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JORNADAS JUBILARES DE LOS DIÁCONOS PERMANENTES

HOMILÍA

 

realizada por S.E. Mons. Zenon Grocholewski

LA CONVERSIÓN Y EL FORTALECIMIENTO DEL SERVICIO DIACONAL APOYADOS EN EL CRECIMIENTO DE LA FE

el 19 de febrero del 2000 en el Aula Pablo VI


1. La conversión y el fortalecimiento

 

Estos días fueron elegidos para Ustedes, Diáconos permanentes, como un momento importante de la celebración del Gran Jubileo. Están llamados a intensificar en estos días los esfuerzos para realizar aquello que es la finalidad del Gran Jubileo: la conversión profunda del corazón y el fortalecimiento de vuestra vida cristiana y de vuestro apostolado.

Las lecturas de la Misa de hoy - tomadas de la fiesta de San Lorenzo diácono (10 de agosto) - ponen justamente en evidencia estos dos aspectos.

En el Evangelio (Jn 12, 24-26) hemos escuchado las palabras de Jesús: "En verdad les digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto". Estas palabras expresan la realidad de Jesús, que murió por nuestros pecados, para pacernos partícipes de su triunfo (cf. Rm 6, 1-23). Es una invitación enérgica a una conversión seria, para eliminar el mal de nuestros corazones: egoísmo, soberbia, envidia, impureza, pereza, etc.

Evidentemente en el examen de conciencia, en el arrepentimiento y en la conversión no puede faltar aquello que se refiere directamente a vuestra especifica vocación diaconal.

La primera lectura (2 Co 9, 6-10), mas bien, les invita a la generosidad en vuestro compromiso cristiano y diaconal (aunque si bien se refiere directamente a la colecta para las necesidades materiales de la Iglesia de Jerusalén): "El que siembra con mezquindad, con mezquindad cosechará y el que siembra sin calcular, cosechará también fuera de todo cálculo". En efecto, "Dios ama al que dona con el corazón alegre". San Pablo en esta carta nos asegura, además, que Dios viene en nuestra ayuda para que podamos "llevar a cabo generosamente toda obra buena". Comparando nuestras obras con las semillas, con la siembra, el Apóstol subraya que es el Señor quien nos proporciona esta semilla, la multiplica y la hace fructificar: "Aquél que proporciona la semilla al que siembra (...), también proporcionará y multiplicará vuestra siembra y hará crecer los frutos de vuestra justicia". Quien siembra obras buenas con abundancia, con generosidad, con abundancia cosechará los frutos de su santidad y la de los demás.

Amadísimos, ustedes están llamados a intensificar la generosidad, el celo, en vuestro servicio diaconal.

 

2. La fe

 

a. En relación a la profunda conversión y al fortalecimiento de vuestro servicio diaconal se podría hablar de tantas cosas - se podría hablar del papel del sacramento de la Penitencia, en la actualidad, desgraciadamente, con frecuencia en la práctica devaluado con gran daño para la vida cristiana, de la Eucaristía que es fuente y cumbre de toda la vida cristiana, del Espíritu Santo, de la oración, etc. - pero quisiera detenerme en la fe.

Actualmente observamos la crisis de la fe y ésta se trata de un problema grave. Esta crisis, en efecto, condiciona negativamente la verdadera conversión y el verdadero compromiso cristiano. Por el contrario, cuanto más fuerte se la fe, más profunda será el arrepentimiento y la conversión del corazón y, en consecuencia seremos más capaces de intensificar nuestro empeño cristiano y la realización de la vocación específica de cada uno de nosotros. Mas bien, cuanto más fuerte es la fe, más provechosa será nuestro acercamiento a los sacramentos y cuanto más seremos abiertos a la acción del Espíritu Santo, más eficaz será nuestra oración, etc. tanto en la realidad de nuestra vida cristiana como en nuestro empeño que depende de la fe.

b. La fe es como una noche, una noche oscura, diseminada de estrellas. En efecto, San Juan de la Cruz - aquél gran místico de la cristiandad - justamente hablaba de la noche oscura de la fe en la vida espiritual. ¿No es verdad, sin embargo, que durante la noche se ve mucho más? Durante el día, es verdad, vemos con claridad, con más precisión (hasta podemos tocar las cosas, medirlas), a pesar de esto, vemos poco porque vemos lo que nos circunda ya que nuestro campo visivo es muy limitado. Durante la noche, también es verdad que vemos con menos claridad, sin precisión, sin embargo, vemos podemos ver más plenamente, vemos más lejos y podemos ver las lejanas estrellas que están a miles de años luz, así podemos ver nuestra pequeña vida en el contexto del inmenso universo, en el contexto de la totalidad de la creación.

He estado siempre fascinado de la noche estrellada. Durante los años de mis estudios secundarios, con frecuencia salía tarde con un profesor y algunos amigos para mirar las estrellas. Una vez nos hemos comprado los mapas del cielo, que se podían regular cada día y así identificar las diferentes constelaciones estelares. Observando las estrella me sentía grande, en aquél tiempo me parecía que podía ver verdaderamente, ver la verdad sobre mi existencia, ver que mi vida no está limitada a esta ciudad, a esta nación o a la tierra, sino que es parte de una enorme, fascinante, estupendo, encantador e inmenso universo.

La fe es como la noche diseminada de estrellas. Vemos en la fe con menos claridad, con menos precisión (hay tantos misterios, tantas cosas que no podemos comprender) pero vemos más lejos, más totalmente, vemos nuestra pequeña vida en la perspectiva de la eternidad, de la totalidad de nuestra existencia.

c. Teniendo ante nuestros ojos esta perspectiva de la eternidad, de la totalidad de nuestra existencia, algo necesariamente cambia en nuestra vida:

- Nuestro juicio se vuelve más maduro, más total, y diría también realista en cuanto tomamos en consideración, no solamente las pequeñas circunstancias de la historia de nuestra vida sino la totalidad de nuestra existencia.

- Cambia en nosotros la escala de valores, la graduación de los valores: muchas de las cosas a las cuales la gente se aferra tanto (por ejemplo, la riqueza, el poder, el prestigio) pierden su valor a la luz de la eternidad; en cambio otras, aparentemente pequeñas (como el perdón, la oración, el sacrificio, un acto de caridad, etc.), asumen gran importancia porque estas determinan nuestras vidas en la perspectiva de la eternidad. Jesús constantemente introducía en sus discípulos en esta nueva escala o lógica de los valores, por ejemplo, diciendo: "el que de ustedes quiere ser grande, que se haga el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos. Hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por una muchedumbre" (Mt 20, 26-28; cf. Mc 10, 43-45; Lc 22, 26-27). Según la misma lógica de los valores hoy hemos escuchado en el Evangelio del día, las palabras de Jesús: "El que ama su vida la destruye; y el que desprecia su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. (Jn 12, 25).

- Nos volvemos más libres porque no non dejamos condicionar por las pequeñeces de la vida terrena.

- De esta manera, la fe también se vuelve una fuente de fuerza, haciéndonos capaces: a) renunciar a muchas cosas de la vida terrena, conociendo su valor bastante relativo; b) afrontar con serenidad y con tranquilidad, los sufrimientos, los obstáculos y hasta la muerte, haciéndonos dar cuenta que nuestra vida es indestructible; c) activar esfuerzos para alcanzar los valores eternos, perennes, indestructibles; que no se pierden, no parándonos sólo en esos valores que de buenas a primeras se disipan.

 

3. Reforzar la fe

 

La fe -si es que alguien verdaderamente la posee y vive - es una gran cosa, es un gran tesoro, ya que es en sí misma la fuerza de la vida espiritual, justamente por el hecho de que abre delante de nosotros esta inmensa perspectiva de la vida, la totalidad de la vida; y, en consecuencia nos transforma, es decir, que cambia nuestro modo de ver las cosas, de juzgar, de actuar.

Si nosotros somos tan débiles en nuestra vida espiritual, poco transformados por la fe, también es porque en nuestra manera de ver las cosas, de juzgar, nos limitamos solamente a esta vida terrena y perdemos de vista la dimensión de la globalidad de nuestra vida, prospectada a nosotros mismos a través de la fe.

Tengo la impresión que nosotros, cristianos, casi siempre nos comportamos como paganos que exteriormente apoyamos la fe, que se declaran en favor de la fe y hasta llegan a defenderla, pero no tienen el valor de echarse en la corriente de la fe, de pensar y actuar según las categorías de la fe. Sin embargo, la verdadera aventura de la fe comienza justamente allí, cuando nos echamos a la corriente de la fe, cuando comenzamos a pensar y a actuar con coraje según la lógica de la fe.

Ésta fue justamente la aventura de la fe de San Lorenzo Diácono y Mártir, en honor a la cual hemos celebrado la Santa Misa, de San Lorenzo Diácono - primer Mártir, y de tantos otros grandes diáconos.

Queridos hermanos, con el asiduo escuchar de la Palabra de Dios, con el estudio, con la oración, con la participación a los sacramentos, con una vida verdaderamente cristiana, deben tratar de fortalecer y profundizar vuestra fe, para así alcanzar la fe madura, es decir, para conseguir el valor de pensar, de juzgar y de actuar según las categorías de la fe. Entonces esta fe será para vosotros una fuente de luz, de fuerza y de verdadera alegría. Entonces está fe les conducirá a una continua renovación y será un apoyo fuerte de vuestro apostolado haciéndolo fructuoso.

Para terminar, con las palabra de San Juan Apóstol, "Y la victoria en que el mundo ha sido vencido es nuestra fe". (1 Jn 5,4).

 

 

@ Zenon Grocholewski

 

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