1. Las tierras de Iberoamérica, "que recibieron la
luz de Cristo hace ya más de cinco siglos y acogen ahora cerca de la mitad del
orbe católico, se distinguen por una identidad cultural profundamente sellada
por el Evangelio y cuentan con una Iglesia viva y llena de dinamismo
evangelizador" (Discurso a la reunión plenaria de la Comisión
pontificia para América Latina, 23 de marzo de 2001, n. 1).
Con estas sugestivas palabras, Juan Pablo II evocaba la impronta católica del
continente de la esperanza, así llamado precisamente por todo lo que representa
para el futuro del mundo cristiano.
Las Iglesias hermanas de Hispanoamérica se sienten profundamente vinculadas a
la Iglesia que está en España, por las incuestionables raíces históricas que
las unen desde la primera evangelización de sus pueblos y por un verdadero
afecto, que se traduce en continua y mutua caridad eclesial.
Esta comunión entre las diversas Iglesias hispanas se ha venido enriqueciendo aún
más durante los últimos años, gracias a la ingente labor evangelizadora de
tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos españoles que han venido
manteniendo vivo el empuje misionero y el espíritu de solidaridad con las
Iglesias de América en el común afán de evangelizar.
2. Al comenzar el tercer milenio, no son pocos los desafíos que se
presentan en España y que hay que afrontar juntos, incrementando en todos los
campos la evangelización que se viene realizando desde siglos. Entre esos desafíos
se encuentra la presencia cada vez mayor de millares de inmigrantes
hispanoamericanos. No son pocos los que dejan sus hogares en busca de un
porvenir mejor, movidos por la falta de oportunidades laborales causadas por la
fuerte crisis económica en sus países de origen. Otros muchos huyen de
situaciones de violencia o de la indigencia producida por desastres naturales.
Un número considerable de ellos emigra hacia España, atraídos por los sólidos
vínculos históricos, culturales y religiosos que unen los pueblos americanos
con la nación española, donde encuentran una misma lengua, una misma
mentalidad, una misma tradición católica.
Esta creciente inmigración reclama una acción pastoral generosa
y decidida.
3. La Iglesia, ciertamente, ha de ser sensible al nuevo fenómeno. Los católicos
ven en los inmigrantes el rostro de Cristo; saben que, cuando reciben y asisten
a sus hermanos más necesitados, es a Cristo mismo a quien acogen y asisten.
Soy inmigrante "y me acogisteis" (cf. Mt 25, 35). Es
precisamente este el lema que la comisión episcopal de misiones ha tomado este
año para el Día de Hispanoamérica.
La hospitalidad y acogida cristianas para con los inmigrantes han de ir acompañadas
por la atención espiritual y sacramental, de modo que se vean cada vez más
integrados en las Iglesias locales en las que se encuentran y participen en la
vida eclesial de la diócesis.
Efectivamente, como señala Juan Pablo II en el Mensaje con motivo de la
Jornada mundial del emigrante para el año 2002, "el servicio de la
caridad, que los cristianos siempre están llamados a realizar, no puede
limitarse a la mera distribución de ayudas humanitarias. De este modo se crean
nuevas situaciones pastorales, que la comunidad eclesial no puede por menos de
tener en cuenta. Corresponderá a sus miembros buscar ocasiones oportunas para
compartir con quienes son acogidos el don de la revelación del Dios Amor,
"que tanto amó al mundo, que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16).
Junto con el pan material, es indispensable no descuidar el ofrecimiento del don
de la fe, especialmente a través del propio testimonio existencial" (n.
4).
Así pues, la presencia de los inmigrantes hispanoamericanos en tierras españolas
ha de ser asumida con verdadero espíritu evangelizador, "un campo nuevo y
hermoso de testimonio y acción misionera" (La misión "ad
gentes" y la Iglesia en España, p. 31).
4. América Latina, por su parte, ya evangelizada durante quinientos años,
ha de convertirse en continente evangelizador (cf. Comisión pontificia para América
Latina, Conclusión de la reunión plenaria del año 2001, n. 15). Los
católicos hispanoamericanos que llegan a España traen consigo ese inestimable
patrimonio espiritual y ese tesoro de religiosidad popular que marca tan
hondamente su identidad o fisonomía y que ha de ser no sólo respetado sino
también visto como una verdadera riqueza, la cual puede resultar para los españoles
testimonio y estímulo en orden a vivir la propia vida cristiana. Se trata del
vigor y entusiasmo de una fe a veces perdida en Europa y que podrían constituir
incluso fuente de vocaciones.
De ese modo, mediante el mutuo intercambio de dones, siempre en diálogo
pastoral entre los obispos de uno y otro lado del Océano, la vida cristiana se
ve enriquecida como señala san Pablo: "Al presente, vuestra
abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar
también vuestra necesidad y reine la igualdad" (2 Co 8, 13).
Queridos católicos españoles, sobre todo vosotros sacerdotes, religiosos y
religiosas: el inicio de un nuevo milenio llama a intensificar el
compromiso de contribuir generosamente a la "globalización de la
solidaridad" (cf. Ecclesia in America, 55) y, al mismo tiempo, a
anunciar a Jesucristo, echando las redes para "remar mar adentro", con
gozo y parresía, confiando en la ayuda de Dios y en la protección de la Virgen
María, Estrella de la evangelización.
Vaticano, 6 de enero de 2002, solemnidad de la Epifanía del Señor
Cardenal Giovanni Battista Re
Presidente
Monseñor Cipriano Calderón
Obispo vicepresidente