The Holy See
back up
Search
riga

HOMILÍA DEL CARDENAL ANGELO SODANO
EN LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
CON OCASIÓN DE LA FIESTA NACIONAL DE CHILE*

Basílica romana de San Anselmo en el Aventino
Jueves 18 de septiembre de 2003

En esta santa misa, que estamos celebrando en la fiesta nacional de Chile, brotan de nuestro corazón las palabras del Magníficat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (Lc 1, 46-47).

Haciendo nuestro el himno de María santísima, hoy queremos dar gracias al Señor por los beneficios concedidos a la nación chilena desde los inicios de su historia y, en particular, desde los casi dos siglos de su independencia.

Desde que Pedro de Valdivia fundó la ciudad de Santiago en 1541, ¡cuánto tiempo ha transcurrido y cuántos acontecimientos ha habido en la vida del país! ¡Cuánto tiempo ha pasado también en la vida de la Iglesia desde que, veinte años después, en 1561, el Papa Pío IV, Giovan Angelo Medici, creaba la diócesis de Santiago! En el entramado de los pueblos indígenas se insertaba así, poco a poco, el Evangelio de Cristo, que comenzó a unificar el país y formar la nación.

Por todo el camino recorrido por la nación, hoy queremos dar gracias al Señor. En particular, queremos agradecerle que haya guiado el país hacia la independencia con la intervención del general San Martín y de O'Higgins, así como de tantos beneméritos patriotas chilenos.
En toda la historia de Chile vemos, además, la acción unificadora del cristianismo, llevada a cabo por abnegados misioneros, por eclesiásticos y laicos de profunda fe, que contribuyeron a dar una inspiración religiosa a la vida de la patria.

Entre los aspectos de la fe de los chilenos es bien conocida su gran devoción mariana: a la santísima Virgen se encomendaron los grandes caudillos de la patria y a ella se consagró la nación. El grandioso santuario que se levanta en Maipú es un testimonio perenne.

La celebración de la fiesta nacional de Chile debe, también, estimular a todos al culto a la memoria. De ello nos dio ejemplo María santísima. El evangelista san Lucas, después de narrar algunos episodios de la vida del Señor, escribió en su evangelio que ella "conservaba todo esto en su corazón" (Lc 2, 51).

También nosotros debemos conservar en nuestro corazón el ejemplo de nuestros padres. Más aún, la memoria de una nación debe crecer a medida que crece la nación misma.

Es lo que se podría llamar también el culto a la tradición, el recuerdo de las raíces de las que proviene el árbol. Mirando hacia el pasado, el cristiano descubre asimismo que la historia no la escriben sólo los hombres, sino que la escribe también Dios. Un proverbio italiano dice: "L'uomo si agita e Dio lo conduce" "el hombre se inquieta y Dios lo guía". Verdaderamente la nación chilena tiene más de un motivo para dar gracias al Señor por haberla guiado hasta hoy por los caminos del progreso material y espiritual, hacia un ideal de una civilización humana y cristiana.
Con el salmo 144 podemos cantar verdaderamente: "¡Feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!" (Sal 144, 15).

El culto a la memoria lleva también a los cristianos a un justo amor a la patria. La expresión "patria" se relaciona con el concepto de "padre" e indica precisamente el patrimonio recibido del propio padre. Más aún, indica también lo que hemos recibido de la madre: no en vano se habla tal vez de "madre patria". El amor a la patria tiene, pues, una base en el cuarto mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre".

Ciertamente, el amor a la propia nación no debe derivar en nacionalismo, así como el amor a la propia madre debe tener presente que los demás tienen también su propia madre, digna de estima y afecto como la propia.

Incluso en el proceso actual de integración americana, los chilenos serán siempre chilenos, así como los argentinos serán siempre argentinos y los brasileños siempre brasileños. Pero todas estas naciones deben cooperar, además, entre sí, como corresponde a las naciones hermanas, que respetan todas su común origen y dignidad.

En esta santa misa siento el deber de invitaros a rezar para que cada nación sepa hacer buen uso de la libertad de la que goza.

Para nosotros, los cristianos, no existe libertad al margen de la verdad: la libertad es un don que nos ha dado Dios para realizar un fin, esto es, el bien en la propia vida, en la familia y en la sociedad. Por desgracia, el hombre hace a menudo un uso destructivo del don de la libertad. Al excluir todo criterio regulador para su uso, incluso el mejor automóvil puede llevarnos a un desastre.

Este es un tema muy apreciado en el magisterio del Papa Juan Pablo II, un tema sobre el cual todos debemos reflexionar, sobre todo cuando celebramos las fiestas de la libertad, como son las fiestas nacionales.

Queridos amigos chilenos, mientras damos gracias al Señor por los dones concedidos a la nación chilena a lo largo de su historia, imploramos también para todo el país el don de una mayor concordia, de un mutuo entendimiento y de una paz social estable.

En momentos difíciles de su historia, los obispos chilenos han recordado con frecuencia que "Chile tiene vocación de entendimiento y no de enfrentamiento". El Papa Juan Pablo II recordó también a los chilenos, al final de la santa misa para la beatificación de sor Teresa de los Andes, en el parque de O'Higgins de Santiago, el 3 de abril de 1987, que incluso ante todas las pruebas: "¡El amor es más fuerte! ¡Más fuerte! ¡Más fuerte!".

Quiero, finalmente, recordar lo que el Papa nos dijo en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002: Hay una forma particular de amor que es el perdón. En realidad, para la paz social de un pueblo no basta la justicia: esta se ha de completar con el amor, con un amor que perdona y abre los corazones a una nueva forma de convivencia fraterna. Si entre los ciudadanos hay una cultura del perdón, entonces podrá haber también una política del perdón (cf. n. 8).

A este respecto, concluía el Papa: "La capacidad de perdón es básica en cualquier proyecto de una sociedad futura más justa y solidaria" (ib., 9).

Que la fiesta nacional que hoy celebramos sea una ocasión propicia para implorar al Señor la victoria del amor en toda la querida nación chilena.


* L'Osservatore Romano n. 39 p. 9.

 

top