The Holy See
back up
Search
riga

Congregación para la Evangelización de los Pueblos

ASAMBLEA PLENARIA

MENSAJE FINAL

Roma, 16-18 de Noviembre de 2009

 

“¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (I Cor. 9, 16)

El Siervo de Dios, el Papa Pablo VI, antes de salir de Nazaret en 1964, quiso trazar para el pueblo de Dios y para toda la humanidad un retrato de Jesucristo que se hizo célebre por su fascinación y sagacidad. Al igual que el Papa, nos gustaría dirigirnos a vosotros, queridos hermanos obispos de la Iglesia confiados al cuidado de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (C.E.P.); queridos compañeros sacerdotes que participáis en su ministerio pastoral; queridos religiosos y religiosas misioneros; queridos laicos, hombres y mujeres apasionados de amor por la persona de Jesucristo de Nazaret y por su Iglesia, siempre dispuestos a viajar por todo el mundo; seminaristas y novicios, diáconos que os preparáis para el ministerio sacerdotal y para la misión ad gentes, diáconos permanentes; y a vosotros, queridos catequistas y laicos comprometidos, sin los cuales sería muy difícil construir nuestras Iglesias. Nos gustaría dirigiros este mensaje a todos vosotros.

Al final de esta Asamblea de la C.E.P., a nosotros, los miembros de este Dicasterio y todos sus colaboradores, consultores y expertos, seducidos por la personalidad humana y cristiana, así como por la misión de San Pablo Apóstol, Maestro de las Gentes;  nos gustaría compartir con vosotros el impulso misionero con que Pablo nos invita a buscar los nuevos areópagos de nuestro tiempo. La fascinación de su ejemplo abre nuestros ojos y se descubre, aunque oculto en el fondo, como un medio para la esperanza en nuestro mundo, que hoy se ha convertido en una “aldea globalizada”. El dinamismo del amor de Cristo que vive en nosotros nos empuja a salir para construir estas estructuras de esperanza. Es cierto que aquello que esperamos como el destino de todos los pueblos, no se puede lograr si no es a través de Aquel que está por venir, Jesucristo, el Consumador de toda esperanza divina de la humanidad. Durante estos tres días de la Asamblea Plenaria, nos hemos sentido arrastrados por la fuerza que tenía San Pablo, el Apóstol de las Gentes. Como se indica en el Instrumentum Laboris (IL), hay veinte areópagos o lugares por evangelizar; con el acuerdo de la C.E.P., la Asamblea ha añadido otra docena, aunque la lista sigue estando lejos de ser exhaustiva. La Asamblea, durante la sesión, discernirá los nuevos areópagos de nuestro tiempo y examinará los caminos y los instrumentos para evangelizarlos con el espíritu de San Pablo. 

El Concilio Vaticano II, en su Decreto “Ad Gentes”, sobre la actividad misionera de la Iglesia,  nos enseña que todos hemos sido alguna vez tanto sujetos como objetos de la misión de la evangelización. Por lo tanto, debemos estar atentos a los modelos de los grandes evangelizadores, que son los santos, dejando que nos despierten para imitar su ejemplo, ya que “el verdadero misionero es el santo” (Juan Pablo II, RM 90). Entre todos los santos, San Pablo destaca como un modelo excepcional. Debemos seguir su ejemplo revisando este perfil que el Señor mismo nos dio al comienzo de su Iglesia. 

Siguiendo el Año Paulino inducido por el Santo Padre Benedicto XVI, durante el cual dirigió veinte audiencias en las que nos invitó a contemplar el retrato del Apóstol de las Gentes; la C.E.P., que fue creada precisamente para esta Misión ad gentes, no podría haber elegido un tema mejor para la Asamblea: San Pablo y los nuevos areópagos. Esta elección no fue pensada tan solo para la Asamblea, sino también para vosotros.

Antes que nada, debemos dar gracias a Dios por el hecho de que la Iglesia, cuerpo vivo del Señor, haya ofrecido constantemente el memorial de la Salvación Pascual y haya forjado “una cultura de la memoria” de los grandes imitadores de Jesucristo, dedicando un año entero a San Pablo, el Maestro de las Gentes. Esto ofrece un kairos para la misión ad gentes. 

Nuestra Asamblea, que está llegando a su fin, está muy agradecida al Sumo Pontífice por el mensaje tan claro que nos ha dirigido, así como por el encuentro con él durante la audiencia general del miércoles 18 de noviembre. 

Agradecemos también a los Superiores de la C.E.P. por la feliz iniciativa que tuvieron de permitirnos participar de los frutos del Jubileo Paulino. Teniendo en cuenta todas estas cosas, sabemos que contamos con una fuerza que lleva a la acción. El Instrumentum Laboris nos ha permitido reunirnos para centrarnos en la figura del perseguidor de Cristo que después se convirtió en apóstol poseído de un triple amor: el amor a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios; el amor a su Iglesia, con la que Este se identifica -“Yo soy Jesús, a quien tú persigues”-; y el amor a toda la humanidad a la que Cristo vino a salvar. Esta visión nos empuja a todos a evangelizar hasta los rincones más recónditos de la tierra, hasta los más profundos y variados estratos antropológicos. 

Es necesario también que reflexionéis sobre San Pablo, con el fin de la experimentar esa fuerza que lo impulsó hacia la misión ad gentes, que hoy pasa a través de innumerables areópagos. No seréis capaces de creer la multiplicidad de areópagos que surgen en vuestra imaginación movidos por la caridad hacia las naciones. Cuanto más meditéis en el espíritu que se apoderó de San Pablo después de su conversión y resurrección a una nueva vida, mejor conoceréis la verdad de nuestra vocación común al amor, que crea relaciones y produce la comunión, que es kenosis. La Didaché nos ha dado ya este método de formación cristiana que es también el alma de la formación misionera: “buscad cada día el rostro de los santos y encontraréis consuelo en sus palabras”. 

Para renovar vuestro celo misionero, os invitamos a todos a contemplar la figura de San Pablo, a quien el Señor describió a Ananías, el creyente como “instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel”. Meditando esto, mantenemos por nuestra parte que fue Dios realmente quien lo eligió para revelar a las naciones que en Jesucristo, su Hijo, se llevarían a cabo las bendiciones a ellas destinadas desde la elección de Abraham, y que los que “eran no pueblo” (I Pedro 2, 10), podrían llegar a ser “pueblo” al entrar en la Iglesia, nuevo Israel. Al igual que San Pablo, reconocemos en nosotros mismos la gracia de haber sido elegidos por Dios para una misión. Pablo encontró en el amor de Cristo por su Iglesia su propia identidad: que estaba hecho para la misión: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio” (I Cor. 9, 16). Debe ser así para cada uno de nosotros. 

En cuanto a Pablo, todos somos conscientes de que para él la misión “es una cuestión de amor”. Es evidente, como dice San Agustín, que de San Pablo emana un poder que se resume en la súplica a sus seguidores: “Te lo ruego, ama conmigo”. Podemos decir todos juntos: “hoy (al igual que ayer y que siempre) la misión necesita apóstoles enamorados de Cristo”, como Pablo. Ningún desafío ni ninguno de los nuevos areópagos puede separar a los apóstoles del objeto de su amor: Jesucristo y su Iglesia. Hagamos de nuestras vidas puentes vivos de amor entre Cristo y sus areópagos, a fin de podamos ser también ardientes en el cumplimiento de las estructuras de esperanza a las que nos llama nuestra misión. 

Sólo los apóstoles con este sentido de la misión pueden dirigirse hoy hacia los nuevos areópagos, que son:

  • Evidenciar este lugar particular en el que el anuncio y el testimonio de la vida resuenan en el silencio de la Cruz.
  • Evangelizar la globalización que se está extendiendo hoy.
  • Hacer del areópago de las comunicaciones sociales vehículos de los verdaderos comunicadores por excelencia de Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida: Jesucristo.
  • Dirigir el areópago de la post-modernidad, no solo para poder llegar a decir a todos los hombres: “La criatura sin el Creador desaparece” (GS 36, 3), sino también para hacer posible que admire y saboree los frutos de la “civilización del amor” que recibe a Dios.
  • Trabajar para satisfacer el hambre y la sed de Dios, que son las genuinas preocupaciones religiosas ante la evidente proliferación de las sectas.
  • Reforzar el areópago del diálogo interreligioso e intercultural, como hizo San Pablo en Atenas y después en Corinto, partiendo de la fe más profunda en el Cristo Crucificado y Resucitado, salvación para todo hombre, nación, raza, cultura.
  • Corregir una actitud de vida como resultado de una civilización sin Dios, de forma que, al igual que el Apóstol, el portador de esperanza en el presente sea siempre “Cristo, esperanza de gloria” (Col. 1, 27).
  • Transformar en Cristo la pobreza que encontramos hoy. “A pesar de que era rico, se hizo pobre para que podamos enriquecernos con su pobreza”, diciendo “bienaventurados los pobres” (Mt. 5, 1).
  • Presentando a la Iglesia como Comunión, Familia de Dios, fraternal Cuerpo de Cristo, como nuevo areópago, que fue el objetivo para Pablo; revelaremos a la Iglesia a sí misma como “el misterio escondido desde siglos” (Ef. 3, 1 y ss; Col. 1, 24-29).
  • Ayudando a nuestras comunidades eclesiales a adquirir una orientación misionera, para que no se pueda decir “que la misión vino a morir con nosotros” (Mons. A. T. Sanon).
  • Evangelizando todas las vocaciones cristianas, revelándolas a sí mismas como misioneras.
  • Promoviendo la familia como nuevo areópago que espera que la Iglesia la revele más y más como “iglesia doméstica”, para que todos puedan llegar a ser testigos de Dios, tres personas en una sola, una familia trinitaria que el mundo anhela, a pesar del feroz esfuerzo por destruir la familia de hoy.
  • Promoviendo una “nueva evangelización” que se revele como una nueva cultura en el proceso de globalización que espera, una vez más, el nuevo anuncio de Jesús como Señor y Salvador.
  • Mencionando la persecución como un areópago continuado de la Iglesia, que está siempre dispuesta a dar el testimonio absoluto de Cristo a través de sus mártires.
  • Convirtiéndose en vehículo de comunión y trabajo en medio de las divisiones que desgarran a la Iglesia, para que el evangelizador, según el espíritu de San Pablo, sea capaz de reconciliar a sus hermanos enemigos, preguntándoles, como lo hizo Pablo: “¿Está dividido Cristo?” (I Cor. 1, 13).
  • Haciendo de nuestras iglesias particulares, en el corazón de un mundo globalizado, areópagos para la misión ad gentes, a causa del fenómeno migratorio, que reúne culturas y religiones en un mismo espacio. Es en esta perspectiva en la que nuestras megalópolis pueden aparecer también como nuevos areópagos a la espera de su Pablo.
  • Reconociendo el viejo pero siempre nuevo areópago de la formación, que fue lo que más atrajo nuestra atención en el curso de esta Asamblea. Más que un simple areópago, es el humus, la base y la condición sine qua non de toda evangelización.
  • Permitiendo al areópago de la formación ser aquello para lo que San Pablo es el inspirador modelo de todas las generaciones. Pablo ve la formación como un crecimiento en la fe como un adulto, “hasta que se forme Cristo en vosotros” (Gal. 4, 19). Se requiere tiempo y paciencia. Es la condición para toda auténtica misión, padeciendo siempre la falta de preparación, necesitando la improvisación, subsistiendo en el desorden, pero en la que una simple generosidad puede compensar todas esas carencias. San Pablo fundamenta su modelo en María, la mujer del “tiempo cumplido”. “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una  mujer” (Gal. 4, 4). Y sabemos que María se ofreció totalmente a sí misma -cuerpo, alma y espíritu- de modo que las palabras anunciadas por el ángel se realizaron en ella: “El Verbo se hizo carne” (Jn. 1, 14). Del mismo modo, Pablo, “el Maestro de las Gentes”, se puso a sí mismo a disposición de las obras del crecimiento de las naciones en la fe que salva. Se convirtió en un modelo destacado de enculturación y lo demostró en su testimonio en el Areópago de Atenas. Por lo tanto, como hemos dicho antes,  declarando esto no podía separar su misión de la fundación de la Iglesia en Corinto. Con el fin de ser todo en todos, de acuerdo con la lógica de la Palabra encarnada, San Pablo, Misionero del Padre, que fue enviado primero a Israel y luego a toda la humanidad, se convirtió en un vector de la   inter-cultura, uniendo a judíos y paganos, incorporando la diversidad cultural de estos últimos, asumiéndola, para purificarla en la transfiguración en Cristo.

Conclusión

Este mensaje constituye en sí mismo nuestra reflexión sobre Pablo, que se no perdonó a sí mismo, a pesar del cansancio y que, finalmente, murió como mártir por anunciar el evangelio a las naciones. Queremos saludar, agradecer y felicitar a los muchos que le han seguido a lo largo de los siglos. Ellos son los colaboradores de los misioneros: hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos, miembros de Institutos seculares y de nuevas comunidades de vida consagrada, apostólica y misionera. Ellos han entrecruzado y siguen entrecruzando las rutas del mundo, como San Pablo, sin temor por sus propias vidas. Algunos, tal vez, estarán cansados o enfermos, a estos les decimos: ¡Ánimo! Algunos puede que hayan conocido la insidiosa tentación a volverse laxos, a estos los invitamos a renovarse, revisando el modelo de San Pablo, sacando de ahí un estímulo de motivación interior y de renovado impulso. Al igual que Pablo, algunos de ellos habrán muerto a causa del “odio por la fe”, a estos les rendimos homenaje. Su memoria no será olvidada, y reafirmamos, en la certeza de nuestra fe, que las vidas que han entregado son “la semilla de los cristianos”.

Los jóvenes, que son el presente y el futuro del mundo y de la Iglesia, son más que nunca el fundamento presente de nuestras Iglesias. Nuestro mensaje va dirigido también a vosotros los jóvenes. Os invitamos a admirar e imitar a este ardiente joven, brillante alumno de Gamaliel, de quien Cristo resucitado se apoderó en el camino a Damasco, y lo hizo “Maestro de las Gentes”. Que su intrepidez y su ardor encuentren su efecto en vosotros.

Que la Virgen de Pentecostés nos obtenga la gracia de ayudarnos siempre a avanzar hacia las rutas de los nuevos areópagos por la fuerza del Espíritu Santo, primer protagonista de la Misión. 

Roma, 18 de noviembre de 2009

Miembros de la Asamblea de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos

 

top