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RUEDA DE PRENSA DE PRESENTACIÓN 
DEL MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA CUARESIMA 2011 
 

Discurso del Cardenal Robert Sarah,
Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum

“Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resuscitado” (cfr Col 2,12). Estas palabras, dirigidas por san Pablo a los cristianos de Colosas, introducen el tema del Bautismo elegido por el Papa Benedicto XVI para su Mensaje Cuaresmal de este año. El Santo Padre vuelve a mencionar al Apóstol de los Gentiles para resumir los efectos de este sacramento: “conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos, hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3,10-11).

El 7 de octubre del año pasado, el Papa Benedicto XVI me nombró Presidente de Cor Unum, el Dicasterio de la Santa Sede responsable de la presentación de su Mensaje para la Cuaresma. Como Ustedes saben, la tarea principal de nuestro Pontificio Consejo es difundir la catequesis de la caridad y las iniciativas caritativas concretas del Pontífice. Para ayudarnos a entender mejor el mensaje de este año y la relación evidente entre el Bautismo y la Caridad que Papa Benedicto desea subrayar, permítanme mencionar tres acontecimientos de los últimos meses, que quizás ayuden a comprender mejor esta relación.

Uno se refiere a la "formación del corazón", que el Papa pedía en su primera Encíclica, Deus caritas est (N. 31a): en el mes de noviembre pasado, en el Santuario Mariano de Nuestra Señora de Jasna Gòra en Czestochowa, Polonia, nuestro Consejo organizó unos Ejercicios Espirituales para los responsables de Cáritas y otras organizaciones caritativas católicas en Europa, tal como se hizo para los continentes de América y de Asia, con el fin de acompañarles, como el Santo Padre nos invita; “a ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro”. El Papa continúa diciendo que este encuentro con Cristo, para “conocerlo a él”, - objetivo del Bautismo que nos indica San Pablo - es posible a través de una íntima unión en la oración, los sacramentos, la Palabra de Dios; todo esto nutre la fe que, a su vez, suscita obras de caridad. La Beata Teresa de Calcuta solía decir: "El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor”.

Podríamos decir que este primer acontecimiento atañe a una dimensión de formación en el marco de la actividad caritativa ad intra; en cambio, los otros dos se centran principalmente en su carácter ad extra. Este año, precisamente, el 12 de enero, el Santo Padre me ha pedido ir en su nombre en Haití, un año después del terremoto que azotó el país. ¿Quién no quedó impresionado por el sufrimiento profundo de nuestros hermanos y hermanas haitianos? Cientos de miles de personas muertas en un instante: niños, padres, hermanos, hermanas, amigos e incluso sacerdotes, religiosos, seminaristas, quienes, en el terror y el dolor, han perdido su vida, tan querida para ellos como para nosotros. Miles de personas han sido privadas de sus posesiones, en su incertidumbre sobre cómo construir su propio futuro; casas, monumentos, inmuebles e incluso grandes edificios religiosos, reducidos a escombros; enfermedades e infecciones que siguen devastando vidas ya muy probadas.

Hace sólo una semana, he vuelto de una reunión en África, de la Fundación Juan Pablo II para el Sahel, una de las dos Fundaciones encomendadas a Cor Unum para ayudar a nuestros hermanos y hermanas que sufren, mientras que la otra es la Fundación Populorum Progressio, que se ocupa de los pueblos indígenas de América Latina y el Caribe. El Sahel es la región más pobre del mundo e incluye países como Burkina Faso, Níger, Chad, Senegal y Malí, donde la gente lucha diariamente para combatir el hambre, las epidemias y la pobreza extrema, teniendo que contrarrestar también la invasión del desierto del Sahara, que está avanzando a grandes pasos. Como hemos visto en muchos otros países alrededor del mundo, tanta pobreza conduce a la inestabilidad política y económica, sentando las bases de conflictos y tensiones que producen un círculo vicioso de sufrimiento sin fin, especialmente entre los más vulnerables.

En Haití, Sahel, América Latina y Caribe, así como en cualquier otro lugar del mundo donde se necesita una ayuda concreta, la Iglesia católica siempre estuvo en primera línea en la ayuda de emergencia. ¿Cuántas veces, en el caso de un desastre, sentimos el Santo Padre pedir la intervención de la comunidad eclesial e internacional, sin distinción de credo, raza o ideología política! Sólo para Haití, el Papa ofreció más de dos millones de dólares en ayudas, que quizás se podrían considerar "gotas en el océano" si los comparamos con las enormes necesidades que plantea la reconstrucción, esencial para este país devastado. ¡Pero cómo es importante para nuestras hermanas y hermanos que están sufriendo, saber que el Papa está cerca de ellos! Tampoco hay que olvidar la respuesta, realmente impresionante, a las necesidades de los pobres, ofrecida durante siglos por organizaciones caritativas católicas, congregaciones religiosas, movimientos y una infinidad de personas. En el entorno de los medios de comunicación, donde se tiende a hablar sólo de los errores cometidos por miembros de la Iglesia, es necesario dar a conocer el verdadero testimonio de Caridad ofrecido por la Iglesia católica. Y les hago hoy el llamamiento a realizar esta iniciativa.

Sin embargo, si bien es importante satisfacer las necesidades materiales, por sí solas, éstas no pueden ofrecernos felicidad y paz duraderas. Los males reales que pasan en cualquier parte del mundo - desastres naturales, enfermedad, hambre, guerras – nos empujan a encontrar soluciones prácticas para aliviar el sufrimiento. Los gobiernos y los organismos supranacionales deben desempeñar su parte: hay que combatir contra la corrupción y las estructuras de pecado, hay que enfrentarse con el abismo escandaloso que existe entre aquellos que “tienen” y los que “no tienen nada”. Pero Cristo fundó la Iglesia para dar mucho más. Los distintos aspectos del sufrimiento - la enfermedad, la soledad, las dificultades financieras, los problemas familiares y, por último, el mayor enemigo que es la muerte – requieren, global y personalmente, una respuesta que procede solamente desde la certeza de poseer la vida eterna: “conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos, hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos”.

¿No es ésta la promesa que nos hicieron en el Bautismo? El término que en griego significa bautismo (báptisma) indica una inmersión en las aguas bautismales de lo que el apóstol Pablo llama “el hombre viejo”, es decir aquel que vive según la carne (cf. Col 3, 9), que existe sólo para sí mismo, que se aparta de su Creador con su arrogancia y cierra sus ojos delante las necesidades de su prójimo de manera egoísta. Esta no es simplemente una descripción teológica. Cada uno de nosotros puede comprender a este “hombre viejo” ya que experimentamos directamente en nosotros los efectos de su naturaleza, que se resume en los siete pecados capitales: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza. Y como San Augustín, que conocía muy bien estos impulsos negativos, que describió como “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), nosotros también, en lo profundo de nuestros corazones, queremos deshacernos de ellos: “Sólo a Vos quiero atender y mirar, justicia e inocencia, cuya hermosura y pureza roba la atención de las almas castas. En Vos es donde se halla perfectísimamente el descanso y la vida perpetua e inalterable” (san Augustín, ibidem).

El bautismo es “el encuentro con Cristo”, escribe el Papa Benedicto en su Mensaje, que lava el pecado original heredado de nuestros antepasados y nos proporciona una nueva naturaleza, que nos permite vivir “los mismos sentimientos de Cristo”. Esta “nueva criatura” vive según la mente de Cristo, a través de la vida sobrenatural recibida por el Espíritu Santo. San Pablo enumera los frutos del Espíritu de Dios que vive en nosotros: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia (Gálatas 5, 22). En nuestro corazón, tal vez, ¿no queremos estos frutos en nuestras vidas, aquellos que sólo son capaces de proporcionar una solución duradera a cualquier sufrimiento humano, ya sea personal o universal?

Esta nueva naturaleza, recibida en el Bautismo, es el manantial de donde salen los actos de Caridad en beneficio de nuestras hermanas y hermanos: “En Cristo, Dios se ha revelado como Amor”, escribe el Papa; el ayuno, la limosna y la oración nos ayudan a morir a nuestra vieja naturaleza para abrir nuestros corazones a recibir esta nueva naturaleza de amor a Dios y al prójimo, el primero y mayor mandamiento de la nueva ley, así como el resumen de todo el Evangelio (cf. Mt 22, 34-40). Estoy particularmente agradecido por la presencia hoy, aquí, de la señora Myriam García Abrisqueta, que explicará cómo se concreta todo esto en una de las mayores organizaciones caritativas católicas en España, Manos Unidas.

Permítanme concluir subrayando tres elementos del gran don que el Papa Benedicto XVI ofrece a la Iglesia para la Cuaresma de este año - a nivel individual y de la comunidad - una “brújula” para revitalizar la vida sobrenatural que nos es dada en el Bautismo:

1. En primer lugar, el Santo Padre nos da citas con eventos y personas específicas durante los cinco domingos de Cuaresma, ya que nos ofrece la Palabra de Dios que se proclama en esas ocasiones. Haciendo así, desea hacernos experimentar un encuentro personal con Cristo, respuesta a los deseos más profundos de la persona humana y del mundo ¡Cuánto sería importante fijarse en los pasajes de la Escritura - personalmente o en grupo – y permitirse, durante estos cuarenta días, contemplar la Palabra de Dios y actuar en consecuencia!

2. En segundo lugar, el encuentro con Cristo, en Su Palabra y en los sacramentos, se manifiesta en las obras concretas de misericordia. En este sentido, nuestras parroquias, comunidades, instituciones educativas y otras, así como cada uno de nosotros personalmente, podemos, en este momento propicio, con la ayuda de la gracia de Dios, intentar cambiar la perspectiva de nuestros corazones de una dimensión egoísta a la de amor al prójimo necesitado. De ahí brota un impulso a las campañas de la Cuaresma, que las Conferencias Episcopales del mundo están llamadas a organizar.

3. En tercer lugar, el Papa nos ofrece el período de la Cuaresma como un “camino” o una “ruta”, para hacer fructificar la semilla plantada en el Bautismo que, nos dice, refleja toda la existencia de cada ser humano, vivida entre la resurrección de Cristo y la de cada uno de nosotros. Este supremo ofrecimiento de comunión con Dios en la eternidad conforma la vida presente, tanto a nivel social como individual De ella recibimos una anticipación durante la Vigilia de Pascua, cuando oímos proclamar que “El esplendor del Rey destruyó las tinieblas del mundo” (Pregón Pascual).


Queridos amigos ¡Dios nos ha destinado al amor! Por esto debemos nutrir el poder del don de la vida divina en nosotros, que se nos ha dado en el Bautismo. ¡Está al alcance de la mano! Esta es la aventura que nos propone el Papa para esta Cuaresma. En Pascua, cuando recojamos lo que hemos sembrado, el “hombre viejo” que hay en nosotros será sepultado. Así, mediante la gracia divina, podremos levantarnos y ser criaturas nuevas ¡La invitación del Papa no es una utopía! Permítanme concluir con una cita muy profunda de un compatriota, San Cipriano de Cartago, el primer obispo de África que recibió la corona del martirio, el don supremo e irrevocable de la vida por el bien del enemigo. A menudo él hablaba así de su camino hacia la conversión:

“Cuando me encontraba aún en una noche oscura”, escribía algunos meses después de su bautismo, “me parecía sumamente difícil y arduo realizar lo que la misericordia de Dios me proponía... Estaban tan arraigados en mí los muchos errores de mi vida pasada, que no creía que podía liberarme de ellos; me arrastraban los vicios, tenía malos deseos... Pero luego, con la ayuda del agua regeneradora, quedó lavada la miseria de mi vida anterior; una luz de lo alto se difundió en mi corazón; un segundo nacimiento me restauró en un ser totalmente nuevo. De un modo maravilloso comenzó entonces a disiparse toda duda... Comprendí claramente que era terreno lo que antes vivía en mí, en la esclavitud de los vicios de la carne, y que, en cambio, era divino y celestial lo que el Espíritu Santo ya había generado en mí” (A Donato, 3-4).


Muchas gracias.

 

Discurso de la Sra. Myriam García Abrisqueta,
Presidenta de Manos Unidas, España

Antes de nada y con absoluta humildad, quiero dar las gracias al Señor por estar aquí para la presentación del mensaje de Su Santidad Benedicto XVI a la Iglesia universal para la preparación de la Cuaresma de 2011. Es para Manos Unidas un gran honor que el Pontificio Consejo Cor Unum nos haya elegido en esta ocasión para acompañarles y lo hago con la alegría y emoción que me produce poder compartir el tesoro de nuestra fe con Ustedes...

Como señala el documento, la Cuaresma es un tiempo para reavivar - para vivir de nuevo o vivir más intensamente - la gracia del Bautismo en nosotros. De la fuente del Bautismo brota el agua de la caridad - del amor gratuito y desinteresado - que a través de tantas asociaciones caritativas de la Iglesia distribuye los dones, bienes, ansias de justicia y talentos de los fieles entre los más pobres de todo el mundo. Y yo querría dar testimonio de esto.

El hombre ha sido creado por Dios con una inmensa dignidad y nos ha hecho hermanos unos de otros, hijos suyos, por esa condición también nos ha dado un corazón sensible a las necesidades de los más próximos a nosotros. Nos ha dado un corazón COMPASIVO, (que tiene la capacidad de moverse con auténtica Pasión por el otro...) Es teniendo en cuenta esta vinculación de hijos de Dios, este ser ungidos y elegidos por el Bautismo, y este ser regalados con el don del Amor como podemos explicar el nacimiento de Manos Unidas, pues nació como compromiso que brota de la vocación cristiana.

Las mujeres de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas, hace algo más de 50 años, lanzaron un grito de atención hacia el hambre en el mundo. En una hermosa expresión del "genio femenino" en la Iglesia, hicieron público un manifiesto en el que se unen de forma magistral su deseo natural de mujeres y la acción del amor de Dios en ellas. Así se ven movidas, por su naturaleza y como madres, a dar y proteger la vida; y como mujeres católicas llamadas por Jesucristo, "a dar testimonio de un amor universal y efectivo por la familia humana".1 Como consecuencia de este manifiesto, las mujeres de la Acción Católica Española iniciaron "la Campaña contra el hambre", que llegó a ser Manos Unidas.

Ellas no podían permanecer tranquilas viendo el sufrimiento de los hombres que vivían y morían sin el derecho a la dignidad plena a la que habían sido llamados.

Y se pusieron a trabajar con verdadero espíritu de sacrificio y servicio para hacer posible que en España hubiera una conciencia mayor de amor al prójimo. Nunca pensaron que estaban haciendo algo distinto a lo que les exigía su condición de hijas de Dios y así seguimos pensando hoy en día.

Ya desde el principio entendieron que tenían que luchar contra el hambre de pan, el hambre de cultura y el hambre de Dios. Que lo tenían que hacer desde la sensibilización y la educación de nuestra rica sociedad, sin olvidar la importancia de lo pequeño, desde las acciones domésticas hasta la cooperación con los organismos internacionales y hacerlo, al mismo tiempo, a través de acciones concretas de desarrollo, donde la dimensión del amor siempre estuviese presente, pues siempre, desde nuestro origen, hemos pensado que el autentico desarrollo se da donde la persona es amada.

Desde entonces, esta asociación ha ido creciendo y hoy es una hermosa realidad, en la que participamos miles de hombres y mujeres. Siempre unida a la Iglesia, en la que nació y a la que pertenece.

A través del tiempo hemos ido fortaleciendo una espiritualidad profundamente eclesial, porque queremos servir a la Iglesia, queremos ser instrumento para llevar la verdad de Cristo y del Evangelio – al mundo - a través de la misión que la Iglesia en España nos ha encomendado: favorecer el desarrollo integral y auténtico en los pueblos en vías de desarrollo, unidos a los que de un modo u otro participan de nuestro trabajo, apostolado y servicio.

De este modo, esta organización de la Iglesia en España ha podido estar al lado de hombres y mujeres de más de 60 países a través de unos 25.000 proyectos de desarrollo.

Me gustaría insistir en que lo que hace posible nuestro trabajo en tantos proyectos y países - colaborando con misioneros, Cáritas locales, órdenes religiosas, ONG locales u organizaciones de base - es la vida bautismal que se desarrolla en las comunidades cristianas, pues nuestro trabajo tiene mayoritariamente su origen en la gratuidad que aportan miles de voluntarios distribuidos en delegaciones diocesanas, y en las pequeñas colectas hechas por fieles en parroquias y colegios de toda España, en una infinidad de pequeños gestos de personas que, como la viuda del evangelio, dando lo poco que tienen, lo dan todo. 2

En efecto, Manos Unidas es una institución formada por voluntarios, puesto que, aunque hay profesionales que trabajan con nosotros, el peso de la responsabilidad lo llevamos los seglares que de modo gratuito, con sencillo espíritu de entrega, colaboramos como voluntarios en todos los campos en los que es necesario estar presente para llevar a cabo la misión encomendada. Podemos decir con alegría que en todas las parroquias, arciprestazgos y diócesis hay voluntarios que, según sus capacidades y posibilidades, aportan su tiempo, sus conocimientos, su sacrificio. Así nos unimosa todas las personas de buena voluntad que comparten nuestro sueño de compromiso gratuito, especialmente en este año 2011, que la Unión Europea ha consagrado a los voluntarios y que marca el décimo aniversario del Año del Voluntariado de las Naciones Unidas.

Con espíritu de fe y con una gran confianza en la Divina Providencia, Manos Unidas ha ido fortaleciendo la espiritualidad de sus voluntarios enraizada en nuestro Bautismo que nos hace ser testigos de un amor más grande, el amor de Dios por el hombre. Un amor que se expresó y materializó en la encarnación del Verbo, asumiendo la condición del hombre, pero que no se conformó con eso, sino que se quiso identificar con aquellos que menos tienen: "tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis, estaba desnudo y me cubristeis…"3

Esta es la consecuencia de los que el Santo Padre llama "la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo" 4 Es un claro ejemplo de la caridad operante que nace del bautismo. Es la caridad que no se pierde en un acto emocionalmente intenso, pero fugaz; sino que es sostenida por la Gracia en el tiempo.

Nuestro trabajo, en las instituciones de Caridad de la Iglesia, de modo discreto y seguramente secundario, no pretende otra cosa que ayudar al hombre de hoy a encontrarse con ese Cristo muerto y resucitado, para que descubran que todos, cada uno en su situación concreta, sin distinción de raza, sexo, color, cultura, edad, formación, están llamados a vivir la vida de Cristo.

Manos Unidas, con el resto de instituciones de la Iglesia que se dedican a la caridad, puede ayudar al hombre de hoy abriendo caminos por los que encauzar sus buenos propósitos, sus deseos de servicio y su auténtica vocación. La caridad, nos ha dicho el Santo Padre, es "es el mejor testimonio de Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. 5

Cuando en el corazón del hombre se fomenta el desprendimiento, el servicio, la generosidad, el deseo de entregarse al prójimo, se está fomentando el rechazo de esa vida que quedó enterrada con el Bautismo que es la vida de pecado y de autosuficiencia que se mantiene en nuestro interior.

Termino estas palabras que se me ha pedido dirija con motivo del comienzo de la Cuaresma de este año dando gracias a Su Santidad por sus enseñanzas que nos ayudan a todos a poner de nuevo las cosas en su sitio, a redescubrir la necesidad de vivir el Evangelio con sencillez y humildad, pero también con generosidad y entrega. Su última Carta Encíclica sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad, Caritas in veritate ha sido un nuevo aliento en nuestro trabajo diario por hacer de este mundo algo más hermoso, donde Cristo se pueda hacer presente.

Espero que esta Cuaresma nos traiga el fruto deseado: la Resurrección y la Vida Eterna que el Señor ha ganado para todos en la Cruz, en su sacrificio redentor.

Pongo a disposición del Señor, el trabajo de todos los que estamos al servicio de la CARIDAD, nuestras Manos y Corazones Unidos.

Muchas gracias.

_______________________

1 Manifiesto de la UMOFC. 2 de julio de 1995
2
Cf. Mc.12, 41-44
3
Mt 25, 35ss
4
Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010
5
DCE 31

 

Bollettino della Sala Stampa della Santa Sede, N. 109/11, 22.2.2011

 

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