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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move - N° 87, December 2001

 

El misionero para los emigrantes

Testimonio de un sacerdote Latinoamericano

Rev. P. Ildo GRIZ C.S.
Misionero Scalabriniano

Es evidente que en América Latina hay muchos misionero(as) que están llevando adelante una importante misión evangelizadora entre las poblaciones pobres y migrantes de ese continente. Personalmente conozco a muchos de ellos, algunos inclusive ya no están más. Migraron para junto a Dios. Y lo que voy a compartir con ustedes es más bien fruto de lo que aprendí y estoy aprendiendo con las misiones entre migrantes en América Latina. Agradezco al P. Loreto De Paolis por haberme invitado a hablarles de la misión que me han encomendado en la Argentina.

Origen:De familia religiosa. Soy nieto de italianos emigrados a las Américas al final del siglo pasado. Sin duda, soy fruto de un trabajo misionero realizado por sacerdotes scalabrinianos en el sur de Brasil: Sarandi. Soy el 14° de 15 hermanos.

Formación: Entré en el seminario con 15 años de edad, motivado por el deseo de ser misionero. Durante este tiempo de formación, hice 2 experiencias de pastoral migratoria: Conventillos (centro de San Pablo) y los trabajadores del caucho (Floresta Amazónica, territorio boliviano). 

Destinación: A los 30 años fui ordenado sacerdote y destinado al trabajo misionero en el campo de las migraciones en la Argentina. En ese país viví dos experiencias fuertes y bonitas: la misión en la Patagonia (5 años) y la capellanía de los peruanos en Buenos Aires (2 años). 

El misionero y la misionera no somos una especie de miembros cualificados de la Iglesia, especialmente entrenados, algo así como ejecutivos de programas y proyectos programados por una élite pensante. Para mí, lo que caracteriza los misioneros y las misioneras migratorios, desde los primeros días que los conocí, es su profunda pasión por Cristo y los migrantes. Yo los he conocido y los identifico como los apasionados por el Reino que hasta los días de hoy contagian hombres y mujeres de todas las razas y culturas.

El contexto donde se da nuestro trabajo en Latinoamérica es en medio de multitudes de migrantes pobres de la ciudad y de los campos, sobre todo aquellos que se agolpan en los hacinamientos degradados de las crecientes periferias urbanas, excluidos de los dinamismos económicos y culturales de la globalización, así como los nuevos pobres, marginados, desarraigados del tejido social. Los que huyen de las guerrillas, del hambre y de la miseria. Son sin duda éstos los que requieren de nosotros nuevos movimientos misioneros, de enculturación del evangelio, realizando efectivamente esa “opción preferencial por los pobres” que es propia del Evangelio de Cristo y que está bien sedimentada en la autoconciencia de la iglesia católica de América Latina.

Los nuevos movimientos poblacionales presentan en el mundo características particulares que en algún sentido los diferencian de lo que tradicionalmente definía el fenómeno migratorio. Estos cambios considerados en el mundo y por supuesto en AL y Argentina, tienen que ver básicamente con los aspectos políticos, económicos, sociales y demográficos. Y por eso mismo determinan nuevas necesidades y cuidados distintos en el plano misionero.

La asistencia espiritual del misionero antes acompañaba y se dedicaba más a la conservación de la fe del migrante (sacramentos), y se discutía hasta qué momento se lo debía atender, e incluso, si se debía extender más allá de las primeras generaciones, se hablaba del tema del idioma y sobre la importancia de la presencia de un misionero en las colectividades que hablara el mismo idioma de los migrantes. En fin, hoy creo que considerando la exacta definición del Papa sobre los movimientos poblacionales desesperados, estos temas parecen menores. Y la urgencia está dada en un cuidado y asistencia espiritual que ayude a sostener a los inmigrantes en esa situación e impida que se sientan abandonados y caigan en la desesperanza.

Entonces, si hablamos de la estructura de la pastoral migratoria en AL, el lugar del misionero es estar en medio de “los desesperados”, víctimas de un sistema que los separa y luego abandona. Nuestra misión es sin duda, desde los migrantes, los más pobres entre los pobres, los más necesitados de promoción humana, de justicia y liberación.

Pero, como misioneros para los migrantes, nuestra misión no se reduce en la distribución de sacramentos, ni en una letanía de denuncias para satisfacer nuestro ego, caracterizado, a veces, por moralismos crispados.

Hoy en la Argentina, ser misionero para los migrantes tiene que ver esencialmente con ubicar nuestra misión de acuerdo a los Lineamentos Pastorales de la CEA y con los de la iglesia local, en consecuencia, con la realidad del país y la Región.

En este contexto es que hoy somos llamados y enviados. Pero todo empezó “al rayar del primer día de la semana” (Mt 28,1), cuando María Magdalena y la otra María fueron al túmulo. Ahí, las mujeres recibieron la alegre noticia de que el cuerpo de Jesús no se encontraba ya en “la tumba excavada en la roca” (Lc 23,52): “no está aquí, ¡ha resucitado!” (Mt 28,6). Y ellas salieron de prisa y corrieron a anunciárselo a los discípulos que habían estado en su compañía y que ahora estaban, a separados y abandonados por su Señor y estaban tristes y lloraban (Mc 16,10). ¡El Señor resucitó! (Lc 24,34), se tornará el mensaje (kerigma) apostólico hasta nuestros días. 

Después, en el día de su Ascensión, al despedirse de sus apóstoles, Jesús les da un último recado: “El Espíritu santo descenderá sobre vosotros y os dará su fuerza. Seréis pues mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).

Este ardor por la misión rompe toda acomodación y rutina e impulsa a la Iglesia a ir al encuentro de las personas y a insertarse en la realidad que vive el pueblo, haciéndose sal, luz y fermento.

Exigencias 

Disponibilidad

Creo que cuando Jesús dice: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi padre” (Jn 4,34) se refiere a esa libertad de ser, servir y estar en función de esa misión que la Iglesia, la congregación, la diócesis e incluso la propia comunidad local nos ha encomendado: “allí, donde el pueblo trabaja y sufre”, donde se encuentran (RVD).

Una atención a lo Concreto

Es decir a la persona del migrante, al ser humano imagen de Dios. “Yo era migrante y ustedes me fueron a ver y también me recibieron en sus casas”. Al que sufre el desarraigo, al inmigrante pobre, indocumentado, discriminado, explotado, engañado, al que está triste y llorando. Una atención o asistencia concreta en el aquí y ahora. Y aquí creo que la pregunta, ¿Cuántos Son? No importa.

Un espíritu de Apertura Universal

Sin miedos ni prejuicios. Sin restricciones ni elecciones: Todo migrante es mi hermano. De ahí, la importancia de conocer y aceptar la diversidad cultural presente en las poblaciones migrantes. Es misión del misionero recibir estas culturas, evangelizarlas, alentarlas, para que no se pierdan las identidades y menos aún los valores que sostienen a nuestros hermanos, insistiendo sobre todo en la atención a la integridad de la familia, tan difícil de sostener en situaciones límites.

Con un trabajo Interinstitucional

Ante la grave crisis económica que viven los países de AL, es común que en las sociedades receptoras de inmigrantes haya brotes de reacciones xenófobas, sobre todo en lo que se refiere a la relación del migrante con el mercado laboral, seguridad y a los servicios de salud, educación y vivienda. En este sentido, pienso que es misión del misionero marcar una presencia continua en medio de las instituciones involucradas y juntos trabajar con el objetivo de sensibilizar y concienciar para así poder bajar el nivel de conflictos. Ser puente entre el migrante y la sociedad que lo recibe.

Evangelizar con renovado ardor

Entiendo que esto tiene que ver con la convicción con que llevamos el Mensaje. En Méjico decíamos que a veces somos muy tímidos en el anuncio del evangelio y que en muchos casos no basta la buena voluntad, sino que es necesario una presencia amorosa. Quizás la misión del misionero para los migrantes no sea aportar grandes soluciones a los problemas o conflictos vividos por nuestros destinatarios. La fuerza capaz de hacer cambiar de actitudes está puesta en el amor con que se está con los migrantes, ser con ellos y descubrirlos absolutos de su dignidad.

Aportar Alegría y Esperanza

El misionero debe de ser portador de un mensaje de alegría, amor y esperanza; en muchos casos es lo único que puede ayudar a los migrantes que con sus familias muchas veces viven situaciones límites, donde su integridad moral se encuentra dañada y muchas veces tirada al suelo. En estos casos y en todos los casos, solo la fe, la alegría, el amor y la esperanza que reciban por parte de la Iglesia puede darles fuerza para trabajar con paciencia en el difícil proceso de comprensión y que requiere la integración y la evangelización en estas circunstancias.

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