su congregación. Sé que tanto las hermanas como todas las personas devotas de la madre Maria Tarallo, se refieren a menudo a él como una consigna, pero deseo repetirlo una vez más:  "Os recomiendo la santa observancia de las reglas, la obediencia pronta y en especial la adoración diaria a Jesús sacramentado. Amad mucho a Jesús en la santísima Eucaristía; nunca lo dejéis solo; no lo hagáis enfadar..., no le deis disgustos" (Fontana, L.M, Vita della vittima riparatrice la Serva di Dio Suor Maria della Passione delle Crocifisse Adoratrici di Gesù Sacramentato, Scansano, Tip. Ed. Degli Olmi 1921, p. 324).

Ese mensaje de sor María de la Pasión no sólo se dirige a las religiosas Crucificadas Adoratrices de la Eucaristía, sino también a todos nosotros, para impulsar a un renovado fervor eucarístico, que en el fondo constituye una realización práctica del evangélico "permaneced en mí y yo en vosotros".

Permanecer en su amor... Este verbo, en griego, significa también "habitar", tener una residencia y una experiencia de vida común. ¡A qué nivel de vida nos eleva el cristianismo..., muy diverso de lo que piensan los que reducen nuestra religión a un conjunto de reglas de vida y fórmulas de doctrina! Aquí se trata de ser insertados en una reciprocidad con Dios mismo. Su amor se hace recíproco del nuestro. Dios, que es Amor, afirma que está dentro de nosotros y que nosotros estamos dentro de él, en Cristo.

A nosotros nos corresponde ahora seguir la invitación de Jesús que María de la Pasión realizó en toda su vida.

Sin embargo, fijémonos bien, no se trata de una contemplación fin en sí misma. En el texto se utiliza cinco veces la expresión "dar fruto". También la segunda lectura nos exhortaba a amar a Dios con las obras y de verdad. Quien ama de veras a Dios, ama también al prójimo y desea que llegue al conocimiento de la verdad:  ¿cómo se puede amar a una persona y permitir, al mismo tiempo, que permanezca en el error, que esté en peligro su salvación y, por tanto, su felicidad eterna?

Esta insistencia nos recuerda que el amor  nunca es estéril; siempre es fecundo.

Que la beata María de la Pasión nos ayude a crecer en el compromiso de trabajar y vivir por el único bien digno de buscarse:  la llegada del reino de Cristo al mundo, reino de amor, de justicia, de reconciliación y de paz entre los hombres y los pueblos.

 

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