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HOMILÍA DEL CARD. GIOVANNI BATTISTA RE
EN UNA MISA DE SUFRAGIO
POR EL CARDENAL ALFONSO LÓPEZ TRUJILLO


Iglesia de Santa María en Trastévere, Roma
Lunes 19 de mayo de 2008

 

«Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos» (Rm 14, 8).

Esta consoladora certeza, que nos ha recordado la primera lectura de esta misa, sitúa el acontecimiento de la muerte en una perspectiva de fe. Desde esta perspectiva queremos recordar al cardenal Alfonso López Trujillo a un mes de distancia de su partida para la vida eterna.

Fue una partida que nos cogió por sorpresa a todos, porque la fuerza que caracterizaba al purpurado no permitía presagiar que se desplomara de forma tan repentina.

No nos hemos acostumbrado aún al vacío que ha dejado:  su personalidad y su espíritu de iniciativa nos habían habituado a esperar sus intervenciones en muchas circunstancias.

Una vez más, la experiencia nos ha confirmado la ineludible actualidad de las palabras que han resonado en el evangelio que se ha proclamado:  "Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas (...). Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre" (Lc 12, 35. 40).

Es una de las advertencias más conocidas del Evangelio, que nuestro amigo el cardenal Alfonso López Trujillo nos recuerda ahora a cada uno de nosotros, indicándonos que nuestra vida está en las manos de Dios.

Esta tarde queremos recordar en nuestra oración el servicio que prestó el cardenal López Trujillo a Dios, a la Iglesia y al Papa con la gratitud que se debe a un pastor y a un jefe de dicasterio de la Curia romana, comprometido con pasión en el combate por los valores del Evangelio.

En todos sus compromisos el cardenal López Trujillo ponía una intensa fuerza de voluntad, una profunda claridad de pensamiento, una entrega y una determinación sin límites.

Ciertamente, nunca le faltó la valentía, sobre todo cuando se trataba de defender los valores no negociables. No temía ni la impopularidad ni la hostilidad. Incluso fue calumniado, pero las falsedades lanzadas contra él nunca lo frenaron ni lo atemorizaron.

Como acontece en los casos de hombres de marcada personalidad y de fuertes decisiones, no faltaron opiniones discordantes y sentimientos opuestos con respecto a él.

En cambio, no es posible negar la rectitud y la elevada inspiración que estaban en la base de su dinamismo.

Fue un verdadero hombre de Iglesia durante todo su ministerio, deseoso de promover el bien. En los dieciocho años que vivió aquí en Roma como presidente del Consejo pontificio para la familia tuvo como horizonte de su servicio especialmente la defensa de la familia, hoy tan amenazada en sus valores fundamentales.

El Papa Juan Pablo II lo llamó a la Curia romana después de haber desempeñado cargos importantes en su país y en América Latina y de haber adquirido un rico patrimonio de experiencias pastorales:  jovencísimo obispo auxiliar de Bogotá, pronto fue nombrado coadjutor y luego arzobispo de Medellín. Fue secretario y seguidamente presidente del Celam. Fue presidente de la Conferencia episcopal de Colombia.

En los primeros años de su servicio en el Consejo pontificio para la familia, en los que se caracterizaba por una gran salud y una extraordinaria resistencia a la fatiga, recorrió todo el mundo, por áreas geográficas, para participar en numerosos encuentros eclesiales sobre la familia y también para reunirse con legisladores a fin de entablar un diálogo que pusiera en su corazón la atención a la familia y hacerles tomar conciencia de que la familia necesita el apoyo de todos para ser lo que debe ser y para cumplir la misión que Dios le ha encomendado.

Solía unir la defensa de la familia y la de la vida, afirmando con fuerza que no se trata de una cuestión que interesa sólo a los católicos, sino que afecta al presente y al futuro de la humanidad misma.

En el decurso de los años, reunió en Roma a numerosos expertos de todo el mundo -demógrafos, sociólogos, economistas...- para reflexionar e investigar juntos sobre la función social de la familia.

El Papa Benedicto XVI, en la homilía de su funeral, dijo del cardenal Alfonso López Trujillo:  "Todos hemos admirado su incansable actividad. (...) No podemos menos de agradecerle la tenaz lucha que libró en defensa de la "verdad" del amor familiar y en favor de la difusión del "evangelio de la familia" (Homilía en el funeral del cardenal López Trujillo, 23 de abril de 2008:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 19).

Podemos decir que el cardenal López Trujillo puso en práctica la exhortación del apóstol san Pablo a Timoteo que resonó en la segunda lectura:  "Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2 Tm 4, 2).

Esta exhortación debe haber resonado con particular fuerza en el corazón del cardenal López Trujillo, el cual, además de un anunciador incansable del Evangelio, fue realmente vigilante al defender la sana doctrina y al sostener la fiel e íntegra transmisión de la fe.

Cuando fue nombrado obispo, escogió como lema:  "Veritas in caritate" y explicó esta elección diciendo:  "Todo lo que atañe a la verdad ocupa el centro de mis estudios. En medio de tantas limitaciones, la verdad del amor se convierte para mí en un polo existencial".

Me parece que este lema es también la síntesis de su experiencia de vida, dedicada al servicio de Dios, con una profunda fidelidad a Cristo, a la Iglesia y al Papa.

Al cumplirse un mes de la muerte del cardenal López Trujillo, nos encontramos aquí para elevar nuestra plegaria de sufragio a Dios por él, para que, purificado de todo cuanto de fragilidad humana permanece en él, sea acogido en la paz y en la alegría sin fin de la visión de Dios cara a cara.

Con la liturgia pedimos a Dios que lo reconozca como siervo bueno y fiel, y le conceda la recompensa reservada a los obreros generosos de la viña del Señor.

Pero también queremos dar gracias al Señor por el bien que el difunto cardenal realizó y por el testimonio que dio a lo largo de su vida.

Con este sentimiento de gratitud, nos unimos a las numerosas personas que en toda la Iglesia, y de modo especial en Colombia, reconocen en el cardenal López Trujillo la figura de un pastor que dedicó sin reservas toda su vida al servicio de Cristo y de su Evangelio.

 

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