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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 108, December 2008

 

 

Principio petrino y mariano en la Iglesia

manifestado en los santuarios marianos* 

 

 

Arzobispo Agostino Marchetto

Secretario del Consejo Pontificio

para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes

Introducción

Ecce ancilla Domini; fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1, 38). Con estas palabras dirigidas al ángel del Señor, María acoge el anuncio y consagra definitivamente su vida a Jesús, y se convierte en tabernáculo de carne durante nueve meses. Con aquel simple fiat, que brota de la fe, Ella acepta cumplir plenamente la solemne profecía de Isaías: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Mt 1, 23). 

A María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, está dedicada, aquí en Zaragoza, la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, uno de los santuarios marianos más antiguos del mundo. De hecho, según una tradición muy antigua, en el año 40 d.C., la Virgen María vino hasta este lugar para confortar al Apóstol Santiago, que predicaba el Evangelio en las orillas del río Ebro, y dejó como testimonio una columna. Así pues, María ofrece simbólicamente el “Pilar” de su fe a aquellos que vacilan, que dudan y andan a ciegas entre la oscuridad y la luz, sin elegir entre el camino recto y el camino de la perdición. María ofrece el ejemplo de su vida para que todos puedan descubrir, como se proclama en el Magnificat, que “el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1, 49-50). Empleando un lenguaje figurado, puesto que en toda construcción la columna de apoyo es la que sustenta el edificio, así María sustenta nuestra fe a través de su oración de intercesión. Ella nos permite contemplar al Hijo que ha llevado en su seno y nos lo ofrece para que lo adoremos como único Salvador, “origen de toda verdad, santidad y piedad” (LG 67).  

Me complace pues poder participar en esta Convención y saludo cordialmente a los organizadores, a los participantes y a las Autoridades presentes. Bajo la mirada materna de la Virgen del Pilar, dediquemos por tanto nuestras reflexiones a los santuarios marianos.  

María Madre de la Iglesia y Estrella de la evangelización

El santuario es el lugar en el que se custodia la memoria de un acontecimiento religioso extraordinario, un milagro, una aparición, una lacrimación. Acoge la devoción popular que se expresa en la peregrinación. Y son la frecuencia y la afluencia de peregrinos las que generan el reconocimiento de santuario internacional, nacional o diocesano, mediante la aprobación de las autoridades competentes (CIC can. 1231-1232). Ciertamente la peregrinación está presente en todas las religiones, pero el cristianismo es quizás el que cuenta con el mayor número de lugares de culto, dedicados preferentemente a María. ¿Por qué?

Pienso por el hecho que “la Virgen María es el santuario vivo del Verbo de Dios, el Arca de la alianza nueva y eterna”[1]. El Concilio de Éfeso (431), en efecto, proclamó la maternidad divina de María, aclamándola Theotókos, porque de Ella nació el Verbo, gracias a Ella se hizo hombre el Hijo de Dios que habitó entre nosotros. Y, llegando a través de los siglos hasta el Concilio Ecuménico Vaticano II, notamos que en él se declaró a María “prototipo [de la Iglesia] y modelo destacadísimo en la fe y caridad” (LG 53), subrayando así de modo particular su ser modelo para la Iglesia. “«La Iglesia, a lo largo de toda su vida, mantiene con la Madre de Dios un vínculo que comprende, en el misterio salvífico, el pasado, el presente y el futuro, y la venera como madre espiritual de la humanidad y abogada de gracia», como lo demuestra la presencia de los numerosos santuarios marianos esparcidos por el mundo, que constituyen un auténtico Magníficat misionero” [2].

De hecho, son miles los santuarios en el mundo dedicados a “Aquella que ha creído”. Sólo en Alemania existen cerca de 680; en Italia, sobre un total de aproximadamente 2.800 santuarios, el 80% son marianos; así como en España, donde la mayoría de los más de 2.000 santuarios están dedicados a María. En Eslovenia son casi 200, en las Filipinas 60, en Corea 20. La mayor afluencia de peregrinos (15-20 millones) se registran en los Santuarios de Nuestra Señora de Guadalupe, en México, de Vailankanni, en India, y de Aparecida, en Brasil, y son numerosos los fieles que visitan otros lugares dedicados a la piedad mariana, como por ejemplo la Basílica-Santuario de la Inmaculada en Manila, en las Filipinas, La Medalla Milagrosa, en Francia, Walsingham, en Inglaterra, Luján, en Argentina. Recordamos además los santuarios internacionales de Nuestra Señora de Lourdes, Fátima, Loreto, Montserrat y Pompeya. A pesar de que no contamos con estadísticas fiables, puesto que no todas las diócesis tienen la oportunidad de redactar un anuario del que se puedan obtener los datos necesarios, sabemos por ejemplo que en 2006, cerca de 43 millones de visitantes fueron recibidos en los casi 120 santuarios de Francia.

Para volver a la idea inicial, los santuarios marianos se revelan como verdaderos pilares en el anuncio de Cristo. En efecto, María no sólo nos ha donado al Señor, sino que aún hoy nos conduce a Él a través de su ejemplo y de su mensaje, animándonos así, una vez más: “Haced lo que él os diga”, como hizo en Caná de Galilea (Jn 2, 5). La misión de los Santuarios marianos es la de proponer a María como modelo a seguir, pero sobre todo como camino para llegar a Cristo, que es el Señor y fuente de la salvación. Así “la catequesis para los peregrinos cristianos debería ser kerygmática y capaz de llevar a las personas a Dios, nuestro Padre”[3]. En el Magnificat, María expresa su fe, declama la grandeza del Padre y nos ofrece el testimonio del amor de Dios por toda la humanidad, pero especialmente por los humildes, los pobres de Yahvé, de los que María es la primera. 

Santuarios marianos y Romanos Pontífices

Desde los primeros siglos del cristianismo, el creyente ha sentido la exigencia de realizar una peregrinación hacia un lugar particularmente significativo para su fe, movido por el deseo de conocer y hallar sus raíces, y de seguir también las huellas de los apóstoles. Con el paso del tiempo, la peregrinación se ha convertido aún más en un camino de oración y de penitencia, hasta alcanzar, en los últimos 30 años, también una nueva vida y un significativo incremento, influenciado, durante la segunda mitad del siglo XX, sin lugar a dudas, por los numerosos viajes apostólicos de los Romanos Pontífices, que incluían visitas a los santuarios. Citando sólo los santuarios marianos, ha quedado para la historia el viaje en tren realizado por Juan XXIII a la Santa Casa de Loreto. El Papa Pablo VI visitó Nuestra Señora de Bonaria, en Cerdeña (Italia). El Papa Juan Pablo II, posteriormente, se desplazó nada menos que en 7 ocasiones al santuario de Jasna Gora, en Czestochowa (Polonia), y en 5 ocasiones a los de Nuestra Señora de Guadalupe (México) y de Loreto (Italia). La primera de las 4 visitas al Santuario de Fátima (Portugal) posee un significado especial, en agradecimiento por haber sobrevivido el Papa al atentado del que fue víctima un año antes (el 13 de mayo de 1981). En el último de sus viajes internacionales, el n. 104, el Papa, enfermo y muy cansado, halló las fuerzas para invocar a la Virgen María en Lourdes, una vez más, por la paz en el mundo.

Prueba de su piedad mariana, en su escudo, la letra M recuerda la presencia de la Virgen bajo la Cruz (cfr. Jn 19, 25), como aparece en imágenes que se encuentran en numerosos santuarios marianos, para recordar que la fuerza de ánimo de la Virgen a los pies de la cruz tiene que animar a los fieles a afrontar las adversidades de la vida con fuerza y coraje. De hecho, ¿qué sufrimiento es más grande que el de una madre que asiste a la muerte de su hijo? Sin embargo, María nos ofrece el ejemplo de una presencia dolorosa pero valiente, de pie junto al hijo en el Calvario, en una oración desgarradora pero con una confianza incondicional en el Padre que está en los cielos.

Asimismo, el Papa Benedicto XVI ha querido evocar esta imagen de María, que ha permanecido intrépida a los pies de la cruz del Hijo en el Santuario mariano De Finibus Terrae, en Santa María de Leuca (Italia). Con ocasión de sus viajes apostólicos, el Papa Benedicto también suele ir a los santuarios y, como ya hicieron Pablo VI y Juan Pablo II, ha visitado, por ejemplo, el santuario mariano de Meryem Ana Evi en Éfeso, Turquía (29.11.2006). Allá recordó como, después de aquel primer fiat dirigido al Ángel, la maternidad de María se cumplió a los pies de la cruz en el Gólgota, en donde Jesús moribundo la encomendó al apóstol Juan, quien también fue entregado a María en un nuevo vínculo entre Madre y Discípulo, para soldar indisolublemente la maternidad divina y la maternidad eclesial[4].

Los santuarios marianos y la paz

El compromiso papal por la paz en el mundo nos hace entender también el vínculo de los Pontífices con los santuarios marianos. Los santuarios son considerados como lugares privilegiados para rezar por la paz entre los pueblos, tan precaria en nuestra época. En particular, aquellos dedicados a la Virgen – como el susodicho Santuario de Meryem Ana Evi y otros, sobre todo en Asia, por ejemplo, el de Nuestra Señora de Vailankanni (India) – reciben la visita de personas que no son cristianas, por ejemplo de los musulmanes que quieren y veneran a María Santísima. Por tanto, al ser lugares a los que se dirigen incluso personas de culturas y credos diferentes, proporcionan ocasiones de diálogo y de confrontación serena. Este concepto está contenido en una de las Conclusiones del último Congreso Europeo de Pastoral de Peregrinaciones y Santuarios, así: “Los santuarios y las peregrinaciones, con la red que forman, tienen también un cometido social porque favorecen las relaciones de paz entre los hombres, el conocimiento recíproco de su historia, su comunicación mutua, en lo profundo y en lo interior. En el pasado, las peregrinaciones y los Santuarios contribuyeron a la edificación de un espíritu de paz, estableciendo garantías jurídicas de protección para los peregrinos”[5]. He citado este paso para animarles a leer los documentos que publicamos, puesto que son el fruto de un estudio profundizado de amplio alcance y están destinados a su puesta en práctica. Una de las tareas de nuestro Consejo Pontificio es la de crear ocasiones para el encuentro y el diálogo entre los encargados de la pastoral de la movilidad humana, con el objetivo de obtener un provechoso intercambio de experiencias y de abrir nuevos horizontes al servicio eclesial.

Continuando sobre el papel que pueden desempeñar los santuarios, al fin de favorecer la convivencia pacífica entre los hombres, recuerdo que en algunas naciones las peregrinaciones han ejercido un papel clave en la unión de los fieles cristianos, de la Iglesia católica y de aquellas de rito oriental, así como también entre los miembros de las comunidades hebreas y musulmanas, consintiendo una convivencia pacífica entre las numerosas confesiones y religiones. Su fuerza de atracción ha sido superior a las dificultades impuestas por políticas represivas, y su influencia se ha percibido, no solo en el ámbito religioso, sino también en el educativo, solidario, social y cultural. En el continente africano afligido por guerras y persecuciones, sin olvidar a Nuestra Señora de África, allá arriba, en Bologhine (Argel), se ha dedicado, precisamente a Nuestra Señora de la Paz, un santuario en Yamassoukro (Costa de Marfil), mientras otro, el de Nuestra Señora del Sufrimiento, en Kibeho (Rwanda), recuerda la Virgen invitando a la paz y a la unidad, a través de la conversión, la oración, la penitencia y la participación en la Pasión de Cristo. Son temas evangélicos, pues, los que la Virgen siempre y de nuevo nos presenta. Las peregrinaciones desempeñan por consecuencia un importante papel como ocasión de encuentro entre los fieles reconciliados en la paz, y como oportunidad de evangelización.

Otro factor importante, en visión de paz, está constituido por la creciente movilidad de las personas que, entre las numerosas consecuencias, implica también un incremento de viajes por motivos de fe y una “movilidad de las devociones”. Asimismo, se han erigido en muchas partes del mundo santuarios dedicados a Nuestra Señora de Lourdes o Fátima o de Pompeya, y son cada vez más numerosas las capillas, dentro de los santuarios, reservadas a grupos nacionales. Por ejemplo, en el Santuario-Basílica de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C., las capillas laterales están dedicadas a los títulos marianos más venerados en las diferentes naciones de origen de los inmigrantes, que hacen una peregrinación anual durante las correspondientes solemnidades. En el Santuario de la Anunciación en Nazaret se encuentran las representaciones marianas de varios santuarios del mundo. Espléndido aparece el mosaico que representa a la Virgen del Japón, adornada de perlas. La acogida que los fieles migrantes reciben en el santuario del país de llegada es un signo de hospitalidad y de comunión, incluso como Iglesia universal. “La experiencia de vida en común con los hermanos peregrinos se convierte en ocasión para redescubrir el pueblo de Dios en marcha hacia la Jerusalén de la paz, en la alabanza y en el canto, en la fe única y en la unidad del amor de un solo Cuerpo, el de Cristo”[6].

Orientada a la paz y usual en los santuarios marianos es la oración del Rosario, en donde resuena el perenne Magnificat de María. Recitar, meditar, contemplar el Rosario es una costumbre antigua y siempre actual, también para sentirse cerca de María, seguros de ser comprendidos y consolados por su corazón materno. La sucesión sosegada del Ave María predispone el ánimo a la serenidad y a la paz, y la fácil recitación coral anima a la agregación de los ánimos de los fieles. Para sostener y promover esta práctica de oración, nuestro Consejo Pontificio ha publicado El Rosario de los Migrantes e Itinerantes[7], con intenciones de oración, relativas a los diferentes misterios, dedicadas a migrantes, refugiados, estudiantes internacionales, nómadas, circenses y fierantes, al mundo del mar, de la aviación civil, del turismo, de las peregrinaciones y de la carretera-calle. 

El Consejo Pontificio y la pastoral de las peregrinaciones y los santuarios

En el vasto campo de la movilidad humana, nuestro Consejo Pontificio posee una competencia específica para los peregrinos, personas que viajan por motivos ligados a la vida espiritual, “motivos de piedad”. Esta experiencia debe contribuir a su formación moral y religiosa, ayudada por las Iglesias particulares que prestan adecuada asistencia pastoral[8]. Se trata, por tanto, de promover una asistencia antes, durante y después de la peregrinación, monitoreando las numerosas tradiciones, examinando las nuevas iniciativas y, como ya he mencionado, promoviendo la difusión de informaciones entre los países. En el desarrollo de esta obra, e incluso para ofrecer orientaciones pastorales, nuestro Dicasterio ha publicado algunos documentos, que hemos también empleado en esta intervención y que son: La Peregrinación en el Gran Jubileo del Año 2000 y El Santuario. Memoria, presencia y profecía del Dios vivo. Igualmente, además de participar en iniciativas llevadas a cabo en muchos países para comprender sus realidades, nos comprometemos a organizar periódicamente Congresos regionales específicos, con la colaboración de una Iglesia local hospedante. El objetivo es el de facilitar el encuentro entre los rectores de los santuarios y los directores de las peregrinaciones de un mismo continente, para que puedan conocerse mutuamente, y puedan poner en común sus capacidades, y así mejorar los servicios en ámbitos sociales no lejanos por costumbres y tradiciones. Hemos, por tanto, llevado a cabo en los últimos años tres encuentros en Asia, con un buen resultado para la Iglesia católica tan minoritaria en aquel continente. En Europa, hemos llevado a cabo cinco encuentros, que han contado con la participación de los delegados de países con una gran tradición católica, y de países que están conociendo, nuevamente, la libertad de profesar la fe. Publicamos periódicamente también un Boletín de información acerca de esta pastoral. 

Renovar la catequesis y cuidar la Liturgia

Los santuarios marianos son además lugares en los que una acertada catequesis puede traducirse en una verdadera y real evangelización, junto a una purificación de la piedad popular y de la espontaneidad. Realizar una peregrinación no quiere decir encaminarse enseguida para cumplir un voto o cumplir un gesto, o para pedir simplemente un favor, un milagro. En las recomendaciones del último Congreso asiático mencionado, se ha reiterado a este respecto que los santuarios y las peregrinaciones han de ser ocasiones y lugares de autopurificación y transformación, más que centros de “comercialización espiritual”[9]. Una peregrinación se lleva a cabo para convertirnos de corazón, para pedir perdón y librarse de la culpa, para obtener la gracia de ser un enfermo cristiano, para interceder por los demás, para exteriorizar gratitud. En el “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia”[10] se nos otorga una valiosa orientación a este respecto, en la que se recuerdan los principios teológicos y litúrgicos que deben guiar la correcta estima y la justa valoración de las prácticas de piedad popular. En particular, menciono aquí el n. 66, en el que se evidencia que “en esta labor de «evangelización» de la piedad popular, el sentido pastoral invita a actuar con una paciencia grande y con prudente tolerancia”[11]. Con respecto a esto, deseo subrayar que las dotes mencionadas son precisamente las que distinguen a una gran parte de los Rectores de los Santuarios. Su carisma, de hecho, consiste, además de la propensión a la acogida, en la comprensión de los sentimientos y de los miedos, en la tierna, calma disposición al consejo y a la catequesis. Sin lugar a dudas, es muy importante que los sacerdotes, los religiosos, las comunidades responsables de los santuarios y también los laicos allí comprometidos, cuenten con una formación específica, adecuada para el delicado servicio que deben llevar a cabo y un corazón tan grande como el mar.

Además, la pastoral de la acogida en los santuarios marianos debería preocuparse por animar a los visitantes y a los fieles a participar más en los ritos que se están celebrando, explicando la simbología adoptada, porque en algunas ocasiones la tradición gestual y oral es la que mayormente queda impresa en los corazones de los fieles.

El ars celebrandi consiste precisamente en la participación activa de todos en la ceremonia o en el rito, y con una implicación profunda y espiritual, para entrar así en la acción de Cristo y de la Iglesia y crecer en santidad, una transformación de la vida.  

A tal respecto, podemos observar que el Papa Benedicto XVI, durante las celebraciones que preside, presta gran atención a la belleza de la liturgia, empleando también paramentos en línea con la tradición, cuidando todos los “detalles”. Por ejemplo, la posición de la Cruz en el centro del altar, indica la centralidad del crucifijo en la celebración eucarística y la justa orientación interior que toda la asamblea debe tener. El palio y el pastoral también han sido retomados de la tradición. Asimismo, el trono papal pone en evidencia que la Liturgia está presidida por el Papa, sucesor de Pedro y Vicario de Cristo. La orientación litúrgica, en algunas ocasiones cambiada recientemente en la celebración eucarística, seguramente no pretende dar la espalda a los fieles, sino “presentar al Señor” la asamblea.  

En el ámbito de la Liturgia y en el cuidado de la acogida que se brinda a los visitantes, se halla la necesidad de ayudarles a encontrar el justo recogimiento en un ambiente hecho también de silencio. De este modo, cada cual, de acuerdo con sus propios ritmos, podrá meditar, llegando a la contemplación, a la oración interior, descubriendo a Dios que habla de paz a su corazón.

Vamos a concluir con un símbolo, importante y solemne, que se otorga a los santuarios marianos, la Condecoración Pontificia de la “rosa de oro”, gesto que se remonta al siglo XI. En tiempos recientes, fue otorgada por Pablo VI al santuario mariano de Fátima, sucesivamente por Juan Pablo II al de Lourdes y de Czestochowa (Polonia) y, recientemente, por el Papa Benedicto XVI a los santuarios de Aparecida (Brasil), Loreto y de La Guardia (Génova).


Conclusión

Junto al símbolo tan mariano de la “Rosa” (Maria lo es “mística”: letanías lauretanas) concluyo con los versos de una bella oración de Juan Pablo II acerca del papel de María en la historia de la salvación, iniciada con un fiat.

“En Ti, el reino de Dios ha amanecido,

un reino de gracia y de paz, de amor y de justicia,

nacido de la profundidad de la Palabra hecha carne.
La Iglesia en todo el mundo se une a Ti para alabarle a Él   
cuya misericordia se extiende de generación en generación”[12].  

Existe pues la ligación entre María y Jesús Cristo y la Iglesia pero también con el Reino de Dios.


 

* A la Convención de la Red Europea de Santuarios Marianos. Zaragoza (España), 10 - 12 de septiembre de 2008.

[1] Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, El Santuario. Memoria, presencia y profecía del Dios vivo, (8.05.1999) n. 18: L’Osservatore Romano, n. 119 (42.156) 26.05.1999, inserto, http://www.vatican.va/roman_curia/Pontifical_councils/ migrants/documents/rc_pc_migrants_doc_19990525_shrine_sp.html.

[2] Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, ibidem.

[3] Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Documento final del III Congreso Asiático de Pastoral de las Peregrinaciones y los Santuarios, organizado juntamente con la Archidiócesis de Nagasaki, Japón (15-17 octubre de 2007), Recomendaciones n. 2: Revista People on the Move n. 105 (XXXIX), diciembre 2007, p. 365.

[4] Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa en el Santuario mariano di Meryem Ana Evi, Éfeso (Turquía), 29.11.2006: L’Osservatore Romano n. 277 (44.419), 30-11-2006, pp. 8-9.

[5] Consejo Pontificio para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, Documento final del V Congreso Europeo de Pastoral de las Peregrinaciones y los Santuarios, organizado juntamente con los Santuarios de Lourdes, Francia (10-13 de noviembre de 2007), Conclusiones n. 7.

[6] Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, La Peregrinación en el Gran Jubileo del Año 2000, n. 35: Revista People on the Move n. 78 (XXVII), diciembre 1998, pp. 1-28, http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/migrants/documents/rc_ pc_ migrants.htm

[7] Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, El Rosario de los Migrantes e Itinerantes, LEV 2004, disponible en 6 idiomas: http://www.vatican.va/roman_ curia/pontifical_councils/migrants/ index_sp.htm.

[8] Cfr. Juan Pablo II, Constitución apostólica Pastor bonus, 1988, AAS 80 (1988), art. 151, p. 104.

[9] Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Documento final del III Congreso Asiático de Pastoral de las Peregrinaciones y los Santuarios, organizado juntamente con la Archidiócesis de Nagasaki, Japón (15-17 octubre de 2007), Recomendaciones n. 6, Revista People on the Move n. 105 (XXXIX), diciembre 2007, p. 365.

[10] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, LEV, Città del Vaticano 2002.

[11] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, op. cit., n. 66.

[12] Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania, Conclusión, oración, 22 de noviembre de 2001: AAS XCIV (2002), p. 427.

 

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