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CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS

PALABRAS DEL CARDENAL JOSÉ SARIAVA MARTINS
AL FINAL DE LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN
DE LA MADRE JOSEFA HENDRINA STENMANNS
COFUNDADORA DE LAS SIERVAS DEL ESPÍRITU SANTO

Steyl-Tegelen, Holanda
Domingo 29 de junio de 2008

 

Al final de esta celebración eucarística, durante la cual he tenido el honor de presidir el solemne rito de beatificación de Josefa Hendrina Stenmanns, cofundadora de la Congregación de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo, me uno a la alegría de esta Iglesia particular que hoy ve elevada al honor de los altares a una conciudadana suya. Deseo expresaros mi alegría y mi satisfacción personal por el encargo que el Santo Padre Benedicto XVI me ha encomendado de ser su representante para este significativo acontecimiento eclesial, y os transmito el saludo del Papa y su bendición apostólica.

En la carta encíclica Spe salvi, Benedicto XVI escribe: «Nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia. Podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los santos que, como "colaboradores de Dios", han contribuido a la salvación del mundo» (n. 35).

Lo hizo también la beata Josefa Hendrina. En efecto, dócil a la acción del Espíritu Santo, se distinguió en toda su vida por su pureza de intención y sencillez de espíritu, mediante un continuo abandono amoroso a la voluntad del Señor, con una correspondencia total y generosa a las gracias e inspiraciones de Dios.

Profundamente devota, pero sin ostentación, Josefa Hendrina Stenmanns fue una mujer de admirable equilibrio humano y sobrenatural: a la fortaleza de carácter unió siempre la amabilidad materna; al sentido práctico de la acción unió constantemente el ejercicio de la caridad, sobre todo para con los pobres, los ancianos y los enfermos. Y todo esto sin llamar la atención.

Ya antes de abrazar la vida religiosa era modelo de madurez cristiana; podríamos decir, de santidad laical. Los compromisos que asumió con su profesión en la Orden franciscana seglar dieron a su vida un auténtico sentido de consagración en medio de las realidades familiares y sociales. La aportación del santo fundador Arnold Janssen marcó profundamente su actividad espiritual y misionera. En efecto, la vocación misionera fue el fulcro de toda su existencia: «Orar y trabajar en el apostolado misionero, para que el Evangelio sea conocido por todos».

Con ese fin, se ofreció en sacrificio por la Obra de la propagación de la fe. Por eso, su vida terrena estuvo impregnada de un anhelo constante de perfección, que se desarrolló en el impulso apostólico en favor de la difusión del Evangelio y de la extensión del reino de Dios entre los hombres. El fin último de su actividad era la gloria de Dios, que constituía el centro de su vida y de su alma. Todo su obrar y actuar se desarrollaba armoniosamente en torno a este centro.

En la vida de la nueva beata se cumplen las palabras de san Juan: «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3, 16).

Al contemplar la vida sencilla, pero llena de obras de caridad, de la nueva beata nos damos cuenta de que es un auténtico patrimonio, enriquecido con la experiencia cristiana de esta Iglesia particular. Hoy, con el acto de beatificación, se os invita a llevar este patrimonio a las nuevas generaciones y a los tiempos futuros. El inolvidable siervo de Dios Juan Pablo II, en la carta apostólica Novo millennio ineunte, con la que clausuró el Año santo, escribió: «Es una herencia que no se debe perder y que se ha de transmitir por un perenne deber de gratitud y un renovado propósito de imitación» (n. 7).

Esa riqueza de vida puede servir al mundo de hoy, que carece de referencias estables y de valores sólidos, como orientación para la formación humana y cristiana de las personas y como punto de referencia para la vida de Iglesia a fin de cumplir la tarea de evangelizar el mundo.

La beata Josefa Hendrina Stenmanns, por ser un patrimonio espiritual, también es para nosotros un programa de vida. La Iglesia, al elevarla hoy al honor de los altares, ve en esta misionera y apóstol del Espíritu Santo un ejemplo de de amor a Cristo y una educadora de almas que nos indica el modo como podemos cumplir nuestro compromiso humano y cristiano.

Acojamos este gran patrimonio. No lo olvidemos; al contrario, hagamos que se viva en estos tiempos del nuevo milenio.

 

 

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