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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 104, August 2007

 

 

Pontificio Consejo para la Pastoral

de los Emigrantes e Itinerantes 

 

PRO-MEMORIA 

Competencia:

Al Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes le compete la tarea de asistir al Santo Padre para dirigir “la solicitud pastoral de la Iglesia hacia las necesidades particulares de quienes se han visto obligados a abandonar la propia patria o, acaso, carecen de ella... Procura seguir con la debida atención las cuestiones relativas a esta materia [y]... se interesa porque en las Iglesias locales se ofrezca una eficaz y apropiada asistencia espiritual, si es necesario, incluso mediante oportunas estructuras pastorales... a los emigrantes, a los nómadas y a la gente del circo... Favorece igualmente en las mismas Iglesias el cuidado pastoral en favor de los marinos, tanto cuando navegan como cuando están en los puertos, especialmente por medio de la Obra del Apostolado del Mar, cuya alta dirección ejerce. Desarrolla la misma solicitud respecto a los que tienen un empleo o prestan su trabajo en los aeropuertos o en los aviones. [Además] el Pontificio Consejo se compromete a fin de que los viajes emprendidos por motivos de piedad o de estudio o de recreo favorezcan la formación moral y religiosa de los fieles” (Pastor Bonus, art. 149-151). 

Pregunta:

¿Cómo podemos, como Iglesia, estar efectivamente presentes, con una pastoral apropiada y específica, entre los emigrantes, los refugiados, los desplazados en el interior de sus países, los estudiantes extranjeros y otros cuyas vidas están condicionadas por las muchas experiencias de la movilidad humana? ¿Cómo puede ser, ésta, también una presencia evangelizadora y misionera? ¿Cómo se puede vincular todo esto a una urgente y necesaria promoción humana y a un desarrollo integral? Concretamente: nuestro Pontificio Consejo, para cumplir con su mandato ¿qué considera digno de promoción por parte de las Iglesias particulares?

Presencia pastoral de la Iglesia en la Movilidad Humana

La experiencia de nuestro Consejo nos enseña que una presencia pastoral efectiva de la Iglesia entre los migrantes, refugiados y otras gentes en movimiento, depende de la formación de los sacerdotes y de los otros agentes de pastoral que trabajan en el campo de la movilidad humana, de una adecuada organización pastoral (“solidaridad pastoral orgánica”) y de la cooperación, en la Iglesia, a nivel diocesano, nacional, regional, continental y universal, al ser ésta una expresión y una aplicación de la solidaridad.

a. Formación

Como ya se ha dicho, el primer punto es la formación de los futuros sacerdotes y de otros agentes de pastoral, así como la formación permanente de los que ya están ejerciendo activamente este apostolado. El número de veces que figura en los Documentos de la Iglesia el tema de la formación es impresionante. Consideramos indispensable el desarrollo, en el futuro, de una mentalidad y una espiritualidad que se proponga ir al encuentro del refugiado, del migrante y del extranjero. En 1986, la Congregación para la Educación Católica, en estrecha colaboración con nuestro Dicasterio, envió una Carta circular a los Obispos y a los Rectores de Seminarios para que la formación de los futuros sacerdotes les garantice, lo mismo que se hace desde el punto de vista académico, una preparación adecuada para afrontar el creciente fenómeno de la movilidad humana que sea eficaz para la misión pastoral en ese campo. En 2005, los mismos dos Dicasterios reiteraron su preocupación por la formación de los sacerdotes y seminaristas en las cuestiones referentes a la movilidad humana, mediante otra Carta conjunta (cf. A.A.S., XCVIII/1). La formación, sin embargo, no es únicamente de tipo académico y exige una espiritualidad, como afirma el Papa Juan Pablo II por ejemplo en Ecclesia in Africa (n. 136): “No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo ‘anhelo de santidad’ entre los misioneros y en toda la comunidad humana”, para servir, en este caso, a Cristo presente en el forastero (cf. Mt 25,37-40). 

b. Estructuras pastorales

El segundo punto consiste en establecer estructuras nacionales y diocesanas apropiadas, en particular las Comisiones para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, o por lo menos nombrar un Promotor Episcopal. Este paso, que significa dedicar un mínimo de personal y recursos, depende mucho de la convicción acerca de su importancia y necesidad, y se realiza especialmente mediante la formación en materia de movilidad humana. En los lugares donde existen dichas Comisiones, hay un punto firme de referencia pastoral, distinto de Caritas o Justicia y Paz, con las que, desde luego, hay que colaborar. Las Comisiones trabajan especialmente yendo al encuentro del extranjero como Iglesia-Familia con los que llevan la cruz del exilio o forasteros en país extranjero. Al fomentar las celebraciones litúrgicas y de los sacramentos, las devociones, las visitas pastorales, la catequesis y la asistencia misionera, las Comisiones ayudan a la Iglesia local a afirmar su propia presencia entre los migrantes y refugiados, y esto las distingue de otros organismos humanitarios y Organizaciones No Gubernamentales. Desafortunadamente, muchos países que deben afrontar graves dificultades en materia de movilidad humana carecen de una tal estructura funcionante. Creemos que esa necesidad debe ser solucionada pronto; por lo menos, para comenzar, con la figura de un Promotor Episcopal.

c. Cooperación Pastoral

Tercer punto: la formación y las estructuras adecuadas van parejas con la cooperación entre las parroquias, las diócesis, las Conferencias Episcopales, las estructuras regionales, continentales y universales de comunión eclesial. Puesto que los emigrantes y refugiados atraviesan regularmente las fronteras eclesiásticas y nacionales, la respuesta de la Iglesia implica necesariamente esas mismas dimensiones (“Iglesia sin fronteras”). Por ejemplo, un gran número de exiliados y personas que buscan asilo, que escapan hacia un país vecino, presenta una obligación pastoral difícil de cumplir. Algo semejante se puede decir de las necesidades pastorales de grandes grupos de migrantes, incluso en el interior de un mismo país que quieren establecerse en las grandes ciudades. Estas situaciones y otras semejantes requieren contactos, vínculos y acuerdos entre la Iglesia local de origen y la Iglesia receptora, para garantizar una presencia pastoral adecuada.

(1) En la Iglesia local receptora

La formación, un mínimo de estructuras y la cooperación pueden garantizar una buena acogida, una comunicación, y una respuesta a la experiencia de estar lejos de casa. Estimulan, a la Iglesia local receptora, a seguir el ejemplo del Buen Pastor y a salir al encuentro de los forasteros, que quizás dudan en acercarse a la Iglesia debido a las dificultades de idioma, cultura o incluso de estatuto legal, e invitarlos como Familia. Allí podrán encontrar la escucha atenta que sostiene su fe y confianza en Dios, muy importante también. Allí los emigrantes podrán superar experiencias como la discriminación o el reproche por estar en paro o debido a sus actividades criminales. Todo esto los puede salvar de lo que debilita a la Iglesia-Familia, como el encanto de las sectas e incluso del Islam. La seguridad de formar parte de la Iglesia-Familia, da la posibilidad a los migrantes de insertarse en ella y de aportarle su propia contribución.

Si los migrantes son cristianos que pertenecen a otras Iglesias o Comunidades eclesiales, o profesan otras religiones, su acogida ofrece la oportunidad de establecer ese diálogo de la vida que es el aspecto clave del ecumenismo y de las relaciones entre las religiones. Y es también una ocasión para dar a conocer el Evangelio, especialmente dando testimonio del amor de Cristo (cf. 1Pe 3,15).

(2) En la Iglesia local de origen

La pastoral especializada es necesaria también en los lugares de procedencia de los migrantes. La migración influye en la familia, por ejemplo, especialmente cuando separa a los cónyuges y aumenta a la mujer el peso de la marcha del hogar. Esto es todavía más grave cuando las personas se ven obligadas a huir y abandonan la familia. Estas realidades requieren una pastoral específica con programas especiales, en la medida de lo posible.

Otro servicio pastoral que existe en algunos países consiste en dar una preparación a las personas que piensan emigrar. Esta les puede ofrecer la ocasión de reflexionar con prudencia si deben hacerlo, y revestirlos de las “armas de la luz” (Rom 12,13) para afrontar esa difícil e incluso peligrosa experiencia. Puede también contribuir a facilitarles los contactos con la Iglesia local del país de destino y recordarles que han sido llamados a anunciar el Evangelio.

Todo esto requiere una pastoral que combine los enfoques territorial y especializado (cf. CIC can. 529 § 1; 568; 518; 564 y CCEO can. 280 §1), cumpliendo así las directrices del Concilio Vaticano II: “Téngase solicitud particular por los fieles que, por la condición de su vida, no pueden gozar suficientemente del cuidado pastoral, común y ordinario de los párrocos o carecen totalmente de él, como son la mayor parte de los emigrantes, los exiliados y prófugos... y otros por el estilo... Las Conferencias de los Obispos... estudien diligentemente los más urgentes problemas que afectan a las personas susodichas y con instrumentos e instituciones adecuadas atiendan y fomenten su vida espiritual con voluntad concorde” (Christus Dominus 18). 

Conclusión: Nuestro profundo deseo de trabajar, especialmente con los Obispos, en favor de los Migrantes, Refugiados y Personas Itinerantes

Nuestro Pontificio Consejo tiene el profundo deseo de realizar un trabajo pastoral con los Obispos y con las Conferencias Episcopales, así como con las Organizaciones regionales y continentales de comunión eclesial, en favor de los migrantes, los refugiados y demás personas itinerantes. La formación y la organización de tal trabajo están dentro de las posibilidades de las Iglesias locales. Como representante de la solicitud universal que le ha sido confiada, el Pontificio Consejo tiene firme esperanza de trabajar con todos los Obispos para fomentar la presencia específica de la Iglesia en el mundo de la movilidad humana, es decir, entre los migrantes, los refugiados, los estudiantes internacionales, los marinos, los que trabajan en la aviación civil, los nómadas, los trabajadores del circo y de los parques de diversiones, la gente de la calle, los turistas y los peregrinos.

 

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