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RITO DE BEATIFICACIÓN
DE MARIA MERKERT

PALABRAS DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS
AL FINAL DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

Iglesia de Santiago y Santa Inés, Nysa (diócesis de Opole)
Domingo 30 de septiembre de 2007

 

Al final de esta eucaristía, en la que ha tenido lugar el solemne rito de beatificación de María Merkert, deseo expresar mi gran alegría por mi misión de representante del Santo Padre Benedicto XVI, cuyo saludo y bendición apostólica tengo el honor de participaros. Demos gracias al Señor que nos ha concedido vivir un acontecimiento eclesial de gran importancia, como es siempre una beatificación, y no sólo para esta Iglesia local, entre otras razones porque en ella se ven implicadas comunidades y personas de muchos y muy diversos países del mundo.

San Juan Crisóstomo afirmaba que "los hombres y las mujeres que oran tienen sus manos sobre el timón de la historia".

Tal vez María Merkert nunca tuvo conciencia de ser protagonista de la historia; pero, ciertamente, tras su muerte, uno de los últimos recuerdos indelebles que quedaron de ella fueron las palabras pronunciadas ante su tumba:  "No vivió en vano".

María Merkert murió hace mucho tiempo, hace 135 años, pero su figura y su obra, presentes aún hoy en muchas naciones mediante actividades benéficas promovidas en favor de los pobres y abandonados, demuestran cuán actuales son las líneas fundamentales de su caridad operante. Así pues, la nueva beata es una mujer ejemplar también para nuestro tiempo, tecnológicamente tan avanzado, pero espiritualmente pobre, con una sociedad que gime bajo el peso de la pobreza y de la opresión, al menos en muchas partes del mundo. La beata Merkert es una mujer fuerte, completamente entregada al servicio de Dios y de los hermanos; una mujer de oración, un ejemplo de perfecta realización de la vocación cristiana y religiosa.

Es sugestiva la definición que dieron de la beata:  la samaritana de Silesia, porque, como el buen samaritano, se compadeció de las miserias morales y materiales de su prójimo. En un tiempo como el nuestro, en el que la Iglesia debe apostar con más confianza por la caridad, respondiendo con valentía a los nuevos desafíos de la pobreza, la vida de la beata María Merkert es un fuerte estímulo, sobre todo por la creatividad y la dimensión ecuménica de su caridad.

Queridos hermanos y hermanas, como dijo el inolvidable siervo de Dios Juan Pablo II, "quien reflexiona sobre la historia de la Iglesia con los ojos del amor, descubre con gratitud que, a pesar de todos los defectos y de todas las sombras, ha habido y sigue habiendo por doquier hombres y mujeres cuya existencia pone de relieve la credibilidad del Evangelio" (Homilía en la beatificación de tres siervos de Dios, Viena, 21 de junio de 1998, n. 4:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de julio de 1998, p. 5).

Hoy nos llena de alegría ver inscrita en el catálogo de los beatos a una cristiana de vuestra tierra que constituye un estímulo para vivir una fe coherente y vibrante.

Nuestra respuesta personal debe ser como la de los Apóstoles y como la de la legión de santos y beatos de la Iglesia, a la que hoy se añade nuestra María Merkert.

El influjo social del mensaje depende sobre todo de la credibilidad de sus mensajeros. En efecto, la nueva evangelización comienza en nosotros, con nuestro estilo de vida. Hoy la Iglesia no necesita católicos a tiempo parcial, sino cristianos a tiempo completo, como lo fue la nueva beata. Aprendamos de ella, que un año antes de volver al Padre exhortaba:  "Pongamos confiada y devotamente  nuestra  vida en manos de Dios, prometiendo dedicar nuestras débiles fuerzas exclusivamente a su servicio".

Que la beata María Merkert, desde la gloria del cielo, os proteja y acompañe a todos con su intercesión de madre y hermana, para que, como le gustaba decir, "no nos desalentemos, sino que nos esforcemos por hacer lo que podamos, pues lo demás está en las manos de Dios"

 

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