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MISA DE BEATIFICACIÓN DE LA MADRE
CELINA CHLUDZINSKA BORZECKA

HOMILÍA DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS

Basílica de San Juan de Letrán
Sábado 27 de octubre de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Una beatificación es siempre un canto a la omnipotencia y a la misericordia de Dios, por el amor infinito y la inmensa gracia con que actúa en sus hijos más fieles. Con alegría contemplamos hoy las maravillas realizadas en Celina Chludzinska Borzecka, que acaba de ser inscrita en el catálogo de los beatos. Esta celebración nos recuerda a cada uno que el amor de Dios es la fuente, la meta y el apoyo de toda santidad.

Saludo ante todo a los eminentísimos señores cardenales Camillo Ruini, vicario de Su Santidad para la diócesis de Roma, y Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, que representan a dos diócesis particularmente vinculadas a esta causa de beatificación: Roma, diócesis de la investigación sobre la vida y las virtudes, y Cracovia, diócesis del proceso sobre el milagro, realizado gracias a la intercesión de la madre Celina.

Saludo a los excelentísimos obispos, que manifiestan con su presencia la unidad del colegio episcopal y las diversas realidades eclesiales, en las que está presente y se realiza el carisma de fundación encomendado por Cristo resucitado a nuestra beata. Saludo a los sacerdotes, a los religiosos y a todos los fieles presentes. Dirijo un saludo particular a las religiosas resurreccionistas, que hoy ven a su madre fundadora elevada al honor de los altares.

La liturgia de la Palabra nos propone hoy dos pasajes bíblicos cuya clave de lectura puede verse en los conceptos de justicia de Dios y humildad del hombre. El sabio Sirácida habla de un Dios que es justo en sus juicios y no se deja condicionar por las posiciones sociales, que los hombres consideran privilegiadas. Más aún, el pobre se siente oprimido, sufre a causa de las desgracias que le suceden, pero "venera a Dios", es grato al Altísimo y "su oración llega hasta el cielo". En efecto, la humildad y la pobreza de espíritu son los dos elementos esenciales de la oración del creyente.

Para llegar a la gloriosa "corona de justicia", que el Señor nos entregará en aquel día, en nuestra oración debemos tener una actitud de humildad; debemos perseverar en los momentos de dificultad y superar las pruebas, poniendo totalmente nuestra confianza en la voluntad de Dios, justo y fiel, que nos salvará para su reino eterno.

Toda la historia de la salvación, uno de cuyos fragmentos hemos meditado en la liturgia de la Palabra, se presenta a los hombres para manifestarles las maravillas de Dios y también para animarlos a acoger la continua invitación de Dios a traducir la realidad de la gracia en su vida diaria. Es así como el hombre se descubre querido y amado por Dios, y por eso lo llama a una unión cada vez más íntima con él. Por otra parte, se siente impulsado a responder en la oración, con humildad, a la voz de la llamada, emprendiendo el camino de la santidad. A este propósito, la beata Celina se esforzaba por enseñar a sus hijas a ver en la humildad con respecto a Dios el único criterio de referencia para su vida y del posible progreso en la santidad.

Esa misma perspectiva constituye el hilo conductor de la homilía del Santo Padre Benedicto XVI durante el último encuentro de los jóvenes en Loreto, el 2 de septiembre de 2007. El Papa exhortó encarecidamente a los jóvenes con estas palabras: "No sigáis el camino del orgullo, sino el de la humildad. Id contra corriente: no escuchéis las voces interesadas y persuasivas que hoy, desde muchas partes, proponen modelos de vida marcados por la arrogancia y la violencia, por la prepotencia y el éxito a toda costa, por el aparecer y el tener, en detrimento del ser. (...) No tengáis miedo de ser considerados diferentes y de ser criticados por lo que puede parecer perdedor o pasado de moda. (...) La humildad es el camino real. (...) Es el camino que eligió Cristo (...). No es un camino de renuncia, sino de valentía. No es resultado de una derrota, sino de una victoria del amor sobre el egoísmo y de la gracia sobre el pecado...", porque "como sabéis bien, todos estamos llamados a ser santos" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de septiembre de 2007, p. 7).

Con su beatificación hoy participamos aún más en la historia de vida de una mujer que se tomó tan seriamente la enseñanza de Jesús que quiso seguirlo radicalmente, practicando las virtudes cristianas de modo heroico y haciéndose así digna de ser inscrita en el catálogo de los beatos. En la Imitación de Cristo leemos: "Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; (...) al humilde descubre sus secretos, y le trae dulcemente a sí y le convida" (Libro I, c. 2, n. 2).
Estas palabras parecen corresponder perfectamente al retrato espiritual de la beata Celina Chludzinska Borzecka. Las diversas etapas de su vida constituyen para muchas personas un posible modelo a imitar, porque nos demuestran que la grandeza del hombre no consiste en realizar obras extraordinarias, sino en vivir la vida diaria de modo responsable, es decir, correspondiendo a la gracia de Dios.

La beata Celina durante toda su vida estuvo unida a Dios mediante la oración, que la capacitó para aceptar con humildad las diversas vicisitudes y situaciones, y le permitió reconocer en ellas la mano del Señor que la protegía, sostenía y guiaba, impulsándola a seguir siempre la voluntad de Dios, e intuir que, como decía el siervo de Dios Bogdan Janski, fundador de los resurreccionistas, "a veces Dios usa caminos extraños para llevarnos a sus metas". Su figura parece estar esculpida por el Escultor divino con el cincel de la oración y de la sumisión a su plan.

En efecto, cuando Celina, a los veinte años, sentía el profundo deseo de entregarse totalmente al Señor en la vida consagrada, incluso en un convento de clausura, sus padres le comunicaron que debía casarse. Después de tres días de aflicción, con gran tristeza y abundantes lágrimas, tomó la decisión de hacer ejercicios espirituales para vivir aquel momento en intimidad con Dios y encomendarle a él sus expectativas, sus miedos y sus esperanzas.

La oración le ayudó a permanecer unida a Dios y a aceptar el matrimonio como parte del proyecto divino sobre ella. La oración confiada acompañó su vida de esposa y madre, especialmente cuando la alegría del nacimiento de dos hijos se vio ensombrecida por el luto a causa de su muerte prematura.

En Dios puso su esperanza cuando fue arrestada y encarcelada por haber ayudado a los insurgentes que luchaban por la independencia de su amada Polonia. Dios fue el consuelo de su alma cuando su marido sufrió un ataque de parálisis y perdió el movimiento de las piernas. Ella se convirtió entonces en su dulce y paciente enfermera, no sólo prestándole atención y servicios físicos, sino también consuelo espiritual y apoyo moral.

Encontraba la fuerza en la Eucaristía, en la que participaba cada mañana, recibiendo del sacrificio de Cristo la inspiración y la energía para su sacrificio diario. Realmente es verdad lo que afirma la exhortación apostólica Sacramentum caritatis: "La Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos santos han hecho auténtica su vida gracias a su piedad eucarística! (...) La santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía" (n. 94).

El divino Maestro guió a la madre Celina en la educación de sus hijas, que realizaba con amor, esmero y responsabilidad, como se puede apreciar a través de su diario, escrito por sus hijas, que nos revela el secreto de la vida en la fe y en la caridad, en la libertad y en la verdad. Por tanto, no nos debe sorprender que una de sus hijas, Jadwiga, hoy venerable sierva de Dios, se haya unido a la madre cuando llegó el momento de la fundación del nuevo instituto religioso.

¡Cuán hermosa es una escena que la beata narra en una de sus cartas, cuando se enteró de la enfermedad de su hija y de su incertidumbre con respecto al futuro! Escribe: "Salí de casa sola y me arrodillé en el umbral de la iglesia, que ya estaba cerrada, y me puse a llorar y a orar intensamente. Me sentí confortada, es decir, entró la esperanza en mi alma, la esperanza que no me abandona nunca, pues Dios lo quiere así. Y me levanté con valentía para seguir la lucha hasta el final de mis días" (28 de agosto de 1890).

Cuando tuvo que afrontar muchas incertidumbres interiores y vacilaciones con respecto a la voluntad de Dios, así como acusaciones y calumnias exteriores contra la nueva fundación, fue de nuevo en la oración confiada y humilde donde encontró la respuesta de lo alto.
En una carta al padre Semenenko, c.r., su director espiritual, describe la experiencia que vivió durante la adoración del Santísimo en la iglesia de San Claudio en Roma: "Mientras estaba inmersa en mis pensamientos, sin percibir lo que estaba sucediendo en mi entorno, vi muy claramente a unas religiosas que andaban con hábitos negros largos, ceñidos con el cordón, y con un velo largo en la cabeza. Entonces me dije a mí misma: "Las resurreccionistas". Y oré para que fueran las resurreccionistas".

Para quien tiene 58 años no resulta fácil iniciar un nuevo estilo de vida, pero "nada hay imposible" para quien está unido a Cristo. Con la oración humilde que penetra los cielos, emitió los votos religiosos en Roma y luego, con oración constante, llevó la bandera del Resucitado a Bulgaria, América y Polonia.

La roca de refugio de la nueva beata era Dios, especialmente en los momentos de abandono más desolador, que fueron tres muertes particularmente dolorosas: la de su marido, la de su director espiritual en la fundación del instituto, el padre Piotr Semenenko, c.r., y la de su hija Jadwia, columna de apoyo de la madre Celina en los albores de la vida religiosa. ¡Cuántas horas de oración fueron necesarias para aceptar con sumisión esos decretos de la Providencia y para poder decir: "No existe nada que el alma no pueda soportar por amor a Jesús"! ¡Cuánta humildad fue necesaria para escribir: "Dios me ha quitado lo que humanamente me daba seguridad, para darme a entender que su obra únicamente puede apoyarse en él"!

Después de la muerte de la beata Celina, mons. Teodorowicz, arzobispo de Leópolis, escribió: "Era silenciosa, muy humilde; era un alma muy sencilla. No atraía la atención de nadie hacia ella". Y precisamente por esto atrajo la mirada de Dios. Y a través de su vida de santidad sigue atrayendo también hoy. Esposa, madre, viuda y religiosa: estas fueron las diversas etapas de la vida de la beata Celina, caracterizadas por lo que más la distingue y la define óptimamente: la fidelidad en el cumplimiento de la voluntad de Dios con toda humildad y disponibilidad, y en profunda oración, inspirándose en el misterio pascual.

Las beatificaciones y las canonizaciones son espejo eficaz de la vitalidad de la Iglesia y de la acción santificadora del Espíritu Santo, que la guía por los caminos de la historia. Como nos enseña el Santo Padre Benedicto XVI: "La plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que así resulta luminosa también para los demás, también para el mundo" (Catequesis durante la audiencia general del miércoles 29 de agosto de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de agosto de 2007, p. 12). Como lo fue la vida de la beata madre Celina. Como debe ser, gracias a su intercesión y a su ejemplo, también nuestra vida. Amén.

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