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PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA

MENSAJE CON MOTIVO DEL DÍA DE HISPANOAMÉRICA
EN LAS DIÓCESIS DE ESPAÑA

Domingo 6 de marzo de 20
11

«Jóvenes misioneros para un continente joven»

 

1. La Pontificia Comisión para América Latina dirige un saludo cordial a todos los fieles de la Iglesia en España y se une con gozo a la celebración del Día de Hispanoamérica de este año 2011, inspirada por el lema «Jóvenes misioneros para un continente joven».

El lema escogido para este año, además de brindarnos una ocasión privilegiada para renovar la solicitud especial de la Iglesia por sus miembros más jóvenes, se enmarca significativamente en el contexto de la preparación para la próxima Jornada mundial de la juventud que se desarrollará en la ciudad de Madrid en el mes de agosto.

2. Hace un año, en el contexto de la celebración de la Jornada mundial de la juventud de 2010, el Santo Padre se refirió a la figura del joven rico, concretamente a la pregunta «¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 17), frase que constituyó el lema de dicha Jornada. Y, en efecto, la reflexión acerca del lugar de los jóvenes en la vida de la Iglesia halla en ese famoso encuentro de Jesús con este personaje del Evangelio una magnífica fuente de inspiración. En aquella pregunta emblemática está representada de alguna manera una inquietud que está en el corazón de todo joven, especialmente en esa etapa de la vida tan marcada por la búsqueda del sentido de la existencia.

Pero esta pregunta se presenta de muchos modos; algunas veces como un deseo explícito de encontrar a Dios y conocer su concreto designio; otras veces tal vez de manera un poco vaga, como la búsqueda espiritual de un sentido más alto que dé significado a la existencia más allá de las experiencias terrenas; otras veces, en cambio, aparece como un peso silencioso que agobia el corazón de la persona y se traduce en desasosiego o un cierto vacío que no logra explicar; tampoco faltan quienes creen haber encontrado ese sentido definitivo en las mismas realidades mundanas, acallando poco a poco la voz de su conciencia. Pero la pregunta está siempre allí, aunque muchas veces se presente de manera un tanto velada.

Hoy en día el mundo, ayudado por el avance de las ciencias y el desarrollo de la técnica y las comunicaciones, con la inmensa gama de posibilidades que estas ofrecen, parece tener mucho que proponer al corazón hambriento de los jóvenes: ¡tantas ofertas falsas de felicidad! Y ante ello, la Iglesia, «experta en humanidad», como gustaba decir el Papa Pablo VI, no deja de recordar a los hombres y mujeres de todo el mundo la verdadera respuesta que sólo el Maestro posee, la única capaz de colmar el corazón humano y de ofrecer a la persona el más alto ideal de realización y felicidad posibles; y esa respuesta es él mismo, la persona misma de Jesucristo.

No son pocos los que en algún momento de su existencia se topan con esta respuesta, pero, como sucedió al joven que se encontró cara a cara con Jesús, atados a las cosas de este mundo, enamorados de tantas ilusiones, no tienen la valentía suficiente para seguirlo y se vuelven entristecidos. Otros, en cambio, al descubrir en Cristo el horizonte infinito del amor y el ideal más grande al que se puede aspirar, se deciden a ser de sus discípulos, y reflejan en su opción las bellas palabras del apóstol Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir, si sólo tú tienes palabras de vida eterna?» (Jn 6, 68).

3. La Iglesia renueva hoy más que nunca su confianza en los jóvenes, en su deseo profundo de encontrar un sentido alto de la existencia y en su capacidad de conocer la verdad. De hecho son muchos los que hoy en día, con madurez, escuchan la voz de Cristo y se deciden a ir más allá de sus aspiraciones terrenas o de sus proyectos personales, llegando a descubrir en él aquella respuesta que calma la nostalgia del corazón humano.

«Ven y sígueme», son las palabras que brotaron de los labios del Señor luego de que, como dice el Evangelista, él miró fijamente a los ojos al joven rico «y le amó». Fue, como dice el Santo Padre, «una propuesta de amor», que sólo puede realizarse en la vocación a la vida cristiana si esta es realmente «una respuesta de amor» (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XXV Jornada mundial de la juventud, 28 de marzo de 2010).

La Iglesia, por tanto, invita incansablemente a los jóvenes a no dejar de lado aquellas preguntas fundamentales de la existencia: ¿en qué consiste la verdadera felicidad?, ¿cómo podré saciar mis aspiraciones más hondas?, ¿cuál es el camino que conduce a la verdadera vida? Asimismo, los invita a no tener miedo de encontrar la respuesta y de abrazarla con toda la energía propia de la edad juvenil.

El Señor dirige incansablemente su mirada de amor hacia cada hombre y mujer que peregrina en la tierra y lo llama a seguirlo. Pero él tiene una mirada especial para los jóvenes, a quienes invita también hoy a ser discípulos suyos y misioneros en medio del mundo. A algunos, ciertamente, los llama a seguirlo más de cerca para que consagren su vida al anuncio del Reino, o a configurarse a su corazón sacerdotal a través del misterio del sacramento del Orden.

4. Ciertamente no son tiempos fáciles para el sacerdote. Hace algunos años, siendo cardenal y prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, el ahora Papa Benedicto XVI, en una homilía durante la celebración de la primera misa de un sacerdote, se preguntaba: «¿Tiene sentido hacerse sacerdote en un mundo en el que no existe otra meta que el progreso técnico y social? ¿Tiene futuro la fe? ¿Merece la pena jugarse la vida por esta única carta? ¿No es el sacerdocio una reliquia del pasado, ya superada, que ya nadie más necesita, pues todas las fuerzas deben ser aunadas para dominar la miseria y hacer crecer el progreso?». A partir de allí el cardenal puntualizaba que el mundo necesita de pastores que se preocupen por el alma del hombre y le ayuden a no perderla en el barullo diario. Se puede decir que la respuesta a estas preguntas ha sido uno de los hilos conductores de las enseñanzas de Benedicto XVI sobre el sacerdocio en el mundo actual. Recientemente, en la carta dirigida a todos los seminaristas del mundo, nos recuerda: «Sí, tiene sentido ser sacerdote: el mundo, mientras exista, necesita sacerdotes y pastores, hoy, mañana y siempre» (Carta del Papa Benedicto XVI a los seminaristas de todo el mundo, con motivo de la clausura del Año sacerdotal, 18 de octubre de 2010).

Resultan un tanto provocativas las palabras del Papa. ¡Hoy más que nunca el sacerdote es en el mundo signo de contradicción! Y es que a pesar de las crisis existentes y de los datos de la ciencia estadística, que no siempre son favorables, sigue sorprendiendo al mundo el que aún hoy en día, con todo lo que este tiene para ofrecer a los jóvenes, muchos sigan optando por un camino de radical renuncia y entrega. ¿Cómo explicar una decisión de esa naturaleza en medio de la cultura contemporánea? ¿Qué motivación puede impulsar a un joven a optar por un ideal que con frecuencia va en la dirección exactamente opuesta a lo que la gran mayoría considera humanamente deseable? Ello sólo se explica por la extraordinaria fuerza atractiva que ejerce en las personas la llamada personal de Jesucristo: «Él sabe dar gozo profundo a quien responde con valor» (Mensaje del Papa a los jóvenes con motivo de la Jornada mundial de la juventud de 2010, 15 de marzo de 2010).

Por ello la Iglesia sigue haciendo eco de la llamada de Jesús, aquella que dirigió a sus primeros apóstoles y que dirige también a los más jóvenes; aquella invitación a Pedro a ser «pescador de hombres» (Lc 5, 10); aquel escueto pero convincente «sígueme» (Mt 9, 9) que dirigió a Mateo y que lo llevó repentinamente a cambiar de vida y a dejarlo todo por Cristo. Esa llamada ha seguido repitiéndose en la vida de muchos hombres y mujeres que han respondido y que en los últimos dos mil años de la vida de la Iglesia nos han dejado innumerables testimonios de heroísmo y de una vida de plena realización en el seguimiento de Jesús. Esa misma llamada se dirige hoy de manera personal a nosotros e interpela de manera especial al corazón lleno de entusiasmo y de fuerza propio de los jóvenes. Es cierto lo que señalan los obispo de América Latina en el Documento conclusivo de la V Conferencia general de Aparecida: «El llamado a ser discípulos-misioneros nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano» (Documento conclusivo, Mensaje final).

Es su ser «discípulo y misionero» aquello que define mejor al sacerdote: «estar con él y ser mandado por él» (cf. Mc 3, 14): «Sólo quien está con él aprende a conocerlo y es capaz de anunciarlo realmente. Quien está con él, no retiene para sí aquello que ha encontrado, sino que siente la necesidad de comunicarlo» (Homilía, 11 de septiembre de 2006). Verdaderamente aquello que mejor define al sacerdote es su unión personal a Cristo y el conocimiento que de él tiene en cuanto discípulo suyo.

5. ¡El mundo necesita sacerdotes! ¡Sacerdotes santos! Lo confirma la experiencia de muchos hombres que con extraordinario valor y con total gozo entregan su vida a diario en los más recónditos lugares del mundo.

España tiene una historia rica en vocaciones misioneras. Y es una característica que se ha venido haciendo patente también en la vida de miles de sacerdotes pertenecientes a la Obra de cooperación sacerdotal hispanoamericana, que en estos últimos tiempos han escuchado el llamado apremiante del Señor a «anunciar la Buena Nueva hasta los confines de la tierra» (cf. Mt 28, 19; Hch 1, 8) y han respondido con extraordinario desprendimiento y generosidad. Hemos de elevar por ellos una especial oración de gratitud a Dios y recordar al mismo tiempo, con particular afecto, a los que en este año 2011 cumplen 50 años al servicio de esta misión tan importante.

Elevemos al Señor, por intercesión de María santísima, Madre de todos los sacerdotes, sus hijos predilectos, una oración por todos los sacerdotes del mundo, especialmente por los que se encuentran en lugares alejados y padecen cualquier tipo de necesidad, y por aquellos que son perseguidos por actuar en nombre de Cristo. Y al mismo tiempo, no dejemos de dirigir nuestra oración perseverante al Dueño de la mies, para que envíe cada vez más obreros a trabajar en su viña (cf. Lc 10, 1-12).

Cardenal Marc Ouellet
Presidente

Monseñor Octavio Ruiz Arenas
Arzobispo emérito de Villavicencio
Vicepresidente

 

 

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