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  CELEBRACIÓN PENITENCIAL

HOMILÍA DEL CARD. JAMES FRANCIS STAFFORD

Altar de la Confesión de la Basílica Vaticana
 Martes santo, 11 de abril de 2006

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: 

Hoy la Iglesia nos invita a realizar dos acciones antes de la confesión.

La primera consiste en pedir perdón. El penitente invoca la misericordia de Jesús que "se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 8). Sin embargo, es indiscutible que hoy a muchas personas les resulta muy difícil perdonar. (...)

La Semana santa responde por sí misma a las objeciones contra la posibilidad de perdonar. Dios encarnado se convirtió en nuestra víctima suprema y en el sacerdote eterno. En el evangelio de hoy Jesús afirma:  "El Hijo del hombre ha venido (...) para dar su vida en rescate por todos" (Mc 10, 45). En el Hijo del hombre crucificado, el Padre celestial reveló el misterio de su amor. (...)

Juntamente con los veinticuatro ancianos del santuario celestial entonemos un nuevo canto al Cordero redentor:  "Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación" (Ap 5, 9). La muerte de Jesús hace revivir el pasado. Juan y los ancianos ven en la pasión de Cristo todos los pecados de la humanidad y el perdón de Dios. (...)

En el antiguo puente romano del Santo Ángel se encuentran esculpidos ocho ángeles y cada uno lleva un símbolo de la pasión de Cristo. Los peregrinos que llegan a Roma contemplan a los ángeles que lloran con esos símbolos. Bernini, inspirándose para esa escena en la primera semana de los Ejercicios espirituales de san Ignacio, imaginó que los peregrinos al cruzar el puente sobre el Tíber se sentirían impulsados a la compunción. Así estarían dispuestos a emprender el paso sucesivo y crucial de los Ejercicios espirituales:  la confesión general.

El pedestal del cuarto ángel lleva una inscripción sorprendente:  "Regnavit Deus a ligno". Las palabras "reina Dios" aparecen en el versículo 10 del salmo 95. La añadidura:  "a ligno" es una primera glosa. Esta semana la liturgia nos recuerda el misterio de Dios que reina desde el madero como sacerdote y víctima. (...)

En nombre de toda víctima Jesús, "mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados" (Hb 10, 14). El Hijo de Dios, que no cometió pecado, "toma el lugar" de los pecadores, venciendo así la irreversibilidad del tiempo. Por tanto, todas las personas han sido liberadas, rescatadas y purificadas:  liberadas de la culpa y del pecado. Y Dios es fiel a su promesa:  "Ya no me acordaré de sus pecados e iniquidades" (Hb 10, 17).

Al invitar a un examen de conciencia, la Iglesia sugiere ayudarse del Sermón de la montaña. Las palabras de Jesús son el texto representativo de la nueva Ley. La cruz es la imagen fundamental del discurso. El cuerpo desgarrado de Jesús es la luz que no fue derrotada por las tinieblas. La oscuridad del pecado nunca podrá suprimir la luz de la misericordia divina. Los penitentes disipan la oscuridad gracias a una confesión  sincera de sus pecados.

Para que profundicéis vuestra compunción os propongo el siguiente examen: 

¿Renuncio al orgullo, la envidia y la ambición, para seguir el camino de humildad de Jesús? ¿Soy dócil y abierto a la palabra de Dios? ¿Estoy dispuesto a dejarme juzgar por ella, en vez de juzgarla yo a ella? ¿Paso demasiado tiempo leyendo periódicos y revistas, viendo la televisión y navegando por internet? ¿Cuánto tiempo dedico a la meditación y a la lectura de la sagrada Escritura?

¿Soy pobre de espíritu? ¿He puesto mi felicidad en poseer bienes materiales? ¿He  animado  a  los que dudaban o erraban a seguir lo verdadero y lo bueno?

¿He tenido la humildad de invocar la venida del reino de Dios y de no resistirme a ella?

¿He sentido hambre y sed de justicia?

¿He sido misericordioso, perdonando las ofensas de los demás?

¿He sido puro de corazón o he caído en la tentación de la doblez?

¿Me he esforzado por llevar la paz, actuando como auténtico hijo de Dios?

¿He recibido las cosas buenas como dones de Dios con profundo sentido de gratitud? ¿He aceptado con paciencia las cosas malas que me han pasado?

¿He practicado la justicia, que regula mis relaciones con los demás y tiene como finalidad la instauración de la paz?

En mi trabajo y en el desempeño de mis responsabilidades civiles y políticas, ¿he reconocido que la perfección de todas las bienaventuranzas reside en la aceptación de la persecución por el bien del reino de Dios?

¿He seguido los preceptos de la nueva justicia que Jesús menciona después de las bienaventuranzas, es decir, los preceptos del ayuno, la oración y el perdón?

Reunidos en torno a la tumba del apóstol san Pedro, recordemos que su amor a Jesús fue el motivo por el cual lloró, arrepentido, y decidió obedecer sus mandamientos. También los penitentes deberían esforzarse por cumplir los mandamientos sólo por amor. Basta para ello la revelación del corazón traspasado de Jesús. (...) Nada es necesario, excepto el amor de Jesús. Todo lo demás es consecuencia.

El Espíritu Santo está sobre la cátedra de Pedro. Hemos repetido aquí, hoy, lo que aconteció a la Iglesia reunida en el Cenáculo en la primera Pascua. Los penitentes están llamados por ese mismo Espíritu a cumplir los mandamientos por amor, con un corazón dispuesto al perdón, a fin de que también ellos puedan ser liberados "de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 21).

 

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