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La razón de la verdad de Dios

Don Antonio Castellano, S.D.B.

 

El reciente documento de la Comisión Teológica Internacional, La teología hoy: perspectivas, principios y criterios quiere poner de manifiesto las características fundamentales de la teología católica, con el fin de que pueda desempeñar hoy con audacia y eficacia el propio servicio en beneficio de la Iglesia y de la humanidad. Estas características fundamentales son: la escucha de la Palabra de Dios, la comunión eclesial y la exploración racional de la verdad de la fe. La última de estas características, el hecho de dar razón de la verdad de Dios, es propiamente la que caracteriza a la teología. Se profundiza en ella en el documento que trata las tres temáticas actuales: 1. La verdad de Dios y la racionalidad de la teología; 2. La unidad de la teología en una pluralidad de métodos y disciplinas; 3. Ciencia y sabiduría.

En el primer apartado se pone de manifiesto que el deber fundamental de la teología es el de abrir cada vez más a la inteligencia humana la riqueza y la belleza de la verdad de Dios, consciente de que nunca puede agotarla. En efecto, la teología, a lo largo de su historia bimilenaria, ha llegado a entenderse a sí misma como “ciencia de la fe” (scientia fidei y scientia Dei). Se trata de una conquista fundamental y más necesaria que nunca en nuestro tiempo. Por este motivo, esta primera parte se dedica a recorrer, en grandes líneas, la historia de la teología. Un recorrido que nos ilustra con claridad una constante: la teología ha buscado siempre, aunque con diferentes resultados, conjugar la fe con la razón. El motivo de esta orientación se basa en el hecho de que la fe comporta la aceptación de una Verdad que “precisa de la razón del creyente, al mismo tiempo que la estimula” (nº 63). La historia nos enseña que cuando el encuentro entre fe y razón acaece del modo justo, ambas se enriquecen y se fortalecen.

Prueba de ello pueden ser los resultados alcanzados en la Iglesia antigua y en la medieval. En la Iglesia antigua los Padres promovieron, frente a una “teología mítica” o “política”, una “teología natural” que sostenía que podía ofrecer una explicación racional de la naturaleza de los dioses y, a través de la noción de Logos aplicada a Cristo, purificaron y transformaron la imagen filosófica de Dios, y la introdujeron en la dinámica del amor. Además, supieron adoptar, de modo crítico, los conceptos filosóficos para la comprensión de la fe. Pero, fue sobre todo en el periodo medieval cuando se alcanzó una madurez de la noción y del ejercicio de la teología en cuanto scientia fidei. Los teólogos escolásticos buscaron presentar el contenido inteligible de la fe cristiana en forma de una síntesis racional y científica, y con esta finalidad formularon una jerarquía de verdad en el interior de la doctrina cristiana y articularon la conexión inteligible de los misterios. “Este ideal científico, no obstante, no tomó nunca la forma de un sistema racionalista hipotético-deductivo. Al contrario, se modeló siempre sobre la realidad que se contemplaba, que supera de lejos las capacidades de la razón” (nº 67).

Hacia el final del medioevo y en los albores de la edad moderna “la estructura unificada de la sabiduría cristiana, de la que la teología era piedra angular, comenzó a romperse” (nº 68). Las críticas de la Reforma primero, y de la Ilustración después, agravaron una cierta crisis de la teología católica, a pesar de haber buscado mantener siempre, de cualquier modo, la relación entre fe y razón. “Hoy existe un nuevo reto, y la teología católica tiene que hacer frente a una crisis posmoderna de la razón clásica, que tiene serias consecuencias para el intellectus fidei” (nº 71). Se trata de un reto que afecta al propio concepto de verdad (¿existe?, ¿es una sola?) y pone en discusión la capacidad de la razón de alcanzar a la “realidad”. La teología puede ayudar a encontrar una respuesta a estas problemáticas que angustian al hombre de nuestro tiempo, precisamente gracias a su carácter de “ciencia de la fe”, mostrando como la fe estimula la razón, amplía los límites, la empuja “a explorar caminos que por sí misma no habría siquiera sospechado que hubiera podido tomar” (nº 63). Por esto, la teología está dispuesta e “interesada, en todo caso, en el diálogo sobre la cuestión de Dios y la verdad con todas las filosofías contemporáneas” (nº 71), consciente, de una parte, de poder prestar el servicio de contribuir a superar la “crisis profunda” de la filosofía en relación al desconcierto de una metafísica, pero también consciente, por otro lado, que “sin la filosofía la teología no puede criticar de forma adecuada la validez de las afirmaciones” (nº 72).

En el apartado titulado La unidad de la teología en una pluralidad de métodos y disciplinas se afronta la problemática del peligro actual de fragmentación dentro de la teología y, de un modo más amplio, dentro del conocimiento humano.

En lo que concierne al primer aspecto, se trata de un fenómeno que tiene raíces en el tiempo. En efecto, en la era moderna, como ya hemos dicho, se rompe, en cierta medida, la unidad de la teología y se empieza a hablar de “teologías”. Hoy esto es un hecho de facto, motivado sobre todo por la especialización, dentro de la ciencia teológica, de las distintas disciplinas que profundizan los diferentes ámbitos que la componen. Pero en esto también ha contribuido la diversificación de los estilos teológicos bajo el influjo externo de otras ciencias y la multiplicidad de intereses en lo relativo a la práctica de la teología. En síntesis, hoy la pluralidad de “teologías” y disciplinas teológicas es necesaria y está justificada, considerando la riqueza de la verdad que hace posible distintos enfoques. Se puede afirmar también que la pluralidad de las teologías refleja la catolicidad de la Iglesia. No obstante, así como en la Iglesia su catolicidad es inseparable de la unidad, lo mismo debe suceder con la teología. Las distintas “teologías” o disciplinas teológicas no pueden perder de vista aquella consciencia de unidad que la teología ha madurado durante su larga historia, y que la define en su identidad como “ciencia de la fe”. Con esta finalidad, en la situación actual, será necesario buscar mantener una referencia (aunque sea crítica) con la tradición teológica común, así como con el diálogo y la colaboración interdisciplinar entre las distintas disciplinas ideológicas y un uso crítico, a la luz de la fe y de la sabiduría racional de la filosofía, de las demás ciencias que pueden interesar al teólogo.

También el segundo aspecto tratado en este apartado, la distinción (separación) entre las distintas ciencias, especialmente entre la teología y las demás ciencias, tiene su origen en el pasado. En tiempos más recientes, en el siglo XIX, hubo una controversia entre la teología y las ciencias de la religión, que las veía contrapuestas precisamente en la pretensión de  cientificidad que la teología reivindica. Hoy las relaciones son más serenas, ya sea porque las ciencias han madurado la conciencia de que es inevitable que cada investigador tenga sus precomprensiones que en cierto modo condicionan su actividad científica, o porque se acepta de un modo más sereno la diferencia entre la teología y las ciencias religiosas, que hacen posible un enriquecimiento mutuo. Y esto puede extenderse a la relación con el resto de las ciencias. La teología desea establecer una relación entre iguales, para liberar la razón del hombre de todo reduccionismo en la búsqueda de la verdad. “La teología católica critica cualquier forma de auto absolutización de las ciencias como una auto reducción y empobrecimiento. La presencia de la teología y de los teólogos en el corazón de la vida de la universidad y el diálogo que esta presencia permite con las otras disciplinas ayuda a promover una visión amplia, analógica e integral de la vida intelectual. Como scientia Dei y scientia fidei, la teología juega una parte importante en la sinfonía de las ciencias, y por ello pide un lugar propio en la academia” (nº 84).

Finalmente, en el último apartado se examina el hecho de que “la teología no es solo una ciencia sino también una sabiduría, con un papel particular por jugar en la relación que existe entre el conocimiento humano y el misterio de Dios. La persona humana no se satisface con las verdades parciales, sino que busca unificar las diferentes partes y áreas de conocimiento en una comprensión de la verdad última de todas las cosas y de la vida humana misma”. (nº 86). Esta dimensión de la teología deriva sobre todo de la revelación de Dios en Cristo, de Aquel que en la cruz se manifestó como “poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor 1,24), y de la Tradición; es suficiente recordar los Padres de la Iglesia, que supieron analizar e integrar en la sabiduría cristiana la sabiduría de la cultura griega. Pero después deriva también de la relación con la experiencia espiritual de las realidades divinas y de la sabiduría de los santos. En la Iglesia realmente se reconoce una “sabiduría mística”, una verdadera ciencia que los santos tienen del Misterio de Dios, como don del Espíritu, gracias a su unión con Dios por medio de la caridad. La “sabiduría teológica” se diferencia de la de los santos porque es sobre todo fruto de la contemplación intelectual de Dios, pero mantiene una estrecha relación con la mística. Para la teología corazón e inteligencia pueden avanzar juntos, y se puede hablar de una espiritualidad distintiva del teólogo que se pone en sintonía profunda con el carácter científico de su actividad, y más aún de una mística que deriva de la Eucaristía que, siendo fuente y ápice de la vida de la Iglesia, lo es también para la actividad teológica. Gracias a su dimensión sapiencial, la teología puede trascender “los límites de aquello que es rigurosamente posible desde un punto de vista intelectual” y puede así colmar la divergencia entre los creyentes y la reflexión teológica, y ampliar la comprensión de la verdad de Dios en el encuentro con culturas no cristianas.

 

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