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VISITA DE SU BEATITUD TEOCTIST,
PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA RUMANA

HOMILÍA DE SU BEATITUD TEOCTIST
DURANTE LA MISA EN LA BASÍLICA VATICANA


Domingo 13 de octubre de 2002


El Santo Padre Juan Pablo II introdujo la homilía del Patriarca Teoctist con las siguientes palabras:
 

Amadísimos hermanos y hermanas, nuestra asamblea litúrgica tiene hoy la gran alegría de acoger al amado hermano Su Beatitud Teoctist, patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana. Su visita nos colma de una gran esperanza; está aquí para elevar, como nosotros, a nuestro único Señor Jesucristo, la ferviente oración por la unidad plena de todos los cristianos.
¡Bienvenido, Beatitud! Gracias por su grata presencia y por las palabras que ahora nos va a dirigir.


 

"Poned empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 3).

Vuestra Santidad;
amados hermanos y hermanas en el Señor:
 

Conservamos aún vivos en la memoria y en el corazón los momentos de gran alegría y la luz de la visita de Vuestra Santidad a Rumanía en el mes de mayo de 1999, la primera visita que un Papa de Roma hacía a un país con mayoría de población ortodoxa. La alegría y la luz que brillaban en el rostro de los fieles ortodoxos y católicos de Rumanía en aquellos días fueron signo de una bendición del Espíritu Santo, el cual llama a nuestras Iglesias a una actividad más intensa en favor de la unidad. Sabemos que le impresionaron mucho las palabras que brotaron del alma de los jóvenes de Rumanía durante la misa católica del 9 de mayo de 1999:  "Unitate, unitate!". Sin duda, a menudo el camino del restablecimiento de la unidad visible entre nuestras Iglesias resulta difícil.

El mismo Salvador Jesucristo habló de la unidad de los cristianos mientras se hallaba en oración con gran angustia en el huerto de Getsemaní, antes del sacrificio de su cruz, mostrando de esa manera cuán profundo es el vínculo que existe entre el misterio de su cruz y el de la unidad de su Iglesia, en nuestro mundo, el de los hombres, herido por las consecuencias del pecado y atormentado por la esclavitud de la muerte espiritual.

Con todo, dado que la cruz de Cristo encierra en sí la fuerza de la Resurrección, cualquier dificultad para el restablecimiento de la unidad es también preparación para la Resurrección, para una comunión más intensa con Cristo y con sus santos, en la Iglesia una, santa, católica, apostólica, que confesamos en el Credo común niceno-constantinopolitano.

Al inicio, el movimiento ecuménico de reconstrucción de la unidad de los cristianos, de reconciliación de las Iglesias separadas unas de otras, fue también un movimiento de penitencia, de metánoia, de reconocimiento de la responsabilidad cristiana por las dos grandes guerras mundiales, que nuestras Iglesias no lograron evitar, o en las que participó una gran multitud de cristianos de todas las grandes Iglesias históricas.

El intento de restablecer la unidad cristiana se produjo asimismo como consecuencia del sufrimiento y de la penitencia, y sucesivamente la unidad cristiana se buscó también por las persecuciones del período comunista o tras la marginación de las Iglesias en la sociedad occidental secularizada.

Ahora que las Iglesias de Europa central y oriental tienen más libertad para predicar el amor de Cristo a los hombres, se debe intensificar nuestro esfuerzo de reconciliación entre las Iglesias y de restablecimiento de la unidad cristiana, sobre la base del diálogo teológico, relativo a la verdad de la fe común, y sobre la base de la cooperación, para aliviar el sufrimiento, en defensa del santo don de la vida y de la dignidad humana, en un mundo fragmentado y agitado.

Ciertamente, hay muchos obstáculos de orden espiritual y material que concurren hoy a frenar el impulso hacia el restablecimiento de la unidad cristiana. Sin embargo, todo lo bueno que se ha realizado como acercamiento entre las Iglesias durante las persecuciones del siglo pasado no debe perderse ahora en la libertad. La división, el alejamiento y el aislamiento de los cristianos entre sí no son formas de dar testimonio de Cristo, el cual oró para que todos sean uno (cf. Jn 17, 21).

Hoy una Europa en gran parte secularizada trata de estar lo más unida posible en los ámbitos económico, jurídico y cultural, a menudo sin pedir directamente el apoyo de las Iglesias cristianas del continente, tal vez precisamente porque nuestras Iglesias de Europa se preocupan demasiado poco de la unidad y de la cooperación entre sí, y las instituciones cristianas internacionales no están muy convencidas de que representan a Iglesias celosas por la realización de la unidad de los cristianos. El mundo secularizado sanciona hoy a las Iglesias separadas de Europa no tanto con persecuciones, sino con la indiferencia, marginándolas.

La crisis espiritual de nuestro tiempo exige redescubrir el vínculo entre penitencia-conversión o vuelta a Cristo manso y compasivo, por una parte, y el restablecimiento de la comunión entre las Iglesias, por otra.

La secularización contemporánea va acompañada de una fragmentación y de un empobrecimiento de la vida interior espiritual del hombre. Así la secularización debilita aún más la comunión espiritual entre los cristianos. Por eso, juntos debemos unir hoy la búsqueda de la santidad de la vida cristiana con la realización de la unidad cristiana. Bajo esta luz y desde esta perspectiva del ecumenismo de la santidad, que nos han demostrado los mártires y los confesores de la fe del siglo XX, es preciso que nosotros, como pastores de la Iglesia, primeros responsables de la unidad de la fe y de la vida cristiana, guiemos ahora, en el siglo XXI, al clero y a nuestros fieles, y sobre todo a los jóvenes de las escuelas de teología que forman a los sacerdotes y misioneros.

Apreciamos con alegría los grandes y constantes esfuerzos que Vuestra Santidad realiza en la Iglesia católica romana, y fuera de ella, por promover la unidad cristiana en el mundo de hoy.
El espíritu de penitencia, la petición de perdón y reconciliación, que aparecen en todas las visitas pastorales y ecuménicas de Vuestra Santidad, son signos y actos simbólicos de una comprensión profunda del Evangelio del amor humilde a Cristo. Estos gestos de valor simbólico son hoy para todos nosotros, pastores de la Iglesia de Cristo, una llamada y un estímulo a una responsabilidad más intensa para el restablecimiento de la unidad cristiana.

En este marco, queremos recordar aquí también las iniciativas encaminadas a la colaboración con las religiones del mundo en favor de la paz y de la concordia, como son los encuentros organizados por la Comunidad de San Egidio.

Vuestra Santidad, nuestra presencia y oración en la basílica de San Pedro en Roma durante esta solemne misa pontifical, a la que estamos asistiendo, es una ocasión de renovar y reforzar nuestra obra de restablecimiento de la unidad cristiana, de acercamiento entre nuestras Iglesias, sobre todo ahora que, aquí en Italia, ha aumentado el número de nuestros fieles ortodoxos rumanos. Estos han recibido, de muchos modos, ayuda fraterna de parte de la Iglesia católica romana de Italia, país amigo de Rumanía. Agradecemos la atención particular y el gran apoyo que ofrecéis a nuestras comunidades ortodoxas rumanas en Italia y en Europa occidental, para que estas comunidades conserven su propia identidad y puedan vivir, al mismo tiempo, la experiencia de la fraternidad ecuménica.

También nosotros, en Rumanía, especialmente después de la visita de Vuestra Santidad a nuestro país, proseguimos el diálogo y la cooperación con los hermanos greco-católicos y romano-católicos, para dar un testimonio común del Evangelio de amor de Cristo en la sociedad rumana de hoy, en la que la libertad de la fe debe ir unida a la responsabilidad común por la unidad cristiana, por la vida y la dignidad de la persona, de la familia y del pueblo rumano, encomendado a nosotros, pastores, como ministros de la Iglesia de Cristo.

Pedimos a Cristo Señor, sumo y eterno Sacerdote y cabeza de la Iglesia, que bendiga y sostenga a nuestras Iglesias a fin de que escuchen constantemente su oración "para que todos sean uno", y que aumente su deseo y su compromiso de realizar la plena comunión fraterna para gloria de la santísima Trinidad y salvación de los hombres.

 

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