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CARTA A LA JERARQUÍA CATÓLICA
CON OCASIÓN DE LA COLECTA «PRO TERRA SANCTA»

CUARESMA 2013

 

Excelencia Reverendísima:

                      La compasión evangélica ayuda a comprender la necesidad de la Colecta del Viernes Santo para sostener a los hermanos y hermanas que en los Lugares de la Redención, junto a sus pastores, viven el misterio de Cristo, el Crucificado que ha resucitado para la salvación de la humanidad. Es un deber antiguo que siempre satisface cumplir por su singular connotación eclesial. Este deber, mientras se acerca la Pascua, cobra particular actualidad y se hace expresión de la fe que la Iglesia, hoy guiada por Benedicto XVI, revive intensamente en el 50.º aniversario del Concilio Vaticano II. Este Concilio la ha abierto aún más al mundo, arraigándola con mayor profundidad en la tradición que parte de los orígenes del cristianismo. De estos orígenes la Tierra Santa es testigo silencioso y custodio vivo gracias a las comunidades latinas de la Diócesis Patriarcal de Jerusalén y de la Custodia Franciscana, como también gracias a las comunidades Melquita, Maronita, Siria, Armenia, Caldea y Copta allí radicadas. Pero, al mismo tiempo, es testigo de cómo pueblos enteros, hambrientos de dignidad y justicia, han dado alas al sueño de una primavera de la que queríamos ver de inmediato sus frutos, como si la esperada gran transformación fuese posible sin una renovación de los corazones y sin asumir la responsabilidad hacia los pobres del mundo, en cuya importancia todos nosotros concordamos. 

                Entre los primeros frutos de la sensibilidad conciliar encontramos la Encíclica Pacem in terris del Beato Juan XXIII, la cual suscita en este Año de la Fe una apremiante invocación de la paz, especialmente para Siria, cuyos destinos se vierten en modo amenazador sobre el Próximo Oriente. 

                La situación del Medio Oriente parece exigir cuanto propone la Encíclica Populorum progressio, del Siervo de Dios Pablo VI. Ante la denuncia de las «carencias materiales de los que están privados del mínimo vital» y de las «carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo» (n. 21), el Romano Pontífice sugería no sólo «el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza (cf. Mt 5, 3), la cooperación en el bien común, la voluntad de paz», sino también «el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin» (ibid.). El Papa a tal objeto no dudaba en resaltar especialmente «la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad de la caridad de Cristo». Con la visión de la fe él cumplió en Tierra Santa, en 1964, el primero de sus viajes apostólicos. El Beato Juan Pablo II se puso tras sus huellas en el año 2000, definiendo su peregrinación como «un momento de fraternidad y de paz, que me gusta considerar como uno de los dones más hermosos del acontecimiento jubilar» y expresando «el sincero augurio de una pronta y justa solución de los problemas aún abiertos en aquellos lugares santos, tan queridos a la vez por los judíos, los cristianos y los musulmanes» (Novo millennio ineunte, 13). 

                El Papa Benedicto nos ofrece ejemplos admirables de esa misma mirada llena de compasión. Son prueba de ello la confortadora Visita pastoral al Líbano del pasado septiembre para la publicatión de la Exhortación Apostólica Ecclesia in Medio Oriente; el constante recuerdo en sus mensajes al rezar el Ángelus, en las Audiencias, en sus Discursos ante personalidades e instituciones; la intención de la oración indicada a toda la Iglesia en enero de 2013: «para que las comunidades cristianas de Medio Oriente, frecuentemente discriminadas, reciban del Espíritu Santo la fuerza de la fidelidad y de la perseverancia»; la invitación a dos jóvenes libaneses maronitas para que escriban los textos del Vía Crucis del próximo Viernes Santo. 

                Los cristianos que viven en Israel y Palestina, Chipre, Líbano, Jordania, Siria, Egipto, formando en el sentido más amplio la Tierra de Jesús, deben encontrar en nosotros esa misma mirada de fe. 

                Con agradecimiento y admiración reconocemos todo lo que la generosa solicitud de los católicos ha realizado hasta ahora, que ha permitido mantener los Lugares Santos y las comunidades que se reúnen en ellos. Estas comunidades, junto a los institutos religiosos masculinos y femeninos, ofrecen las primeras ayudas ante las catastróficas consecuencias causadas por la guerra y ante cualquier otra emergencia. Las mismas, con una cualificada red pastoral, escolar y sanitaria, se distinguen por su asistencia a las familias –especialmente para salvar la vida rechazada–, acudiendo al cuidado de los ancianos, los enfermos y las personas con discapacidad, a la atención de quien está sin trabajo y de los jóvenes que buscan un futuro, obrando siempre en defensa de los derechos humanos, comprendida la libertad religiosa. Si a esto se une el encomiable esfuerzo ecuménico e interreligioso, como el puesto en obra para detener el incesante éxodo de los fieles desde su madre patria oriental y la cercanía a los prófugos y a los refugiados, se comprende lo “específico cristiano” que hace de aquella Región , más allá de todos sus sufrimientos, un Lugar donde Dios es sin pausa glorificado para que bendiga a la humanidad. 

                La Congregación para las Iglesias Orientales dirige, por tanto, con plena convicción, la llamada a confirmar la caridad eclesial a favor de la Tierra Santa. Junto con el Papa, agradece a los Pastores y a los fieles la oración y la fraterna solidaridad que querrán dar a esta intención, unidos a la Cruz del Señor y participando del agradecimiento del mismo Supremo Pastor a la Iglesia que en esa Región da prueba de un tan esforzado testimonio y cuya fidelidad recuerda a todos las palabras del Resucitado: «Esto os lo digo para que yo me goce en vosotros y vuestro gozo sea cumplido» (Jn 15,11).

                Con los más fraternales deseos de unas Santas Pascuas de Resurrección.

 

                                                                                                            

            Leonardo Card. Sandri
                        Prefecto

                        Cyril Vasil’, S.I.
                        Arzobispo Secretario


Relación sumaria de los gastos de 2011-2012 (italiano)


 

 

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