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El Sacerdote y el Obispo

 

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«Prometes a mi y a mis sucesores

reverencia y obediencia?

Prometo!»

 

(Del Rito de la Ordenación)

 

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El día de mi Ordenación

 

En el día de mi ordenación sacerdotal he prometido a mi Obispo reverencia y obediencia. Gracias a Dios no he advertido este compromiso como un vínculo jurídico, sino como una comunión jerárquica querida por Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, en la relación del presbítero con el propio Obispo. De este modo me siento partícipe ontológicamente del sacerdocio y del ministerio de Cristo.

 

De mi Obispo, en efecto, he recibido la potestad sacramental y la autorización jerárquica para tal ministerio. Tengo presente cuanto afirma la Exhortación Apostólica Post-sinodal Pastores Dabo Vobis: «En verdad no se da ministerio sacerdotal sino en la comunión con el Sumo Pontífice y con el Colegio episcopal, particularmente con el proprio Obispo, hacia los cuales debe observarse obediencia y respeto» (PDV 28).

 

Es por esta unión en la comunión sacramental que soy ayuda e instrumento del orden episcopal. En mi ministerio prolongo la acción del Obispo, del cual hago presente su figura de Padre y Pastor.

 

 

Caridad y Obediencia

 

Si estas son consideraciones en las cuales profundamente creo, soy consciente también que no siempre es fácil vivir este compromiso asumido en plena libertad. Y, sin embargo, lo ha dicho el Papa: «La comunión, deseada por Jesús entre cuantos participan del sacramento del orden, se debe manifestar en modo del todo particular en las relaciones de los Presbíteros con los Obispos» (Audiencia General de los miércoles).

 

Me parece que el Concilio a propósito de esto sugiera una sabia vía: «las relaciones entre los Obispos y los Sacerdotes deben fundarse principalmente en los vínculos de la caridad sobrenatural» (ChD 28), caridad que mira a evidenciar una relación que supera la relación funcional radicándose en la realidad de la familia presbiteral de la que el Obispo es el Padre y el Pastor. Es esta caridad sobrenatural la que favorece y consolida la colaboración con mi Obispo, haciendo más fructuosa la común acción pastoral al servicio de las almas.

 

 

En el ministerio cotidiano

 

Percibo hoy más que nunca, en el ejercicio de mi ministerio, la urgencia de la intima y constante cooperación con mi Obispo. Ya evidenciado por los Padres conciliares: «Así, pues, ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia» (PO 7), esta relación familiar se convierte en condición de mi sacerdocio.

 

Será el cotidiano ejercicio de mi ministerio sacerdotal la ocasión para renovar, en la caridad y en la obediencia, la unión profunda que me une a mi Obispo en el único presbiterio, en la comunión afectiva y afectiva de la solicitud eclesial, en la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios (PDV 31) en las concretas condiciones del momento presente.

 

Para la realización de este objetivo me conforta y me sostiene:

Mi participación al único sacerdocio de Cristo;

La raíz y la fuente vital que me deriva de la imposición de las manos y del sacramento que he recibido de mi Obispo como sucesor de los Apóstoles;

La unidad en la misma misión pastoral;

La Eucaristía signo y fuente de caridad.

 

Me será así mucho más fácil aceptar y cumplir fielmente todo aquello que me confíe mi Obispo, mi Padre y Pastor, con la única intensión de edificar el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

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