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  XLVIII CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL

DISCURSO DEL CARDENAL JUAN SANDOVAL ÍÑIGUEZ,
ARZOBISPO DE GUADALAJARA
,
EN EL ACTO DE BIENVENIDA


Lunes 11 de octubre de 2004

 

I. El Congreso eucarístico momento de gracia en la vida eclesial

Convocados por Su Santidad Juan Pablo II, nos hemos dado cita en esta ciudad para celebrar el 48° Congreso eucarístico internacional. Se nos concede el privilegio de participar en el primer Congreso eucarístico internacional que se celebra en el nuevo milenio y en este país de Cristo Rey y Santa María de Guadalupe.

Atendiendo a la voz del Vicario de Cristo, queremos suscitar en nuestra mente y en nuestro corazón aquel "asombro Eucarístico" con el que podamos vivir la experiencia de los discípulos de Emaús:  reconocer al Señor al partir el pan (cf. Lc 24, 31) y gozar de la presencia siempre nueva del Señor, que ilumina nuestro caminar eclesial y nos ofrece el don de una vida plena (cf. Ecclesia de Eucharistia, 6).

El Dios con nosotros, interviene en nuestra historia, para ofrecernos la salvación, en este acontecimiento especial de gracia. Nos encontramos ante un verdadero kairós que Cristo misericordiosamente nos brinda. Para todos es un momento único, en el cual escuchamos la voz del Señor que nos invita:  "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20).

Realizamos esta "Statio" para considerar, con mayor profundidad, un aspecto del misterio Eucarístico, y nos disponemos a venerarlo públicamente con vínculos de caridad y de unidad (cf. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, 109).

Con el fin de alcanzar la meta deseada para todo Congreso eucarístico (cf. ib., 112), tendremos la oportunidad de:

Celebrar la Eucaristía, centro necesario e insustituible de las actividades diarias del Congreso. Lo que nos permitirá hacer tangible a la Iglesia universal que, reunida en torno a la mesa del Señor, realiza el memorial del sacrificio de Cristo en la cruz, y, de este modo, "recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica" (Ecclesia de Eucharistia, 39).

Participar en las catequesis públicas, acompañadas de la comunicación de experiencias concretas de vida eucarística en los cinco continentes, y de la necesaria reflexión que nos lleve a compromisos concretos de nuestro vivir cristiano profundizando, además, en el misterio admirable del Señor, que se hace nuestro compañero de camino, rumbo a la casa del Padre.

Contemplar el rostro de Jesús, realmente presente en la Eucaristía, mediante la adoración ante el santísimo Sacramento, expuesto en forma solemne. Para que, de este modo, siguiendo la enseñanza de Jesús, alcancemos la mejor parte, que consiste en estar, como María de Betania, a los pies del Señor (cf. Lc 10, 42).

Profesar públicamente nuestra fe en el misterio Eucarístico, ante los ojos del mundo, participando en la solemne procesión con el santísimo Sacramento, por las avenidas de esta ciudad.
 

II. "La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio"

Los arriba enumerados son los elementos esenciales de todo Congreso eucarístico. Pero el objetivo de esta nuestra reunión es "considerar con mayor profundidad un determinado aspecto del misterio Eucarístico" (Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, 109); que nos lo ofrece el mismo lema del Congreso:  "La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio", y como lo precisa el Texto base para el 48° Congreso eucarístico internacional:  "En esta Statio orbis, la Iglesia, congregada en oración, contemplación y celebración, se adentra en el nuevo milenio con esperanza renovada, adorando a Jesús Eucaristía, luz y vida para el peregrinar de la humanidad en busca de mejores condiciones de vida, mientras anhela la patria definitiva" (n. 4).

Las principales coordenadas que sirven de marco a este Congreso las podemos indicar de la siguiente manera: 

El punto de partida fue la celebración gozosa y llena de esperanza, en el Año santo, del jubileo de la Encarnación. La experiencia jubilar que a tantos ha acercado a la reconciliación y a la Eucaristía, ya que fue también el año del 47° Congreso eucarístico internacional, se convierte en encuentro personal con Jesucristo, pan de vida, que ahora celebramos.

Otro momento de singular importancia, íntimamente unido al primero, es el plan de acción pastoral que Su Santidad Juan Pablo II ha indicado a toda la Iglesia, en la carta apostólica Novo millennio ineunte; programa que "se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir con él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (n. 29). Para llevarlo a cabo, el Santo Padre nos ofrece las líneas maestras de acción, que él llama prioridades pastorales:  la urgencia pastoral de la santidad (nn. 30-31), la experiencia personal y comunitaria de la oración (nn. 32-34), la Eucaristía vivida, sobre todo dominical (nn. 35-36), el sacramento de la reconciliación (n. 37); la primacía de la gracia (n. 38), la escucha y el anuncio confiado de la palabra de Dios (nn. 39-40).

Siguiendo este itinerario, el Sucesor de Pedro pide que cada Iglesia particular "formule orientaciones pastorales adecuadas a cada comunidad", (n. 29), para lograr la aplicación de este programa pastoral. No olvidamos, asimismo, la indicación valiosa que el Papa nos ofrece, en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, coronación mariana de Novo millennio ineunte, en la que nos exhorta "a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su santísima Madre" (n. 3).

Otro momento que nos prepara a la realización del presente Congreso eucarístico, es la contribución del Comité local de la arquidiócesis de Guadalajara, con la publicación del Texto base del 48° Congreso eucarístico internacional, "La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio", que se ofreció a las Iglesias locales, con el fin de proporcionar algunas pistas de reflexión "que puedan servir de base para ulteriores desarrollos y profundizaciones en encuentros de estudio y de oración tanto durante la preparación como en la celebración del Congreso" (Texto base, n. 6).

Por último, no podemos dejar de referirnos a la reciente encíclica del Santo Padre Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, que se ubica en continuidad con las dos cartas apostólicas que hemos mencionado. Escribe el Papa:  "Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el "programa" que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia, con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerlo dondequiera que él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo, en el Sacramento vivo de su Cuerpo y de su Sangre" (n. 6).

Llegamos así al momento tan deseado y vivamente esperado de la celebración del 48° Congreso eucarístico internacional, que hoy inicia sus actividades en esta sede de "Expo Guadalajara", que se conducirán bajo la guía del Espíritu Santo; serán fructíferas para toda la Iglesia universal y especialmente para las Iglesias particulares, por ustedes aquí representadas; estas jornadas de trabajo son punto de llegada de todo el empeño de preparación que nos ha ocupado; pero que, al mismo tiempo, se convierten en punto de partida para el Año de la Eucaristía, al que el Santo Padre nos ha convocado (cf. Juan Pablo II, Homilía, 10 de junio de 2004, n. 3) y que tendrá su conclusión con la realización de la XI Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, con el tema:  La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. "Mediante la Eucaristía, la comunidad eclesial se edifica como nueva Jerusalén, principio de unidad en Cristo entre personas y pueblos diversos".

III. La arquidiócesis de Guadalajara les da la bienvenida

La luz del  Evangelio llegó a estas tierras del occidente de México por obra de los misioneros franciscanos, entre los que destacó el insigne fray Antonio de Segovia. Ellos, a partir de 1530, acometieron la obra ingente de la primera evangelización.

En este alumbramiento a la fe se hizo presente la Santa Madre de Dios, representada en la pequeña imagen de la Virgen que fray Antonio de Segovia llevaba al cuello en sus correrías apostólicas. Ella presidió la conformación tanto de esta ciudad como de nuestra Iglesia diocesana, venerada imagen de Nuestra Señora de Zapopan que nos ha acompañado, también con señales y prodigios, a lo largo de estos siglos, y que despierta en el pueblo de Dios un amor y devoción especiales, de los que esta tarde y el día de mañana podremos ser testigos.

Hace 456 años, el Papa Pablo III erigió la diócesis de Guadalajara, en la que, junto con el amor entrañable a María Santísima, se ha desarrollado un amor intenso a Jesucristo Eucaristía. Amor que conoce dos vertientes inseparables: 

En primer lugar, el surgimiento de asociaciones, con la finalidad de promover la adoración eucarística, fomentadas por celosos pastores. Como ejemplo, podemos citar el Jubileo circular del santísimo Sacramento, concedido, en 1803, por el Papa Pío VII a todos los templos de la diócesis; el establecimiento de la Adoración nocturna mexicana en los albores del siglo XX, y el inicio de la edificación del templo Expiatorio, en 1897, obra actualmente ya concluida.

En segundo lugar, atendiendo a la invitación del Apóstol:  "Caritas Christi, urget nos" (2 Co 5, 14), Guadalajara se ha distinguido, más que por sus monumentos coloniales, por sus innumerables obras de caridad en favor de los más necesitados, de lo cual quedan aún hoy testigos fehacientes en el Hospital de Belén, hoy Hospital Civil, y en el Hospicio Cabañas. De esta manera, del amor a Cristo se derivó una atención cuidadosa a pobres y enfermos, rostros dolientes de nuestro Señor (cf. DP 31 ss).

Contamos también con el ejemplo y la valiosa intercesión de nuestros santos mártires mexicanos, que encontraron en la Eucaristía la fuerza y el valor para entregar su vida por Jesús y por su Iglesia, al grito de "Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe". De los veinticinco mártires canonizados por Su Santidad Juan Pablo II, en el año 2000, quince pertenecen al clero de Guadalajara; y de los trece mártires cuyo decreto de martirio proclamó Su Santidad, el 22 de junio pasado, ocho son jóvenes laicos de esta misma Iglesia.

Esta Iglesia local, bendecida por Dios también con numerosas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, por mi conducto les da la bienvenida y les recibe con hospitalidad cristiana:  a usted, eminentísimo señor cardenal Jozef Tomko, legado pontificio para este Congreso; a ustedes, eminentísimos señores cardenales, excelentísimos señores arzobispos y obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos delegados de varias naciones. Jesús sacramentado nos congrega en un solo cuerpo, que es su Iglesia. Siéntanse como en su casa, y que la experiencia de fe y amor a la Eucaristía estreche entre nosotros los lazos de comunión fraterna.

IV. ¡Queremos ver tu rostro, Señor!

La presencia real de Cristo en el misterio Eucarístico

Este Congreso eucarístico, inspirándose en el Texto base, nos invita a profundizar en el misterio de la Eucaristía, "luz y vida del nuevo milenio".

Por ello, queremos invitarlos, durante los días de este Congreso y durante toda la vida, a la contemplación de tan gran misterio, atendiendo un aspecto que el capítulo I del Texto base nos sugiere, y teniendo como telón de fondo, el capítulo II de Novo millennio ineunte:  "Un rostro para contemplar". Contemplación que hacemos no con los ojos del cuerpo, sino con los de la fe en la presencia real del Señor.

El hombre de nuestro tiempo, con su sed de eternidad, no siempre correctamente saciada, busca a Cristo. Es tarea de la Iglesia no sólo hablar de él, sino reflejar la luz de Cristo, mediante la enseñanza evangélica y el testimonio de vida personal y comunitario.

Para cumplir esta tarea, debemos ser los primeros contempladores de Jesús, haciendo nuestra la experiencia del Apóstol san Juan:  "lo que hemos visto y oído os lo anunciamos" (1 Jn 1, 3). En este Congreso estamos llamados a estar con él (cf. Mc 3, 13), haciendo una experiencia contemplativa, sintiendo la imperiosa necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, llena de amor, ante Jesús en la Eucaristía (cf. Ecclesia de Eucharistia, 25).

Esta contemplación se hace posible porque el Verbo de Dios puso su morada entre nosotros (cf. Jn 1, 14). Por su Encarnación, se ha hecho visible. Asumiendo nuestra condición humana, Cristo nos redimió. Los Apóstoles hicieron esta experiencia. En el rostro de Cristo contemplaron al Padre. Vieron también cómo el rostro doliente de Cristo, en el ara de la cruz, se ofrecía como víctima de propiciación. Fueron testigos, asimismo, del rostro del Señor resucitado, que se presentó en medio de ellos, dándoles el don de la paz y de la alegría (cf. Lc 24, 36).

Así lo expresa el Texto base:  "Todo esto lo experimenta la Iglesia en la contemplación del misterio Eucarístico. Pues es allí donde nos encontramos diariamente con Jesús, Dios y Hombre verdadero; ahí mismo se actualizan, en forma incruenta, su pasión y su muerte; finalmente, ahí nos encontramos con Jesús resucitado, pan de vida eterna, prenda de nuestra resurrección" (n. 8), de modo que nosotros recibimos verdaderamente la Palabra hecha carne como alimento (cf. san Hilario, De Trinitate 8, 13).

a) Creemos en la presencia real de Jesús en la Eucaristía (cf. Texto base, nn. 10-12)

¿Podemos encontrarnos realmente con Jesús en la Eucaristía?

El concilio de Trento (cf. DS 1651; Catecismo de la Iglesia católica, n. 1374; Ecclesia de Eucharistia, 15) precisó la forma de la presencia real, utilizando tres adjetivos: 

— Verdadera:  es decir, no sólo en imagen y figura.
—  Real:  está presente no sólo subjetivamente, para la fe de los creyentes, sino objetivamente.
—
 Sustancial:  es decir, en su realidad profunda que es invisible a los sentidos, y no según su apariencia que sigue siendo la del pan y la del vino.

Sí podemos encontrarnos con Jesús en la Eucaristía, puesto que, como nos recuerda el Papa, la representación sacramental en la santa misa, del sacrificio de Cristo, coronado por su resurrección, implica  una presencia real, porque es sustancial, ya que por ella se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro (cf. Ecclesia de Eucharistia, 15).

Esta presencia se realiza in sacramento; no es una presencia física sino una presencia sacramental, mediada por los signos que son el pan y el vino. En este caso, el signo no excluye la realidad, sino que la hace presente, en el último modo con el que Cristo resucitado puede hacerse presente a nosotros, mientras vivimos en el cuerpo.

b) "Los discípulos se alegraron de ver al Señor" (Jn 20, 20)

El itinerario del espíritu (cf. Texto base, nn. 13-14).
 
Hoy se nos invita a recorrer este itinerario del Espíritu, avivando nuestra fe, que nos conduzca a la contemplación del rostro del Señor, presente en la Eucaristía.

No es sencillo realizarlo, puesto que este misterio supera nuestro pensamiento, y puede ser sólo acogido por la fe. Aquí, la razón humana experimenta su limitación (cf. Ecclesia de Eucharistia, 15). La fe que nos ayuda a descubrir la presencia real del Señor en la Eucaristía, se expresa en la devoción personal y comunitaria al santísimo Sacramento; además, se manifiesta "a través de una serie de expresiones externas, orientadas a evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra" (ib., 49), de modo que, la fidelidad a las normas litúrgicas en la celebración de la misa, se convierte, por una parte, en profesión de fe en tan gran misterio, que no está sujeto al arbitrio personal de nadie, y además, en una expresión elocuente de amor por la Iglesia (cf. ib., 52).
 
"Señor, busco tu rostro" (Sal 27, 89). La plegaria del salmista encuentra su respuesta más profunda y completa en la contemplación del rostro de Cristo. Todos los hombres que buscan a Dios, dan respuesta a sus anhelos en el encuentro con el Cristo de la Eucaristía.

Vivamos, con entusiasmo, este misterio en toda su integridad, como nos lo señala el Papa (cf. Ecclesia de Eucharistia, 61), pues de esta manera se construye firmemente la Iglesia, y se expresa a profundidad lo que ella es.

V. Conclusión

La celebración del 48° Congreso eucarístico internacional constituye el inicio del Año de la Eucaristía, al que convoca el Santo Padre a toda la Iglesia, y es también preparación para la XI Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que tiene por tema:  "La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia".

Quiera el Señor que la Iglesia, congregada en oración, contemplación y celebración  de la Eucaristía, se edifique en un solo cuerpo y se prepare al encuentro definitivo y pleno con su Señor resucitado, objeto de nuestra esperanza.

 

 

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