DISCURS0 DEL PAPA PABLO VI
AL EMBAJADOR DE COREA ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 12 de julio de 1971
Señor Embajador:
Me siento conmovido por las corteses palabras que usted me ha dirigido al presentar sus Cartas Credenciales de parte de Su Excelencia el Presidente de la República de Corea. Ellas, no sólo manifiestan su profunda conciencia de la importancia de la misión a la que usted va a consagrarse, sino que además recuerdan la gloriosa historia de la Iglesia en Corea, donde la semilla de la Palabra de Dios ha caído en suelo fértil.
¿Y no es significativo que la primera expansión de la Iglesia católica en su país fuera debida, después de a la gracia de Dios, a la iniciativa de sus mismas gentes, que se pusieron en contacto con la literatura cristiana y dieron la bienvenida a la Buena Nueva del Evangelio cuando aún no había misionero alguno de tierras extrañas para enseñarlo? Esto subraya el hecho de que no hay ambiente, cultura ni raza, a la que la Iglesia pueda ser ajena. En Corea, lo mismo que en todas partes, "ella debe echar profundas raíces en el campo espiritual y cultural del lugar y asimilar todo su auténtico valor... De este modo, respetando siempre los valores culturales y la individualidad de cada nación, la Iglesia católica podrá comunicar a todas las demás, todo lo que hay de valor universal en cada una de ellas, para su mutuo enriquecimiento" (Mensaje a los pueblos de Asia, 29 de noviembre de 1970 - L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, n. 49, 6 de diciembre de 1970, pág. 10).
Nuestro más querido deseo consiste en que la Iglesia de Corea siga floreciendo y edificando sobre los valores espirituales y culturales que son la gloria y el tesoro de su nación, y que pueda ofrecer ampliamente su desinteresada contribución al desarrollo y al bienestar del pueblo.
Queremos rogarle que exprese nuestra gratitud a su Excelencia el Presidente por sus delicados sentimientos que usted nos ha presentado por su encargo y que le asegure nuestros mejores deseos y oraciones por él y por todo el estimado pueblo de la República de Corea, en favor de los cuales invocamos las más copiosas bendiciones divinas.
Rogamos, en fin, por usted, para que Dios le asista en su noble misión de trabajo para la constante profundización en la inteligencia y la amistad entre la Santa Sede y su patria. En el cumplimiento de sus deberes, usted puede contar siempre con nuestra auténtica buena voluntad y con la de los diversos organismos de la Santa Sede para ofrecerle toda aquella asistencia y cooperación 1 que esté en nuestro poder.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.30 p.8.
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