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Palabras de Acogida

pronunciada por S. Em. Cardenal Darío Castrillón Hoyos, Prefecto

Basílica Patriarcal de Santa María La Mayor

Viernes, 18 de febrero de 2000

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1. Queridísimos Diáconos aquí presentes de todas partes del mundo, ¡Bienvenidos en la casa de nuestra Santa Madre! Bienvenidos en esta imagen de la Jerusalén Celeste, en este lugar bendito que con las cumbres de la divina Maternidad, custodia las más insignes reliquias del santo nacimiento del Dios-con-nosotros.

¿Existe una forma mejor para empezar estas jornadas jubilares con la Santísima Virgen? El amor a Jesucristo y a la Iglesia está profundamente ligado a la Santísima Virgen, la humilde sierva del Señor que con el irrepetible y admirable título de madre, ha sido socia generosa de la diaconía de su Hijo divino (cf. Jn 19, 25-27). El amor a la Madre del Señor, fundado en la fe y expresado en la oración del Santo Rosario, que haremos dentro de poco, en la imitación de sus virtudes y en la confiada entrega a Ella, da sentido a nuestra manifestación afectuosa de verdadera y filial devoción.

2. Estamos aquí en el espíritu del Jubileo, y esto por su naturaleza es un momento del llamado a la conversión. Que es la primera palabra de la predicación de Jesús, la que significativamente se conjuga con la disponibilidad para creer: "Cambien sus caminos y crean en la Buena Nueva" (Mc 1,15). La conversión que Dios nos pide está tan indisolublemente ligada a la verdad, más que a la adquisición de algo absolutamente nuevo; se trata, antes que nada, de retomar el estado original, límpido y sin mancha, en el que Ustedes han sido constituidos desde el evento del bautismo y de la ordenación diaconal.

3. En este contexto, resulta importante transportarse con el pensamiento hasta la esencia teológica del diaconado, para reflexionar luego sobre las consecuencias en el plano existencial. Para la fe católica, el diaconado "es en la Iglesia un signo sacramental específico de Cristo siervo" (Congregación para el Clero, Directorio para el Ministerio y la vida de los diáconos permanentes, 22.2.1998, n. 5) al cual Ustedes han sido incorporados con el otorgamiento del Orden sagrado. De esta modo, Ustedes han sido configurados de manera totalmente especial - diferente a la condición cristiana común - con Cristo para el servicio de la Iglesia y, por esto, es tarea de Ustedes, diáconos el ser "intérpretes de las necesidades y de los deseos de la comunidad cristiana" y "animadores del servicio, o sea de la diaconía" (Pablo VI, Carta Apost. Ad pascendum, Introducción). El espíritu de servicio, principio de la espiritualidad diaconal, resulta así concebido, no como una sola exhortación, sino como algo que se consigue de forma necesaria de la identidad teológica. Cobra importancia la admonición de San Policarpo sobre los diáconos, para que "sean misericordiosos, activos y caminen en la verdad del Señor, el que se ha hecho siervo de todos" (S. Policarpo, Ad Phil., 5, 2, in Funk 1, 300, citado en LG 29).

4. Vuestra identidad está marcada, además, por el aspecto permanente de vuestro ministerio. En este contexto, para un diácono, la conversión lleva a reflexionar sobre qué cosa significa el carácter permanente del diaconado. Mientras es evidente que se trata de un grado ESTABLE, no recibido como etapa en función del presbiterio, resultando necesaria la consciencia del hecho que Ustedes son siempre diáconos: éste no es un signo negativo y de estabilidad en un nivel inferior. Es una vocación específica para presentar siempre la muy noble figura de Cristo Siervo. Es unirse permanentemente a su kenosi para ser memoria permanente de esa: ¡qué honor! y ¡qué gloria!

El carácter diaconal permanece vivo permitiendo pasar todos los aspectos de vuestra vida, tanto en el ejercicio específico del ministerio diaconal, como en la vida profesional, familiar, social, etc.

La vocación al diaconado tiene un carácter 'que lo comprende todo': no se trata de una actividad para ejercitarse "part-time", sino de una modalidad específica de vuestra entera existencia, vivida en favor de la misión de la Iglesia. Es toda vuestra vida la que adquiere una valencia diaconal y, de alguna manera, esto debe reflejarse en vuestro modo de rezar, en las relaciones sociales y de amistad, en la vida familiar, en el trabajo profesional, en el modo de comportarse, etc.

Con las palabras del Santo Padre, para los diáconos la vocación a la santidad significa "secuela de Jesús en esta actitud de servicio humilde, que no sólo se expresa en las obras de caridad, sino que embiste y modela todo el modo de pensar y actuar" (Juan Pablo II, Audiencia general del 20.10.1993, n.2, en Insegnamenti 16/2, 1993, p. 1054).

5. Uno de los signos de la misericordia de Dios que el Santo Padre ha indicado para el año jubilar, es el de la caridad: ésta abre nuestros ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y marginación social. En este sentido, la función diaconal asume un papel de primera línea, en cuanto ésta es servicio de caridad, teniendo el objetivo de ayudar y promover a todos los miembros de la Iglesia particular, con el fin de que puedan participar, con un espíritu de comunión y según sus carismas, en la vida y en la misión de la Iglesia.

Para conseguir un fructífero ministerio de la caridad se necesita que sea sólido el vínculo con la Autoridad pastoral. El vuestro es un ministerio configurado como un aspecto de la autoridad de la que Ustedes son investidos por el sacramento del Orden; por esto, como lo exige la misma unidad de la consagración y de la misión, es ejercitado en comunión jerárquica con el Obispo y con los Presbíteros. La misma caridad, que se trata de practicar a través de el ministerio, es también condición al interior del ministerio, como comunión con los Pastores.

Por esto, el servicio de caridad dirigido a los fieles está profundamente ligado a la exigencia de caridad entre los sagrados ministros. Si llegase a faltar este espíritu, decaería vuestra vida de servicio; se reduciría a una tarea funcional, que tal vez podría conseguir y cumplir externamente sus propios deberes pero no a aumentar vuestra santidad o la verdadera comunión eclesial.

Queridísimos hermanos Diáconos, si bien Ustedes no estén constituidos en algún organismo análogo al del presbiterio, no es que actúen aisladamente, sino que están reunidos en el "ministerium" de la Iglesia. Por esto, la función diaconal no debe jamás considerarse como una actividad privada, de programación libre.

6. Nunca como en este momento, sentimos el deber de hacer nuestro el canto de loa y de agradecimiento del Apóstol: "¡Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que nos ha bendecido en el cielo, en Cristo, con toda clase de bendiciones espirituales!" (Ef 1,3).

Junto a la conversión, el agradecimiento por los dones recibidos de Dios, se encuentra también al centro del año jubilar. La conmemoración del evento de la Encarnación nos pone delante a Cristo Siervo, al cual, "siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres" (Fil 2, 6-7). Nuestro agradecimiento incluye, de esta manera, el hecho de que la redención haya sido ofrecida por Dios como dono a los hombres en Cristo, el que "no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre" (Mt 20, 28).

En este cuadro también encuentra espacio el agradecimiento por el dono de vuestra vocación mediante el servicio diaconal; un agradecimiento que, para ser sincero, presupone su acogida como dono que no merecemos, que no depende ni de las cualidades personales, ni de su deseo - aunque loable - de servir mejor a la Iglesia, sino del diseño providencial de Dios que ha querido asociarlos, como instrumento privilegiado para hacer presente entre los hombres el servicio de Cristo. El conocimiento de la vocación diaconal, entendida como dono no ganado sino gratuitamente recibido, les pone a Ustedes delante a la exigencia de desarrollar vuestra tarea con fidelidad al carisma diaconal. Es decir, Ustedes no son los dueños del ministerio, sino instrumentos de un patrimonio que no les pertenece.

Quiera Dios que estos días de Jubileo que transcurrirán juntos, se conviertan en un estímulo para traducir nuestro agradecimiento en deseo de fidelidad a la vocación.

7. El ingreso, apenas realizado, en el nuevo milenio alienta a la comunidad cristiana, estimulada no sólo por las enseñanzas, sino del conmovido ejemplo del Santo Padre, a ampliar la propia mirada de fe a los nuevos horizontes en el anuncio del Reino de Dios. En este empeño de toda la Iglesia, Ustedes Diáconos tienen vuestra función específica en cuanto - por el camino del diácono Felipe (He 8, 26-40) - tratan de extender la comunión eclesial más allá de los actuales confines.

La dimensión del servicio esta ligada a la dimensión misionera de la Iglesia; es decir, que vuestro esfuerzo misionero de diáconos abraza el servicio de la Palabra, de la liturgia y de la caridad que, a su vez, se prolonga en la vida de cada día.

El Espíritu Santo ha empujado a la Iglesia desde los primeros siglos, para hacerla servidora del "Mysterium", del Sacramento de la liturgia eucarística y sapiencial, en la misionariedad, etc.

8. Pero la alegría jubilar no sería completa si la mirada no se posase en Aquella que en la obediencia plena al Padre, ha generado para nosotros en la carne al Hijo de Dios. También en la Santa Virgen, que se proclamó "la sierva del Señor" (Lc 2,38) y con su silencioso servicio asegundó la obra de su Hijo, Ustedes encuentran un radiante ejemplo para seguir en el camino diaconal. Ustedes tienen la alegría de configurarse a Ella.

Dentro de unos momentos rezaremos juntos el Santo Rosario, por esto, confiemos a María el deseo común de aprovechar de estos días del Jubileo por una profunda y vital renovación interior que nos empuje a todos hacia a esa dinámica misionera que la Santa Madre Iglesia espera de nosotros; que nos ayude en la conversión personal para acogernos en la gracia del perdón y de la indulgencia jubilar.

¡Dios les bendiga y la Virgen les proteja!

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