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 PALABRAS DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS
AL FINAL DE LA MISA DE BEATIFICACIÓN DEL SIERVO DE DIOS
FRANZ JÄGERSTÄTTER


Catedral de la Inmaculada de la diócesis de Linz, Austria
Viernes 26 de octubre de 2007

 

He venido a Linz con gran alegría en mi corazón por el honor que el Santo Padre Benedicto XVI me ha concedido, por su benevolencia, al designarme para presidir, como representante suyo, el solemne rito de la beatificación del siervo de Dios Franz Jägerstätter. Quiero manifestaros mi gozo particular al ver inscrito hoy en el catálogo de los beatos a un laico casado y padre de familia.

El siervo de Dios Giorgio La Pira, conocido popularmente en Italia, y no sólo en Italia, como "el santo alcalde" de Florencia, con la intuición profética que suelen tener los santos, escribió hace cincuenta años, aunque en un contexto bastante diverso y lejano del actual:  "La santidad de nuestro siglo tendrá esta característica:  será una santidad de los laicos. Por las calles nos cruzamos con personas que, dentro de cincuenta años, habrán sido elevadas a los altares:  por las calles, en las fábricas, en el Parlamento, en las aulas universitarias" (cf. G. Mattei, en:  L'Osservatore Romano, 6-7 de septiembre de 2004, p. 9).

Entonces parecía casi imposible que ese deseo se hiciera realidad, pero hoy vemos que en virtud del último concilio, y de su generosa aplicación a través del ministerio petrino de Juan Pablo II, son hechos concretos, no sólo palabras, y siguen siéndolo con el elevado magisterio de Benedicto XVI.

La peculiaridad de nuestro beato se encuentra en su martirio (1943), insertado en el contexto histórico particularmente trágico del período del III Reich, durante la segunda guerra mundial. El beato Franz era un hombre de nuestro tiempo, un hombre normal, con defectos; incluso, durante cierto tiempo, llevó un estilo de vida más bien ligero y mundano. Pero siguiendo su vocación y con la gracia de Dios, puso la voluntad de Dios por encima de todo, llegando, tras largas luchas interiores, a una vida extraordinaria de testimonio cristiano.

Por sus convicciones de fe afrontó la muerte. Su camino es un desafío y un estímulo para todos los cristianos, que pueden seguir su ejemplo para vivir con coherencia y compromiso radical su fe, incluso hasta las extremas consecuencias, si fuese necesario. Los beatos y los santos siempre han dado ejemplo de lo que significa e implica ser cristianos, incluso en algunos momentos particulares, concretos, de la historia.

En un tiempo como el nuestro, en el que no faltan los condicionamientos e incluso la manipulación de las conciencias y las inteligencias, a veces a través de formas engañosas que se sirven de las tecnologías modernas más avanzadas,  el  testimonio del beato Franz es un ejemplo importantísimo de inquebrantable valentía y de firme y fuerte coherencia.

Son conmovedoras las palabras que escribió Franz Jägerstätter en la última carta que envió a su esposa Franziska Schwanniger, especialmente cuando afirmaba:  "También doy gracias a nuestro Salvador porque he podido sufrir por él. Confío en su infinita misericordia. Espero que me haya perdonado todo y que no me abandone en mi última hora... Cumplid los mandamientos y, con la gracia de Dios, pronto nos volveremos a ver en el cielo" (Doc. 21, Summ., 187-188).

Esas palabras nos llevan a la esencia, porque los santos saben ir siempre a lo esencial, que aquí es aquel "serva mandata", "cumple los mandamientos" (cf. Mt 19, 17), con que Jesús responde a quien quiere saber qué debe hacer para alcanzar la vida eterna.

Invocando la protección especial del nuevo beato, el mártir Franz Jägerstätter, sobre esta venerada Iglesia diocesana de Linz, me complace transmitir a este querido pueblo de Dios, comenzando por su venerado pastor, mons. Ludwig Schwarz, a los presbíteros, a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas, así como a todos los hermanos y hermanas en la fe, la bendición apostólica particular del Santo Padre Benedicto XVI, para que os acompañe en el camino hacia la santidad, a la que todos estamos llamados

 

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