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VIAJE APOSTÓLICO A CANADÁ

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS GOBERNANTES CANADIENSES
Y A LOS DIPLOMÁTICOS EXTRANJEROS*

"Rideau Hall" de Ottawa
Miércoles 19 de septiembre de 1984

 

Señora Gobernadora General,
Señor Primer Ministro de Canadá,
Señoras y Señores, miembros de la dos Cámaras del Parlamento y de las Instituciones Judiciales,
Señoras y Señores, miembros del Cuerpo Diplomático,
Señoras, Señores:

1. Desde el comienzo de mi viaje pastoral y a lo largo de las diferentes etapas de mi recorrido por vuestro incomparable País de Canadá, deseaba este encuentro en la capital de Canadá con tantas distinguidas personalidades. Me alegra haber podido conversar esta tarde con la Señora Gobernadora General y haber podido evocar con ella temas de interés para Canadá y el mundo. Estoy vivamente impresionado por la presencia de todos ustedes aquí y quisiera agradecerles muy cordialmente el honor que hacen al Obispo de Roma, primer Pastor de la Iglesia Católica. No me es posible en este momento, intentar, aunque sea brevemente, un análisis de las profundas y durables impresiones recibidas tan frecuentemente a lo largo de las inolvidables horas de mi visita al pueblo de Canadá. Permítanme decir simplemente que agradezco a Dios Todopoderoso los momentos de gracia que me ha concedido a través de los numerosos encuentros de oración, de comunicación y de diálogo con tantas personas en este país.

2. Al encontrarme hoy con ustedes, que representan no sólo al pueblo de Canadá, sino también a los pueblos de tantos otros países, pienso una vez más en todo el mundo y en los lazos que unen a toda la Humanidad: el Norte y el Sur, el Este y el Oeste, los hombres, las mujeres, los niños, los jóvenes, los ancianos.

Toda acción emprendida en una nación o región para resolver sus propios problemas tiene necesariamente repercusión sobre la vida y los objetivos de las otras naciones, en razón de inevitables mecanismos económicos, monetarios, financieros y políticos. Pero, al mismo tiempo, se constata que todos los pueblos aceptan más conscientemente un mayor compromiso en la responsabilidad común con relación al bien común universal. Progresa el sentido de la solidaridad y de la responsabilidad compartida entre las naciones, lo que constituye uno de los signos de esperanza de nuestro tiempo que debe inspirar a todos los pueblos una disponibilidad siempre mayor a la colaboración mutua. No se pueden perseguir los legítimos objetivos nacionales con estériles confrontaciones, sino solamente mediante una cooperación y un diálogo confiados, continuos y abiertos. Todos los individuos y todos los pueblos deben saber que son los administradores de una herencia común y los servidores de un común destino.

3. Hoy, el cuadro y las circunstancias particulares de este nuestro encuentro, en esta capital de Canadá, al final de mi peregrinación «a mari usque ad mare», me permiten expresar mi estima al pueblo canadiense y a sus dirigentes por las numerosas acciones que han realizado, y que traducen de manera tangible su sentido de la solidaridad mundial. Enriquecido por su experiencia de colaboración entre muchos grupos diferentes en la búsqueda común del bienestar de todos los canadienses, este país ha emprendido también en el campo de la colaboración y de las responsabilidades internacionales, el camino de un compromiso efectivo en favor de la paz mundial, y de una aportación desinteresada al desarrollo de las naciones menos favorecidas.

4. Somos deudores de todos los pueblos y naciones, que han luchado sincera y honestamente en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, por crear un mundo de relaciones pacíficas y de justicia internacional, de que no hayan dejado que nuestra concepción de la situación mundial se oscurezca por el pesimismo y el derrotismo. Se ha realizado en muchos campos, un progreso real que conviene reconocer con estima.

Pero, al mismo tiempo, no podemos cerrar los ojos ante la persistencia de numerosos problemas no resueltos y ante las numerosas situaciones de conflicto y de injusticia que permanecen todavía como una mancha sombría sobre la escena internacional y como un desafío que la comunidad internacional no puede dejar de recoger. No podemos cerrar los ojos, y no deberíamos dejar endurecer nuestro corazón, ante los sufrimientos y las miserias sin número que afligen a millones de hermanos nuestros. A la Humanidad no le faltan hoy informaciones y estadísticas sobre los males del mundo. Pero es poco sensible a ellas, si no permite a ciertos hechos ejercer influencia sobre la acción. Evocaré particularmente la ausencia de acuerdos para frenar y parar la carrera de armamentos; el empleo de capacidades científicas y recursos en las armas de destrucción masiva; las guerras limitadas que continúan matando a hombres y mujeres fuera de su propio país; la falta de respeto al valor y dignidad de la vida antes del nacimiento; las experiencias sobre embriones humanos; la malnutrición o la muerte de niños en los países afectados por la sequía crónica o por el subdesarrollo; la falta de los primeros cuidados sanitarios; el éxodo rural masivo y las concentraciones humanas, donde faltan puestos de trabajo, enseñanza o alimentación; la pérdida de la libertad, incluso la de practicar la propia religión. En todo esto se constata que no se tienen suficientemente en cuenta las dimensiones éticas subyacentes a los problemas de la sociedad y a los que se relacionan con ellas.

5. Apelo a ustedes hoy, señoras y señores, y a través suyo a todas las personas que representan: sed defensores de una concepción nueva de la Humanidad, una concepción que no afronte los problemas de la sociedad solamente en función de ecuaciones económicas, técnicas o políticas, sino en función de personas vivas, de seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios y llamados a un destino eterno; una concepción fundada sobre valores humanos auténticos y defensora de los mismos; una concepción que inspire la acción y supere la autosatisfacción, la insensibilidad y el egoísmo.

¿No es misión especial de todos los que han recibido la carga de una responsabilidad pública – sea en el cuadro nacional o internacional – de promover esta concepción de la Humanidad, capaz de activar la buena voluntad presente en el corazón de todo ciudadano? ¿No tienen la responsabilidad de suscitar la voluntad política de realizar los cambios necesarios para una buena utilización del potencial humano y técnico disponible en la sociedad? Ninguno de nosotros puede permanecer pasivo ante los desafíos de nuestra época; sabemos que el mundo moderno posee inmensas reservas de conocimientos técnicos y riquezas que pueden ser empleadas para ayudar a resolver los problemas de la Humanidad. Estoy convencido de que desde sus competencias gubernativas, legislativas y judiciales en Canadá, como desde sus funciones internacionales para cada uno de sus países, ustedes están en puestos privilegiados para promover, con multiplicidad de iniciativas, la concepción nueva de la Humanidad, que abarque todos los sectores de las tareas humanas y que constituya la base de toda la legislación, de todas las actividades públicas y de todas las relaciones sociales. Estén seguros de mi apoyo y de mi estímulo.

6. Nadie dudará que el mundo de hoy tiene auténtica necesidad de una nueva visión de paz. La gente está siendo matada en guerras que desgarran los países. La gente vive en el miedo de la posibilidad, siempre presente, de que las tensiones y los conflictos se arreglen mediante el poder de las armas y no con la fuerza de la razón. La gente se siente amenazada por la existencia de poderosos arsenales de destrucción y por la ausencia de un progreso significativo en las negociaciones sobre el desarme. La gente pasa hambre, malnutrición y enfermedades. A muchos les falta la posibilidad de educación y de vivir una vida con sentido, al tiempo que ven cómo inmensas cantidades de dinero quedan sumergidas en la carrera de armamentos. Es importante afirmar una y otra vez que la guerra se hace en los corazones y en las mentes de los hombres y mujeres de nuestros tiempos, y que la verdadera paz se conseguirá sólo cuando los corazones y las mentes de todos se conviertan a la compasión, a la justicia y al amor.

En la nueva visión de la paz no hay lugar para el egocentrismo ni el antagonismo. Todos estamos implicados; todos tenemos la responsabilidad de nuestra propia conversión a pensamientos y acciones de paz. Una persona sola no puede cambiar el mundo, pero todos nosotros juntos, fuertes en la convicción y determinación de que la paz comienza en nuestros propios corazones, seremos capaces de crear una sociedad pacífica y amante de la paz. Por mi parte, he decidido dedicar mi mensaje anual para la próxima celebración de la Jornada mundial de la Paz al tema: «Paz y juventud avanzan juntas». La población mundial actual está compuesta en su mayoría por jóvenes. Su compromiso en favor de la paz realizará un cambio significativo en el futuro del mundo, y las aportaciones de cada uno -puestas en común- cambiarán el mundo.

7. La relación entre los individuos y entre los pueblos constituye el núcleo de los problemas de la sociedad. Esta relación debe basarse en una visión de la persona humana que proponga y exalte la dignidad y el carácter sagrado de cada ser humano. La dignidad de la persona humana es la base de todos los derechos humanos. No podemos menos de alegramos de la creciente conciencia que existe sobre la importancia y centralidad del respeto de los Derechos Humanos para la construcción de una sociedad en paz y justicia. Pero es necesario, en la promoción y respeto de los derechos humanos, referirse a su fundamento último: la persona humana, hombre o mujer, y su dignidad, vista en todas sus dimensiones. Cada ser humano vive a un tiempo en el mundo de necesidades y valores materiales y en el de las aspiraciones y realizaciones espirituales. Las necesidades y las esperanzas, las libertades y las relaciones de la persona humana no se refieren nunca a una sola de las esferas de valores con exclusión de la otra. Los Derechos Humanos y las libertades, junto con las correspondientes obligaciones, deben siempre considerarse bajo esta luz.

Quisiera hoy llamar su atención de modo particular sobre algo que considero de extrema importancia en toda la cuestión de los Derechos Humanos: el derecho a la libertad religiosa. La libertad religiosa es un derecho que afecta directamente a lo que es esencial en la persona humana y que manifiesta plenamente su dignidad: la relación con Dios, el Creador y destino último de todo ser humano. Es deplorable que todavía se den diferentes formas de negación de la libertad religiosa y de discriminación de los creyentes o de toda la comunidad eclesial, no obstante la existencia de legislación constitucional y de instrumentos internacionales que garantizan el derecho de libertad religiosa.

Quiero en este momento, en unión con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, proclamar una vez más el derecho a la vida y volver a hacer un llamamiento para que sea respetado el derecho del aun no-nacido a la vida. Debemos detestar el hecho de que en no pocas sociedades el aborto sea socialmente aceptado y fácilmente realizable. El aborto se ha presentado como solución fácil a muchos problemas: los problemas de un indeseado embarazo, los problemas de la soltera embarazada, los problemas del crecimiento de la población, los problemas de los pobres. No sólo la sociedad permite la destrucción de los seres humanos no nacidos, sino que se esfuerza en justificar semejante destrucción. Cuando sistemáticamente se niega o rechaza el respeto por la vida humana, se ataca la dignidad de cada ser humano y la sacralidad de toda vida humana.

8. Al invitarles, señoras y señores, a ser portadores de una nueva visión de paz y justicia, debo hablar de un fenómeno cuya gravedad crece cada día, un fenómeno por el que sé que ustedes están muy interesados: me refiero a los refugiados y a los emigrantes. Esta realidad se puede analizar desde muchos factores, y las situaciones varían mucho de un lugar a otro. Hay refugiados políticos, y refugiados obligados a salir de su patria por fuerzas humanas o naturales. Hay quienes intentan huir de la injusticia, la opresión o la persecución. Hay emigrantes que buscan una oportunidad de trabajo para poder hacer frente a las necesidades de su familia, y los que emigran buscando mejores y más prometedoras oportunidades. Cualesquiera que sean las razones, los refugiados y los inmigrantes han de ser entendidos en una doble y básica relación: una relación con su propia patria o país de origen, y una relación con el país que se convierte en suyo por elección o necesidad.

Esta nueva situación, que ha adquirido amplias proporciones en muchas partes del mundo, entraña pérdidas y lanza desafíos tanto a los individuos como a las naciones concernidas y a la Humanidad misma. Es importante que compartamos hoy entre nosotros una mayor comprensión de los refugiados e inmigrantes, cualesquiera que sean las posibilidades que puedan tener ante ellos. Y desde esta comprensión, puede establecerse una mayor sensibilidad ante sus necesidades y ante su dignidad humana. Ante todo, el mundo necesita comprender la separación y sufrimiento que supone toda clase de emigración.

Cada una de estas personas lleva a su nuevo entorno las tradiciones y valores pertenecientes a la cultura que constituye su valiosa herencia. A veces, estos nuevos entornos pueden ser poco acogedores con re1ación al refugiado o al emigrante, u hostiles a su historial. Los hijos e hijas de una cultura y una nación -de cualquier cultura o de cualquier nación-, tienen derecho a mantener sus justas tradiciones, a enorgullecerse de ellas y a verlas respetadas por los demás. Lo mismo que no sería justo que ellos intentasen imponer a los demás sus herencias culturales, tienen derecho a esperar que se dé a sus culturas, legítimamente heredadas, el respeto y honor que merecen. Tienen derecho a esperar que este respeto sea el primer paso hacia una complementariedad de tradiciones que enriquecerá a los ciudadanos del país que los acoge, al tiempo que servirá de ayuda y apoyo a los refugiados y emigrantes mismos.

Aquí en Canadá, como ya dije en Winnipeg, se ha hecho mucho durante años en favor y ayuda de los refugiados, todos los que inmigraron a esta tierra, todos los que han conocido los problemas de la emigración. Junto a la asistencia oficial, todo el sector privado, incluyendo familias y muchos grupos religiosos, se han esforzado generosamente en servir a estos hermanos y hermanas. Los resultados en este campo han dado también un gran crédito a las políticas gubernamentales de este país y de todo su pueblo. Hoy quiero animar a Canadá y a todas las naciones aquí representadas a continuar estos esp1éndidos esfuerzos, y a resistir a la tentación del cansancio en la realización de este buen trabajo. Estén seguros de que la Santa Sede apoya esta causa y está a su lado para proclamar ante todo el mundo la importancia de sus actividades y la eficaz ayuda que prestan a la construcción de la verdadera paz.

9. Señoras y señores: Les presento para su reflexión y estímulo estos elementos de una visión inspiradora de Humanidad, ya que ustedes cumplen altas responsabilidades. Sean siempre portadores de esta visión en Canadá y en todo el mundo. Que ella se constituya en incentivo y fuerza motora de acciones y compromisos que hagan del mundo un mundo de paz y un reino de justicia. Éste, queridos amigos, es el mundo que Dios en su bondad ha confiado a nuestro cuidado.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n.41,  pp. 12-13.



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