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PALABRAS DEL CARDENAL PAUL POUPARD
AL COMIENZO DEL ENCUENTRO ORGANIZADO PARA CONSOLIDAR LOS VÍNCULOS DE AMISTAD Y SOLIDARIDAD ENTRE LA SANTA SEDE Y LAS COMUNIDADES MUSULMANES DEL MUNDO

Sala de los Suizos del palacio apostólico de Castelgandolfo
Lunes 25 de septiembre de 2006

 

Santísimo Padre:

En nombre de todos los participantes en este encuentro, tengo el honor y el privilegio de expresarle nuestra profunda gratitud por estos instantes privilegiados que nos concede compartir con Su Santidad, en un momento especialmente significativo.

Los representantes altamente cualificados de las naciones aquí reunidos, juntamente con los miembros de la Consulta islámica en Italia y los representantes del Centro islámico cultural de Italia, atestiguan con su presencia la actualidad singular del mensaje que, desde el inicio de su pontificado, dirigió usted a los representantes de las comunidades musulmanas en Colonia «en estos días particularmente difíciles de la historia de nuestro tiempo»: «Tenemos un gran campo de acción en el que hemos de sentirnos unidos al servicio de los valores fundamentales» (Discurso del 20 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 9), con respeto  mutuo y comprensión recíproca.

Y añadía con una convicción comunicativa: «Juntos, cristianos y musulmanes, hemos de afrontar los numerosos desafíos que nuestro tiempo nos plantea. No hay espacio para la apatía y el desinterés, y menos aún para la parcialidad y el sectarismo. (...) El diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporal. En efecto, es  una necesidad vital de la cual depende en gran parte nuestro futuro» (ib.).

Por su parte, el Consejo pontificio para la cultura y el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, que usted me ha encomendado presidir, se dedican a ello, conjugando sus esfuerzos con todos los hombres de buena voluntad, de los que esta mañana recibe usted una expresión significativa.

«Res nostra agitur», decían los antiguos romanos. Y los romanos de hoy lo han reafirmado durante estos días en el Capitolio, la casa común de esta milenaria ciudad de encuentros. Tenemos juntos un pasado que asumir, y un futuro que asegurar, compartiendo, en nuestras referencias respectivas a Abraham, nuestra fe en el Dios único y nuestro respeto al hombre creado a su imagen y semejanza.

Recogiendo la fecunda herencia de su predecesor el Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, mensajero de Dios y peregrino de paz a través de las naciones, usted nos ha llamado a todos, en el alba de un nuevo milenio, a actuar con una nueva simbiosis de la fe y de la razón en el diálogo confiado y sereno de las religiones y de las culturas que llevan en sí mismas, en el corazón mismo de sus diferencias, el testimonio de la apertura específica del hombre al mayor de los misterios, el misterio de Dios.

Santísimo Padre, nos alegra testimoniar con este encuentro que su mensaje de amor y de paz ha sido escuchado; y pedimos al Dios misericordioso y lleno de compasión que nos ayude a ponerlo en práctica, respetando nuestras diferencias.

 

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