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VISITA PASTORAL A COLLEVALENZA Y TODI

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS DEL AMOR MISERICORDIOSO


Domingo 22 de noviembre de 1981

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

Al comienzo de este deseado encuentro con vosotros, Esclavas e Hijos del Amor Misericordioso, quiero dirigiros las palabras de San Pablo a los Corintios: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo" (2 Cor 1. 3).

El consuelo que esta peregrinación proporciona a mi corazón, es ciertamente también el vuestro, nacido de la certeza de ser fielmente escuchados por la bondad divina, incluso "en todas nuestras tribulaciones". Si Dios y su amor son para nosotros el consuelo que nadie puede quitarnos —"nadie será capaz de quitaros vuestra alegría" (Jn16, 22)—, al mismo tiempo estamos llamados a alimentar en nosotros la solicitud ineludible de hacer a todos partícipes de este amor.

1. Para liberar al hombre de los propios temores existenciales, de esos miedos y amenazas que siente inminentes por parte de individuos y naciones, para cicatrizar tantos desgarramientos personales y sociales, es necesario que a la presente generación —a la cual se extiende también la misericordia del Señor cantada por la Virgen Santísima (cf. Lc 1, 50)— se le revele "el misterio del Padre y de su amor". El hombre tiene profunda necesidad de abrirse a la misericordia divina, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su naturaleza herida; necesita estar firmemente convencido de esas palabras tan entrañables para vosotros y que son frecuentemente el objeto de vuestra reflexión, esto es, que Dios es un Padre lleno de bondad que busca por todos los medios consolar, ayudar y hacer felices a los propios hijos; los busca y los sigue con amor incansable, como si El no pudiese ser feliz sin ellos. El hombre, el más perverso, el más miserable y, finalmente, el más perdido, es amado con inmensa ternura por Jesús que es para él un padre y una tierna madre.

2. De estas breves alusiones se deduce que vuestra vocación parece revestir un carácter de viva actualidad. Es verdad que la Iglesia, durante los siglos, también mediante la obra de varias órdenes y congregaciones religiosas, ha proclamado siempre y ha profesado la misericordia divina, siendo su administradora solícita en el campo sacramental y en el de las relaciones fraternas, pero quisiera poner de relieve sólo que vuestra profesión especial loca directamente el núcleo de esta misión, y os habilita para ejercitarla institucionalmente.

Deseo muy de corazón que el espíritu de vuestro instituto, que lleva en sí el fervor de los comienzos, se exprese siempre mediante una piedad sólida, una entrega desinteresada y un ardiente compromiso apostólico, como dan fe de ello las grandiosas construcciones surgidas en pocos decenios en torno a este santuario, y las muchedumbres que acuden para renovar y acrecentar la propia vida cristiana.

Deseo expresar mi complacencia por todo lo que se ha realizado en el campo de la asistencia y de la santificación del clero diocesano. Esta tarea entra de lleno en el fin específico de la congregación de los Hijos del Amor Misericordioso, y para su realización las Esclavas prestan su delicada colaboración. Efectivamente, se lee en el libro de las normas que traduce a la práctica las constituciones: "Ayudarán n los sacerdotes en todo, más con los hechos que con las palabras", y todo esto con espíritu de alegre y generosa entrega. Un particular esfuerzo se lleva a cabo para estimular entre los sacerdotes diversas y progresivas formas de cierta vida común (cf. Presbyterorum ordinis, 8).

Las Esclavas, por otra parte, desarrollan en sus casas toda una serie de oportunas tareas asistenciales que dan testimonio de una generosa flexibilidad en la adaptación a las exigencias caritativas de los lugares y a las peticiones de la autoridad eclesiástica.

3. Y ahora, queridos hermanos y hermanas, quisiera dirigiros una viva exhortación a ser sabiamente fieles a vuestra vocación.

Conscientes de la necesidad que tiene el hombre moderno de encontrarse con el amor del "Padre de las misericordias", y contentos de estar consagrados a la difusión de este amor, ofreced, ante todo en el ámbito de vuestra gran familia, un testimonio sereno y convincente de caridad fraterna. "Congregavit vos in unum Christi amor": Cristo Señor se ha interesado por cada uno de vosotros y os ha reunido en congregaciones distintas, y en una única familia, para realizar, con modalidades diferentes, el mismo camino de perfección, en el desarrollo de la misión evangelizadora. La tarea de proclamar la misericordia del Salvador exige un testimonio que dé pruebas de unión, de mutuo amor misericordioso, como Jesús mismo ha exhortado con la fuerza trágica de su última hora: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor fraterno es en sí mismo una prueba y una evangelización de la misericordia: "Que también ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21).

Para construir el espíritu, antes aún que las estructuras de una congregación, es necesario realizar un amor que exige frecuentemente sacrificio y renuncia personal, en sinfonía con todo lo que Cristo ha testimoniado, sobre todo con el sello de su extrema donación.

Esta llamada sugiere la invitación a profundizar cada vez más en las raíces de vuestro espíritu de familia, mediante una identificación intensa con los sentimientos de Cristo Crucificado y de Cristo Eucaristía, cuyas imágenes lleváis en vuestro emblema: tened en vosotros los mismos sentimientos que había en Jesucristo..., que se humilló... hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2, 5-8).

No es posible ser heraldos de la misericordia sin la asimilación intensa del sentido y del valor de las donaciones extremas de un amor divino infinitamente más potente que la muerte: el Crucificado y la Eucaristía; de un amor inagotable, en virtud del cual el Señor desea siempre unirse e identificarse con nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos", como escribía hace un año en la Carta Encíclica Dives in misericordia (núm. 13), a la que vosotros os profanéis recordar dentro de pocos días con un solemne congreso internacional.

Contemplando este amor, resulta menos difícil resistir al aura secularizante que, bajo el pretexto de cierto tipo de presencia en el mundo, podría haber empobrecido la fe y hecho menos viva la confianza y menos sobrenatural la caridad; resulta más fácil alimentar el buen espíritu que se os ha transmitido, para realizar en vosotros la bienaventuranza de los "misericordiosos", con el fin no sólo de obtener, sino también de irradiar misericordia.

Considerad a este santuario erigido para exaltar y celebrar continuamente los rasgos más exquisitos del amor misericordioso, como constante punto de referencia, cuna de vuestra vocación, centro y signo de vuestra espiritualidad particular. Que se proclame siempre en él el alegre anuncio del amor misericordioso, mediante la Palabra, la Reconciliación y la Eucaristía. Es palabra evangélica la que pronunciáis para confortar y convencer a los hermanos acerca de la inagotable benevolencia del Padre celestial. Es hacer posible la experiencia de un amor divino más potente que el pecado, el acoger a los fieles en el sacramento de la penitencia o reconciliación, que sé que administráis aquí con constante empeño. Es vigorizar de nuevo a muchas almas fatigadas y cansadas, en busca de un alivio que dé dulzura y robustezca en el camino, ofrecerles el Pan eucarístico.

Este sublime ministerio de la misericordia, lo mismo que todas vuestras aspiraciones y actividades, las confío a María Santísima, venerada por vosotros bajo el título de Mediadora, invocándola con fervor para que quiera concederos maternalmente y acelere para vosotros el don de su Hijo Jesús y, por otra parte, vuestra plena apertura a El.

Mi exhortación y mi saludo lleguen igualmente a todos, Esclavas e Hijos de las diversas comunidades de Italia, España y Alemania, que no están aquí presentes, con particular pensamiento de consuelo y de estímulo para las dos jóvenes comunidades misioneras de Brasil. Deseo a vuestra querida madre fundadora, que está aquí entre vosotros, que os vea a todos decididamente encaminados hacia la santidad, según sus aspiraciones maternas.

Dirijo, además, un saludo especial, lleno de buenos deseos de alegría y prosperidad cristianas, a vuestros amigos y a todos los que apoyan vuestras iniciativas apostólicas, mientras imparto a todos y a cada uno mi afectuosa bendición apostólica.

 

© Copyright 1981 Libreria Editrice Vaticana   

 



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