1. La Pontificia Comisión para América Latina saluda
cordialmente a todos los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de
España, al conmemorarse en las diócesis españolas el "Día de Hispanoamérica",
que este año se celebra con el lema: "Compartimos el pan de la tierra y el pan
del cielo".
El lema elegido nos recuerda el deber que tenemos de salir al encuentro de dos
formas de hambre que hay en el mundo: hambre de pan y hambre de Dios. Al mismo
tiempo, nos recuerda que la Eucaristía es el sacramento de la comunión con Dios
y con los hermanos. El don de sí mismo que Cristo nos hace al ofrecerse a
nosotros como alimento, suscita en los corazones no sólo el amor a él, sino
también el amor a los hermanos. En efecto, a lo largo de los siglos, un río de
iniciativas y de obras de caridad en favor de los pobres y los necesitados ha
tenido su fuente en el amor a la Eucaristía. Esta ha sido, en efecto, una gran
escuela de amor y de solidaridad, porque es una luz que nos permite reconocer el
rostro de Cristo en el rostro de los hermanos, al tiempo que nos recuerda la
importancia de que el amor al prójimo se refleje en una solidaridad concreta y
efectiva, y nos sitúa, además, en el recto sentido de su ejercicio, que es el de
la caridad según el Evangelio, de la que Jesús hace el mandamiento nuevo
(cf.
Catecismo de la Iglesia católica, n. 1823). La virtud de la
solidaridad no se agota en lo material; por otra parte, debemos recordar que
"difundiendo los bienes espirituales de la fe, la Iglesia ha favorecido a la vez
el desarrollo de los bienes temporales" (ib.,
n. 1942), verificándose de
ese modo, como señala el Catecismo de la Iglesia católica, las palabras
del Señor: "Buscad primero su reino y su justicia, y todas esas cosas se
os darán por añadidura" (Mt 6, 33).
2. Es por ello que en el mensaje final del Sínodo de los obispos celebrado
recientemente en Roma, con el que se clausuró el Año de la Eucaristía, los
padres sinodales han recordado que en el santísimo Sacramento del altar,
Jesucristo mismo "se nos entrega y con él nos dona la alegría de amar como él
ama, pidiéndonos que compartamos su amor victorioso con nuestros hermanos y
hermanas del mundo entero" (Mensaje de la XI Asamblea general
ordinaria del Sínodo de los obispos, n. 1). Se trata de un llamado
apremiante que brota del encuentro con Jesucristo y debe impulsarnos a la misión
evangelizadora.
El Papa Benedicto XVI, quien asumió el ministerio petrino mientras se celebraba
el Año de la Eucaristía, ya en su primer Mensaje dirigido a los cardenales
electores reunidos en la capilla Sixtina, hacía notar que de la comunión plena
con Cristo en el Sacramento eucarístico "brota cada uno de los elementos de la
vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el
compromiso de anuncio y testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia
todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños" (Mensaje de Su Santidad
Benedicto XVI en la capilla Sixtina, 20 de abril de 2005). La Iglesia es
verdaderamente Ecclesia de Eucharistia. ¡Su vida brota de la Eucaristía!
Una Iglesia misionera, que comparte el don de la fe, es una Iglesia que crece en
el amor a Dios y en la solidaridad hacia los demás: lleva a Cristo, Pan del
cielo a los hombres, a la vez que les lleva también el consuelo de la ayuda
material.
3. El apóstol san Juan presenta en su evangelio una escena conmovedora, que
revela la mutua dependencia que hay entre la caridad concreta y el encuentro con
Cristo, que se da sobre todo en la Eucaristía: es el pasaje en el que se narra
el lavatorio de los pies y el mandamiento del amor (cf. Jn 13, 1-20).
Comentando dicha escena en su carta apostólica
Mane nobiscum Domine, el
siervo de Dios Juan Pablo II explicaba que "no es casual que en el evangelio de
san Juan no se encuentre el relato de la institución eucarística, pero sí el
"lavatorio de los pies" (cf. Jn 13, 1-20): inclinándose para lavar los
pies a sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la
Eucaristía" (n. 28). Al mismo tiempo, la vida de fe y de participación
sacramental no es genuina si no incluye el amor al prójimo, que lleva a
compartir con los más pobres los bienes, tanto materiales, incluyendo la ciencia
y la técnica, como los espirituales (cf. 1 Co 11, 17-22, 27-34).
La gesta evangelizadora del nuevo mundo tuvo en la Eucaristía su principal
sustento. La abundancia de obras de caridad realizadas a favor de tantos hombres
y mujeres nos recuerda que la misión de la Iglesia, mientras brote de su unión
con Cristo, seguirá dando copiosos frutos (cf. Jn 15, 4-5). También hoy
en día, la necesidad material de los países más pobres nos mueve a compartir,
pero la fe debe ser siempre el fundamento y el principal objeto de la acción
misionera.
4. María, que lleva en su seno purísimo al Verbo hecho carne, es la primera
evangelizadora. Así nos lo ha señalado recientemente Su Santidad Benedicto XVI,
quien recordaba que su predecesor solía invocar a la Madre de Dios con el título
de "Mujer eucarística", pues en su escuela aprendemos a "acoger la presencia
viva de Jesús" (Ángelus del 29 de mayo de 2005).
En María, que nos socorre con su intercesión, encontramos el modelo de docilidad
a la gracia del Espíritu Santo, que nos impulsa también a nosotros a ser
portadores del Evangelio. Que el encuentro con Cristo, su Hijo, sea la fuente
principal de nuestra acción evangelizadora y la cumbre hacia la que tienda
siempre nuestro empeño en la misión de la Iglesia.
La Pontificia Comisión para América Latina expresa su deseo sincero de que la
celebración del "Día de Hispanoamérica" sea una ocasión propicia para despertar
en todos los corazones la conciencia del llamado misionero y la voluntad de
comprometerse con entusiasmo en la gesta de la nueva evangelización.
Vaticano, 6 de enero de 2006
Cardenal Giovanni Battista RE
Presidente
Luis ROBLES DÍAZ
Vicepresidente