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La Curia Romana  
 

 

 
 
 

Paul J. Cardenal Cordes                     50 Aniversario de Manos Unidas
Presidente,                                     
         Sevilla, 13 de marzo de 2009
Consejo Pontificio Cor Unum 
                                           

La filantropía moderna y la “Deus Caritas est

     El Papa Benedicto XVI comenzó el ejercicio de su “magisterium” con la Carta Encíclica Deus Caritas est. Las encíclicas expresan las enseñanzas que el Sumo Pontífice destina a toda la Iglesia católica. La primera Encíclica de un Papa es importante, dado que representa un indicador de sus prioridades para la Iglesia, en cada coyuntura histórica. Tal fue el caso de la Encíclica del Papa Pablo VI, Ecclesiam suam (1964), que se centró en la actitud que la Iglesia debe adoptar en relación al mundo que la rodea, y de manera análoga, la Encíclica del Papa Juan Pablo II, Redemptor hominis (1979), que preparó el terreno para su infatigable enseñanza sobre la dignidad de la persona humana.

     Ha sido toda una sorpresa el hecho de que el entonces Cardenal Ratzinger escogiera “el amor” como el sujeto de su primera y más importante enseñanza, y convirtiera el amor en tema central de su pontificado. De hecho, difícilmente deja pasar una ocasión sin mencionar la caridad en sus discursos. Así, hace poco, en octubre de 2008, durante su visita pastoral al Santuario Mariano de Pompeya, dijo: “Dios transforma el mundo: colmando nuevamente de caridad el corazón de un hombre. Donde Dios llega, el desierto florece… Esta fuerza espiritual que transforma al hombre interiormente y lo capacita para hacer grandes cosas según el designio de Dios”.

     Hay un segundo aspecto de esta Encíclica que es necesario destacar, sobre todo para quienes estamos directamente comprometidos en la práctica de la acción caritativa de la Iglesia. Deus Caritas est es la primera carta doctrinal que recoge expresamente el tema del amor y de la caridad. En sus últimos años de vida, el Papa Juan Pablo II quiso abordar la cuestión de la ayuda caritativa. Me pidió que preparara un borrador preliminar. Dado que su enfermedad le impidió acabar dicho tratado, éste nunca llegó a publicarse. El Cardenal Ratzinger, informado sobre el trabajo preparatorio de este documento, decidió elegir este tema del amor a Dios y el amor al prójimo para su primera Encíclica.

     Sin embargo, le imprimió un carácter completamente nuevo, es decir, su método no fue el inductivo, no comenzó resaltando la tendencia generalizada del mundo occidental a hacer el bien a los pobres, sino que empezó dicha Encíclica con la frase más importante de la Revelación: “Dios es amor” (1Jn 4,8).

     El Papa ponía este toque de trompeta en el inicio de su pontificado. Iniciaba su enseñanza de una manera magistral: si existe el amor desinteresado entre los seres humanos, este milagro es fruto de la potencia de Dios. Dios nos amó primero. El hecho de que la caridad entre los seres humanos esté arraigada teocéntricamente, es decir, encuentre su fuente en Dios. Esta es, para el Papa, la afirmación central de su primera Encíclica.

      Lamentablemente no puedo explicar la riqueza de las palabras del Papa en mi ponencia. Me limito a aquellos enunciados presentes en la Segunda Parte de la Encíclica Deus Caritas est. Conciernen, principalmente, la práctica de la actividad caritativa. Mis reflexiones aportarán, en primer lugar, una idea acerca del vasto panorama de la ayuda humanitaria y la sensibilidad del hombre moderno frente a la miseria.

      Sin duda: el observador contemporáneo descubre, antes que nada, la gran…

  

1- SENSIBILIDAD DEL HOMBRE MODERNO FRENTE A LA MISERIA

      A pesar del progreso científico y tecnológico, una infinidad de personas son todavía víctimas de diferentes formas de pobreza, tanto material como espiritual. En respuesta a esto, la voluntad de ayudar a “nuestros hermanos y hermanas necesitados” – tal y como evidencia el Papa en su Encíclica – constituye uno de “los signos de nuestros tiempos”. Experimentamos un creciente sentimiento de solidaridad, puesto que los medios de comunicación, de alguna manera, han “empequeñecido hoy nuestro planeta” (n. 30a). Se ha limitado la distancia entre pueblos y culturas. Si bien este “estar juntos” suscita incomprensiones y tensiones, “nuestra capacidad”, afirma Benedicto, “de conocer de manera mucho más inmediata las necesidades de los hombres, es también una llamada sobre todo a compartir situaciones y dificultades…” Ahora se puede contar con innumerables medios para prestar ayuda humanitaria a los hermanos y hermanas necesitados, como son los modernos sistemas para la distribución” de ayuda (cfr. n. 30. Éste es un aspecto alentador de la globalización.

       La atención a los pobres y a los necesitados en la cultura moderna, no es sin embargo, una herencia de nuestra civilización. Hasta mediados del siglo pasado, el Estado no se empeñó en la lucha contra la carestía o la pobreza en países lejanos. No existían ministerios de desarrollo social, más bien, los gobiernos explotaban otros continentes a los que llamaban colonias; no existían las contribuciones de ayuda de las grandes empresas; tampoco estaba de moda entre los famosos obtener mayor popularidad gracias a espléndidos donativos. Pero más allá de las diferentes motivaciones, estos hechos son un elogiable signo del progreso de la humanidad.

      Las asociaciones, los organismos, los agentes de la pastoral de la caridad y los voluntarios cristianos buscarán sin duda una alianza, pero no se deberán guiar por una mentalidad ingenua, en su cooperación con otras fuerzas sociales. La prudencia y el permanecer fieles a su herencia, les ayudará a no renunciar al propio y específico carácter cristiano. Además, es necesario actuar con cautela a la hora de estrechar alianzas con cualquier partido político o gobierno ideologizado.

      La naturaleza de la acción política consiste en establecer como objetivo propio la seguridad y el bienestar de los ciudadanos de un Estado. Pero su iniciativa puede transformarse en política de poder. El famoso sociólogo alemán, Max Weber, definió la política como “el esfuerzo por compartir el poder, o la influencia sobre la distribución de poder”. Este análisis de la política implica una llamada a la prudencia para aquellos grupos de la Iglesia que colaboran con agencias que dependen de instituciones públicas o de partidos políticos. Por desgracia dichos grupos no muestran siempre una suficiente sabiduría. Por ejemplo, existen organismos católicos de ayuda que se hacen promotores de luchas por el cambio de gobiernos o bien árbitros en la elección de sistemas económicos. En tales casos, la dimensión religiosa de la asistencia católica disminuye necesariamente. La Encíclica lo explica de la siguiente manera: “La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas…” (n. 31b). 

      Como defensa ante la trampa de la politización, la Encíclica menciona la competencia y, lo que es más importante, la humanidad del agente cristiano: “… además de la preparación profesional, los agentes necesitan también y sobre todo una « formación del corazón »: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro…” (n. 31a).

      Animado por el Santo Padre, el Consejo Pontificio Cor Unum intenta por todos los medios ofrecer una respuesta básica y concreta a “la formación del corazón” de los agentes. El pasado mes de junio, realizamos un primer intento. Más de 500 responsables de organismos caritativos norteamericanos y latinoamericanos, se reunieron durante una semana en Guadalajara, México, para recibir una formación espiritual acerca de las raíces evangélicas de la caridad. Después del encuentro, los participantes nos enviaron numerosos ecos positivos. Parece que los agentes anhelan estas oportunidades para el encuentro con Cristo vivo. Repetiremos este experimento en el mes de septiembre para el continente asiático en Taipei, en la isla china de Taiwán.

 

2- LOS ACTORES DE LA OBRA CARITATIVA ECLESIAL SON PROFESIONALES Y VOLUNTARIOS

     Por regla general, la lucha del hombre contra la miseria se concretiza a través de donativos materiales. Pero quienes invierten su tiempo y esfuerzo, en las estructuras organizadas, con el fin de alcanzar este objetivo, no se limitan a una donación material. A través de ellos nacen fuerzas organizadas y se establecen estructuradas redes de cooperación. Más que esto: se crean instituciones caritativas que promueven un espíritu esencialmente altruista, capaz de transformar a hombres y mujeres en agentes caritativos eficientes. A todos ellos, el Papa Benedicto expresa su gratitud y reconocimiento, por haber ofrecido un renovado coraje a tantas personas oprimidas. En muchos de los nuevos movimientos espirituales se han creado también grupos caritativos estructurados. Éstos persiguen objetivos específicos y empiezan a contribuir poderosamente a la credibilidad de la misión de la Iglesia.

     Asimismo, deseo dedicar una especial mención a los cooperantes voluntarios, a quienes el Papa llama “un fenómeno importante de nuestro tiempo” (n. 30b). Son una luz potente capaz de irradiar esperanza a una sociedad a menudo oprimida por el egoísmo, y a través de su labor reciben una gran recompensa.

     Tienen la oportunidad de experimentar que la verdadera realización personal se alcanza, paradójicamente, sólo mediante un amor desinteresado y una entrega al prójimo. La Encíclica afirma que una generosa práctica de la acción caritativa, sobre todo por parte de los jóvenes, constituye “una escuela de vida que educa a la solidaridad y a estar disponibles para dar no sólo algo, sino a sí mismos” (n. 30b). 

       Ya el Papa Juan Pablo II publicó una carta a todos los voluntarios, en diciembre de 2001, con motivo del Año Internacional del Voluntariado promovido por las Naciones Unidas. Escribía:

      “¿Qué impulsa a un voluntario a dedicar su vida a los demás? Ante todo, el ímpetu innato del corazón, que estimula a todo ser humano a ayudar a sus semejantes. Se trata casi de una ley de la existencia. El voluntario siente una alegría, que va más allá de la acción realizada, cuando logra dar gratuitamente algo de sí a los demás. Precisamente por eso, continua el Papa, el voluntariado constituye un factor peculiar de humanización: gracias a las diversas formas de solidaridad y servicio que promueve y concreta, hace que la sociedad esté más atenta  a la dignidad del hombre y a sus múltiples  expectativas. A través de la actividad que lleva a cabo, el voluntariado llega a experimentar que la criatura humana sólo se realiza plenamente a sí misma si ama y se entrega a los demás”.

      Permítanme, llegado este momento, ofrecerles también un ejemplo concreto de la eficacia del voluntario en el campo de la acción caritativa, que puede ir más allá de los proyectos de especialistas. Me gustaría hablarles de Rose Busingye, que pertenece a uno de los nuevos movimientos espirituales llamado “Comunión y Liberación”. Rose nació en Uganda, en 1968. Como ustedes sabrán, durante años la guerra civil ha hecho estragos en el Norte de Uganda, forzando a los habitantes del lugar a abandonar sus hogares debido al miedo. Otros huyen inmediatamente al Sur, principalmente a los alrededores de la capital, Kampala. Tiempo atrás estuve en Uganda, tuve la oportunidad de visitar uno de los grandes campamentos en los que se refugia la población – sin lugar a dudas, privados de su dignidad humana. Los niveles de higiene que pude constatar personalmente eran indescriptibles.

      Es por ello, por lo que agencias de ayuda humanitaria occidentales – incluyendo aquellas católicas – tenían como objetivo combatir las enfermedades y las epidemias. Llegaron especialistas. Gracias a una gran suma de dinero fue posible iniciar un proyecto. Los enfermos aceptaban las medicinas que se les suministraba, pero no las tomaban, sino que las tiraban. ¿Por qué razón? No se esperaban nada bueno de los extranjeros, del hombre blanco. La guerra amenazadora, el haber tenido que abandonar sus pueblos, el viaje hacia lo desconocido les había robado toda la confianza.

      Rose, una mujer ugandesa, se enteró de que tales iniciativas habían fracasado. Esto la animó a reunir un grupo de voluntarios y a crear el “Meeting Point International” (Punto de Encuentro Internacional). Cuenta con un pequeño dispensario de salud situado a las afueras del campamento. Poco a poco, consiguió ganarse la confianza de sus habitantes. A través del contacto directo y personal, le ganó la batalla a la enfermedad gracias también a la ayuda exterior. Su historia es un ejemplo de cómo no se puede reducir la lucha contra la miseria humana a una asistencia material. Necesita, por encima de todo, personas que puedan conquistar el corazón del prójimo a través de una ayuda compasiva. 

       Hemos podido constatar, con frecuencia, que la motivación puramente humanitaria de los voluntarios, mueve a muchos de ellos a descubrir algo infinitamente más grande. Este proceso de maduración fue explicado por Jean Vanier, una gran figura de la asistencia al prójimo. Hace 50 años, Vanier fundó una obra, “El Arca”, para atender a los discapacitados mentales y físicos, que se basa esencialmente en la figura del voluntario. Hace tiempo tuve la oportunidad de colaborar con él durante un breve período. En una entrevista, realizada hace algunos años, dijo: “La fe de muchos de los voluntarios que vienen a trabajar con nosotros, es al principio muy débil o inexistente; pero la gran mayoría termina su tiempo con nosotros descubriendo el Evangelio, porque éste encierra una lógica extraordinaria. El Evangelio es la proclamación de la Buena Noticia a los pobres. Muchos de los voluntarios, que quizás habían roto con la Iglesia, han podido descubrir en ella un nuevo rostro: es el rostro de la Iglesia de los pobres, y son ellos su centro. Cada persona tiene su propia forma de descubrir a Jesús”.

      Desde el principio, el “Día del Ayuno Voluntario” en favor de los pobres en España, ha tenido una gran repercusión entre las mujeres. Esto no significa que los hombres queden excluidos de este compromiso promovido por dicha acción. Pero sí es necesario detenernos sobre el hecho de que el 95% de los voluntarios de Manos Unidas son mujeres.

       Fue el Papa Juan Pablo II quien reflexionó sobre el “genio de la mujer”. Lo hizo con la profundidad de un intelectual muy erudito, de un antropólogo muy instruido. Conocía realmente a los seres humanos y su alma. Publicó su pensamiento en la Carta Apostólica Mulieris dignitatem (1988). Permítanme citarles únicamente una idea recogida en este documento tan importante. Habla de “La dignidad de la mujer y el orden del amor” (n. 29ss). Afirma que en la mujer “el orden del amor en el mundo creado de las personas halla un terreno para que prenda su primera raíz”. La mujer es quien reúne condiciones especiales puesto que su dignidad está definida por el orden del amor. Debido a su feminidad es esposa, amada por Dios como una esposa, y por esto recibe el amor para amar a los demás.

      Esto sirve – como escribe el Papa – no sólo para la relación esponsal que es típica del matrimonio, sino que muestra algo – según el Papa – “más universal, basado sobre el hecho mismo de ser mujer en el conjunto de las relaciones interpersonales...” (ibid.). Por tanto, el Papa considera que, en el mundo creado la mujer está más preparada para recibir amor y, por consiguiente, más preparada para donar amor. Por esto, Juan Pablo II, llega a una conclusión tan bella como comprometedora: “La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás” (n. 30).

      ¡Qué confirmación de vuestra vocación, estimadas señoras y señoritas; qué ánimo para invitar a las demás personas a colaborar en vuestra obra!

       Después de esta mirada panorámica a la ayuda caritativa, nace la cuestión de:

 

3- LA FUNCIÓN ESPECÍFICA DE LA IGLESIA

      Todos aquellos que realizan actividades caritativas tienen que ser nuevamente capturados por la verdad Bíblica que Dios es amor. Por consiguiente, el texto de la Encíclica papal es asimismo una especie de “espejo de la conciencia” para todos los cristianos empeñados en las obras de ayuda, una máxima para nuestra fe y nuestra vida. Sin duda alguna, para servir a nuestro prójimo es necesaria “la competencia profesional” (n. 31a), sobre todo cuando dicho servicio se lleva a cabo a través de instituciones. El Papa enfatiza que “quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada” (ibid.). Sin embargo, el servicio de la caridad en favor de nuestros hermanos y hermanas, tal y como aparece en la doctrina y en la tradición de la Iglesia, no se puede limitar a una perfección técnica. Se necesita el testimonio, y éste se sostiene únicamente a través de la fe; por lo tanto, es necesario mencionar otras enseñanzas que el Papa imparte a los agentes.

     He elegido tres temas: la Iglesia, la Diaconía y la Piedad.

a. La Iglesia

      Deseo empezar constatando el hecho de que todos nuestros esfuerzos, destinados a satisfacer las necesidades en la comunidad de los fieles, están arraigados en la Iglesia. Según el Papa, “La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario”. No obstante, la asistencia al pobre, responsabilidad que atañe a todos los miembros de la Iglesia y a sus asociaciones, la caridad, supera las fronteras de la Iglesia. En la parábola del buen Samaritano, la caridad “muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado « casualmente », quienquiera que sea” (n.25). La actividad caritativa de los fieles no es solamente algo individual o comunitario, sino que necesita, para ser más eficaz, de una organización diferenciada. Por esto el Santo Padre afirma que la Iglesia es, “el verdadero sujeto de las diversas organizaciones católicas que desempeñan un servicio de caridad” (n. 32). “Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él” (n. 33).

      Esto incluye la necesidad de que “el colaborador de toda organización caritativa católica quiere trabajar con la Iglesia […] con el fin de que el amor de Dios se difunda en el mundo”. La lucha contra la miseria nos lleva a ser testigos del Evangelio del amor. Asimismo, la actividad caritativa de la Iglesia es una garantía contra sus desviaciones e ideologizaciones. 

      Considerando todos los niveles de la Iglesia – desde el individuo, la parroquia como Iglesia particular, hasta la Iglesia Universal – no se puede poner en tela de juicio esta relación de fe, puesto que el agente encuentra la fuerza para su servicio, no en sí mismo, sino en Dios como fuente de amor. Entonces, admitiendo la lógica de la Encíclica “Dios es Amor”, ¿cómo puede una asociación eclesial de ayuda llevar a cabo determinados proyectos sin la autorización de los Obispos locales, llegando incluso a colaborar, en algunas ocasiones, con un gobierno anticristiano? ¿Cómo puede un cristiano realizar dicho servicio sin un vínculo con la Iglesia? Por desgracia, durante las visitas ad limina, algunos Obispos se quejan de dichas conductas.

       En 1976, durante el Congreso Mundial Eucarístico celebrado en Philadelfia (Estados Unidos), tuve la oportunidad de conocer a la Beata Teresa de Calcuta. Un reportero americano la estaba entrevistando junto al Cardenal Pignedoli del Vaticano, sometiendo a las acusaciones que muchos medios de comunicación vertían contra la Iglesia. El reportero acometió contra el Cardenal denunciando los escándalos que implicaban a católicos norteamericanos e italianos. “Seguramente,” continuó el periodista, “hay personas en la Iglesia que son muy apreciadas debido a su humanidad – como por ejemplo Madre Teresa. Pero, ¡es muy difícil atribuir sus buenas acciones a la Iglesia!”. Madre Teresa, que hasta el momento había permanecido sentada y en silencio, aprovechó la ocasión. “Aunque nadie me haya preguntado, me gustaría decir algo”, interrumpió. “No puedo aceptar que se disocie mi persona de la Iglesia. Yo pertenezco a la Iglesia; soy parte de ella. He recibido de ella mi misión. Es a través de la Iglesia que Dios me da la fuerza para realizar mi servicio”. La Encíclica del Papa formula, en términos teológicos, lo que Madre Teresa experimentó personalmente. 

b. La Diakonia

      Además de la incorporación social o canónica del agente a la Iglesia, junto con sus Pastores, la Encíclica Papal formula algunas necesidades espirituales que los grupos de ayuda deben cumplir, que son el resultado directo de una adecuada comprensión de la Iglesia. Los “colaboradores que desempeñan en la práctica el servicio de la caridad en la Iglesia”, dice el Papa, “no han de inspirarse en los esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse guiar por la fe que actúa por el amor”. A continuación, presenta el requisito esencial para su actuación: “… han de ser, pues, personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo” (n. 33). La cita de la Segunda Epístola a los Corintios nos sugiere el grado de dedicación, lo que el Papa define como el “criterio” que debe inspirar su actuación: “El amor de Cristo nos apremia” (5, 14) – un versículo citado a menudo. El mensaje del amor de Cristo, transmitido por el Apóstol de los Gentiles, es tan exigente que da miedo a aquellos que se dedican a la Caridad. Sin embargo, el Papa no pasa en silencio ante la pretensión paulina.

     Retomando este versículo, afirma: “La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás” (ibid.). 

      Dios, en Su Hijo Jesucristo, es la fuente última del verdadero humanismo. Esta afirmación no es simplemente una tesis apoyada por teólogos o eclesiásticos, a quienes gusta la discusión de temas actuales. Más bien, se trata de una verdad atestiguada en la historia de la redención. Es posible que también hoy día alguien pueda recibir, ocasionalmente, la gracia de experimentar en persona el efecto del Evangelio y la salvación, de cómo Dios entra en nuestra actividad caritativa. Sin lugar a dudas, algunos de ustedes pueden ser una de estas personas. Permítanme leerles un extracto de la carta escrita por un hermano, que es responsable en Perú de otra nueva comunidad eclesial. Un día, el sacerdote español José Luis del Palacio, que lleva veinticinco años en el Perú, me escribió relatándome una experiencia que tuvo en Lima. 

      Todo empezó con una catequesis del Camino Neocatecumenal en un gran suburbio llamado “Márquez”. Las drogas y la promiscuidad regían la vida de este “pueblo joven”. Fueron aproximadamente unas 100 personas las que aceptaron la invitación a participar en estos cursos de fe. Entre ellas, un grupo formado por jóvenes drogadictos, que estaban a las órdenes de una banda de homosexuales, los mismos que les proporcionaban la droga. A medida que transcurría la catequesis, estos jóvenes quedaron profundamente impresionados por el anuncio del amor de Dios y Su gran misericordia por los pecadores. Pero tenían un gran problema: todos ellos eran ciudadanos ilegales, sin documentación ni trabajo, y algunos poseían cargos judiciales pendientes. A pesar de esto, seguían viniendo a la parroquia.

      “Hicimos de todo”, continuó el Padre José Luis, “para facilitar su integración como ciudadanos. Un grupo de empresarios cristianos, confiando en las buenas intenciones de estos jóvenes, les ofreció trabajo como obreros en sus empresas. A la vez, estos mismos jóvenes empezaron – movidos por el Espíritu Santo – a rectificar su situación civil y legal. Sin embargo, al cabo de un mes tuvimos una mala experiencia: ninguno de estos jóvenes seguía trabajando. Y no porque les habían despedido. Fueron ellos mismos los que habían dejado de hacerlo.

       Al cabo de poco tiempo, hicimos otro intento con los mismos hombres: nuevos trabajos para todos… pero después de dos semanas, ocurrió lo mismo: no tenían la fuerza moral para madrugar e ir a trabajar… no eran capaces de relacionarse socialmente”. José Luis, el sacerdote responsable, intentó evaluar lo que había sucedido: “Nos dimos cuenta que el devolverles su dignidad, no es un cometido que esté al alcance del hombre; debemos esperar a que Dios haga una “nueva creación” y esto se realizaba a través de una fiel participación de los jóvenes en la catequesis del camino neocatecumenal. En la actualidad, transcurridos ya algunos años, estos mismos jóvenes, obtuvieron un trabajo, y muchos de ellos están casados con muchachas de la parroquia y están empezando a tener hijos. Han solucionado sus dificultades legales y son ciudadanos cristianos que, a su vez, animan a otros jóvenes a vivir la misma experiencia. ¿Quién es el artífice de todo esto? Nadie les impuso la ley, ni fueron tratados con moralismos. Simplemente fueron guiados y acompañados al encuentro con Jesucristo Resucitado, el vencedor del pecado y de la muerte. A través de la Palabra de Dios, de los sacramentos y de la vida en una pequeña comunidad, experimentando la misericordia y la paciencia hacia ellos, empezaron a descubrir su dignidad como personas – y, uno a uno, sin ayudas paternalistas ni equivocadas, abandonaron las drogas y el alcohol. Se buscaron un trabajo y se integraron en la sociedad.

       Hoy día, son un testimonio para las personas que viven en este “pueblo joven” y muchos otros empiezan a acercarse a la Iglesia. Cada año, más de cien personas vienen por primera vez a la parroquia a escuchar las Catequesis”.

      ¿Qué nos enseñan las experiencias de Rose en Uganda y del Padre José Luís en Perú? Que sin lugar a dudas, no es suficiente disponer de una asistencia social técnicamente perfecta. Precisamente en un mundo centrado en el poder terrenal y material, es necesario contar con un acercamiento de tipo humano lleno de sensibilidad y al mismo tiempo comunicar el amor de Dios. El Padre Celestial es, como en los milagros de Jesús, la salvación definitiva para el hombre.

      Este mensaje se encuentra en el corazón de la Encíclica Deus Caritas est. Al poco tiempo de su publicación, el Consejo Pontificio Cor Unum organizó una Conferencia en Roma, movido por el deseo de darla a conocer. Invitamos a Cardenales y a Obispos, así como a otros responsables del mundo caritativo eclesial representantes de diferentes culturas a nivel mundial. El Santo Padre nos recibió en una audiencia privada e hizo un maravilloso discurso (enero 2006), que lamentablemente no puedo leer por falta de tiempo.

      En él, el Papa Benedicto resumió el contenido de la Encíclica y la lógica de su tesis, de esa forma tan especial que le caracteriza: “La fe en Dios”, dijo, “no es una teoría que se puede seguir o abandonar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida”. “En una época en la que la hostilidad y la avidez son sumamente fuertes; en una época en la que asistimos al abuso de la religión hasta la apoteosis del odio, la sola racionalidad neutra no es capaz de protegernos. Necesitamos al Dios vivo, que nos ha amado hasta la muerte. Entonces, en esta Encíclica, los temas ‘Dios’, ‘Cristo’ y ‘Amor’ se funden como guía central de la fe cristiana …”

c. La Piedad

     La eficiencia de los agentes depende de su devoción personal a Dios. Por lo tanto, la piedad es el hilo conductor de la Encíclica Deus Caritas est. A nivel práctico, no podemos tratar aquí de manera exhaustiva la fe de los colaboradores. Además de la Eucaristía, tendríamos que hablar también del Sacramento de la Reconciliación y demás signos sacramentales. Nos limitaremos a mencionar el papel de la oración. De hecho, el Papa Benedicto destina dos números enteros a la oración (nn. 36-37), en su Encíclica relativamente breve.  

     Con su mirada puesta en el activismo, a menudo clamoroso, y el amenazante ateísmo de nuestra época, el Papa insiste en la necesidad de dedicar un tiempo a la oración a Dios. Su llamada, mira sobre todo a aquellos que están implicados en la asistencia al prójimo.

      No es siempre fácil soportar a nuestro prójimo en su dolor, en el sufrimiento injusto, en la crueldad de la guerra. A algunas personas, estos sufrimientos les llevan a rebelarse contra Dios. Según la corriente del ateísmo militante contemporáneo, representado por autores como Richard Dawkins, Daniel Dennett y otros, Dios se convierte en un adversario, deja de ser un tú que nos ama. Mientras preparaba esta conferencia, un autor católico concluía un artículo sobre el ateísmo como “nueva confesión”, con la pregunta: “¿Cómo puede Dios justificarse frente a todo el mal y el gran sufrimiento del mundo?” ¡Qué visión tan ciega!: el hombre ya no es el culpable del sufrimiento ajeno; ¡Qué arrogancia al no pedirle ayuda a Dios, sino colocarlo frente al propio juicio! El Papa enseña a estos “acusadores” de Dios: “Pero quien pretende luchar contra Dios”, continúa el Papa Benedicto, “apoyándose en el interés del hombre, ¿con quién podrá contar cuando la acción humana se declare impotente?” (n. 37).

 

4-   AMOR AL SEÑOR

      “Caritas Christi urget nos – El amor de Cristo nos apremia…” Esto escribe Pablo, el Apóstol de los gentiles, a la comunidad de Corinto ( 2 Co 5, 14).

      Analizando nuestra capacidad humana con una mirada autocrítica, podemos afirmar que, sin lugar a dudas, todos somos egoístas, buscamos siempre nuestro interés. La filantropía y la solidariedad proporcionan, evidentemente, aspectos valiosos, pero no nos guían y motivan cuando el amor nos cuesta sufrimiento y esfuerzo; cuando se apaga la compasión o nos crea antipatías. Por esto, los impulsos del humanismo no son suficientes para llegar a las raíces de la lucha contra la miseria. El cristiano sabe que, para poder donarse completamente al prójimo, necesita la Caridad, el amor que viene de Dios, es más, que es Dios; la Caridad hace la diferencia. En su Epístola a los Corintios, San Pablo presenta como ejemplo de dicho amor la muerte de Cristo para la redención de todos los hombres y mujeres – “Uno murió por todos” – y como consecuencia: “Todos por tanto murieron”. Dios es el Amor que se da sin reservas. Nadie que viva esta verdadera caridad cristiana puede seguir viviendo para sí mismo: cada cual debe vivir con y para Aquel que murió por todos. A través de la muerte de un hombre, todos están llamados a vivir para ese hombre.

    El Señor de la vida y de la muerte es la fuerza, la medida y el objetivo de toda entrega compasiva al prójimo. Dado que, al final, ¡Él no ha permanecido en la muerte! Por lo tanto, es posible para los que viven, que ya no vivan para sí “sino para aquel que murió y resucitó” (ibid.). 

      Por esta misma razón, San Pablo escribe – y ahora les leeré toda la frase de su Epístola, puesto que sólo hemos escuchado el principio: “Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó”.

      ¡Cristo ha Resucitado! Ha vencido la muerte por nosotros. Todos los hombres y mujeres pueden participar de Su victoria sobre la muerte, ya que la fe nos concede la vida eterna. Y la fe nace de la predicación. No hay mayor amor que el que se da al prójimo; no existe mayor amor que liberar al hombre de la muerte a través del don de la vida eterna.

      En la transformación de la fe al amor, descubrimos la fuente esencial para la vida cristiana y la Caritas. San Pablo lo expresó así al final de su Primera Epístola a los Corintios: “El que no ame al Señor, ¡sea anatema!” (16, 22). El Apóstol excluye de la comunidad quien no desee amar como Dios nos ha amado en Cristo. Así es como la Iglesia lo interpreta.

      Aquel que no se cree capaz de cumplir esto, quizás desafortunadamente, ya ha dado la espalda a la comunidad. “El que no ame al Señor, debe marcharse”, afirma San Pablo. No dice: “Aquel que no considera interesante a Jesús de Nazaret, la persona más fascinante de la historia”; “Aquel que no le considera un gran humanista”. Tampoco dice: “El que no siente la llamada de la Iglesia” o “El que no ama a su hermano”. Únicamente dice: “El que no ame al Señor”. Y la razón que alega, se encuentra en el Señor mismo, del que dijo San Pablo: “El Señor, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). Por esto, el Apóstol Pablo no cree que Jesús sea uno de los cientos de miles que han muerto crucificados: es el que me amó y se entregó a sí mismo por mí” Éste es el centro. Todo lo demás, nace de este centro: amor al Padre, que envía al Hijo; el amor a los hermanos y hermanas y a todos los hombres y mujeres – la demostración de la sinceridad del amor a nuestro prójimo.

      Muchas gracias.      

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