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XLVIII CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL

10 - 17 de octubre de 2004

CATEQUESIS PÚBLICA DEL CARDENAL RICARDO J. VIDAL

LA EUCARISTÍA: MISTERIO DE COMUNIÓN 
Y CENTRO DE LA VIDA DE LA IGLESIA

Jueves 14 de octubre de 2004

 

Nuestro Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, comienza su encíclica Ecclesia de Eucharistia con el recuerdo de las Eucaristías que él ha celebrado en sus años de sacerdote, luego como Obispo, y más tarde como Supremo Pastor de la Iglesia Católica. Escribe: “Este variado escenario de las celebraciones de la Eucaristía me ha dado una ponderosa experiencia de su carácter universal y, por así decirlo, cósmico! Porque incluso cuando es celebrada en el humilde altar de una iglesia de pueblo, la Eucaristía es celebrada en cierto modo sobre el altar del mundo” (Ecclesia de Eucharistia, 8).

El altar del mundo

El Santo Padre ve en la celebración de la Eucaristía la unión de cielo y tierra, la recapitulación de la creación, procediendo del Padre y volviendo a Él redimida por Cristo. Uno de los sacerdotes en mi archidiócesis de Cebú lo ve de una manera más simple: mientras asistía a la misa del Santo Padre en el Día Mundial de los Jóvenes en 1995, durante la cual se reunieron unos cinco millones de personas en la mayor asamblea de seres humanos que se haya reunido jamás en el mundo, de pronto se dio cuenta de que la misa del Papa era la misma misa que él celebraba cada día en su pequeña parroquia en un lugar sin importancia de la isla de Cebú. Este joven sacerdote mío comprendió que cada vez que celebra misa en su parroquia comparte el mismo altar con el Santo Padre: el altar del mundo.

El altar del mundo es el lugar en el que se ofrecen como puro don el cuerpo y la sangre de Jesús. El altar del mundo está en cualquier parte, como escribió el profeta Malaquías: “Grande es mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso” (Mal 1,11). El altar del mundo está donde el este y el oeste se unen para proclamar la grandeza del Señor. Está donde llegan grandes multitudes para participar en le cena del Cordero. Es la misma Iglesia, en la que todos los hombres y mujeres comparten el banquete del Señor.

En esta catequesis, se me ha encargado elaborar la centralidad de la Eucaristía en la Vida de la Iglesia. Voy a desarrollar este tema de acuerdo con el siguiente esquema: primero, la Eucaristía nos une con el Misterio Pascual de Cristo; segundo, la Eucaristía edifica la Comunión Eclesial; tercero, la Eucaristía nos une a unos con otros como hermanos.

I. La Eucaristía nos une con el Misterio Pascual de Cristo

“El sacrificio (de Jesús en la cruz) fue tan decisivo para la salvación de la raza humana que Jesús lo ofreció y vuelve solamente al Padre después de dejarnos un medio de compartirlo como si hubiéramos estado presentes” (Ecclesia de Eucharistia, 11). La Eucaristía nos presenta, o mejor, nos hace presentes a nosotros en el sacrificio del Calvario. “La misa es al mismo tiempo, y de manera inseparable, el sacrificio memorial en el que se perpetúa el sacrificio de la Cruz y el sagrado banquete de comunión con el cuerpo y la sangre del Señor (Â…) El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un sacrificio único” (Ecclesia de Eucharistia, 12).

Creo que esta es la clave para entender la clase de comunión que la Eucaristía lleva a cabo en nuestra almas. La Eucaristía nos transporta en el tiempo y en el espacio y nos lleva a la verdadera fuente de nuestra salvación, al acto mismo de la revelación por Jesús del amor del Padre. A pesar de que experimentó de la manera más profunda el abajamiento de la cruz, fue en este supremo acto de obediencia a la voluntad del Padre cuando estuvo más unido a Dios, y con Él a nuestra humanidad pecadora. El Señor se nos hace presente en la forma de pan y vino, pero nosotros también hacemos presentes al Señor en el momento supremo de este acto salvífico.

Un joven de Corea se quejaba por el hecho de que había sido educado solamente por padres adoptivos. Se volvió rebelde, se portaba mal en la escuela. Rechazaba cualquier acercamiento de sus padres adoptivos para tratarlo como a un hijo propio. A pesar de que sus padres adoptivos cuidaban de él, el joven pensaba que nadie le quería. Durante un violento enfrentamiento con ellos, su madre adoptiva finalmente sacó un viejo trozo de tela de una caja. Era un descolorido, roto y ensangrentado vestido de mujer. La madre le contó la historia de la llegada del niño a sus vidas. Era durante lo más duro de la Guerra de Corea, en un invierno particularmente frío. Una mujer no pudo encontrar ningún refugio para su niño, así que se quitó la ropa y con ella envolvió al bebé y lo mantuvo estrechado entre sus brazos. Ella murió de frío, pero cuando llegó ayuda, el niñito estaba vivo en sus brazos, pues se había mantenido caliente gracias a la ropa y al abrazo de la madre agonizante. El joven, cuando se enteró del sacrificio de su madre, pidió el vestido a su madre adoptiva y rogó que la acompañaran al lugar en el que su madre real había dado la vida por él. Allí se arrodilló, besó el desgastado vestido de su madre y pidió perdón.

En la Eucaristía entramos en un acto similar de recuerdo, sólo que en este caso nuestra fe y el poder del sacramento nos ponen “en contacto real, puesto que este sacrificio se hace presente de nuevo, perpetuado sacramentalmente, en cada comunidad que lo ofrece por medio de las manos del ministro consagrado” (Ecclesia de Eucharistia, 12). El amor de una madre ofreciendo su vida por su hijo es sin duda salvífico, pero el amor de Dios ofreciendo a su Hijo unigénito por el mundo lo es infinitamente más.

El Bautismo nos une con la Trinidad, pero en la Eucaristía volvemos a la fuente del Bautismo, el manantial de la gracia de Dios en la sacrificio de la cruz. La Confirmación nos une más firmemente con Cristo (CCC, 1303), pero en la Eucaristía somos llevados a una unión íntima con el Señor (CCC, 1391). Ciertamente “los otros sacramentos (Â…) están unidos a la Eucaristía que contiene todo bien espiritual de la Iglesia, concretamente el mismo Cristo, nuestra Pascua” (CCC, 1324)

Es a través del misterio Eucarístico donde nosotros podemos participar en el misterio pascual de Cristo. A través de esta participación, nos unimos a la Trinidad de la manera más íntima, como se deduce de la plegaria Eucarística donde, el sacerdote, actuando en persona Christi, se dirige al Padre en la ofrenda del Santo y Vivo Sacrificio: "Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de tu Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (Plegaria Eucarística III).

San Cirilo de Alejandría explica el dinamismo de esta unión. Dice: "todos los que reciben el sacrificio de la sagrada carne de Cristo se unen a él como miembros de su cuerpo (Â…) Así como la sagrada carne de Cristo tiene poder sobre los que son uno en un solo cuerpo, de la misma manera, el espíritu invisible de Dios, que mora en nosotros, hace que todos seamos uno en espíritu (Â…) Si ese espíritu mora en nosotros, el mismo Dios y Padre de todos estará con nosotros, y él, por su Hijo, reunirá consigo a aquellos que comparten su Espíritu". San Cirilo concluye: "somos uno en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Somos uno en mente y santidad, a través de nuestra comunión en Cristo y de nuestra participación en el Espíritu Santo".

Por tanto, anterior a cualquier forma de comunión, emotiva o participativa, estamos ya unidos cuando celebramos la misa juntos o por separado, porque la celebración de la Eucaristía en sí misma nos une en comunión con la Trinidad y entre nosotros mismos, sin consideración de sentimientos personales o de nuestro estado de ánimo. Porque Cristo se ofrece y es ofrecido, la celebración de la Eucarística, en cualquier lugar y circunstancia, es siempre la misma Misa, porque solamente existe un Misterio Pascual hecho accesible a través del Misterio Eucarístico. Por tanto, todas las misas ofrecidas ayer y hoy, y las que se ofrecerán mañana en todo el mundo, son uno y el mismo sacrificio. Como se expresa en la tercera Plegaria Eucarística, "congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso".

Y esto de acuerdo con los deseos de Jesús: en el cenáculo, durante aquella decisiva noche en Jerusalén, en las catacumbas romanas, en celdas de prisiones de China y Vietnam, en las catedrales europeas, en los pueblos filipinos, en las favelas [barriadas] de Sudamérica, y en las aldeas africanas, estamos todos reunidos alrededor del altar universal.

II. La Eucaristía edifica la Comunión Eclesial

Un joven seminarista fue ordenado diácono por su Obispo en China. Poco después de la ordenación, el Obispo fue arrestado por la autoridades y recluido en una prisión. El diácono fue enviado a la Universidad de Santo Tomás de Manila para terminar sus estudios teológicos. Después de unos años los formadores del seminario le propusieron ser ordenado sacerdote en Manila. El joven diácono no quiso. Había prometido que sólo sería ordenado por su Obispo cuando saliera de la prisión. ¿Y si está en la cárcel para siempre? Entonces sería diácono para siempre.

Durante unas vacaciones de verano el diácono pudo volver a China, y le permitieron visitar a su Obispo. El Obispo se alegro mucho de verle, y durante la entrevista le preguntó: “¿Estás preparado para ser ordenado?” El diácono se sobresaltó. Había venido a visitar a su Obispo, no a ser ordenado. Pero vio la culminación de su vocación, así que respondió que sí. Entonces se dio cuenta de un problema: ¿que harían los guardias de la prisión? ¿No habían prohibido las autoridades las ordenaciones? “Sin problema”, respondió el Obispo. Ellos serán los testigos de la ordenación. Así que los guardias de la cárcel cerraron las ventanas y se reunieron alrededor de las figuras solitarias del Obispo y el diácono. Ocultaron de las autoridades el más profundo misterio de comunión.

Esta historia contada por el mismo protagonista, el diácono, que ahora sirve como sacerdote en la diócesis de Manila, es un ejemplo radiante de comunión en la Iglesia. Los otros reconocen la presencia del Señor entre nosotros por el amor que tenemos los unos por los otros. La caridad es precisamente el mandatum novum del señor, el mandamiento de amarnos los unos a los otros como él nos amó. Este mandatum tiene las raíces en la Eucaristía, no sólo porque se les encomendó a los apóstoles durante la Última Cena (Jn 13,34), sino porque la Eucaristía es su expresión y su cumplimiento. Es en la Eucaristía donde Jesús nos muestra cuánto nos amó, dándonos su cuerpo y sangre como comida y bebida. La Eucaristía es el signo del amor cristiano. Del mismo modo que Jesús nos amó entregando su vida por nosotros, así nosotros debemos entregar nuestra vida por nuestros amigos. “En el sacramento del pan eucarístico se expresa y se lleva a cabo la unidad de los fieles, que forman un cuerpo en Cristo (Ecclesia de Eucharistia, 21).

“(Â…) Las acciones y palabras de Jesús durante la Última Cena son el fundamento de la nueva comunidad mesiánica, el Pueblo de la Nueva Alianza” (Ecclesia de Eucharistia, 21). El mandatum novum, por tanto, es un mandamiento que constituyó a los Apóstoles en comunidad, la asamblea del pueblo de Dios unido en su amor. Fue dado después de la salida de Judas, señal por tanto de comunión entre los que permanecían (cf. Jn 13, 31). Los que se fueron no hubieran podido entender el mandamiento nuevo, porque no quisieron entender cuánto les amaba el Señor. El mandamiento nuevo fue dirigido sólo a los que están en comunión con la Iglesia. De otro modo, ¿cómo puede ser su práctica el símbolo de discípulo? (Jn, 13,35).

El mandatum novum marcaría la Iglesia, el signo de la condición de discípulo por el que los miembros de la Iglesia debían distinguirse. Pero esa marca no significa que la Iglesia sea un grupo cerrado. Precisamente es esa marca lo que hace de la Iglesia el signo de la presencia de Dios en el mundo. Cualquiera que reconozca esta presencia y busque experimentarla, entra en comunión con la Iglesia.

La Eucaristía es el signo y cumplimiento del mandatum novum del Señor. La experiencia del recientemente fallecido Cardenal Van Thuan de Vietnam muestra cómo la Eucaristía reúne a comunidad de fe incluso en las condiciones más difíciles.

Durante los momentos más difíciles de la persecución de la Iglesia en Vietnam, el Arzobispo Van Thuan fue detenido sin proceso previo. La primera cosa en que pensó cuando llegó a la cárcel fue cómo celebrar la Misa en aquellas condiciones tan controladas. Escribió a su secretario que le enviara algunas de sus pertenencias personales, y añadió una nota: “no olvide de poner un poco de vino para mi estómago”. El secretario descifró sus palabras, y le envió vino en un frasquito, además algunas hostias dentro de una linterna pequeña.

En el silencio de su celda, cuando todos dormían, el Arzobispo Van Thuan se levantaba, ponía unas gotas de vino en la palma de su mano, lo mezclaba con su propio sudor, tomaba un trocito de hostia y celebraba la misa de memoria.

Muy pronto los otros prisioneros se dieron cuenta de lo que hacía, y comenzaron a levantarse para asistir a la Eucaristía. Los detenidos de otras celdas oyeron que en la del Arzobispo se celebraba la misa, y expresaron su deseo de participar. No era posible que fueran a su celda, así que el Arzobispo envolvía en papel de fumar un trocito de la hostia consagrada y lo pasaba a otra celda. Allí los prisioneros celebrarían su adoración eucarística.

En la prisión había un día destinado al adoctrinamiento de los prisioneros, y el Arzobispo Van Thuan calcula que hubo más prisioneros y guardias convertidos a la Fe que convencidos por el adoctrinamiento. Ante la Presencia que irradiaba amor y comunión en medio de la crueldad y la opresión, ningún tipo de adoctrinamiento podía tener éxito.

“La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía están más íntimamente unidos a Cristo. A través de ella, Cristo une a todos los fieles en un solo cuerpo, la Iglesia. La comunión renueva, fortalece y hace más profunda esta incorporación a la Iglesia, que ya se llevó a cabo en el bautismo” (CCC, 1396). ¿Cómo se experimenta esta incorporación más profunda? Por medio de la caridad. Cuando nosotros que somos miembros del Cuerpo Místico nos amamos unos a otros como Jesús nos amó.

El mandatum novum es un mandamiento que comprende también a los que han sido separados de la Iglesia, porque Jesús expresó su deseo de “que todos sean uno” (Jn 17, 21) durante la misma cena eucarística. Pero de la misma manera que una comunidad preserva su integridad manteniendo los lazos de unidad que le son exclusivos, al mismo tiempo que permanece abierta a otras comunidades, la Iglesia preserva la integridad de la Eucaristía compartiéndola solamente con aquellos que están en total comunión con nosotros. La Eucaristía no puede ser un instrumento diplomático o un engaño de corrección cívica. Los cristianos deben vivir de acuerdo con las exigencias del Misterio: el Misterio no debe ser rebajado para hacerlo más accesible a los deseos de los cristianos. Sólo de esta manera puede preservarse la comunión. De otro modo, la Iglesia se convertiría en una simple reunión de gente simpática que no tienen nada en común sino el ser amables unos con otros.

El Misterio de le Eucaristía repele a mucha gente. Ya fue considerado repulsivo por la gente del tiempo de Jesús. Pero siempre habrá algunos que quedarán y reconocerán en él “el mensaje de vida eterna” (Jn 6, 68) Aguad el Misterio y la Eucaristía ya no repelerá. Pero tampoco atraerá a nadie.

“La Eucaristía crea y fomenta la comunión” (Ecclesia de Eucharistia, 40), pero esa misma comunión ya se presupone en su celebración (Ecclesia de Eucharistia, 35). Somos incorporados a Cristo y a su Cuerpo Místico por medio del sacramento del Bautismo (Ecclesia de Eucharistia, 22), por tanto nuestra participación en la Eucaristía presupone la total comunión con la Iglesia. El Santo Padre ha subrayado en Ecclesia de Eucharistia que la comunión puede ser entendida de dos maneras: visible e invisible. La comunión invisible se refiere a la vida de gracia que debe permanecer intacta cuando participamos en la Eucaristía. El Santo Padre en consecuencia hace un ruego especial a todos los Católicos: Pido, ruego e imploro que nadie se acerque a esta sagrada mesa con una conciencia manchada y corrupta” (Ecclesia de Eucharistia, 36).

Del mismo modo, la comunión visible se refiere a nuestra incorporación en las estructuras visibles que constituyen la Iglesia como una sociedad. Así “la Eucaristía, como suprema manifestación sacramental de comunión en la Iglesia, pide ser celebrada en un contexto en el que los lazos externos de comunión permanecen intactos” (Ecclesia de Eucharistia, 38). Para decirlo de manera más llana, no debemos compartir la Eucaristía con las comunidades eclesiales que no están en total comunión con nosotros, puesto que al carecer del sacramento del Orden, no han preservador la genuina y total realidad del misterio eucarístico (Ecclesia de Eucharistia, 30). Ni debemos recibir la comunión celebrada en sus celebraciones, ni “sustituir la misa dominical por celebraciones ecuménicas de la palabra o servicios de oración común” (Ibíd..).

A pesar de ello, no podemos contentarnos con delinear los límites de nuestra comunión. Mientras que debemos reconocer los obstáculos a esta comunión, el mandatum novum nos obliga a llegar a estos hermanos nuestros separados, separados por la acción desafortunada de la historia. La Eucaristía misma, como sacramento de unidad que es, nos urge a descubrir los valores positivos en iglesias y comunidades eclesiales que no están en comunión total con la Iglesia, pero comparten la misma fe en la Eucaristía. El trabajo de Dios es sobretodo de unidad. Nosotros participamos en este trabajo a través de una activa y responsable colaboración, con caridad, humildad y amor por la verdad (Unitatis Redintegratio, 11). La unidad entre los cristianos se funda en caridad y humildad. Pero, no puede haber unidad cristiana sin fraternidad dentro de esa misma comunión. Porque, ¿como podrían los excluidos de nuestra comunión encontrar un valor en ella, sin sentirse en hermandad con nosotros?

Hermandad es, por lo tanto, un elemento esencial, no solo una manifestación externa de nuestra comunión. Hermandad es una forma de testimonio, y por ello, sólo una comunión en la que sus miembros se reconocen entre ellos como "parte de ellos mismos" puede dar testimonio completo de Cristo.

Fellowship must begin in la familia como iglesia doméstica, en la que el padre, la madre y los hijos son alimentados por su asistencia conjunta a la Eucaristía Dominical. En mi archidiócesis yo siempre he animado a todos a participar de la Eucaristía Dominical , pero un incidente en particular me hizo comprender cuánto significa la Eucaristía para mi gente. Un diácono me contó la historia de una familia de seis miembros (padre, madre y cuatro niños) que se arreglaban para ir a Misa. El primer Domingo, la familia entera iba a Misa. El segundo Domingo sólo iban el padre y los dos hijos. El tercer Domingo, sólo la Madre y las dos niñas. El cuarto Domingo, sólo los padres. Al mes siguiente, volvían a hacer lo mismo. Cuando el diácono les preguntó por qué iban a Misa por secciones, la madre le dio una explicación. Resulta que vivían en una casita en la montaña, a la que sólo se podía llegar con una moto que acomodaba a cuatro o cinco personas, todos apretados sobre la espina dorsal de la máquina. El viaje cuesta más o menos el equivalente a un dólar. Ida y vuelta, dos dólares. Seis personas, serían doce dólares. La familia apenas ganaba cien dólares al mes, por lo que ir todos a misa cada domingo significaba tener que sobrevivir con la mitad de sus ingresos mensuales. Así que habían decidido arreglarse de aquel modo para que el presupuesto alcanzara a final de mes.

No ir Misa el domingo es un pecado para los que viven a un tiro de piedra de la iglesia. Para esa familia, ir a Misa cada domingo era un acto de heroísmo cristiano.

Los lazos de comunión deben comenzar en la familia, pero no deben detenerse ahí. De la familia deben extenderse al vecindario, donde, en Filipinas como en América Latina, las Comunidades Eclesiales de Base han arraigado. Las CEB deben ser, sobre todo, comunidades eucarísticas, porque la Eucaristía fija la forma de comunión y de desarrollo humano. Se trata de un desarrollo que da primacía a la dignidad humana elevando al hombre a la íntima comunión con Cristo, y dirigiéndole luego al servicio desinteresado a los hermanos.

Una primavera del Espíritu está revitalizando a los laicos en la Iglesia mediante la aparición de movimientos eclesiales. Inspirados en la Palabra de Dios y reunidos felizmente en torno al altar de la Eucaristía, estos movimientos eclesiales han dado una nueva dimensión al culto eucarístico. Algunos de ellos hacen que sus misas sean muy animadas con cantos e instrumentos musicales. Otros organizan vigilias eucarísticas los primeros Viernes de mes hasta la madrugada del sábado, para simbolizar la unión de Corazones de Jesús y María. Estas vigilias reciben el nombre de Comunión y Reparación, e innumerables gracias han sido referidas por los que participan en ellas, especialmente gracias en relación con la vida familiar.

Cuando la gracia se desborda en nuestras familias, [de ahí] se sigue la gracia de las vocaciones. El fenómeno de los movimientos eclesiásticos ha resultado en una bonanza de vocaciones en las Filipinas. Se están fundando nuevas congregaciones religiosas y puedo atestar al hecho de que aquellos con una devoción más notable al Señor en la Eucaristía son los que atraen a la mayoría de las nuevas vocaciones.

Hablamos de una crisis de vocaciones, y las razones puede que sean muy complejas, pero las vocaciones están directamente relacionadas con la Eucaristía. Si aguamos la devoción a la Eucaristía, la vocación se presenta solamente como un trabajo social. [Por el contrario,] si presentemos la Eucaristía por lo que es, la vocación se transforma en una respuesta que satisface las añoranzas del alma.

III. La Eucaristía nos une entre nosotros

“Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). “El don de Cristo y del Espíritu que recibimos en la comunión eucarística satisface superabundantemente el anhelo por la unidad fraterna que está profundamente arraigado en el corazón del hombre (...) (Ecclesia de Eucharistia, 24). La Eucaristía consuma la presencia de Cristo entre nosotros y nos acerca unos a otros como hermanos y hermanas. La presencia de Cristo en la Eucaristía no puede ser separada, por tanto, de los demás modos en que Cristo se hace presente entre nosotros.

El Catecismo Universal dice: “Jesucristo, que murió, fue resucitado de entre los muertos, está sentado a la derecha de Dios e intercede por nosotros, está presente en su Iglesia de muchos modos: en su Palabra, en la oración de la Iglesia, ‘donde dos o tres se reúnen en su nombreÂ’, en los pobres, los enfermos, los prisioneros, en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la Misa y en la persona de sus ministros. Pero está presente especialmente en las especies eucarísticas” (CCC, 1373).

Mientras el Señor está presente de manera especial en las especies eucarísticas, no está menos presentes en nuestros hermanos y hermanas. Por lo tanto, reconocer el Señor en el pan y vino e ignorarlo cuando se hace presente en el pobre, el enfermo y el preso es separar la Eucaristía del contexto de la comunión y la vida cristiana. Parafraseando la primera carta de Juan, quien no ama a su hermano o hermana a los que puede reconocer en la carne, no puede amar a Jesús que debe ser reconocido en el pan y el vino (1 Jn, 4-20).

Del mismo modo, la Eucaristía no puede separarse de la presencia del Señor en la vida diaria. La Eucaristía es la cima y el centro de la vida cristiana. Pero sin una base no puede haber una cima: sin una realidad de entorno, no puede haber centro. Separada de la vida diaria, la devoción a la Eucaristía podría convertirse en pietismo. Porque ¿cómo apreciar la presencia real del Señor en las especies eucarísticas si no lo vemos en el pobre, si lo ignoramos en la comunidad, si rehusamos reunirnos en su nombre, y si no lo reconocemos en el ministro que preside la Misa? Si nuestras iglesias están vacían es porque, a lo largo del camino, la presencia de Jesús en las especies eucarísticas se ha separado de su presencia en nuestras vidas cotidianas. Está presente en la iglesia, pero ya no somos capaces de verle fuera de ella. Está presente en el Santísimo Sacramento, pero no está presente en nuestros lugares de trabajo. Está presente en la consagración, pero no puede encontrársele en la comunidad parroquial en donde vivimos.

En la beatificación de Madre Teresa en Roma el pasado octubre de 2003, el texto litúrgico incluía un poema que ella misma había escrito. Dice:

¿Quién es Jesús para mi?
Jesús es la Palabra hecha Carne.
Jesús es el Pan hecho Vida.
Jesús es la víctima ofrecida por nuestros pecados en la Cruz.
Jesús es el Sacrificio ofrecido en la Santa Misa por los pecados del mundo y por los míos.

Sigue el poema:
Jesús es el Pan de Vida para ser comido.
Jesús es el Hambriento para ser alimentado.
Jesús es el Sediento para ser saciado.
Jesús es el Desnudo para ser vestido.
Jesús es el que no tiene hogar que le acoja.
Jesús es el Enfermo para ser curado.
Jesús es el Solitario para ser amado.

El poema de la Beata Madre Teresa fluye sin transición desde la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía hasta la Presencia Real de Cristo en el Pobre. Esto sólo se puede esperar de aquel que consume su día ininterrumpidamente en largas horas de adoración delante del Santísimo Sacramento y en horas aún más largas en servicio de los pobres. La Beata Madre Teresa ve a Jesús en el pobre con la misma claridad con que lo ve en las especies eucarísticas.

La Eucaristía sólo puede estar en el centro de la vida de la Iglesia si nuestra comunidad irradia servicio a los necesitados. Al Señor no le agradan los tesoros que podamos poner a sus pies si en el proceso de adquirir esas riquezas hemos privado a miles de personas de sus justos salarios. Esto es de nuevo separar la Presencia Eucarística de la presencia de Cristo en los pobres. Cierto, nuestro Señor reprendió a Judas cuando éste se quejó por el costoso perfume con el que ungieron sus pies, diciendo que los pobres siempre estarían con ellos, pero que él no siempre estaría con sus discípulos (Jn 12, 3-8), pero en otra parte del Evangelio también dice el Señor: “Lo que hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40). Los pobres siempre estarán con nosotros, porque Jesús, que es el pobre, sigue pidiendo a nuestra conciencia la justicia que tal vez le hemos negado.

Entre todos los aspectos de la Eucaristía, el de servicio es a menudo el menos apreciado y subrayado. Por razones comprensibles: Presencia y Comunión son más atractivas para el corazón humano. Son aspiraciones básicas para todo individuo. El servicio, por su parte, requiere esfuerzo. Es fácil pasar una hora ante el Santísimo Sacramento o diez horas en una celebración entre amigos, pero trabajar para otros, especialmente para aquellos que no pueden darnos nada a cambio, es como acompañar a alguien un kilómetro extra. La tendencia al quietismo en la Iglesia impulsa a Santiago a escribir en su carta: “¿Así que tenéis fe y no tenéis buenas obras? Mostradme, pues esa fe vuestra sin obras. Yo os mostraré mi fe por mis obras” (Sant 2, 18)

La Presencia Real es el centro del Misterio Eucarístico, y sin embargo el evangelio de Juan no narra la institución de la Eucaristía y a cambio incluye el lavatorio de los pies de los discípulos. “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Me llamáis Maestro y Señor, y realmente lo soy. Si yo, siendo Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado un ejemplo para que imitéis lo que he hecho con vosotros” (Jn 13, 12-15). El servicio no pueda separarse de la presencia y de la comunión. Servicio es una exigencia de presencia y es signo de comunión.

Conclusión

En conclusión, permitidme resumir los puntos que he presentado. La Eucaristía nos conduce al Cenáculo donde Jesús y sus discípulos se reunieron. Esta habitación es el “altar del mundo” donde se celebrar la primera Eucaristía. Las palabras y acciones de Jesús en esta sala constituyen el Misterio Eucarístico, en el que Jesús nos dio “los medios de participar en su sacrificio, como si hubiéramos estado allí presentes (Ecclesia de Eucharistia). Entre las palabras que él pronunció estaba el mandamiento de amamos unos a otros como él nos amó, y entre sus acciones está el lavatorio de los pies de sus discípulos. Estas palabras y acción encuentran pleno sentido en la Eucaristía al mismo tiempo que la Eucaristía les da completa actualización. Expresan la comunión dentro del Cuerpo Místico de Cristo. Nosotros que hemos recibido el mandato de “haced esto en memoria mía” nunca debemos separar la celebración de la Eucaristía del mandamiento de amar y servir. Solamente mediante presencia, comunión y servicio puede la Eucaristía ser el Misterio de Comunión y Vida de la Iglesia.

Preguntas:


1. En su experiencia personal, ¿cómo le alimenta el Sacramento de la Eucaristía en su vida espiritual?

2. Como miembro de una comunidad eclesial, ¿cómo el Sacramento de la Eucaristía ayuda la vida de la fraternidad en su comunidad?

3. ¿Qué consecuencia concreta de servicio resulta de su celebración de la Eucaristía?

 

 

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