TERCERA ESTACIÓN Jesús cae, pero…, manso y humilde, se levanta
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Lectura del Evangelio según san Mateo 11, 28-30 «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera». Las caídas de Jesús a lo largo del Camino de la Cruz no pertenecen a la Escritura; han sido trasmitidas por la piedad tradicional, custodiada y cultivada en el corazón de tantos orantes. En la primera caída, Jesús nos hace una invitación, nos abre un camino, inaugura para nosotros una escuela. Es la invitación a acudir a él en la experiencia de la impotencia humana, para descubrir cómo se ha injertado en ella el poder divino. Es el camino que lleva a la fuente del auténtico descanso, el de la gracia que basta. Es la escuela donde se aprende la mansedumbre que calma la rebelión y donde la confianza ocupa el lugar de la presunción. Desde la cátedra de su caída, Jesús nos imparte sobre todo la gran lección de la humildad, el camino «que lo llevó a la resurrección»[1]. El camino que, después de cada caída, nos da la fuerza para decir: «Ahora comienzo de nuevo, Señor; pero no sólo, sino contigo».
Humilde Jesús, Ven, Espíritu de la Verdad,
Todos: Pater noster, qui es in cælis: O quam tristis et afflicta
[1] Enarraciones sobre los salmos, Salmo 127, 10.
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