The Holy See
back up
Search
riga

 

HOMILÍA DE MONS. LEONARDO SANDRI
EN LAS LAUDES EN HONOR
DE LA MADRE DE DIOS DE KAZAN

Basílica Vaticana, jueves 26 de agosto de 2004

 

Esta mañana, oramos también nosotros ante la venerada y antigua imagen de la Madre de Dios de Kazan. Este icono, venerado durante siglos por el pueblo ruso, ha permanecido algunos años en el apartamento pontificio y ahora está a punto de volver -por decirlo así- a su patria, como regalo del Santo Padre a Su Santidad Alexis II, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. Como explicó ayer el mismo Juan Pablo II, este gesto manifiesta el afecto que siente el Sucesor de Pedro por el Patriarca y el Sínodo de la Iglesia ortodoxa y el pueblo ruso, y al mismo tiempo expresa "el deseo y el firme propósito del Papa de Roma de avanzar juntamente con ellos por el camino del conocimiento mutuo y de la reconciliación", para que se realice cuanto antes la unidad plena de los discípulos de Cristo.

Desde siempre, María ejerce una fascinación sorprendente y atrae hacia sí a peregrinos y fieles de todas las partes del mundo. A ella recurre el pueblo cristiano, tanto en Oriente como en Occidente, en todas las circunstancias, y especialmente en las más difíciles; a ella dirige su mirada con confianza el creyente en todos los momentos de su vida. Y esto porque siente a María como Madre y protectora.

¡María, Virgen Madre de Dios! Con este título la Virgen es honrada desde la antigüedad. Evoca todo el misterio de la salvación. En efecto, María, íntimamente asociada a la misión de su Hijo divino, Jesús, ha llegado a ser Madre de la Iglesia, Madre de todo el género humano. En ella se realiza la sobreabundancia de los dones de la salvación, como anticipación de lo que acontecerá a todos los que abren su corazón a Cristo. Precisamente por eso, haciéndose eco del Magníficat de la humilde esclava del Altísimo:  "El Poderoso ha hecho obras grandes por mí", con universal admiración, todos, de generación en generación, siguen proclamándola bienaventurada.

Hace algunos días, la liturgia nos la presentó en su Asunción a los cielos, donde está como reina de gloria y de misericordia; hoy, mientras la veneramos en este santo icono, también nos unimos con el pensamiento a los numerosos devotos que, con ocasión de alguna de sus fiestas, acuden a los santuarios marianos esparcidos por el mundo para encontrar ayuda y fuerza, sobre todo en los momentos difíciles de la vida. María, como estrella luminosa, sigue brillando en el cielo de la historia, y su resplandor es  tan  grande que supera las oscuras sombras de violencia y muerte que el tiempo parece acumular en la tierra.

"Ecce Mater tua", "He aquí a tu Madre". ¡María, Madre nuestra! Podemos decir que en estas palabras, las únicas que Jesús pronunció refiriéndose a María, se halla sintetizada toda la teología mariana. En ellas se expresa el amor de su despedida. Al morir, Jesús nos encomendó a su Madre para siempre y desde aquel día María camina con la Iglesia y nos acompaña por los senderos del tiempo hacia la eternidad. Si en ocasiones nos asusta la dureza de la cruz, la presencia de la Virgen nos conforta y nos lleva a Cristo crucificado y resucitado por nosotros. San Bernardo, en una de sus páginas más expresivas, nos invita a mirar a la estrella e invocar a María en las dificultades de la existencia:  "Respice stellam, voca Mariam". María es la Estrella de la esperanza y el Ancla de nuestra salvación.

"Desbordo de gozo con el Señor". Contemplando a María, hagamos nuestras estas palabras del profeta Isaías que acabamos de escuchar. De ella, llena de gracia, recibimos el don de la alegría de Cristo, que es el secreto de la paz de los corazones, la paz de las familias y las comunidades, la paz del mundo. Siempre tenemos necesidad de alegría, de serenidad y de paz. Nos obtenga estos dones la santísima Madre de Dios de Kazan, a la que nos dirigimos con la secular invocación de los fieles, que ha resonado tantas veces en esta basílica vaticana:  "Sub tuum praesidium confugimus".

 

top