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SANTA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
POR EL ACUERDO DE PAZ EN GUATEMALA

HOMILÍA DEL CARDENAL ANGELO SODANO*

Capilla Paulina
Miércoles 15 de enero de 1997

Señores embajadores;
amigos de Guatemala;
hermanos y hermanas en el Señor:

La fiesta del Santo Cristo de Esquipulas nos ve reunidos hoy aquí para dar gracias a Dios por el Acuerdo de paz firme y duradera, cuya firma solemne tuvo lugar en Guatemala el 29 de diciembre de 1996.

El Santo Padre escribía recientemente al señor presidente de Guatemala, «esta paz es ciertamente un don de Dios y fruto del diálogo, del espíritu de reconciliación y del compromiso serio en favor del desarrollo integral y solidario de todos los ciudadanos del país. Por lo cual, éste es verdaderamente un momento de gracia para el pueblo guatemalteco» (Carta del 17 de diciembre de 1996).

A este respecto, son muy iluminadoras las palabras de Santiago, que hemos escuchado en la primera lectura de la misa. Ante una sabiduría terrena que inspira en el corazón envidias, egoísmos y peleas, todo lo cual produce «desorden y toda clase de males», el Apóstol dice que «la sabiduría que viene de arriba, ante todo, es pura y, además, amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz y su fruto es la justicia» (St 3, 17-18).

En esa labor de pacificación no se puede olvidar la obra de diálogo y reconciliación que la Iglesia católica en Guatemala, fiel a su propia misión, ha llevado a cabo desde el principio, resaltándolo sobre todo en la carta pastoral Urge la verdadera paz. Los obispos guatemaltecos consideran urgente afrontar ahora los problemas sociales que hace 36 años originaron el conflicto. Los Acuerdos firmados son un reto para la construcción de la paz social y la consolidación de esa misma paz en el corazón de cada persona. Para ello es indispensable la participación de todos: comunidades eclesiales, organizaciones e individuos, padres y educadores, hombres de la cultura, de la política, del campo empresarial y laboral.

Ante esta situación, el pueblo guatemalteco espera no sólo promesas de un mejoramiento socioeconómico, sino verdaderos frutos y actitudes de paz, que eviten posibles formas de violencia incontrolable. Por otro lado, es de desear que este proceso pueda ser acompañado con la ayuda de la comunidad internacional, para no caer en fáciles tentaciones de mirar hacia atrás, lo cual desencadenaría nuevos odios fraternos con tantas muertes y destrucciones.

El Santo Padre, en su Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1982, nos recordaba que Dios ha confiado el don de la paz a los hombres. Pero ésta es frágil porque las personas son frágiles. Por eso hay que implorarla incesantemente a la divina misericordia con la oración. «Mientras los corazones humanos proyectan sinceramente acciones de paz, es la gracia de Dios la que inspira y fortalece sus sentimientos» (n. 13). Por eso, cuán actual es siempre la oración de san Francisco de Asís: «Señor, haz de nosotros artífices de paz; donde domina el odio, que nosotros proclamemos el amor; donde hay ofensas, que nosotros ofrezcamos el perdón; donde abunda la discordia, que nosotros construyamos la paz».

El Papa nos indica también que «no podrá emprenderse nunca un proceso de paz si no madura en los hombres una actitud de perdón sincero. Sin este perdón las heridas continuarán sangrando, alimentando en las generaciones futuras un rencor sin fin, que es fuente de venganza y causa de nuevas ruinas. El perdón ofrecido y aceptado es premisa indispensable para caminar hacia una paz auténtica y estable» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1997, n. 1). Por eso, el Sumo Pontífice invita a todos a emprender juntos «una verdadera peregrinación de paz» (ib., 3) por los caminos del perdón. Éste nos abre a la reconciliación y la esperanza, evitando que permanezcamos «prisioneros del pasado». Añade el Papa que «no se trata de olvidar todo lo que ha sucedido, sino de releerlo con sentimientos nuevos, aprendiendo precisamente de las experiencias sufridas que sólo el amor construye, mientras el odio produce destrucción y ruina. La novedad liberadora del perdón debe sustituir a la insistencia inquietante de la venganza» (ib.). Ello sólo será posible si fomentamos «una sólida cultura de la paz, que prevenga y evite el desencadenamiento imparable de la violencia armada» (ib., 4).

«Pedir y ofrecer perdón es una vía profundamente digna del hombre y, a veces, la única para salir de situaciones marcadas por odios antiguos y violentos » (ib.). Por otro lado, «la experiencia liberadora del perdón, aunque llena de dificultades, puede ser vivida también por un corazón herido, gracias al poder curativo del amor, que tiene su primer origen en Dios-Amor» (ib.). El perdón requiere también la verdad y la justicia para llegar a la reconciliación a través del diálogo y de un proceso de cambio y de conversión. Esto lleva a reconocer la dignidad y el valor de cada ser humano, venciendo cualquier forma de discriminación y marginación. Asimismo, es urgente fomentar la solidaridad personal, empresarial, comunitaria y social, como dimensión imprescindible para alcanzar la justicia en el marco de la libertad y del pluralismo.

Ante el Santo Cristo de Esquipulas ponemos todos estos anhelos para que el Acuerdo de paz firme y duradera sea una feliz y permanente realidad en la querida Guatemala. Que él «preserve este gran don, inspirando en los corazones la decidida voluntad de trabajar por una justicia que lleve hacia un mayor progreso espiritual y moral, económico, social y cultural para todos, de modo que cada uno pueda vivir en una atmósfera de libertad y confianza recíproca » (Carta del 17 de diciembre de 1996). Así sea.


*L'Osservatore Romano n.1 p. 1, 3.

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