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  HOMILÍA DEL CARDENAL ANGELO SODANO,
LEGADO PONTIFICIO,
EN EL FUNERAL DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA

Estadio de la ciudad de Calcuta
Sábado 13 de septiembre de 2005
 

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor;
ilustres autoridades de la India y de todo el mundo;
Misioneras de la Caridad que estáis de luto:

Ha llegado el momento de dar el último saludo a la madre Teresa. Hemos venido aquí de todos los rincones del mundo para manifestarle nuestro afecto y nuestra gratitud, y rendirle el debido homenaje. Desde su frío féretro la inolvidable y querida madre Teresa sigue hablándonos, y parece repetir las palabras del Señor: «Hay mayor felicidad en dar que en recibir» (Hch 20, 35).

1. Este es el centro del Evangelio, el mensaje evangélico del amor de Dios a nosotros, sus criaturas, y de nuestro amor a él, un amor que pide hacerse concreto y eficaz en nuestras relaciones recíprocas. La madre Teresa de Calcuta comprendió plenamente el evangelio del amor. Lo comprendió con cada fibra de su espíritu indómito y con toda la energía de su frágil cuerpo. Lo practicó con todo su corazón y con el esfuerzo diario de sus manos. Superando los confines de las diferencias religiosas, culturales y étnicas, enseñó al mundo esta lección necesaria y benéfica: «Hay mayor felicidad en dar que en recibir».

2. Al final de un siglo que ha conocido momentos terribles de oscuridad, la luz de la conciencia no se ha apagado completamente. La santidad, la bondad, la benevolencia y el amor se reconocen aún cuando se manifiestan en la historia. El Santo Padre Juan Pablo II se ha hecho eco de lo que muchas personas de todas las condiciones han visto en esta mujer de fe inquebrantable: su extraordinaria visión espiritual, su amor generoso y atento a Jesús en cada persona que encontraba, su respeto absoluto al valor de toda vida humana y su valentía al afrontar tantos retos. Su Santidad, que conocía tan bien a la madre Teresa, desea que esta funeral sea una gran oración de acción de gracias a Dios por haber dado esta mujer a la Iglesia y al mundo.

3. La historia de la vida de la madre Teresa no es sólo una mera empresa humanitaria, tal como ella fue la primera en declarar. Es una historia de fe bíblica. Se puede explicar solamente como anuncio de Jesucristo, como —utilizando sus mismas palabras— un «amarlo y servirlo en la imagen sufriente de los más pobres entre los pobres, tanto material como espiritualmente, reconociendo en ellos y restituyéndoles la imagen y la semejanza de Dios» (Constituciones de la Misioneras de la Caridad, I, 1). Se ha dicho que la madre Teresa podría haber hecho mucho más para combatir las causas de la pobreza en el mundo. La madre Teresa era consciente de estas críticas. Probablemente se haya encogido de hombres, como diciendo: «Mientras vosotros seguís discutiendo sobre las causas y los motivos de la pobreza, yo me arrodillaré junto a los más pobres entre los pobres y me preocuparé de sus necesidades». Los mendigos, los leprosos y las víctimas del sida no necesitan debates o teorías; necesitan amor. Quienes tienen hambre no pueden esperar que el resto del mundo encuentre la solución perfecta; necesitan solidaridad concreta. Los moribundos, los minusválidos y los indefensos niños por nacer, quienes no encuentran apoyo en las ideologías utópicas que, en particular durante los últimos doscientos años, han tratado de modelar un mundo perfecto, necesitan una presencia humana amorosa y una mano solícita.

La herencia espiritual que la madre Teresa nos deja está encerrada totalmente en las palabras de Jesús que narra el evangelio de san Mateo: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). En el silencio, en la contemplación y en la adoración ante el Sagrario, aprendió a ver el auténtico rostro de Dios en cada ser humano que sufría. En la oración descubrió la verdad esencial que es la base de la doctrina social de la Iglesia y de su obra religiosa y humanitaria en todas las épocas y en todas las partes del mundo: Jesucristo, el Verbo eterno hecho carne, el Redentor de la humanidad, quiso identificarse con cada persona, en particular, con los pobres, los enfermos y los necesitados: «A mí me lo hicisteis».

4. La madre Teresa de Calcuta ha encendido una llama de amor, que sus hijas y sus hijos espirituales, las Misioneras y los Misioneros de la Caridad, ahora deben mantener encendida. El mundo tiene una gran necesidad de la luz y del calor de esa llama. El homenaje que tributamos en memoria de esta humilde religiosa, a quien ciertamente su gran amor a la India y a esta ciudad de Calcuta no le impidió ser de igual modo ciudadana del mundo, será vano si nosotros, creyentes y hombres y mujeres de buena voluntad de todas las partes del mundo, no proseguimos desde donde ella se ha detenido. Los pobres están todavía entre nosotros. Dado que son el reflejo del Hijo de Dios crucificado, deben estar en el centro de nuestra solicitud pastoral, de nuestra acción política y de nuestro compromiso religioso.

El domingo pasado, en la plegaria del Ángelus, el Santo Padre recordó las siguientes palabras de la madre Teresa: «El fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz» (7 de septiembre de 1997, n. 3: LÂ’Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de septiembre de 1997, p. 1). Empecemos a mejorar el mundo, dirigiéndonos con humilde oración a Dios, Creador de todo lo que existe. ¡Renovémonos en la fe! ¡Que nuestro corazón esté lleno de auténtico amor! ¡Que cada uno haga personalmente algo útil e importante por quienes tienen necesidad! Sólo cuando aprendamos a ver a los demás como nuestros amados hermanos y hermanas, independientemente de cuán diversos sean y cuán lejanos estén de nosotros, la humanidad aprenderá los caminos de la paz. Entonces habremos hecho realmente «algo hermoso por Dios».

Quiera Dios que, mientras encomendamos a nuestra hermana a su recompensa celestial, todos los que han admirado a esta mujer extraordinaria se comprometan a aprender la importante lección que ha dado al mundo, una lección que es también el camino hacia nuestra felicidad humana: «Hay mayor felicidad en dar que en recibir».

5. Querida madre Teresa, el consolador dogma de la comunión de los santos nos permite sentirnos aún más cerca de ti. Toda la Iglesia te agradece tu luminoso ejemplo, y promete hacerlo patrimonio suyo.

Hoy, en nombre del Papa Juan Pablo II, que me ha enviado aquí, te dirijo un último saludo terreno y, en su nombre, te agradezco todo lo que has hecho por los pobres del mundo. Ellos son los predilectos de Jesús. También lo son de nuestro Santo Padre, su Vicario en la tierra. Y en su nombre deposito sobre tu féretro la flor de nuestro más profundo agradecimiento.

Querida madre Teresa, descansa en paz.

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