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PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL 
DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES

ORIENTACIONES PARA LA PASTORAL DEL TURISMO 

  

Introducción (nn. 1-2) 

I. La realidad del turismo actual (nn. 3-17) 

1) Turismo y tiempo libre (nn. 4-5) 
2) Turismo y persona
(nn. 6-10)  
3) Turismo y sociedad
(nn. 11-13) 
4) Turismo y teología
(nn. 14-17)   

II. Objetivos pastorales (nn.18-30) 

1) Acogida (nn. 19-21) 
2) Vivir cristianamente el turismo
(nn. 22-19) 
3) Colaboración entre la Iglesia y la sociedad
(n. 30)   

III. Estructuras pastorales (nn.31-35) 

1) El Pontificio Consejo de la Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes (n. 32) 
2) Las Conferencias Episcopales
(n. 33) 
3) Las Diócesis
(n. 34) 
4) Las Parroquias
(n. 35)   

Conclusión (n. 36) 


  Introducción   

1. Con el Directorio Peregrinans in terra[1], la Iglesia volvió, en 1969, su atención pastoral al fenómeno turístico. En unos momentos en que el turismo se ofrecía como plataforma de muchas posibilidades para el progreso de las personas y de los pueblos. Ya en aquellos momentos, sin embargo, la Iglesia se mostraba igualmente vigilante frente a todos los peligros que podían derivarse de una práctica del turismo que no tuviera suficientemente en cuenta los valores morales.  

Desde entonces el turismo ha experimentado una fuerte evolución, interesando a millones de personas y convirtiéndose en muchos aspectos en uno de los principales motores de la actividad económica. Esta expansión de la actividad turística ha beneficiado a muchas personas y a países enteros, pero a la vez se ha revelado con frecuencia fuente de degradación de la naturaleza y de las mismas personas. El esfuerzo pastoral de la Iglesia ha venido acompañando esta evolución. Siguiendo las indicaciones del Directorio Peregrinans in terra y las otras intervenciones del Santo Padre, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos se han empeñado en un trabajo pastoral creativo y perseverante para impregnar de sentido cristiano esta dimensión de la vida humana.  

Durante estos decenios muchos cristianos han alcanzado una visión más completa del turismo, descubriendo sus aspectos positivos y negativos. Para muchas comunidades cristianas el fenómeno del turismo ha dejado de ser una realidad marginal o una perturbación de la vida ordinaria, para convertirse en un momento de evangelización y de comunión eclesial. El turismo podría convertirse en “artífice de diálogo entre las civilizaciones y las culturas para construir una civilización del amor y de la paz”[2]. Las Diócesis y las Conferencias Episcopales, por su parte, han ido dotándose de estructuras pastorales adecuadas, según las circunstancias de cada lugar. 

El presente documento, que desea recoger todas las reflexiones y las válidas recomendaciones del Peregrinans in terra, así como las experiencias de las diversas Iglesias locales, se propone ofrecer una reflexión y unos criterios pastorales sobre el turismo, en respuesta a las nuevas circunstancias.   

2.El turismo actual es un hecho social y económico de múltiples dimensiones y que puede implicar a las personas de muy diferentes maneras. Los desplazamientos turísticos, internacionales o al interior del propio país, se cuentan por miles de millones cada año. Otros millones de personas participan en el turismo como trabajadores, como promotores y agentes, como participantes en actividades auxiliares o simplemente como residentes en un lugar que es destino turístico. La pastoral del turismo se dirige a las personas de todos estos sectores 

Los destinatarios de este documento son los Obispos, que al frente de sus Iglesias animan y dirigen toda la acción pastoral. Se dirige también a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas; interpela directamente a los laicos, llamados a ejercer una acción evangelizadora en este campo específico de la realidad social y secular 

A todos mencionados, a cada uno según su cometido propio, corresponde impregnar el turismo de los valores humanos y que proclama el Evangelio de Jesucristo. 

  

I. La realidad del turismo actual   

3. La innata disposición del hombre a desplazarse se ha visto impulsada por el acelerado desarrollo de los medios de comunicación, así como por una mayor libertad de movimiento entre los países y de una mayor homogeneización legal y social. En el pasado fueron las condiciones naturales o sociales adversas las que impulsaron y obligaron a grupos más o menos numerosos de personas a cambiar su lugar de asentamiento. Nunca faltaron, sin embargo, viajeros que se pusieron en camino con el deseo de conocer otros pueblos, establecer relaciones con otras culturas o adquirir una visión más global de la realidad. Éstos representan en germen lo que el hombre moderno ha ido buscando a través del viaje de formación, primero, y del turismo actual.  

En el mundo plural de la movilidad, el turismo adquiere su definición específica como actividad que se desarrolla durante el tiempo libre. Convencionalmente se considera viaje turístico el desplazamiento fuera del lugar habitual de residencia por un periodo superior a las veinticuatro horas e inferior al año, siempre que no sea con la finalidad de ejercer ahí una actividad remunerada. En otras circunstancias la motivación del viaje se hace igualmente compatible con la práctica de actividades típicamente turísticas. Es el caso de los desplazamientos por motivos comerciales, de los trabajadores encuadrados en empresas internacionales, de los participantes en congresos y actividades de formación, de los deportistas y trabajadores del mundo del espectáculo. De esta forma, la práctica del turismo se ha abierto a un amplio abanico de motivaciones y ha adquirido una multiplicidad de modalidades. La referencia al tiempo libre, a su sentido en vistas a la realización humana, se mantiene como criterio para la valoración de la práctica del turismo.   

4. El fenómeno turístico llama la atención ante todo por las dimensiones que ha alcanzado y las perspectivas de su expansión. A mediados del siglo XX, punto de arranque del acceso generalizado al turismo en los países industrializados, había unos 25 millones de turistas internacionales. Desde entonces se ha pasado a los 698 millones en 2000. Un crecimiento aún mayor se ha registrado en el turismo al interior del territorio nacional de los diversos países. Para 2020, en fin, son previstos unos 1.600 millones de llegadas internacionales por motivos turísticos[3]. La industria turística se ha convertido en una de las primeras fuerzas económicas en todo el mundo, ocupando el primer puesto en algunos países. 

Este aspecto dinámico y expansivo del turismo se ha visto acompañado de una fuerza innovadora y creadora, con la que las ofertas intentan adecuarse cada vez más a las necesidades y a los deseos de las personas. Hoy el turismo presenta una gran variedad de formas y constituye una realidad plural y en continuo cambio. 

Al mismo tiempo, sin embargo, es preciso reconocer que la actividad turística viene presentando aspectos negativos. Las personas que la promueven o que disfrutan de ella, con frecuencia la utilizan como medio para sus propósitos ilícitos, como instrumento de injusta explotación, como ocasión para la agresión a las personas, a las culturas o a la naturaleza. Todo ello no debe extrañarnos, ya que el turismo, en definitiva, no es una realidad aislada, sino que, como parte integrante de nuestra civilización, reproduce su dinámica en lo positivo y en lo negativo. 

Para diseñar y fundar una correcta Pastoral del Turismo, es preciso tomar conciencia de la realidad del fenómeno de la forma más completa posible. En este documento no se pretende, ni es posible, ofrecer semejante análisis, sin embargo parece imprescindible llamar la atención sobre algunos aspectos de primera importancia. En este sentido, hay cuatro puntos que merecen ser subrayados: la naturaleza del tiempo libre y su papel en la vida de los hombres y de las mujeres de hoy; la relevancia del turismo para la persona; la incidencia del turismo en el conjunto de la sociedad; la reflexión sobre el turismo guiada por la Palabra de Dios. 

  

1. Turismo y tiempo libre 

5. Trabajo y descanso constituyen el ritmo natural de la vida del hombre. Uno y otro son necesarios para que la vida de la persona se desarrolle en todos sus aspectos esenciales, porque ambos son espacios para su creatividad. 

En la historia de la humanidad, el trabajo ha sido vivido siempre como necesidad dolorosa y, con frecuencia, sometido a condiciones penosas y aun violentas. El proceso para mejorar estas condiciones ha sido largo, acelerado ciertamente en los tiempos modernos, pero sin que sus logros hayan llegado aún a la mayor parte de la humanidad. En todo caso, a raíz de los más recientes avances tecnológicos, han cambiado no sólo las condiciones del trabajo, sino su misma naturaleza, acarreando cambios sustanciales en la vida de las personas. Uno de los más significativos es precisamente la mayor disposición de tiempo libre. 

Han contribuido también a incrementar el tiempo libre, las vacaciones retribuidas y la práctica de los fines de semana. Por otra parte, en la vida de las personas el tiempo libre ocupa hoy un espacio muy relevante durante el periodo de la juventud y al final de la actividad laboral, periodos que se han prolongado considerablemente.  

Con todo, hay que reiterar una vez más, que no se trata de algo accesible a todos y que en el mundo son muchos millones las personas que, incluso en los países más desarrollados, no disponen de tiempo libre, o no disponen de los medios económicos y culturales para vivirlo en todas sus posibilidades.   

6. Debemos constatar, además, que esta mayor disponibilidad de tiempo libre no parece, a pesar de todo, suficiente para responder a las ofertas que la sociedad propone en cuanto a actividades formativas, sociales o aquellas finalizadas al descanso y al bienestar; o para hacer frente a un cúmulo de información siempre mayor y a menudo imprescindible para asegurar a la persona una plena integración y participación en la sociedad. El desajuste entre el tiempo efectivamente disponible y el deseado es una situación que las personas a menudo viven con angustia y con grave daño para sus relaciones familiares y sociales.  

Sin duda, el trabajo permanece como base para la integración y participación del hombre en la sociedad, como fundamento de la vida familiar[4], como realización, en fin, de aquella “verdad fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador”[5]. Pero, junto al trabajo, el tiempo libre aparece, cada vez más, como posibilidad de realización personal y como espacio de creatividad, y en consecuencia, como un derecho que coadyuva a la plena dignidad de la persona. 

Ante esta consideración del tiempo libre, no debería perderse aquella concepción del descanso, que se pone como exigencia de la naturaleza humana y que representa en sí mismo un valor irrenunciable. En efecto, el sentido del descanso no radica sólo en la necesaria recuperación de la fatiga del trabajo. Su verdadero sentido se alcanza cuando en el descanso el hombre dedica a Dios su tiempo, reconociéndole como Señor y Santificador, y cuando se entrega generosamente al servicio de los demás, especialmente de la familia. Bajo el concepto del tiempo libre, en cambio, se acentúa la autonomía de la persona y su esfuerzo de autorrealización, dimensiones que sólo pueden alcanzar su plenitud en la fidelidad a Dios Creador y Salvador. 

Los medios disponibles para la vivencia de un tiempo libre verdaderamente creativo son numerosos. Desde recursos que ayudan al descanso, a aquellos que contribuyen a la recuperación física o a los que perfeccionan habilidades personales. En unos casos interesan a la persona en su dimensión individual, mientras en otros acentúan su carácter social. Algunos, a su vez, se hacen casi permanentes, mientras otros se suceden de manera más esporádica. De este modo, la lectura, las manifestaciones culturales y festivas, el deporte o el turismo han entrado a formar parte de la vida de cada día como expresión misma del tiempo libre. Quienes tienen la posibilidad de disfrutar de tiempo libre deberán esforzarse en descubrir toda su dimensión humana y en gestionarlo de forma responsable, empeñándose para que, cuanto antes, todos los hombres puedan gozar plenamente de este derecho fundamental. 

  

2. Turismo y persona 

7. El descanso sigue siendo una motivación importante para que las personas se procuren un tiempo libre y es asimismo el motivo más frecuente del turismo. El viaje y la permanencia más o menos prolongada en un lugar diferente a la residencia habitual, predisponen a la persona para un alejamiento del trabajo y de las otras obligaciones que nacen de su responsabilidad social. El descanso se conforma, de este modo, como un paréntesis de la vida ordinaria.  

Existe el peligro que el reposo sea considerado como un simplemente no hacer nada. Semejante concepción no se corresponde a la realidad antropológica del descanso. En efecto, el descanso consiste principalmente en la recuperación de un equilibrio personal pleno, que las condiciones de la vida ordinaria tienden a destruir. Para alcanzar este equilibrio personal no basta una mera interrupción de toda actividad, sino que deben procurarse unas condiciones determinadas para recuperar el equilibrio. 

El turismo se halla en grado de facilitar estas condiciones no sólo porque conlleva un alejamiento de la residencia y del ambiente habitual, sino porque, a través de múltiples actividades, hace posibles nuevas experiencias que refuerzan la comprensión armónica e integral de la persona. De tales condiciones destaca el contacto renovado con la naturaleza, el conocimiento más directo de la cultura y del arte, la relación enriquecedora con otras personas.  

8. La actividad turística guarda una relación muy estrecha con la naturaleza. Inmerso en una vida cotidiana dominada por la técnica, el turista desea tomar contacto directo con la naturaleza, gozar de los paisajes, conocer el hábitat de animales y de plantas, explorarlo, sometiéndose incluso al esfuerzo y al riesgo.  

Una saludable mayor conciencia ecológica está transformando la relación del hombre con la naturaleza. A ejemplo de San Francisco de Asís[6], el hombre debe acostumbrarse a ver en cada cosa un hermano y una hermana que le remite al Creador, y exclamar: “Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas”[7]

No sólo una percepción más justa de la limitación de los recursos y de la destrucción que ocasionan muchas actividades humanas, sino también un mayor conocimiento de los equilibrios y un mayor aprecio de la diversidad natural, están imponiendo un código de conducta que el turismo debe hacer suyo casi como condición de su supervivencia. Además, su especial relación precisamente con aquellos ambientes que se han revelado más sensibles ecológicamente –  islas, costas, montañas, selvas – impone al turismo una responsabilidad específica que debe ser asumida por promotores, operadores, turistas y comunidades receptoras conjuntamente. 

En este sentido han surgido nuevas propuestas de turismo y nuevos hábitos que por su carácter formativo y humanizador es preciso alentar. El conocimiento directo de la naturaleza a través de los viajes de observación, el ejercicio del respeto de su equilibrio a través de un turismo más austero, el contacto más personalizado hecho posible por un turismo de grupos más reducidos, como el favorecido, por ejemplo, mediante el turismo rural, van a modificar de manera beneficiosa los hábitos diarios de la persona, permanentemente solicitada por el consumismo.    

9. El interés por la cultura de los otros pueblos determina muchas veces el viaje del turista. El turismo ofrece la posibilidad del conocimiento directo, del diálogo cultural sin intermediarios, que permite, al visitante y al huésped, descubrir sus respectivas riquezas. Este diálogo cultural, que fomenta la paz y la solidaridad, constituye uno de los bienes más preciados que derivan del turismo. 

En la preparación de su viaje, el turista se dispondrá a este encuentro, procurándose la información verídica y suficiente que le abra a la comprensión y al aprecio del país que va a visitar. A la información sobre el patrimonio artístico o la historia, se añadirá el conocimiento de los hábitos, de la religión, de la situación social en que vive la comunidad que le va a recibir. De esta forma, el diálogo cultural será sustentado por el respeto a las personas, constituirá un lugar vivo de encuentro y evitará el peligro de convertir la cultura ajena en simple objeto de curiosidad. 

La comunidad local, por su parte, presentará al turista su patrimonio artístico y su cultura con una clara conciencia de su propia identidad y dispuesta a la interacción que todo diálogo auténtico genera. La invitación que se hace al turista para que conozca la cultura, conlleva el propio compromiso de vivirla profundamente y protegerla celosamente. La rápida homogeneización cultural y de formas de vida que se da en todo el mundo, se hace con frecuencia contra la igual dignidad que debe reconocerse a las diversas culturas. El turismo no debería ser un instrumento de disolución o destrucción, alentando en las comunidades locales la simple imitación de lo extraño y el olvido de lo propio, poniendo en peligro los valores que le son propios, por ilegítimos sentimientos de inferioridad o por intereses económicos. Para ello, al igual que es exigible del turista que se haya procurado una información previa a su viaje, es igualmente necesario que la comunidad local presente al turista su patrimonio cultural con toda autenticidad, de forma asequible, con informaciones y guías competentes, con amplias posibilidades de participación activa.  

Un diálogo auténtico contribuirá, entre otras cosas, a la conservación y valorización del patrimonio artístico y cultural de los pueblos, aportando incluso una generosa contribución económica.   

10. En el mundo plural del turismo se dan algunas circunstancias que por sí mismas adquieren un significado peculiar y revelan algunos de sus valores más humanos. 

Es el caso, por ejemplo, de los fines de semana como oportunidad para los breves desplazamientos, en su mayoría en un ámbito geográfico próximo, y que contribuyen poderosamente al desarrollo del turismo interior. Esta clase de turismo constituye la experiencia más accesible y más frecuente, y ofrece la posibilidad de descubrir las propias raíces culturales y espirituales. Lo mismo sucede con los desplazamientos con motivo de celebraciones locales, que contribuyen de modo especial a reunir las familias y a reforzar la comunidad entre las personas. 

La práctica del turismo por parte de grupos de una misma edad ha adquirido también una relevancia muy notable. Es el caso del turismo de los jóvenes, en buena parte realizados en el ámbito de la actividad formativa. Estos viajes contribuyen al aprendizaje de la vida en grupo y al descubrimiento de las culturas de otros pueblos, en unos momentos especialmente importantes en la vida de la persona. En otras ocasiones la meta es la participación en manifestaciones deportivas, en festivales u otros mega-eventos. Las manifestaciones de violencia, que algunas veces acompañan estas concentraciones, deberían invitar a los jóvenes al ejercicio de una especial responsabilidad en el respeto y la convivencia. 

Las personas mayores, por su parte, tienen numerosas oportunidades de practicar el turismo, gracias a las condiciones sociales, que permiten un largo período de actividad después de concluida la ocupación laboral. Para ellos el turismo ofrece la oportunidad de acceder a conocimientos y experiencias que no les fueron posibles en otras épocas de su vida. Para las personas mayores el turismo, convenientemente configurado, puede ser ante todo un medio que refuerce la conciencia de su lugar en la sociedad, estimule su creatividad y dilate el horizonte de su vida. 

De modo semejante, por parte de la oferta turística se vienen presentando siempre nuevos alicientes que atraen a millones de personas y resaltan aspectos específicos del turismo. Entre ellos cabe mencionar los “parques temáticos”, los festivales, las manifestaciones deportivas, las exposiciones nacionales y universales, o celebraciones particulares, como la designación de una ciudad como capital cultural o sede de una jornada mundial.   

  

3. Turismo y sociedad 

12. Por las dimensiones que ha alcanzado, la actividad turística se ha convertido en una de las principales fuentes de ocupación laboral, tanto por el empleo directo o indirecto, como por las actividades complementarias que genera. Para muchos países es éste uno de los más fuertes atractivos del desarrollo turístico, aunque en no pocas ocasiones se carece de una adecuada visión de las condiciones laborales propias de esta actividad. Para salvaguardar la dignidad de las personas que trabajan en el turismo, además del respeto a los derechos de los trabajadores reconocidos por la comunidad internacional, será preciso tomar en consideración aspectos específicos que exigen medidas particulares. 

De estos rasgos específicos, el primero que cabe mencionar es el de la estacionalidad. La actividad turística, en general, se produce según los períodos estacionales y se concentra en fechas determinadas del año. Esto ocasiona una oferta laboral fluctuante, que sitúa el trabajador en la inseguridad y la precariedad. A ello se une por regla general la intensidad del trabajo, con horarios poco habituales, el alejamiento temporal de su hogar, con la consecuente disgregación de la vida familiar y social, y una seria dificultad para la práctica religiosa. En esta situación, es necesario no sólo la adopción y el cumplimiento riguroso de leyes que fomenten la previsión y regulen las condiciones de trabajo, sino también la adopción de medidas que garanticen la necesaria convivencia familiar y la participación del trabajador en la vida social y religiosa[8]

Un segundo aspecto importante se refiere a la formación. Si resulta del todo evidente que el éxito de la actividad turística exige una alta preparación de los agentes y operadores, no debería ser menos exigible la adecuada formación de todo el personal laboral. En ambos casos hay que tener en cuenta que la actividad turística reclama una preparación específica, que no atañe tanto al aspecto técnico del trabajo a desarrollar, sino al ambiente en que se desarrolla, es decir el de las relaciones humanas. En la actividad turística resulta más evidente que "la actividad humana así como procede del hombre, así también se ordena al hombre"[9]. Toda ella está al servicio de las personas, se concibe como oferta de medios para que puedan ver cumplidos los objetivos que se propusieron para su tiempo libre.  

Parecidas consideraciones son también válidas por lo que se refiere a otras actividades relacionadas con el turismo, como las pequeñas actividades comerciales, los medios de transporte, las agencias turísticas y similares, donde no son raros los casos en que se intenta sacar del turismo un beneficio rápido y excesivo.   

12. Durante las últimas décadas el turismo internacional ha representado para muchos países un factor determinante de su desarrollo y previsiblemente lo seguirá siendo por mucho tiempo. Su influencia se extiende no sólo a la actividad económica, sino también a la vida cultural, social y religiosa de toda la sociedad. Ahora bien, esta incidencia del turismo no siempre ha cosechado resultados positivos para el desarrollo global de la sociedad[10]. Este hecho ha puesto de manifiesto algunas condiciones que deben ser necesariamente respetadas a fin de salvaguardar los derechos de las personas y el equilibrio del medio ambiente. Estas exigencias son recogidas en las propuestas de un turismo que se adecue a los principios de un “desarrollo durable”, algunos de cuyos puntos merecen ser subrayados. 

La condición básica que se impone a la actividad turística es el principio de corresponsabilidad, por el que los operadores turísticos, las autoridades políticas y la comunidad local deben participar conjuntamente en su planificación y en la disposición de beneficios. El ejercicio de este principio debe ser adecuadamente regulado por las autoridades públicas en el marco de los principios internacionales, que rigen la cooperación entre los países, y en el cumplimiento de su deber institucional de atender al desarrollo global del país.  

La actividad turística debe armonizarse en todo lo posible con la economía del conjunto del país en cuanto a infraestructuras y servicios, especialmente por lo que hace a las comunicaciones y la utilización de recursos. Se produce una grave injusticia cuando se dan enclaves turísticos dotados de servicios de los que carece habitualmente la comunidad local. Semejantes casos son especialmente condenables cuando se trata de medios necesarios para una subsistencia digna, como es el agua, o para la salud. 

La aportación del turismo al desarrollo económico del país implica también la utilización de recursos derivados de actividades tradicionales, como la agricultura y la pesca, o artesanales. Interesa, igualmente, a la transferencia de conocimientos a través de la formación de cuadros y de trabajadores. La utilización de recursos derivados de la producción local, por otra parte, deberá ser compatible con el mantenimiento de su carácter tradicional, sin que éste se vea sometido a una transformación debida únicamente a factores exógenos no asimilados.  

Es importante, además, que el desarrollo económico de la actividad turística respete las condiciones e incluso limitaciones derivadas de la situación medioambiental. Particularmente en áreas sensibles, como costas, pequeñas islas, bosques y áreas protegidas, el turismo no sólo debe imponerse una razonable autolimitación, sino que debe asumir una parte considerable de los costes de su protección. 

El respeto de estas pautas de actuación resulta mucho más necesario cuando se trata del turismo en países en desarrollo. Es evidente que en numerosos casos la iniciativa turística ha perpetrado graves daños no sólo a la convivencia social, a la cultura, al medioambiente, sino a la misma economía del país con la ilusión de un inmediato desarrollo. Es necesario aplicar todas las medidas necesarias para frenar estos procesos, en los casos en que actualmente se da, y para impedir que pueda darse en el futuro.   

13. Para una correcta comprensión de las estructuras del turismo actual no puede dejarse de mencionar su relación con el proceso de globalización de la economía. El turismo, en efecto, lleva en su propia naturaleza aquellos elementos que han sido el origen y están acelerando la globalización. La apertura de fronteras, tanto a las personas como a las empresas, o la homogeneización legislativa y económica, han sido siempre condiciones favorecedoras del turismo. Por su apertura a las culturas, su capacidad de suscitar el diálogo y la convivencia entre ellas, el turismo podría ser presentado como el rostro “amable” de la globalización. 

Una cierta globalización, sin embargo, conlleva graves consecuencias para los países y para la humanidad. A través suyo se ha agravado la distancia entre países ricos y países pobres, se ha introducido una nueva forma de esclavitud y dependencia frente a los países más débiles, se concede, en fin, una primacía al orden económico que atenta a la dignidad de la persona[11].  

En un marco semejante se agravan necesariamente los peores efectos que en no pocos lugares acompañan al desarrollo turístico: la explotación de las personas, sobre todo mujeres y niños, en el ámbito laboral o para fines sexuales; la propagación de patologías que someten a grave riesgo la salud de grandes segmentos de la población; el tráfico y consumo de drogas; la destrucción física de la identidad cultural y de recursos vitales, etc. No se puede culpar a la globalización de todas estas lacras que padece la humanidad, como tampoco puede hacerse al turismo su único responsable, pero no puede en ningún caso ignorarse que ambos pueden favorecerlas. 

“La globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella. Ningún sistema es un fin en sí mismo, y es necesario insistir en que la globalización, como cualquier otro sistema, debe estar al servicio de la persona humana, de la solidaridad e del bien común”[12]. Esta observación vale, también, para el turismo, que debe siempre respetar la dignidad de la persona, tanto del turista como de la comunidad local. 

En realidad, el turismo puede ser promotor de la “globalización de la solidaridad” deseada por Juan Pablo II[13], animando iniciativas que luchen contra la marginación global o personal en el campo de la transferencia de conocimientos, del desarrollo de las culturas, de la conservación del propio patrimonio o de la protección del medio ambiente. 

  

4.Turismo y teología 

14. Ante un fenómeno de tanta magnitud y de tan profunda incidencia en la conducta de las personas y de los pueblos, la Iglesia no ha dudado en seguir el mandato del Señor y buscar los medios adecuados para cumplir con su misión de escrutar los signos de los tiempos y proclamar el Evangelio. Todas las dimensiones de la vida humana, en efecto, han sido transformadas por la acción salvadora de Dios y todos los hombres son llamados a acoger esta salvación en la novedad de aquella vida en que resplandece la libertad y la fraternidad de los hijos de Dios. El tiempo dedicado al turismo de ninguna manera puede ser excluido de esta historia de amor incesante en la que Dios visita al hombre y le hace partícipe de su gloria. Más aún, una atenta percepción de los valores que pueden manifestarse en la práctica del turismo, sugiere la posibilidad de comprender de manera más intensa algunos de los aspectos centrales de la historia de la Salvación. 

En la práctica del turismo el cristiano es invitado a revivir de un modo especial la acción de gracias por el don de la Creación en la que resplandece la belleza del Creador, por el don de la libertad pascual que le hace solidario de todos sus hermanos en Cristo el Señor, por el don de la fiesta con la que el Espíritu le introduce en la patria definitiva, anhelo y meta de su peregrinar en este mundo. Es esta una dimensión "eucarística" que debe hacer del tiempo de turismo un tiempo de contemplación, un tiempo de encuentro, un tiempo de gozo compartido en el Señor "para alabanza de su gloria" (Ef 1,14).   

15. La historia de la Salvación se abre con las páginas del Génesis. En el inicio, el primer gesto del amor y de la sabiduría de Dios culmina con la creación del hombre y de la mujer a su “imagen y semejanza” (Gn 1,26). Imagen y semejanza de aquel amor divino, que va derrochándose desde los mismos inicios del tiempo en fuerza creadora. El hombre y la mujer reciben la invitación a una creatividad humana que debe reconocer en amor a sus semejantes y ‘hacer habitable’ la tierra. Imagen y semejanza que se cumple también en la exigencia del reposo, que celebra el amor plasmado en la belleza de la obra creada. 

La creación es el primer don que el hombre recibió para que "lo cultivase y lo guardase" (Gn 2,15). En su tarea el hombre debe considerar ante todo que esta creación "salida de las manos de Dios, lleva consigo la impronta de su bondad. Es un mundo bello, digno de ser admirado y gozado, aunque destinado a ser cultivado y desarrollado"[14]

Esta misión incluye también el conocimiento y la experiencia de la multiplicidad y de la variedad de la creación (cf. Sir 42,24), como queda bien patente en el testimonio del viajero bíblico: “Uno que ha viajado sabe muchas cosas, hombre experimentado habla con sensatez; quien no ha sido probado sabe bien poco, el que ha viajado aumenta sus recursos. He visto mucho en mis viajes y sé más de lo que cuento; cuántas veces pasé peligros de muerte y me libró lo que sigue” (Sir 34,9-12). 

La creación es dada al hombre como fuente de su sustento y medio para el desarrollo de una vida digna, de la que deben participar todos los miembros de la familia humana. En las páginas de la Biblia se recuerda de muchas maneras este sentido fundamental del mandato divino "llenad la tierra y dominadla" (Gn 1,28). Alcanza incluso al reposo del sábado, que se extiende a toda la creación con la institución del año sabático, uno de cuyos objetivos es precisamente subrayar que los bienes confiados al hombre están a la disposición de todos (cf Lv 25,6; Is 58,13-14). Por eso, el acaparamiento egoísta de bienes, la acumulación de riquezas a costa de los demás, el derroche en lo superfluo, se cuentan entre las más profundas raíces de la injusticia que ofende a Dios. 

En definitiva, en ningún momento debe olvidar el hombre que toda la creación es el don que permanentemente le habla de la bondad de su Dios y Creador. En la vivencia íntima de este don, la contemplación de la creación acompaña al hombre en su experiencia religiosa (cf. Sal 104), le inspira su plegaria (cf. Sal 148) y le anima en la esperanza de la salvación prometida (cf. Rm 8,19-21; 2Pt 3,13; Ap 21,1; Is 65,17). Ese es el sentido que el hombre debe dar a este tiempo de descanso que se ha hecho mayor, gracias a la sabiduría y a la técnica que Dios le ha concedido poder desarrollar.    

16. La historia del hombre es un tiempo liberado y a liberar. La presencia del pecado en el mundo, la negativa a dar una respuesta de amor al diálogo iniciado por Dios, ha herido de muerte la creatividad humana, la que se despliega en el trabajo y en el tiempo libre. Rota la comunión con Dios, con los otros, con la naturaleza misma, el hombre reconoce como poder absoluto su egoísmo y se entrega así a una esclavitud que le impide disponer de tiempo para Dios, para los otros, para la belleza.  

Pero, Dios no cesa de ofrecer su alianza a los hombres. Es Dios mismo quien, fijándose en los sufrimientos de su pueblo, “baja” a liberarlo (cf. Ex 3,7-10) y lo conduce a una patria donde la fecundidad de la tierra será el marco simbólico de una vida de justicia y de santidad. El código de conducta de este pueblo escogido arranca por entero de este mandato: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2). El sábado, el día del reposo, es instituido como celebración de la libertad recibida y memorial de la solidariedad (Dt 5,12-15). 

A través de esta historia, la humanidad es conducida hacia los tiempos definitivos, pues sólo quien “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo” (Fil 2,7), Cristo, el Señor Resucitado, puede conceder al hombre la libertad plena. En él, “humanidad nueva” (cf. Ef 2,16), el hombre es creado de nuevo en la libertad y en el amor, para que en la “obediencia de la fe” (Rm 1,5) sea santo en toda su conducta (cf 1Pe 1,16). 

Éste es un don que cada uno recibe y que “sirve a la vez a los demás, construye la Iglesia y las comunidades fraternas en las varias esferas de la existencia humana sobre la tierra”, porque “Cristo nos enseña que el mejor uso de la libertad es la caridad que se realiza en la donación y en el servicio”[15]. La entrega de sí es lo que da fuerza transformadora a la acción del cristiano en su vida familiar, en su actuación social, en su ocupación laboral, en su reposo y en su tiempo libre. En el tiempo libre, en efecto, este don de sí adquiere un significado de mayor gratuidad, puesto que dispone a una mayor entrega del propio tiempo.  

“La Pascua posee y confiere la libertad que anima el tiempo libre como su principio más íntimo” y éste, a su vez, “deberá permitir al hombre realizar el humanismo auténtico, el del ‘hombre pascual’”[16]. Para el cristiano, pues, el turismo entra de lleno en el dinamismo pascual de renovación: es celebración del don recibido, es viaje de encuentro hacia los demás con quienes celebrar la alegría de la salvación, es tiempo a compartir en la acción solidaria que nos acerca a la restauración de todas las cosas en Cristo (cf. Hch 3,21).   

18. En la confesión del Señor resucitado, el cristiano confiesa la certeza de que su camino y la historia toda son conducidos por el amor del Padre hacia “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1). Más aun, en su caminar por el mundo el cristiano vive la fiesta prometida sobre todo en la celebración dominical, en la que “la participación en la ‘cena del Señor’ es anticipación del banquete escatológico por las ‘bodas del Cordero’(Ap 19,9)”[17]. Iluminado por la certeza de esta esperanza “el descanso dominical y festivo adquiere una dimensión ‘profética’, afirmando no sólo la primacía absoluta de Dios, sino también la primacía y la dignidad de la persona en relación con las exigencias de la vida social y económica”[18]

El tiempo de descanso y el tiempo libre ofrecen la oportunidad de conocer y valorar todo aquello que en la historia pasada y presente de los pueblos va anticipando “la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros” (Rm 8,18), en toda la humanidad acogida por el Padre. De modo particular, aquellas realizaciones en las que se plasmó la búsqueda espiritual, la fe religiosa, la comprensión de las cosas, el amor por la belleza, todo eso es contemplado como “el esplendor y la riqueza de las naciones” (Ap 21,26) entregados a la nueva Jerusalén (cf. Is 60,3-7; Ml 1,11). Contemplación que, a su vez, reafirma el compromiso con la dignidad de la persona, con el respeto de la cultura de los pueblos, con la salvaguardia de la integridad de la creación.   

  

II. Objetivos pastorales   

18. El mundo del turismo constituye una realidad extensa y multiforme que exige una atención pastoral específica. El propósito central de la pastoral del turismo es el de suscitar aquellas condiciones óptimas que ayuden al cristiano a vivir la realidad del turismo como momento de gracia y de salvación. El turismo puede ser considerado, sin duda, como uno de aquellos nuevos areópagos de evangelización, uno de aquellos "grandes campos de la civilización contemporánea y de la cultura, de la política y de la economía"[19], en los que el cristiano está llamado a vivir su propia fe y su vocación misionera. 

Este objetivo global de la pastoral del turismo pone de manifiesto que ésta debe ser considerada en el conjunto de tareas pastorales de la Iglesia. La pastoral del turismo debe inscribirse orgánicamente en la pastoral ordinaria y coordinarse con los otros sectores, como la familia, la escuela, los jóvenes, la promoción social, la gestión de los bienes culturales, el ecumenismo.  

La comunidad cristiana local, que tiene en la parroquia su expresión más directa, es el lugar donde se desarrolla la pastoral del turismo. En la comunidad local se ofrece al turista la acogida cristiana que le sostiene en su vida creyente y se da hospitalidad a todo visitante sin distinción; en ella se dispone el cristiano a su viaje futuro o a su actividad laboral en el turismo; desde ella se ofrece testimonio y colaboración para promover los valores humanos y espirituales que el turismo puede favorecer. Cada uno de estos grandes aspectos exige una atención diferenciada y participada, cuya mayor o menor urgencia puede variar según las circunstancias del lugar y de las posibilidades de la comunidad local. 

  

1. Acogida 

19. "No olvidéis la hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, acogieron ángeles" (Hb 13,2).[20] Estas palabras señalan bien cual es el núcleo central de la pastoral del turismo y como, en definitiva, se identifica con una de las actitudes fundamentales que deben caracterizar a toda comunidad cristiana[21]. Acoger a los turistas, acompañarles en su búsqueda de la belleza y del reposo, deriva del convencimiento de que “este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención”[22].  

En la celebración eucarística, centro de toda comunidad eclesial, la acogida al visitante encuentra su expresión más profunda. En la celebración eucarística la comunidad vive su unidad con el Señor resucitado, construye su unión con los hermanos[23], ofrece el testimonio más explícito de que esta unidad va más allá de los lazos de la sangre y de la misma cultura. La universalidad de la Iglesia convocada por el Salvador resuena con fuerza especial en esta reunión de hermanos procedentes de lugares tan diversos, unidos en una oración entonada en idiomas diferentes. 

Para que la celebración eucarística, en particular la celebración dominical, haga realmente visibles estas características, se adoptarán aquellos medios que hagan posible la participación de todos, turistas y residentes. Sin embargo, debe subrayarse como principio fundamental la necesidad de preservar el carácter propio de la celebración, que viene dado no sólo por su naturaleza misma, sino por la identidad de la iglesia local que la celebra. En este sentido, es oportuno introducir en la celebración el uso de las lenguas propias de los turistas, pero no de tal modo que se obstaculice la participación de la comunidad local o se distorsione el ritmo propio de la celebración. Además de las moniciones o lecturas, será oportuno distribuir hojas impresas, o disponer un tiempo de introducción, antes de la celebración, que permita a los turistas tomar parte de forma plena[24]

La celebración de la Eucaristía es el momento más frecuente del encuentro de la comunidad con los turistas, pero no debe ser el único. Todas las demás ocasiones en que la comunidad local se reúne para la celebración de su fe, en especial en los tiempos principales del año litúrgico, deben considerarse como oportunidades para invitar a los turistas y ofrecerles una ayuda fraternal para su vida de fe. Más aun, la comunidad local programará encuentros y elaborará medios informativos con los que los turistas se sientan estimulados y apoyados para aprovechar este particular tiempo. 

No debe olvidarse, por otra parte, que la celebración eucarística funda la vida de la comunidad en la caridad y en la solidaridad. El turista no puede quedar excluido de esta parte esencial de la vida de la fe. Para ello, es necesario que él se interese realmente por las circunstancias en que la comunidad vive, pero es igualmente necesario que ésta le haga conocer su situación y le ofrezca cauces adecuados por los que demostrar su solidaridad. 

Una especial atención se dedicará a la acogida de los visitantes miembros de otras confesiones cristianas y con esmero particular se atenderá a sus necesidades para la celebración de la fe. En no pocas ocasiones el fenómeno turístico es la motivación principal del empeño ecuménico y el medio más inmediato por el que los cristianos descubren el dolor de la separación y perciben la urgencia de orar y trabajar por la unidad. Se trata de una situación que debe entenderse como un don del Espíritu a su Iglesia y al que cabe responder con total dedicación y generosidad.   

20. En el turismo, el cristiano, bien formando parte de una comunidad de acogida, bien como turista, es urgido a testimoniar su fe y a descubrir una oportunidad para la vocación misionera, que viene a ser la base de sus derechos y deberes como cristiano[25]

Sobre todo en aquellos lugares de fuerte concentración turística, la comunidad cristiana debe tomar conciencia de ser “misionera por su propia naturaleza”[26] y anunciar el evangelio con valentía, generosidad y respeto, denunciando las injusticias y ofreciendo caminos de esperanza, aunque el tiempo de permanencia del turista será siempre relativamente breve y su capacidad de atención condicionada por las circunstancias propias.   

En este contexto adquieren una especial relevancia todos los elementos que conforman el patrimonio religioso, cultural y artístico de la comunidad del lugar. Los monumentos, las obras de arte y todas las manifestaciones culturales o propias de sus tradiciones deben ser ofrecidas de forma que quede bien visible su conexión con la vida presente de la comunidad. En este esfuerzo la comunidad misma verá crecer su propia identificación con su pasado y se sentirá animada en su propósito de avanzar hacia el futuro en la fidelidad al Señor.   

21. Otra ocasión particularmente relevante, en que la acogida de los visitantes debe disponerse con mucha atención, se da en los lugares de sentido específicamente religioso que figuran entre las metas propuestas hoy a los turistas.  

Entre ellos destacan los numerosos santuarios, meta de peregrinación cristiana, a los que acuden en gran número también los turistas, bien sea por motivos culturales, por motivos de descanso o por un impreciso atractivo religioso. En un mundo siempre más secularizado, dominado por el sentido de lo inmediato y de lo material, estas visitas pueden leerse como el signo de un deseo de retorno a Dios. A los santuarios, por tanto, les incumbe disponer de una acogida adaptada a estos visitantes, que les ayude a reconocer el sentido de su propio camino y a comprender a qué meta están llamados[27]. Por los medios utilizados, esta acogida será claramente diferenciada de aquella con que son recibidos los que acuden al santuario en el ejercicio de la peregrinación. Ahora bien, salvaguardadas las exigencias del debido respeto a la identidad del lugar, no debe darse ningún gesto de exclusión o marginación hacia los visitantes. Precisamente una información en que se exponga de manera explícita la naturaleza religiosa del lugar y del sentido de la peregrinación, será la mejor invitación que reciba el visitante para confrontar sus propios sentimientos religiosos.[28] 

En otras ocasiones el lugar religioso es visitado por su marcado valor artístico o histórico, como es el caso de catedrales, iglesias, monasterios etc. La acogida proporcionada en estos lugares no puede limitarse a una esmerada información histórica o artística, sino que debe poner de manifiesto su identidad y finalidad religiosa. Será conveniente recordar, además, que para muchos turistas estas visitas constituyen la ocasión casi única de conocer la fe cristiana. Al mismo tiempo, debe evitarse perturbar el normal desarrollo de las celebraciones religiosas, programando las visitas de los turistas de acuerdo con las exigencias del culto.  

Los responsables pastorales del lugar exhortarán y prepararán a los fieles a la acogida de los visitantes. Para ello deben estimular a la cooperación de todos, proporcionando a los interesados una preparación no sólo técnica, sino también espiritual, que les ayude a descubrir en este servicio un medio para vivir y testimoniar su propia fe[29]

La acogida de los visitantes debe ser tenida en cuenta, además, en ocasión de otras manifestaciones de la fe, que atraen a gran número de turistas por su raigambre tradicional y popular. La atención pastoral está llamada a acoger la religiosidad que anima estas visitas para encaminarla hacia la fe personal en el Dios vivo. Esta atención debe extenderse, en cuanto sea posible, a la promoción que las agencias turísticas hacen de estas manifestaciones. Será necesario, para ello, fomentar la colaboración con los promotores turísticos, proporcionando una información seria del sentido religioso de estas manifestaciones. 

En muchos países, especialmente en Asia, el visitante se ve atraído con interés por las grandes tradiciones religiosas. Las Iglesias locales pueden contribuir a hacer que este encuentro sea de veras provechoso, implicando al turista en el “diálogo de vida y de corazón”[30] que están llamadas a promover. 

Es conveniente recordar, por último, que el cristiano que visita lugares que son honrados por fieles de otras religiones, debe comportarse con el máximo respeto, con un comportamiento que no hiera la sensibilidad religiosa de quienes le acogen. Aproveche tales ocasiones, cuando sea posible, para manifestar este respeto a través de la palabra y de los gestos, y así “reconozca, conserve y haga progresar los bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se encuentran en estas religiones”[31]

  

2. Vivir cristianamente el turismo 

22. El encuentro con Cristo, sellado por la gracia bautismal, llama al cristiano a seguir el impulso del Espíritu Santo y transformar toda su vida, a fin de que “Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad acerca del hombre y del mundo, contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia de ella”[32]. Esta es la realidad que constituye la misión de la Iglesia y que se revela como el corazón de su acción pastoral, también en la realidad del turismo. 

Ante todo será preciso que cada uno reconozca la necesidad de una visión cristiana del turismo, que mantenga el esfuerzo que le va a suponer vivir como cristiano su tiempo de turismo. La atenta meditación de la Palabra de Dios, en primer lugar, le dispondrá a la contemplación de Dios a través de la belleza de la creación, a la comunión con sus hermanos en la nueva humanidad salvada, a la fiesta, en fin, como manifestación de la esperanza que a todos sostiene y que todo renueva. Iluminado por esta luz, el cristiano descubrirá que su tiempo de descanso y de turismo es un tiempo de gracia, una ocasión exigente que le llama a la oración, a la celebración de su fe y a la comunión con los hermanos. 

Para que pueda efectivamente conformar cristianamente su tiempo de turismo, el cristiano compartirá con la comunidad del lugar la celebración de la fe, en especial la Eucaristía en el Día del Señor y las conmemoraciones centrales del año litúrgico, que a menudo coinciden precisamente con el tiempo de vacaciones.[33] Sabiendo que en ninguna comunidad debe sentirse extraño y que en cualquier rincón del mundo debería encontrarse en casa y en la misma familia, se ofrecerá para ayudar personalmente y facilitar la participación de los demás turistas en las celebraciones litúrgicas. Si fuera preciso, hará valer ante los responsables turísticos su derecho a disponer de las condiciones necesarias para la práctica de su fe. 

En todo momento el cristiano debe abstenerse no ya de todo comportamiento contrario a su vocación, sino de aquellas palabras, gestos y actitudes que pueden ofender la sensibilidad de los demás. Deberá abstenerse, en especial, de todo comportamiento que manifieste ostentación de riqueza o derroche. Más aun, el testimonio cristiano del turista encontrará una manifestación palpable en la entrega de una parte de sus gastos para ayuda de los más necesitados. 

Esta actitud, alimentada por la oración y la contemplación, será mantenida cuando las circunstancias del lugar hagan más difícil la participación del turista en los actos religiosos de la comunidad, por ejemplo, en países de escasa presencia cristiana. En estos casos, el cristiano debe sentirse especialmente llamado a vivir su fe en el testimonio de su ejemplo, dispuesto a mantener, con respeto y prudencia, un diálogo religioso con las personas que encuentra.   

23. Las más de las veces el viaje se emprende en compañía de la familia. Es bien sabido que en la sociedad contemporánea numerosas circunstancias dificultan la vida familiar, la comunicación y la convivencia de sus miembros entre sí. Incluso la disposición del tiempo libre, orientada las más de las veces por las preferencias individuales, no consigue corregir esta situación. Desde esta perspectiva, el turismo familiar puede ser propuesto como un medio muy eficaz para intensificar e incluso recomponer los lazos familiares. La propuesta de un viaje común, cuyo buen éxito requiere la participación responsable de todos, multiplica las posibilidades de diálogo, intensifica la comprensión y el aprecio, refuerza la propia estima en el seno de la familia y estimula la generosidad en la ayuda mutua[34]

El turismo familiar ofrece a los padres una ocasión preciosa para cumplir su papel de catequistas de sus hijos con su ejemplo y con el diálogo. Hacer turismo en familia es una excepcional oportunidad para el enriquecimiento de la persona en la cultura de la vida, en el respeto de los valores morales y culturales y en la salvaguardia de la Creación.    

24. La práctica del turismo, además, asocia a grupos de personas bien por razón de la edad o por otras circunstancias de la vida laboral y social. La atención pastoral de la Iglesia toma en consideración estos grupos y ofrece su ayuda para que, tanto los promotores como los turistas, puedan vivir esta circunstancia en toda su riqueza humana y espiritual.  

Merecen ser destacados, en primer lugar, los viajes emprendidos por grupos de adolescentes y de jóvenes, generalmente en el marco de su formación escolar. Los organizadores de estos viajes, en particular aquellos que pertenecen al sector de la educación de inspiración cristiana o a similares organizaciones formativas, deben esforzarse en ofrecer las condiciones oportunas para que tales experiencias de viaje lleven a los jóvenes a profundizar en su propia fe. De modo semejante será oportuno aprovechar aquellas iniciativas de voluntariado en que una parte de las vacaciones es dedicada a la ayuda en situaciones de necesidad o para la promoción del desarrollo[35]. Una atención pastoral particular debería ser también emprendida, tanto en los países de origen como en los de llegada, a favor de aquellos jóvenes que aprovechan las vacaciones para una estancia en países extranjeros con el fin de conocer su lengua. 

Por otra parte, son siempre cada vez más numerosas las oportunidades de viajar que se ofrecen a la gente de mayor edad. Deberían ser viajes llenos de alegría, caracterizados por una incesante acción de gracias y por “un sentido de confiado abandono en las manos de Dios”, con los que “se conserva y aumenta el gusto de la vida, don fundamental de Dios”[36]

El acceso al turismo, sin embargo, no es algo al alcance de todos; son muchos los que no pueden aprovecharse de sus beneficios, tanto en el aspecto personal como cultural y social. Bajo el nombre de “turismo social”, numerosas asociaciones vienen trabajando para hacer del turismo algo accesible a todos, bien a través de sistemas que ayudan a las personas y a las familias a su financiación, bien mediante la planificación y desarrollo de determinadas actividades turísticas. La atención pastoral de la Iglesia debe apreciar y sostener estas iniciativas que ponen realmente el turismo al servicio de la realización humana y del desarrollo social. No faltan incluso acciones que, a través del turismo, ofrecen una vía de inserción muy eficaz para situaciones de soledad y de marginalidad. Con su presencia en estas iniciativas la Iglesia da testimonio de la particular predilección de Dios hacia los más humildes.   

25. El turismo, como ya quedó indicado, representa una capítulo muy importante de la economía mundial y constituye una red de actividades que se desarrollan hoy en el marco de unas estructuras de economía de mercado[37] inmersas en un proceso de globalización. Un objetivo fundamental de la pastoral del turismo será, por tanto, hacer que todo el ámbito empresarial y laboral del sector turístico sea comprendido e iluminado por la doctrina social de la Iglesia. 

En el turismo se evidencia aquella verdad fundamental que debe orientar toda la actividad económica y que Juan Pablo II resumía con estas palabras: “Hoy más que nunca, trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros: es hacer algo para alguien”[38]. En toda la actividad turística, en efecto, figura la persona como protagonista y se busca satisfacer algunos de sus deseos más íntimos y personales. Esta especial vinculación a la persona impone a la actividad turística unas mayores exigencias éticas de respeto a la dignidad de la persona y a los derechos del hombre, poniendo en práctica el principio de solidaridad, de la justicia en las relaciones laborales, de la opción preferencial por los pobres.  

La Pastoral del turismo, por tanto, deberá promover iniciativas para que los operadores y los trabajadores cristianos tengan la oportunidad de conocer la doctrina social de la Iglesia, con las aplicaciones específicas al sector, y a ella conformen su comportamiento.    

26. Por lo que se refiere a los empresarios y promotores del turismo, será oportuno subrayar algunos aspectos de la doctrina social de la Iglesia particularmente relevantes en su actividad.  

Así, en la promoción del turismo, sobre todo en la creación de nuevos destinos o la apertura de nuevos espacios para la actividad turística, hay que valorar la inversión como “opción moral y cultural”[39]. Es decir, dejarse guiar por aquellos criterios que valoran la actividad económica como servicio a las personas y a la comunidad, y no puramente como fuente de rédito.  

La cuestión ecológica, vinculada al turismo de una forma muy sensible, es un aspecto que la promoción de la actividad turística deberá tener muy en cuenta. Para responder al “problema moral”[40], que la crisis ecológica está significando para el mundo actual, es necesario promover una actividad que respete ante todo la situación medioambiental, que dé preferencia a las necesidades de la comunidad local, llegando, si fuera preciso, a la limitación de la misma actividad turística. Todo el esfuerzo que se haga en invitar a los cristianos a un estilo de vida austero y solidario, en sus viajes a países menos desarrollados, será vano si no va acompañado de una exigencia similar a operadores y promotores. 

Los criterios morales y cristianos que deben dirigir la promoción del turismo pasan, a su vez, por una necesaria colaboración entre los operadores, los responsables políticos y los representantes de la comunidad local. Para el operador turístico cristiano esta colaboración es una oportunidad de testimonio y de comunión, anuncio del Reino de Dios en la justicia y en la fraternidad.    

27. La oferta de programas turísticos, la presentación de destinos o la publicidad sobre las actividades del periodo de vacaciones, son el rostro más visible y más llamativo del mundo del turismo. A través suyo las personas ven revestidos de color y atractivo sus deseos y sus sueños. Es obvio que en tales circunstancias se exija de los promotores la veracidad en sus informaciones, el absoluto respeto a la dignidad de las personas y a la idiosincrasia de los lugares a que se refieren, la honestidad respecto de las ofertas y la absoluta fiabilidad en los servicios ofrecidos. Si la práctica del turismo es una expresión de la libertad de la persona, toda la información que la promueve debe tender a favorecer el ejercicio de la libertad responsable[41]. Esta responsabilidad de los promotores se prolonga durante el viaje e incluye la disponibilidad a recibir después las justas observaciones y las sugerencias de los usuarios.  

El servicio, que los promotores prestan a los turistas, se compadece obviamente con la virtud cristiana de la caridad que se practica al ofrecer un consejo recto, al compartir las dificultades y las alegrías del camino. En este sentido, los promotores cristianos deberán distinguirse por la rectitud y el respeto con que presentarán los lugares de significado religioso y cuidarán en incluir y mencionar en sus programas las atenciones previstas para las exigencias propias de cada religión. 

La acción pastoral tomará iniciativas para que los promotores cristianos tengan ocasión de reflexionar sobre estos criterios de su actuación. Será muy importante, además, que con la colaboración de otras personas y grupos reciban una información adecuada a sus necesidades acerca de los lugares o acontecimientos religiosos que suelen figurar como destinos turísticos. Esta acción merece ser emprendida también en colaboración con los organismos competentes de otros países, a fin de que los objetivos propuestos sean igualmente conseguidos en la promoción del turismo internacional. Para alcanzar estos propósitos, por otra parte, será útil la presencia de los organismos de la pastoral del turismo en las ferias del sector.   

28. Durante su viaje el turista es acompañado en multitud de ocasiones por los guías, que le ayudan a alcanzar los objetivos de su viaje. Muchas veces se convierten para el turista en la causa más inmediata del éxito o del fracaso de sus vacaciones. En verdad, nunca será suficientemente ponderada la influencia que pueden ejercer los guías sobre los turistas y la consecuente responsabilidad que ellos adquieren en vista de procurarse una buena formación para ejercer su trabajo. 

Por ello mismo, promuévanse asociaciones y encuentros en los que los cristianos, que trabajan como guías, puedan actualizar su formación humana y espiritual, y sostenerse mutuamente en un trabajo que exige respeto, entrega a los demás y atención al bien espiritual de los turistas. Tengan presente que su especial relación con los turistas hace más exigente su testimonio de fe. 

Cuando los guías presenten a los turistas lugares, monumentos o acontecimientos de carácter religioso, háganlo con competencia y total dedicación, conscientes de que con ello son auténticos evangelizadores, siempre con absoluto respeto y con prudencia.  

Las iniciativas pastorales que se refieren a los guías pueden abrirse igualmente a la categoría de los animadores de actividades, cada vez más numerosos y más presentes en la jornada de los turistas. En sus manos se encuentra, en buena parte, la llave que permitirá que el tiempo libre sea un espacio lleno de sentido, de sana diversión y de crecimiento humano y espiritual.   

29. Los promotores y los trabajadores del turismo ocupan un lugar específico en la acogida que se presta a los visitantes. Ellos son, de alguna manera, los primeros protagonistas de la acogida. Por su trabajo están directamente relacionados con los visitantes y son los primeros en conocer sus esperanzas y sus eventuales decepciones, se convierten a menudo en sus confidentes y pueden ejercer de consejeros y guías. 

El cristiano, que ejerce su profesión en el turismo, descubre en esta situación una gran responsabilidad. De su honestidad profesional y de su compromiso cristiano depende en gran medida que para el visitante la estancia resulte provechosa humana y espiritualmente.  

Para responder a este reto, los profesionales del turismo deben poder contar con un apoyo decidido por parte de la comunidad y de los agentes pastorales. Es indispensable que se les ofrezca una preparación específica durante su tiempo de formación, bien en las escuelas profesionales, bien a través de otras iniciativas complementarias. Las características de su trabajo serán tenidas a la hora de programar celebraciones y encuentros catequéticos. 

La Pastoral del turismo debe mostrarse particularmente sensible ante la peculiar situación de los trabajadores del sector. Será preciso disponer de una atención religiosa y sacramental adecuada a sus horarios de trabajo, sin romper el ritmo de la vida de la comunidad. Esta adaptación se tendrá también presente al promover la participación de los trabajadores en la vida parroquial, en los movimientos apostólicos o en la formación de grupos específicos y movimientos especializados. La formación de estos grupos es un instrumento de actuación pastoral que debe ser potenciado con todos los recursos disponibles, tanto en el ámbito del trabajo como fuera de él. 

Existen algunas situaciones a las que se debe dedicar particular solicitud, como es la situación en la que a menudo se encuentran los trabajadores respecto de la vida de familia. Las condiciones laborales ya mencionadas pueden influir sobre la convivencia normal de la familia, de los esposos entre sí o de los padres con sus hijos, bien por razones de horario laboral, bien porque el trabajador ha tenido que desplazarse lejos de su domicilio. 

Los jóvenes en periodo de formación y al inicio de su vida laboral constituyen otro grupo al que se deberá prestar un servicio específico. Estos jóvenes viven un momento decisivo de su vida personal y les será de gran utilidad poder hallar el apoyo de la Iglesia. En este campo, deberán jugar un papel destacado la parroquia, los grupos y los centros donde puedan reunirse en ocasión de reuniones de formación, reflexión o celebración de la fe. 

 La condición de las mujeres que trabajan en el sector turístico es otro tema prioritario de la pastoral del turismo. Es necesario intensificar y apoyar todas las iniciativas conducentes a un mayor respeto de la dignidad de las mujeres y de su lugar específico en la familia y en la sociedad.  

  

3. Colaboración entre la Iglesia y la sociedad 

30. En su misión en el mundo, la Iglesia, por una parte, “ofrece a la humanidad una cooperación sincera para establecer una fraternidad universal”[42] que contribuya a alcanzar las metas que se avienen con la dignidad humana; mientras, por otra parte, está “persuadida de que en muchos y muy diversos modos en la preparación del evangelio puede ser ayudada por parte del mundo, de sus cualidades y de su actividad”[43].  

Este servicio recíproco de la Iglesia y de la sociedad se lleva a cabo principalmente a través de la misión específica de los laicos. Por esto, la pastoral del turismo debe instaurar y alentar una colaboración con las administraciones públicas, las organizaciones profesionales y otras asociaciones que actúan en el mundo del turismo, para que se pueda dar a conocer la visión cristiana del turismo y desarrollar “la posibilidad implícita de un nuevo humanismo”[44] presente en él. 

Guiada por este principio, la Santa Sede mantiene una Misión de Observación Permanente ante la Organización Mundial del Turismo. Desde 1980, esta Organización viene promoviendo la Jornada Mundial del Turismo, que se celebra el 27 de septiembre de cada año, y en 1999 ha adoptado el Código Ético Mundial del Turismo. La Iglesia, por su parte, se une a la celebración de dicha Jornada, inspirándole un sentido espiritual con el Mensaje del Papa. Comparte, asimismo, los principios que inspiran el Código mencionado.  

En una línea de actuación similar, las Conferencias Episcopales y los Obispos mantengan un diálogo permanente con las administraciones públicas, nacionales y locales, con los entes de promoción turística y con las asociaciones de operadores y trabajadores, para que la colaboración de la Iglesia en la construcción de un mundo más justo, más pacífico y más solidario se traduzca en acciones concretas.  

De igual forma deberá procurarse en todos los ámbitos una colaboración estrecha con aquellas asociaciones que luchan contra las situaciones que dañan la dignidad humana y en las que el turismo tiene alguna responsabilidad, como son el denominado “turismo sexual”, la drogadicción, la destrucción del medioambiente, la erosión de la identidad cultural, la destrucción del patrimonio. El cristiano tiene el deber de denunciar estas graves situaciones y hacer cuanto esté de su parte para abolirlas.    

  

III. Estructuras pastorales   

31. La misión evangelizadora es tarea que incumbe a la Iglesia toda en fidelidad al mandato recibido del Señor. Todos los miembros de la Iglesia están llamados a participar en esta tarea fundamental en una diversidad que dignifica la verdadera igualdad de todos en “la actividad de edificar el cuerpo de Cristo”[45]. Al servicio de esta misión evangelizadora la Iglesia busca los medios siempre más adecuados, dispuesta a renovarlos según las necesidades de los tiempos[46], atenta sobre todo a respetar y asumir “con audacia y prudencia”[47] los rasgos propios y la “lengua” de cada pueblo concreto[48]

El desarrollo del turismo, su importancia creciente para los pueblos, ha merecido la atención pastoral de la Iglesia, que lo ha seguido desde sus primeros pasos, alentada por la experiencia con que durante siglos acompañó el caminar de tantos peregrinos[49]. Consciente de que las nuevas dimensiones del fenómeno turístico reclaman “esfuerzos concertados por parte de los diversos miembros de las comunidades cristianas”[50], la Iglesia ha animado criterios que sirven para coordinar el trabajo en los diferentes ámbitos de actuación. Abundando en este propósito, las indicaciones que a continuación se recogen pretenden alentar el esfuerzo conjunto de cuantos se sienten llamados a trabajar más directamente en el mundo del turismo.   

  

1. El Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes 

32. Con la Carta Apostólica motu proprio Apostolicae caritatis (19 marzo 1970), Pablo VI constituyó la “Pontificia Comisión para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes”, dependiente de la Congregación para los Obispos. La oportunidad de esta institución la señala la Carta Apostólica refiriéndose al incremento inmenso de los desplazamientos que el progreso de la técnica ha hecho posible. Por lo que al turismo se refiere, el documento señala que “que atañe a grandes masas de personas y que en el aspecto social constituye algo nuevo y singular”[51].  

Con la Constitución Apostólica Pastor bonus (28 junio 1988) se creó el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, que sustituyó a la Comisión, asumiendo sus competencias. En referencia al turismo, la Pastor bonus afirma que el Pontificio Consejo “trabaja para que los viajes emprendidos por motivos de piedad, o de estudio o de descanso propicien la formación moral y religiosa de los fieles, y asiste a las iglesias locales para que todos cuantos se encuentran fuera de su domicilio puedan contar con una asistencia pastoral adecuada”[52]

En el cumplimiento de la misión que le ha sido confiada, el Pontificio Consejo tiene como objetivos principales: 

1. Promover y coordinar un análisis permanente del desarrollo del fenómeno turístico, en especial en su incidencia en la vida espiritual y religiosa de las personas y de las comunidades. 

2. Proponer líneas de actuación pastoral que puedan ser adoptadas de forma conjunta o por grupos de países. 

3. Mantener un contacto permanente con las Conferencias Episcopales a fin de coordinar y apoyar las iniciativas pastorales en el sector del turismo. 

4. Colaborar con aquellos centros de estudios superiores eclesiásticos e institutos de investigación que incluyen en sus programas el estudio del turismo. 

5. Programar la celebración anual de la Jornada Mundial del Turismo, redactando y distribuyendo material catequético acerca del tema de la Jornada. 

6. Mantener un contacto regular con el Observador Permanente de la Santa Sede ante la Organización Mundial del Turismo[53].   

  

2. Las Conferencias Episcopales 

33. Las Conferencias Episcopales son un organismo constituido “para que de un intercambio de experiencias prácticas y reflexión sobre las opiniones surja una santa colaboración para el bien común de las Iglesias”[54]. La Carta Apostólica Apostolos suos precisa: “Al afrontar nuevas cuestiones y al hacer que el mensaje de Cristo ilumine y guíe la conciencia de los hombres para resolver los nuevos problemas que aparecen con los cambios sociales, los Obispos reunidos en la Conferencia Episcopal ejercen juntos su labor doctrinal bien conscientes de los límites de sus pronunciamientos, que no tienen las características de un magisterio universal, aun siendo oficial y auténtico y estando en comunión con la Sede Apostólica”[55]. En la actuación de las Conferencias Episcopales ocupa un lugar preferente la atención pastoral de aquellos temas que determinan los cambios innovadores de la sociedad, con la propuesta de “formas y modos de apostolado convenientemente acomodados a las peculiares circunstancias de tiempo y de lugar”[56].  

El turismo es, sin duda, uno de los temas que exigen la atención de la Conferencia Episcopal. El turismo, en efecto, es una experiencia aún nueva para la sociedad, muy particularmente para aquellas comunidades que ven como su territorio y su patrimonio cultural se convierte en destino del turismo internacional. La novedad del turismo, por otra parte, reside en su evolución constante, origen no sólo de nuevas formas, sino también de nuevos hábitos y costumbres.  

Algunos de los aspectos concretos que adoptará la actuación de la Conferencia Episcopal en el campo del turismo, son los siguientes: 

1. Proporcionar al conjunto de los obispos un cuadro actualizado de las tendencias del movimiento turístico en el país, sus modalidades, sus incidencias sociales en la población y en el mundo laboral, las necesidades religiosas de los turistas. Esta información deberá referirse tanto al turismo interior como al turismo internacional. Cuando el volumen alcanzado por el desarrollo del turismo en un país así lo requiera, será oportuno que este cometido de estudio y análisis sea encomendado a un observatorio permanente establecido en alguna facultad teológica o instituto eclesiástico del país. 

2. Establecer un programa de formación específicamente orientada a los agentes de pastoral del turismo que pueda ser adoptado por los diferentes seminarios e institutos de formación, a fin de que en todas las diócesis se pueda contar con sacerdotes y agentes pastorales debidamente preparados.  

3. Proporcionar un conjunto de orientaciones para la pastoral ordinaria, con el fin de proporcionar a todos los fieles una adecuada catequesis para el tiempo libre y para el turismo. 

4. Establecer contactos con otras Conferencias Episcopales, cuando así lo requieran las circunstancias, a fin de abrir cauces a la colaboración entre países emisores y países receptores con vistas al intercambio de agentes pastorales y de material litúrgico en los diferentes idiomas. 

5. Promover programas de formación para guías turísticos, sobre todo para los que acompañan las visitas a lugares de carácter religioso, y para alumnos de las escuelas y centros de formación turística y hotelera. 

6. Incluir el turismo entre los aspectos tomados en consideración por los “Centros culturales católicos”[57] 

7. Prever posibles formas de cooperación entre las diócesis, a fin de que se pueda atender mejor la asistencia religiosa en los núcleos donde se da una gran concentración estacional por motivos de turismo. 

8. Establecer contactos con los representantes de las confesiones cristianas con vistas a la colaboración ecuménica en los grandes centros turísticos[58]

9. Mantener el diálogo con las autoridades políticas y otros organismos interesados, a fin de establecer las formas de colaboración adecuadas en las iniciativas de programación y de supervisión de la actividad turística, velando en especial por la defensa de la identidad cultural de las comunidades locales, los derechos laborales de los empleados en el sector, el correcto uso del patrimonio artístico religioso y el respeto con que deben ser acogidos los visitantes. 

10. Promover la presencia de la Iglesia en las Ferias del sector. 

Para coordinar todas estas actividades es conveniente que se establezca un Departamento en el seno de la estructura organizativa de la Conferencia Episcopal[59], que pueda contar con un grupo de asesores expertos, representantes de los diferentes sectores del turismo. 

3. Las Diócesis 

34. El turismo, bien sea como actividad que desarrollan las personas durante su tiempo libre, como sector laboral en que muchos ejercen su profesión o como conjunto de actividades que caracterizan un lugar como destino turístico, está presente en gran parte de la sociedad contemporánea. Integrado de esta forma en la vida cotidiana de las comunidades, el turismo es una dimensión que la pastoral diocesana debe considerar como componente ordinaria y como tal debe figurar entre los sectores que son objeto de atención de forma regular por parte del Ordinario del lugar y de sus consejos consultivos. 

Entre los objetivos de la pastoral del turismo en el ámbito diocesano, no podrán faltar los siguientes: 

1. Ofrecer una visión cristiana del turismo que conduzca a los fieles a vivir esta realidad desde su compromiso de fe y de testimonio, y con talante misionero. Este objetivo será tomado en consideración en la predicación, en la catequesis y en la presencia en los medios de comunicación. Se buscará igualmente que en las escuelas se ofrezca una formación adecuada para apreciar los valores del turismo que están de acuerdo con la dignidad y el desarrollo de las personas y de los pueblos. 

2. Formar agentes pastorales que puedan promover de una forma específica el trabajo pastoral en este sector. Cuando las necesidades de la diócesis lo exijan, se ofrecerá a algunos sacerdotes y laicos idóneos la oportunidad de una más amplia formación específica. 

3. Estudiar la realidad del turismo en la diócesis, formular criterios pastorales y proponer en los Consejos Presbiteral y de Pastoral[60] las acciones a desarrollar. La atención religiosa a los turistas, integrada en el programa diocesano de actuación pastoral, debe desarrollarse en términos que se adapten a su lengua y a su cultura, pero sin que esto constituya una realidad a parte y evitando lo que pueda perturbar la vida de la comunidad local. 

4. Adoptar medidas que en los tiempos de más afluencia turística pueda optimizar el servicio de las parroquias más afectadas, proveyendo, si es necesario, el desplazamiento de sacerdotes desde otras parroquias y la colaboración de otros provenientes de otras diócesis o de otros países. 

5. Hacer explícita la acogida de los turistas por parte de la Iglesia diocesana con una carta del Obispo, especialmente al inicio de los periodos de actividad turística más intensa, y elaborar material que les facilite la información y participación en las celebraciones y en la vida de la Iglesia local. 

6. Impulsar la formación de grupos y asociaciones, así como la colaboración de voluntarios, para la gestión del patrimonio de la Iglesia visitado por los turistas y para su acogida, de forma que se pueda contar con horarios de apertura suficientemente amplios. 

7. Edificar parroquias y centros comunitarios más aptos para la pastoral del turismo, teniendo en cuenta las nuevas realidades urbanísticas y sociales. 

8. Mantener contactos con los responsables de otras confesiones cristianas con vistas a tomar las medidas que puedan contribuir a un mejor servicio religioso de sus fieles, siguiendo los criterios y normas establecidos por la Santa Sede y las Conferencias Episcopales. 

9. Impulsar la colaboración con las autoridades públicas y de la administración local, con las asociaciones de operadores y trabajadores, y con las demás organizaciones interesadas por el turismo. 

10. Crear una Delegación Diocesana de Pastoral del turismo que coordine y anime la pastoral del sector, y en la que participen expertos de las diferentes categorías del mundo del turismo. 

  

4. Las parroquias 

59. La Parroquia, “que funde entre sí todas las diferencias que en ella se encuentran y las inserta en la universalidad de la Iglesia”[61], principalmente cuando se reúne para celebrar el día del Señor[62], es la primera escuela de hospitalidad. Ella se abre para acoger a cuantos a ella llegan de paso y prepara a sus miembros para el viaje que desean emprender. En ella encuentran apoyo y ánimo cuantos se proponen vivir el testimonio sincero de su fe en el mundo del turismo.  

Considerar la comunidad parroquial como punto de encuentro y sostén de la acción pastoral implica, ante todo, que la Parroquia esté presente con sus estructuras en los lugares donde se desarrolla el turismo. El signo visible de los templos y de los centros parroquiales constituye el primer y decisivo gesto de la hospitalidad vivida y ofrecida por la Iglesia. A través de esta presencia, la Parroquia invita a todos los visitantes a unirse a la celebración de la fe y a la comunión fraterna. 

Con todo, al plantear la pastoral del turismo, la comunidad parroquial no puede guiarse únicamente por la presencia o no de visitantes, sino que debe preparar a los miembros de la comunidad a su práctica del turismo y apoyar a los operadores y trabajadores del turismo.  

Haciendo suyos los objetivos que la Iglesia diocesana se propone, algunas de las acciones concretas a emprender por parte de las parroquias pueden ser las siguientes: 

1. Desarrollar una catequesis sobre el tiempo libre y el turismo, cuando así lo aconseja la realidad del lugar, tanto para los cristianos residentes como para los turistas. 

2. Promover y sostener acciones de apoyo y prevención a favor de los grupos que pueden ser víctimas de una promoción errónea del turismo o del comportamiento de los turistas. 

3. Promover, acoger y estimular la acción de los grupos de apostolado especialmente dedicados a personas que viven y trabajan en el sector del turismo, aun cuando estos ambientes no se encuentren en la parroquia misma[63]

4. Formar un grupo permanente de laicos que pueda estudiar y aconsejar sobre las acciones pastorales a emprender en el campo del turismo. 

5. En los lugares de presencia turística intensa, adaptar los servicios a las necesidades de los turistas, de forma que se facilite el contacto personal, la celebración de la fe, la oración individual, el testimonio de la caridad. 

6. Crear servicios específicos para los trabajadores del turismo, acorde con sus horarios y sus condiciones de trabajo. 

7. Proponer los medios adecuados para que los visitantes puedan participar en las celebraciones Eucarísticas haciendo uso de su propia lengua u otras expresiones de su cultura, siempre con el máximo respeto a las disposiciones litúrgicas vigentes. 

8. Mantener convenientemente actualizada una constante información sobre los servicios parroquiales y cuidar que los turistas puedan disponer de ella en sus hoteles, en puntos de información o en otros medios de difusión.   

  

Conclusión   

36. El turismo es una circunstancia ideal en que el hombre percibe que es peregrino en el tiempo y en el espacio: “Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la perfecta consumación de la historia humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: ‘Recapitular todo en Cristo, cuanto existe en los cielos y sobre la tierra’ (Ef 1,10)”[64]. La Iglesia, que sigue el itinerario ejemplar de su Maestro y Señor[65], enseña a los hombres a descubrir su verdadera vocación. En efecto, en el íntimo de cada hombre se manifiesta la profunda inquietud propia de la condición de Homo viator, se percibe la sed de nuevos horizontes, se advierte la certeza radical de que sólo en el infinito de Dios se alcanza la meta de la existencia[66]

La búsqueda del hombre se hace evidente y explícita en el turismo. Para satisfacer su deseo de conocer otras personas y otras culturas, para desarrollar sus capacidades personales y vivir nuevas experiencias, el hombre no renuncia a dedicar una parte de su tiempo libre al turismo. Esta búsqueda que se expresa en el turismo, no se manifiesta sólo cuando el hombre puede emprender grandes viajes o aventuras peligrosas, sino que resulta particularmente evidente en el esfuerzo de cada uno o de la familia en procurarse uno o más días de descanso juntos, en las incomodidades sufridas en un viaje para visitar familiares o amigos, en la colaboración que una excursión de grupo demanda. 

Después de haber encontrado a Dios en condiciones psicológicas favorables, en la belleza de la naturaleza o del arte, el turista sentirá la necesidad de decir con san Agustín: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no reposa en ti”[67]. O también: “¡Cuán tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, cuán tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo andaba fuera: te buscaba... Te gusté y ahora siento hambre y sed de ti”[68]

Después de haberse abierto a una fraternidad universal, partícipe de un “diálogo entre las civilizaciones y las culturas para construir una civilización del amor y de la paz”[69], el turista se unirá al canto del salmista: “Ved: qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos” (Sal 133,1). 

Con María, Madre de Dios e imagen de la Iglesia[70], todo turista, asombrado por la belleza contemplada en la Creación (cf. Sap 13,3), podrá magnificar el Señor (cf. Lc 1,46) y narrar las obras maravillosas que Él ha obrado (cf. Sir 42,15-43,33), llevando así un mensaje de esperanza a sus hermanos en humanidad.   

Ciudad del Vaticano, 29 de junio 2001, Solemnidad de San Pedro y San Pablo. 

  

Arzobispo Stephen Fumio Hamao, 
Presidente 

Arzobispo Francesco Gioia, 
Secretario 

 

[1]S. Congr. para el Clero, Directorio General para la Pastorale del Turismo, (30.4.1969). 

[2]Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial del Turismo del 2000, 5. 

[3]Estadísticas facilitadas por la Organización Mundial de Turismo (OMT), el 30 enero 2001. 

[4]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14.9.1981), 10. 

[5]Ibíd., 25. 

[6]Juan Pablo II, econ la Carta apost. Inter sanctos (12.11.1979) declaró a San Francisco de Asís “patrón celestial de quienes se preocupan por la ecología”. 

[7]S. Francisco, Cántico de las criaturas

[8]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14.9.1981), 23. 

[9]Conc. Ecum. Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 35; cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14.9.1981), 26 

[10]Sobre el desarrollo conseguido durante la etapa que mencionamos (1960-80), Juan Pablo II escribe: "No se puede afirmar que estas diversas iniciativas religiosas, humanas, económicas y técnicas, hayan sido superfluas, dado que han podido alcanzar algunos resultados. Pero en línea general, teniendo en cuenta los diversos factores, no se puede negar que la actual situación del mundo, bajo el aspecto del desarrollo, ofrezca una impresión más bien negativa" (Carta enc.Sollicitudo rei socialis[30.12.1987], 13).

[11]Cf. Juan Pablo II, Exhort. apost. Ecclesia in Asia (6.11.1999), 39 

[12]Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academa de Ciencias Sociales (28.4.2001), 2. 

[13]Juan Pablo II, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 1998, 3. 

[14]Juan Pablo II, Carta enc. Dies Domini (31.5.1998), 10. 

[15]Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis (4.3.1979), 21. 

[16]Juan Pablo II, Homilía en el estadio de Funchal, Isla de Madeira, Portugal (12.5.1991), 6. 

[17]Juan Pablo II, Carta enc. Dies Domini (31.5.1998), 38 

[18]Ibíd. 68. 

[19]Juan Pablo II, Carta enc. Tertio Millennio Adveniente (10.11.1994), 57. 

[20] Los primeros cristianos consideraron la hospitalidad como un deber fundamental y una de las expresiones más auténticas de la caridad. Fue señalada como una virtud humana y cristiana importante, una manifestación de la vida comunitaria, un derecho inviolable del extranjero, una vía para llegar a Dios, un don que procede del cielo, una ocasión para hacer el bien y expiar los pecados (cf. S. Gregorio Nacianceno, Orat. 8,12: SCh 405,270; S. Ambrosio, De Abrah. I, 5,32-40: PL 14,456-459; S. Máximo de Turín, Serm. 21,1-2: CCL 23,79-81; S. Gregorio Magno, Hom. in Evang. II, 23,2: PL 76,1183. 

[21] Recordemos el elocuente elogio de Clemente Romano al inicio: “En efecto, ¿quién se detuvo entre vosotros y no reconoció vuestra fe firme y adornada de toda clase de virtudes, no admiró vuestra piedad sapiente y amable en Cristo, no ponderó vuestra práctica generosa de la hospitalidad?”(Ep. ad Corint. 1,2 : SCh 167,101). 

[22]Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis (4.3.1979), 14. 

[23] La eucaristía es “signo de unidad” y “vínculo de caridad” (S. Agustín, In Ioan. Tract. 26,13: PL 35,1613); cf. también Conc. Ecum. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 3, 11. 

[24]En este contexto cabe recordar que la Institutio Generalis Missalis Romani (20.4.2000) menciona también, entre quienes desempeñan un ministerio litúrgico, las personas que acogen a los fieles a la puerta de la iglesia y les atienden (cf. n. 105 d.). 

[25]Cf. CIC, cn. 225. 

[26]Con. Ecum. Vaticano II, Decr. Ad Gentes,2. 

[27]Cf. Pont. Cons. para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, El Santuario. Memoria, presencia y profecía del Dios vivente (8.5.1999), 6. 

[28] De modo particular, se puede encontrar el rostro escondido y misterioso de Dios a través de los testigos silenciosos de Cristo, es decir los lugares y objetos de Tierra Santa, y comprender mejor la palabra de Dios. S. Jerónimo afirma: “Al igual que se comprende mejor a los historiadores griegos cuando se visita Atenas o se entiende mejor el tercer libro virgiliano [de la Eneida] cuando se viaje de Tróade… a Sicilia y hasta la desembocadura del Tíber, así también se comprende mejor la Sagrada Escritura cuando se ha visto con los propios ojos la Judea y se han contemplado las ruinas de las ciudades antiguas” (Praef. in Liber Paralip.: PL 29,423). 

[29]Cf. Pontificio Consejo de la Cultura, Towards a pastoral approach to culture, (23.5.1999), 37.

[30]Juan Pablo II, Exhor. apost. Ecclesia in Asia (6.11.1999), 31. 

[31]Conc. Ecum. Vaticano II, Decl. Nostra aetate, 2.

[32]Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis (4.3.1979), 13. 

[33]De este modo viene a realizarse lo que anhelaba S. Juan Crisóstomo: “Nuestro espíritu se siente elevado más alto, nuestro ánimo se hace más robusto, el compromiso mayor, la fe más ardiente”, (De Droside martyre 2: PG 50,685B); Teodoreto di Ciro en su narración sobre Simeón Estilita afirma: “Quien acude para un espectáculo, regresa instruido en las cosas divinas” (Hist. relig. 26,12: SCh 257,188). 

[34]Cf. Juan Pablo II, Angelus, Castel Gandolfo (1.8.1999). 

[35]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7.12.1990), 82. 

[36]Juan Pablo II, Carta a los ancianos, (1.10.1999), 16. 

[37]Cf. Juan Pablo II, Carta enc.Centesimus annus(1.5.1991), 42. 

[38]Ibíd., 31. 

[39]Ibíd., 36. Juan Pablo II aclara: “Me refiero al hecho de que también la opción de invertir en un lugar y no en otro, en un sector productivo en vez de otro, es siempre una opción moral y cultural” . 

[40]Juan Pablo II, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz 1990, 15. 

[41]Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la XV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del 1981, 3. 

[42]Conc. Ecum. Vaticano II, Cost. past.Gaudium et spes, 3. 

[43]Ibíd., 40. 

[44]Juan Pablo II, Discurso a los Obispos de la Liguria (5.1.1982), 5. 

[45]Conc. Ecum. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 32.

[46]Cf. Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Sacrosanctum concilum, l.

[47]Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii nuntiandi (8.12.1975), 40.

[48]Ibíd. 63; cf. 59-64.

[49]Cf. Pio XII, Discurso al Congreso mundial del “Skäl-Club” (29.10.1952).

[50]Juan Pablo II, Discurso al III Congreso Mundial de Pastoral del Turismo (9.09.1984).

[51]Pablo VI, Carta apost.Apostolicae caritatis(19.3.1970). 

[52]Juan Pablo II, Const. apost. Pastor bonus (28.6.1988), 151. 

[53] Sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 46 de la Constitución apost. Pastor Bonus acerca de las competencias de la Segunda Sección de la Secretaría de Estado. 

[54]Conc. Ecum. Vaticano II, Decr. Christus dominus, 37. 

[55]Juan Pablo II, Carta apost. Apostolos suos (21.5.1998), 22. 

[56]CIC, can. 447. 

[57]La naturaleza y misión de estos centros ha sido descrita por el Pontificio Consejo de la Cultura Towards a pastoral approach to culture (23.5.1999), 32. 

[58]Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio del ecumenismo (25.3.1993), 102-142, 161.162. 

[59]Cf. CIC, can. 451. 

[60]Cf. CIC, cann.459, 511. 

[61]Conc. Ecum. Vaticano II, Decr. Apostolicam actuositatem, 10. 

[62]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Dies Domini (31.5.1998), 35-36. 

[63]Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Congregación para el Clero (20.10.1984), 6. 

[64]Conc. Ecum. Vaticano II, Const. poast. Gaudium et spes, 45.

[65]Cf. Pont. Cons. para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, La Peregrinación en el Grande Jubileo del 2000 (25.4.1998), 9-11. 

[66]Cf. ibíd., 24-31. 

[67]S. Agustín, Confesiones, 1,1,1: CSEL 33,1. 

[68]S. Agustín, Confesiones, 10,27,38: CSEL 33,255. 

[69] Juan Pablo II, Mensaje para la XXII Jornada Mundial del Turismo de 2001, 5. 

[70]Conc. Ecum. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 63.

 

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