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Ordo Equestris Sancti Sepulchri Hierosolymitani


     

"Un pensamiento para el tiempo pascual"

SU EMINENCIA
EDWIN CARDENAL O’BRIEN
GRAN MAESTRE DE LA OESSH

Domingo de la Misericordia Divina 2015

Queridos Caballeros, queridas Damas

Ahora que nos encontramos en tiempo de Pascua, les deseo a todos una Buona pasqua y les ofrezco una reflexión personal sobre lo que este tiempo significa para nosotros, sobre todo a la luz de la crisis en Tierra Santa y Oriente Medio.

El cambio del ambiente espiritual no podría ser más evidente. En realidad, en una noche. En la víspera de Pascua, para ser precisos. Los diferentes textos litúrgicos del Triduo Pascual lo dicen todo:

Del fracaso del Viernes Santo y la desesperación casi completa: "Maltratado... como cordero llevado al matadero... él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente... fue arrancado de la tierra de los vivos... Se le dio un sepulcro con los malhechores".

Pasando por el vacío estéril del Sábado Santo: "¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad".

Y para terminar, la Buena Noticia de Pascua: "No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron". ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!.

¿Acaso el enorme acontecimiento de Pascua ha producido un cambio similar en la ámbito espiritual de los católicos creyentes? ¿En particular entre nosotros - 30 000 mujeres y hombres que componen la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén? Si una especie de nuevo despertar espiritual no se ha realizado entre nosotros - de la Cuaresma a Pascua, del Viernes Santo a la Vigilia Pascual dramática y en cada día del Tiempo pascual -, sugeriría que hemos faltado de una u otra manera a nuestra prioridad destacada como Caballeros y Damas y al objetivo principal de la Orden: "Robustecer en sus miembros la práctica de la vida cristiana..."

Como miembros de la Orden, ¿no tendría que sugerirnos nuestra práctica de la vida cristiana al estar atentos a los acontecimientos trágicos que tienen lugar todos los días en Tierra Santa, y a nuestros hermanos que allí sufren? Efectivamente, nuestra identidad de Caballeros y Damas, lo mismo que nuestra solidaridad bautismal con ellos, exigiría esta atención.

Desde que ha sido nombrado nuestro Santo Padre, Francisco, nos ha hablado a menudo de la situación desesperada de nuestros hermanos y hermanas cristianos en Tierra Santa y la necesidad de que todos los cristianos del mundo se identifiquen con ellos.

Durante su visita a la basílica del Santo Sepulcro, en el curso de su peregrinación en Tierra Santa, el pasado mes de mayo, recordó a todos los cristianos que "cada uno de nosotros, todo bautizado en Cristo, ha resucitado espiritualmente en este sepulcro, porque todos en el Bautismo hemos sido realmente incorporados al Primogénito de toda la creación, sepultados con Él, para resucitar con Él y poder caminar en una vida nueva".

En esa ocasión, al lado de su Santidad Bartolomé, Patriarca ecuménico de Constantinopla, Francisco habló de un ecumenismo único, en el que nuestro bautismo nos une con todos los cristianos y en particular con aquellos que sufren por su fe en Cristo: "Cuando cristianos de diversas confesiones sufren juntos, unos al lado de los otros, y se prestan ayuda con caridad fraterna, se realiza el ecumenismo del sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una particular eficacia no sólo en los lugares donde esto se produce, sino, dentro de la comunión de los santos".

En particular la decapitación de los 21 hermanos coptos ortodoxos, ¿no nos habla de un ecumenismo del sufrimiento y de la sangre?

El Papa parece sugerir que las gracias bautismales fluyen de la tumba vacía uniendo a todos los cristianos, incitando y dando la fuerza para tomar parte en el sufrimiento y muerte de Jesús, que sigue incluso en estos días con el genocidio de los cristianos de todas las confesiones por manos de los extremistas. Nosotros que pertenecemos a ese país, ¿con qué intensidad sentimos verdaderamente el dolor de estos santos de nuestra época? ¿Acaso compartimos con ellos un verdadero sentido de solidaridad bautismal y cómo lo expresamos?

Y ¿qué decir de los millones de refugiados sin techo que esperan - demasiado a menudo en vano - un signo de solidaridad cristiana hacia ellos? El Jesús de los evangelios no permanece nunca indiferente al sufrimiento de los demás. Se emociona e incluso se conmueve hasta llorar: ¿no es esa una lección para nosotros?

Seguramente que la evocación del sufrimiento de san Pablo en la carta a los Colosenses es hoy de mucha actualidad: "... completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" Un escritor moderno hace eco de este pensamiento: "Cristo está en agonía hasta el fin de los tiempos".

Este acento puesto sobre el vínculo intimo que el bautismo opera con la tumba de la Resurrección y con nuestros hermanos cristianos, expulsados de sus casas y que sufren la persecución y el martirio en Oriente Medio, debe tener un impacto particular sobre los miembros de nuestra Orden.

Durante la audiencia de nuestra Orden, hace 18 meses en Roma, nuestro Santo Padre nos recordó que "un vínculo antiguo os une al Santo Sepulcro, memoria perenne de Cristo crucificado que allí fue depuesto y de Cristo resucitado que venció la muerte". ¿Cómo podríamos expresar estos vínculos y consolidarlos durante el tiempo pascual?

En primer lugar espiritualmente: nuestras liturgias eucarísticas, cuyas lecturas en este tiempo pascual son tan enriquecedoras, ofrecen a nuestros miembros una ocasión única para profundizar nuestra solidaridad bautismal con otros cristianos que comparten con nosotros nuestra devoción al Santo Sepulcro. La meditación diaria sobre las lecturas de cada día – con la ayuda del Espíritu Santo – seguramente que va a profundizar nuestra apreciación por el Sacramento pascual y el significado para cada uno de nosotros. La participación regular en la misa cada semana tendría que ser una característica de cada Caballero y Dama del Sepulcro.

Concretamente, aunque no sea el rol de nuestras Lugartenencias respectivas el recomendar medidas políticas a sus gobernantes, ¿no tendríamos que animar a miembros individuales a pedir la asistencia de desarrollo para los países de acogida que tanto lo necesitan y así responder a las necesidades de las personas desplazadas en sus regiones?

Los miembros tienen que ser conscientes de la llamada que el Papa Francisco ha dirigido a la comunidad internacional para utilizar de manera proporcionada y con discernimiento la fuerza militar para proteger a las minorías religiosas y a los civiles. En la actual mega-crisis, las comunidades también tendrían que intentar ofrecer posibilidades de instalar nuevamente a las decenas de millares de refugiados que no pueden volver a sus casas.

A la luz de todo esto nos podríamos plantear una doble cuestión:

¿Cómo se han reajustado los objetivos y programas a la luz de la persecución continua en Oriente Medio?

¿Hacemos lo suficiente para concienciar a nuestros miembros sobre la expansión de esta catástrofe?

No se trata de poner en duda las enormes contribuciones de nuestras lugartenencias y de los miembros individuales por la estabilidad en Tierra Santa y por el alivio espiritual y material de los cristianos en el Patriarcado latino y más allá. Esta ayuda es necesaria más que nunca y siempre es recibida con una profunda gratitud.

Muy a menudo, cuando considero la destrucción insensata de los extremistas en Oriente Medio, mi pensamiento va al Salmo 74, que rezamos con regularidad en el santo oficio. Este salmo expresa los gritos desesperados de los fieles en Jerusalén, testigos de la desenfrenada destrucción del Templo y la ciudad santa por el enemigo. Al principio el salmo nos dice:

"Todo lo destruyó el enemigo en el Santuario... destrozaron de un golpe todos los adornos, los deshicieron con martillos y machetes... prendieron fuego a tu Santuario... habían pensado: Acabemos con ellos, quememos todos los templos de Dios en el país".

Luego hay una petición:

"¿Por qué retiras tu mano, Señor?... no entregues a los buitres la vida de tu Paloma".

Y una luz de esperanza:

"Pero tú, oh Dios, eres mi Rey desde el principio, tú lograste victorias en medio de la tierra".

Queridos hermanos y hermanas, es Pascua. Hemos atravesado la desesperación casi completa del Viernes Santo y, con la Resurrección y la tumba vacía, también tenemos razones para esperar. San Pablo aseguró a la Iglesia de los Efesios en su lucha, y hoy nos tranquiliza de la misma manera,

"Que él ilumine sus corazones... y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes... Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo... lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo".

Tenemos que ir siempre hacia ese Cristo – el Cristo que nos promete: "En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo".

Gracias, que Dios les bendiga particularmente en estas enriquecedoras jornadas de Pascua.

Roma, 12 de abril de 2015

Edwin Cardenal O’Brien

     

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