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La Curia Romana  
 

 

 
 
 

Cardenal Marc Ouellet                                 
Presidente,                                            
Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina 
                                           

Palabras de inauguración de la Jornada “La comunión de la Iglesia: memoria y esperanza por Haití” ( a los cinco años del terremoto)

(Ciudad del Vaticano, 10 de enero de 2015)


El Santo Padre Francisco lleva siempre en su corazón los sufrimientos y las esperanzas del pueblo de Haití. No ha olvidado, ni quiere que se olvide, el terrible terremoto que el 12 de enero causó en ese querido país un número impresionante de muertes y heridos, millares de huérfanos y discapacitados, una multitud de personas sin hogar, marginadas, desplazadas, migrantes y refugiadas. Sabemos que provocó también la destrucción o el daño grave de muchos edificios y casas en varias ciudades y, entre esos muchos edificios, también templos y edificios eclesiásticos. ¿Cómo se puede olvidar esa tremenda calamidad que se desató contra una población ya muy sufrida por las condiciones de pobreza extrema, por la brecha entre los pocos ricos y los muchos pobres, por las situaciones de grave inestabilidad política y de desestabilización de las frágiles instituciones, escalada de inseguridad y violencias? Su resultado ha sido una situación dramática en la que los sufrimientos e incluso la desesperación aparecían a los ojos de los Obispos haitianos como “insostenibles”. En el mensaje de Navidad de la Conferencia Episcopal de Haití, del 2 diciembre 2014 se denuncia incluso “una situación catastrófica” del país.

A los cinco años de aquel terremoto, el papa Francisco ha querido dar testimonio bien elocuente de la solicitud apostólica de la Santa Sede, que abraza con amor preferencial a los más pobres y que se manifiesta en la comunión profunda y cercana con la Iglesia haitiana, con su episcopado en primer lugar, y en la solidaridad con su pueblo. Por eso, el Consejo Pontificio COR UNUM y la Comisión Pontificia para América Latina han decidido organizar esta Jornada de comunión y solidaridad, invitando a muchas instituciones especialmente involucradas e interesadas. Esta solicitud apostólica tendrá su momento culminante en la Audiencia concedida por el Santo Padre Francisco y en sus palabras que compartiremos en la segunda parte de esta mañana y se expresará también en la Concelebración Eucarística presidida por el Secretario de Estado, Su Eminencia el Cardenal Pietro Parolin, como conclusión de la jornada.

Agradezco de todo corazón a todos los que han aceptado la invitación cursada, sumándose a este gesto de alta significación y de renovado compromiso. Lo hago, en primer lugar, a los Superiores y delegados de diversos dicasterios de la Curia Romana que han querido hacerse presente.

No se han olvidado de los sufrimientos y esperanzas del pueblo haitiano diversas Conferencias Episcopales nacionales muy directamente involucradas en la solidaridad inmediata después del terremoto y proseguida luego en pos de la reconstrucción. No nos era posible invitar a todas las Conferencias Episcopales pero sí tenemos entre nosotros a representantes de Conferencias Episcopales que han estado en primera fila, atentas también a la convocatoria que el papa Benedicto XVI hiciera para suscitar una gran corriente de solidaridad eclesial. Agradecemos, pues, a los representantes de las Conferencias Episcopales de Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, España y Polonia, de Brasil y República Dominicana, por su presencia en esta Jornada.

Por supuesto, que esta Jornada no hubiera sido posible sin la presencia fundamental de Obispos de Haití, sin que ella fuera preparada en diálogo con los Obispos de este país, gracias a la visita que Su Eminencia el Cardenal Robert Sarah, entonces en su calidad de Presidente de COR UNUM, realizó a Haití en noviembre del año pasado. A ellos hacemos referencia fundamental cuando renovamos nuestro compromiso cristiano y eclesial de solidaridad con el pueblo haitiano. Saludo a Su Eminencia el Sr. Card. Chibly Langlois, a los Obispos que lo acompañan y a toda la delegación que viene de Haití.

Compañía cercana y solidaria ante las necesidades del pueblo haitiano ha sido la de diversas Congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, que comparten sus sufrimientos y se empeñan en todo tipo de asistencia y reconstrucción. De allí que tengamos también presentes entre nosotros a Superiores de estas Congregaciones o sus directos delegados. Me permito citar, entre otros, a los Franciscanos Capuchinos, Dominicos, Salesianos, Montfortianos, Lazaristas, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Misioneros Claretianos, Clérigos de San Viator, Congregación del Inmaculado Corazón de María, Misioneros del Sagrado Corazón, Hermanas de S. Camilo, Mercedarias, Sociedad del Sagrado Corazón, Hijas de María Auxiliadora, Filles de Marie Paridaens, Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús, Hijas de la Sabiduría.

No se han olvidado tampoco de Haití las numerosas agencias católicas de ayuda, asistencia y cooperación que, con especial generosidad y solidaridad, se sintieron interpeladas por las dimensiones de aquella catástrofe y que han ido promoviendo y sosteniendo muy variadas obras ante las diversas urgencias y necesidades del pueblo y de su Iglesia. Entre muchas otras, tenemos entre nosotros a representantes del Catholic Relief Service, de las Caritas de Alemania, Italia, España, de la Caritas Internationalis, de la Orden de los Caballeros de Malta y de los Caballeros de Colón –a quienes aprovecho para agradecer la ayuda concreta que prestaron para el sostén de esta Jornada-, de Adveniat, Kirche in Not, Manos Unidas, del Comité Catholique contre la faim et pour le Developpement, de la Délégation Catholique de Cooperation de la Conferencia Episcopal Francesa, Fundación AVSI, Kellogg Institute, Koch Foundation, Caritas in Veritate Internacional, Catholic Health Association. Espero no haber olvidado alguno de los participantes.

Esa corriente de solidaridad eclesial, a través de muy diversas instituciones y circuitos, ha sido parte de una mucho más amplia a nivel mundial, que ha implicado a gobiernos e instituciones civiles de muchos países, así como de instituciones y agencias internacionales. Por eso, agradecemos también la presencia de los Señores Embajadores de numerosos países acreditados ante la Santa Sede, ciertamente interesados en el evento que estamos inaugurando.

Contamos, en fin, con la presencia de algunas otras personas interesadas, a diversos títulos, por el bien el pueblo haitiano y, en especial, con representantes de medios de prensa que tanto bien pueden hacer para sensibilizar a la opinión pública mundial y dar resonancia a las necesidades de Haití.

Esta Jornada es de memoria sufrida por el terremoto y sus secuelas, pero es, a la vez, una mirada de esperanza para tener en cuenta y valorizar todo lo que se está haciendo, incluso en los mínimos gestos, en pos de la reconstrucción material y espiritual del país. Es una mirada esperanzada de aliento al pueblo haitiano que sabe ponerse de pie y afrontar con nobleza, dignidad y coraje, con inquebrantable fe en Dios, su vida y su destino. “Es tiempo de comprender –afirman los Obispos haitianos en su Mensaje de Navidad 2014- que la ayuda internacional o todo apoyo del extranjero no puede reemplazar la conciencia ciudadana, elemento indispensable para la supervivencia y el sauvetage nacional”. Toda auténtica reconstrucción comienza y recomienza por las personas, por la toma de conciencia de su dignidad y responsabilidad, por sus afectos familiares, por su solidaridad con los más necesitados, por su conciencia de formar parte solidaria de un pueblo, por la revitalización de su tradición católica como respuesta a sus anhelos de amor y verdad, justicia y felicidad. Tienen mucha razón los Obispos de Haití cuando urgen un camino de conversión que conduzca a un verdadero cambio en la relación con Dios, en la convivencia nacional, en el ejercicio de la política como forma alta de la caridad y en el educar y promover actitudes de respeto, escucha, confianza y acuerdo para resolver los conflictos y encaminarse hacia un futuro mejor.

Nuestra Jornada es también gesto de renovado compromiso para seguir relanzando y alimentando una vasta, generosa y creativa corriente de solidaridad internacional, para continuar promoviendo – como lo pedían los Obispos de Haití hace un año – un apoyo internacional “real, sincero y coordinado”. Es al mismo tiempo una jornada de reflexión y proyección para profundizar en los criterios y prioridades que han de guiar dicha solidaridad.

Pongamos, pues, todas nuestras intenciones en el corazón de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, patrona de Haití, para que su pueblo experimente a fondo su maternidad protectora y consoladora y confíe en su poderosa intercesión ante su Hijo para que la gracia de Dios misericordioso, por efusión del Espírito Santo, mantenga muy vivas razones de esperanza y fraternidad.

 

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